8.4 Pactos, eras y reinos: Otros apelativos
Hay otras designaciones también en el Nuevo Testamento para describir
esta dualidad mediante ciertas metáforas. Muchas de estas metáforas sirven para
comparar la situación del creyente dentro del nuevo pacto con el hombre ajeno a
esto, pero también hay ilustraciones que contrastan el antiguo pacto con el
nuevo, como Gal 4:21-31, donde al antiguo pacto se le asocia la Ley, el monte
Sinaí y la Jerusalén de abajo —terrenal— que es esclava, nacida según la carne,
no heredera de las promesas y echada fuera como Agar, mientras que a Sara se le
asocia a la Jerusalén de arriba —celestial— que es libre, nacida según el
Espíritu, heredera de las promesas. Agar fue madre primero, Sara después, con
esto se podría pensar que el primer hijo es el heredero de su padre, sin embargo,
los vv. 30 y 31 dicen: “… Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no
heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos,
que no somos hijos de la esclava, sino de la libre”, en una clara declaración
de condenación a los hijos del primer pacto, los cuales no coheredarían el reino
y las promesas del segundo pacto con los hijos de aquel pacto con el cual Pablo
se identifica junto a los Gálatas.
La dicotomía de pactos es clara en Ef. 2:11-22 donde señala que los
miembros del nuevo pacto son integrados a las promesas del antiguo reino
—Israel— para formar metafóricamente un solo cuerpo, una ciudadanía y un templo
(cf. Heb 12:22, Ap. 3:12), en contraste con su situación previa que era (para
un gentil) fuera del pacto y donde Israel y su ley era el único camino válido
para acceder a las promesas de Dios (cf. Rom. 11). Pablo también en cierta
forma hace referencia al antiguo pacto en términos de ‘la circuncisión’, lo
presente o ‘la ley’ en contraste con la ‘incircuncisión’,[1] lo por venir, ‘la
fe’ o el nuevo pacto.
[1]
Específicamente a los no judíos que se unen a él.
[2]
Lo cual es fundamental en el antiguo pacto cuyo servicio y culto a Dios estaba
estrictamente atado al templo, y en tiempos anteriores, al tabernáculo.
[3]
Los Samaritanos interpretaban a partir de Dt. 11:29: “Y cuando Jehová tu Dios
te haya introducido en la tierra a la cual vas para tomarla, pondrás la
bendición sobre el monte Guerizím, y la maldición sobre el monte Ebal”, como
que en aquel lugar debía estar el templo. Junto con esto, en aquel lugar se
decía que descansaban los huesos de José (hijo de Jacob).