8.1 Pactos, eras y reinos: Dos pactos


Las Escrituras están empapadas de un lenguaje relativo a pactos, sobre todo en los libros de la ley. Precisamente es en este cuerpo escritural donde se establece por iniciativa de Dios el pacto de Moisés en el desierto del Sinaí —por lo que a veces se la llama ‘Pacto Sinaítico’— durante el éxodo israelita:

 

Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. (Ex. 19:5-6a).

 Aquel pacto es sellado con sangre en Ex. 24:8 y consistía en que el pueblo debía cumplir los estatutos divinos entregados a Moisés (Ex. 24:3,7, cf. 2 Re. 23:3), Dios en cambio les brindaría protección y el pueblo tendría prosperidad.[1] Este pacto es hecho por Dios con todo el pueblo de Israel, Moisés cumple el papel de profeta o interlocutor. Sin embargo, este pacto no comienza del todo en aquel momento, más bien allí se formaliza y completa algo iniciado anteriormente. El pacto del cual los israelitas participaron comienza con Abraham:

 

Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. (Gn. 17:10).

 

Como se ve en Ex. 2:24, 6:4-8 o Dt. 29:9-13, el pacto de Moisés se construye sobre la base de lo pactado ya con sus padres.[2] Para un judío, en la práctica, el pacto de Abraham y el de Moisés son uno; no era posible ser parte de uno y no de otro ya que la circuncisión de Abraham y la ley de Moisés eran entendidas como parte del mismo pacto (Jn. 7:22, Gál. 5:3, Hch 15:5).

Más adelante, el Señor advierte al pueblo las consecuencias de quebrar el pacto, esto es que Dios entregaría al pueblo infractor al dominio de sus enemigos:

 

Pero si no me oyereis, ni hiciereis todos estos mis mandamientos, y si desdeñareis mis decretos, y vuestra alma menospreciare mis estatutos, no ejecutando todos mis mandamientos, e invalidando mi pacto… Pondré mi rostro contra vosotros, y seréis heridos delante de vuestros enemigos; y los que os aborrecen se enseñorearán de vosotros. (Lev. 26:14-15, 17a).

En Dt. 31:16, el Señor ya advierte a Moisés que el pueblo rompería el pacto: “…este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos… me dejará, e invalidará mi pacto”. Efectivamente, una vez adentrado Israel en la tierra prometida, repetidamente el pueblo quiebra el pacto al desatender la ley. El Señor advierte al pueblo que se vuelva a lo pactado, usando la figura comparativa del pacto matrimonial con su pacto con el pueblo:

 

Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion… Pero como la esposa infiel abandona a su compañero, así prevaricasteis contra mí, oh casa de Israel, dice Jehová. (Jer. 3:14, 20).

 

Es así donde en vista de la constante infidelidad de Israel al pacto de Dios establecido en el desierto del Sinaí —cuando el pueblo fue sacado de la tierra de Egipto— surge la necesidad[3] de establecer un nuevo pacto:

 

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré[4] nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. (Jer. 31:31-32).[5]

El anuncio en este pasaje de este nuevo pacto se describe también en un lenguaje nupcial (cf. Is. 54:4-7, 62:4, Ez. 16:8). Este nuevo pacto estaría presidido por el Mesías, como se ve en Ez. 34:22-25: “Yo salvaré a mis ovejas… Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará… Yo Jehová he hablado. Y estableceré con ellos pacto de paz”. Este pastor de las ovejas que es el mediador del nuevo pacto es Jesucristo, quien establece ahora un pacto eterno:

 

Y el Dios de paz, el cual, en virtud de la sangre del pacto eterno, levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas. (Heb. 13:20).

  El Mesías en su venida establece el nuevo pacto eterno también con sangre de sacrificios, de la misma forma en que se sella el anterior pacto hecho mediante Moisés en Ex. 24:8:

 

Y [Jesús] les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada. (Mr. 14:34).

 Además de ser Jesús mismo quien se atribuye a sí mismo como la parte esencial de este nuevo pacto, en el Nuevo Testamento vemos que la carta a los Hebreos es enfática en indicar que Jesús es aquel que garantiza y establece el nuevo pacto anunciado por los profetas, tal como se ve en el v. 7:22: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto” o en el v. 8:6: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”, marcando un contraste con el antiguo pacto, como se ve en el v. 8:13: “Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”.[6] Heb. 9:15 y 12:24 hablan también que Jesús es el ‘mediador del NUEVO pacto’.

En este último versículo se aprecia que ambos pactos coexisten y que el antiguo pacto está próximo (gr. engýs, G1451)[7] a terminar, creando un traslape o superposición entre estos pactos, ver esquema. Jesús es el fiador del nuevo pacto anunciado.





[1] En la antigüedad, un estado fuerte pactaba con un estado más débil. El pacto consistía básicamente en que el estado fuerte —en un acto de benevolencia— no invade al débil, sino que lo protege a cambio de tributos (cláusulas del pacto). Esto se conoce como pacto de soberano-vasallo y es el modelo sobre el cual Dios establece el pacto con Israel.

[2] El antiguo pacto no irrumpió como algo inédito, más bien fue tomando forma desde el momento de la caída hasta su establecimiento consolidado en el Sinaí. Se ha de notar, por ejemplo, que antes del sacerdocio levítico existían sacrificios de animales, pero la ordenación de tal sacerdocio en el pacto Sinaítico reglamenta esta práctica.

[3] Este pacto no es improvisado, sino que desde el principio así estaba decretado.

[4] Lit. cortaré. Para los antiguos hebreos los pactos se ‘cortan’ debido a que el partir animales era la confirmación misma y sello del pacto. Se simbolizaba con esta acción la consecuencia que tendría alguna de las partes el incumplir el acuerdo, según la práctica habitual del antiguo cercano oriente. Ver Gn. 15.

[5] Notar que este nuevo pacto tiene por fin también reestablecer la relación entre el caído Reino del Norte (Israel) con Dios mediante el nuevo pacto.

[6] Cf. 2 Co. 3:6, 13-14.

[7] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 13:6 donde se analiza el uso de esta palabra en la profecía del Antiguo Testamento y su alcance. 

Entradas populares de este blog

11.4 Evangelios II: parábolas y anuncios: El banquete con los padres

2.3 Métodos de interpretación: Método Gramático-Histórico

Presentación del blog e introducción al libro