7.6 El día de Jehová: Miqueas 1

 


Retrocediendo unos 180 años desde los acontecimientos profetizados por Joel, nos encontramos con una profecía sobre otro acontecimiento igual de angustioso y lamentable para la nación de Israel: la caída del reino del norte. El inicio de esta profecía tiene por encabezado:

 

Palabra de Jehová que vino a Miqueas de Moreset en días de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá; lo que vio sobre Samaria y Jerusalén. (Miq. 1:1).

 El encabezado enmarca la nación sobre la cual se profetiza, esto es Israel pero separando al reino del norte (Samaria) y el reino del sur (mediante sinécdoque, Judea). [1] Respecto al momento histórico en que se encuentra el profeta, fue el siglo VIII a.C., bajo los reinados de Jotam (740-736 a.C.), Acaz (736-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.), donde se vivía bajo el acecho de los reyes asirios Teglatfalasar III (745-727 a.C.), Salmanasar V (727-722 a.C.), Sargón (722-705 a.C.) y Senaquerib (705-681 a.C.).[2] Según estos antecedentes, es posible establecer una sólida referencia del alcance de la profecía en cuanto a tiempo y lugar.

 

Oíd, pueblos todos; está atenta, tierra, y cuanto hay en ti; y Jehová el Señor, el Señor desde su santo templo, sea testigo contra vosotros. (Miq. 1:2).

 Una vez más en la profecía apocalíptica hallamos la recurrente expresión de juicio contra ‘toda la tierra’ para referirse a un pueblo específico, que en este caso es puntualmente Samaria y Jerusalén. Este tipo de referencias que ya se han visto en Is. 13, 34, Abdías y Joel, se repiten frecuentemente en otros oráculos apocalípticos.

 

Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio… Haré, pues, de Samaria montones de ruinas, y tierra para plantar viñas; y derramaré sus piedras por el valle, y descubriré sus cimientos. (Miq. 1: 3-4, 6).

 

Tenemos una imagen que ilustra a Dios viniendo a la tierra desde ‘su lugar’ el cual son los cielos. Se lo personifica como pisando las montañas, las cuales son ilustradas derritiéndose bajo sus pies junto con los valles. Esta imagen de Jehová viniendo a la tierra (cf. Is. 19:1, 26:21) es un recurso del lenguaje figurado para ilustrar el juicio y castigo del Señor sobre una nación.

Así como en Is. 19 se aludía al Nilo, en Is. 34 y en Abd. se aludía a las alturas de Idumea como escenarios de los respectivos juicios, los cuales corresponden con la geografía del lugar que se predice castigar, acá se hace referencia al paisaje de los montes y los valles, muy característico de la geografía de Israel, correspondiendo también con el lugar sobre el que se profetiza.

Como se ha anticipado en el cap. 3, apartado sobre hipérbole, el cumplimiento de esta profecía ocurrió completamente en el año 701 a.C., donde el Señor a través del ejército asirio de Senaquerib, destruye Israel.[3] Los asirios bajo Salmanasar[4] conquistaron primero Samaria y todo el reino constituido por las diez tribus del norte en el 722 a.C., luego incursionaron por Judea conquistando al menos 46 poblados judíos, pero no lograron tomar Jerusalén.[5]

El ver. 6 predice en un lenguaje algo más literal, aunque aún poético, el destino del reino del norte: de desolación y destrucción total, transformándose la ciudad en lugares agrestes, ruinosos, inhabitados y entregados a la naturaleza, de forma similar a lo ya revisado en Is. 13:19-22, 34: 11-17.

 

Todo esto por la rebelión de Jacob, y por los pecados de la casa de Israel. ¿Cuál es la rebelión de Jacob? ¿No es Samaria? ¿Y cuáles son los lugares altos de Judá? ¿No es Jerusalén?… Y todas sus estatuas serán despedazadas, y todos sus dones serán quemados en fuego, y asolaré todos sus ídolos; porque de dones de rameras los juntó, y a dones de rameras volverán.

(Miq. 1:5, 7).

 Reafirmando el alcance de la profecía sobre Israel, tanto en el reino del norte como del sur, este pasaje usa una figura que no se había visto hasta este momento en este estudio: la del pueblo del pacto siendo comparado a una prostituta. El pacto de Dios con su pueblo es comparado en ocasiones con un matrimonio donde Dios es el esposo e Israel la novia (Ez. 16:8, Jer. 31:32), pero cuando el pueblo se vuelve a otros dioses, se le compara a la novia con una ramera (Ez. 16:31-32).

La figura empleada es un antropomorfismo utilizado dentro del lenguaje figurado comparativo; el pueblo asemejado a una esposa y la idolatría del pueblo asemejada a la infidelidad marital forman este tropo. El castigo de Dios por la infidelidad espiritual fue la destrucción del pueblo. Dios se refiere en otra profecía contemporánea (siglo VIII a.C.) a su pueblo como ‘ramera’; Oseas 1:1 identifica su ministerio en los días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, por lo que fue contemporáneo a Miqueas. La figura utilizada es la misma que en Miq. 1:7:

 

Dijo Jehová a Oseas: Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová. (Os. 1:2).

 

No te alegres, oh Israel, hasta saltar de gozo como los pueblos, pues has fornicado apartándote de tu Dios; amaste salario de ramera en todas las eras de trigo. (Os. 9:1).

 

Una diferencia con Miqueas es que Oseas representa el drama de Dios con su pueblo mediante una acción simbólico-típica[6] para reiterar la profecía que se anuncia en Miqueas, pero con un medio diferente.[7] Al alero de la misma sentencia en relación a las mismas causas del oráculo de Miqueas 1, Oseas apunta al mismo cumplimiento y al mismo castigo:

 

…de aquí a poco… haré cesar el reino de la casa de Israel. Y en aquel día quebraré yo el arco de Israel en el valle de Jezreel… no me compadeceré más de la casa de Israel, sino que los quitaré del todo. Mas de la casa de Judá tendré misericordia. (Os. 1:4-7, abreviado).

 Aquí vemos un nuevo ‘día de Jehová’, referido como “aquel día” en el ver. 5, tiempo en el cual se destruiría al reino del norte (Israel), pero el reino del sur (Judá) sería librado del castigo, tal como sucedió en la invasión asiria de Senaquerib y su antecesor hacia fines del siglo VIII a.C., instrumento del castigo del Señor profetizado en lenguaje apocalíptico.

El pecado del pueblo que origina esta sentencia fuertemente punitiva es descrito en varias oportunidades en las Escrituras. En 1 Re. 14-16 por ejemplo se aprecia lo reiterativo, incluso por generaciones de reyes, de apartarse de Jehová e ir en pos de los otros dioses, dando culto a Baal y en los lugares altos a las imágenes de Asera que los israelitas mismos fabricaban. El ‘día de Jehová’ es en este caso anunciado sobre el pueblo del pacto para su destrucción.

Una vez más no podemos dar lugar a un juicio mundial que tomaría lugar siglos y milenios en el futuro, ya que hay referencias de tiempo y lugar claras que se deben respetar al momento de interpretar la profecía apocalíptica, además que cada detalle de lo profetizado: la geografía, el motivo de la sentencia, el castigo e incluso otros detalles menores concuerdan evidentemente con el tema de la profecía anunciado en el encabezado.

Así como el caso dado entre Isaías 34 y Abdías para anunciar juicio sobre Idumea, hay una reiteración en la profecía anunciada por Miqueas y Oseas para anunciar un ‘día de Jehová’, el cual esta vez recae sobre la nación de Israel.

[1] Ver capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Audiencia y tiempo.

[3] Walton et al., Comentario del contexto cultural de la Biblia, Antiguo Testamento, pág. 890.

[4] Jamieson et al., Comentario exegético y explicativo de la Biblia. Tomo I, el Antiguo Testamento, pág. 911.

[5] Holman Bible Publishers, RVR 1960 Biblia de Estudio Holman, pág. 1383.

[6] Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre Simbolismo.

[7] Independientemente si Oseas fue anterior o posterior a Miqueas, existe reiteración de la misma profecía apocalíptica.

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