11.14 Evangelios II: parábolas y anuncios: La segunda venida en la vida de los religiosos

 


Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. (Mt. 26:63-64).

 En este pasaje se relata una escena sobrecogedora. Luego de intentar capturar a Jesús durante mucho tiempo, se reúnen en un consejo el Sumo Sacerdote, escribas, ancianos (Mt. 26:57), principales sacerdotes y todo el Sanedrín (Mt. 26:29). Estos son los que dentro de Israel debían servir a Jehová ¡y le tenían delante de ellos, al Dios vivo encarnado!, sin embargo, buscaron contra Él armar un falso testimonio para matarlo. Las Escrituras condenan este acto de forma tajante: “Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti (…) Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”, “El testigo falso no quedará sin castigo, Y el que habla mentiras perecerá” (Dt. 19:18-19, 21, Pr. 19:5, 9). Este acto en sí mismo es suficiente para argumentar que todo aquel consejo formado por los religiosos judíos sería recipiente de un terrible juicio, en aquella generación; como dicen las escrituras citadas, estos que buscan testimonio falso usando falsos testigos están condenados a perecer, recibiendo sobre ellos mismos el mismo tipo de mal que hicieron al Señor. Como también se ha argumentado anteriormente,[1] debido a una larga lista de pecados, Jesús pronuncia sobre aquella generación de religiosos una fuerte condena (Mt. 23). 

Sobre todo lo anterior; sobre la condena de muerte que implícitamente hay en el acto de traer falsos testigos para condenar de muerte a un justo, Jesús en aquel momento crítico anuncia a los presentes que “VERÁN USTEDES al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo” (v. 64, NVI, énfasis añadido); que ellos mismos que le condenaban, en aquel tiempo, presenciarían este evento y no gente en el futuro lejano. No solo Jesús estaba diciendo que él es el Hijo de Dios, haciéndose con esto igual a Dios (Jn. 5:18), sino que también se sentaría a la diestra de su poder y viniendo en las nubes del cielo. De la misma forma que los profetas en el Antiguo Testamento expresaban el juicio de Dios (Is. 19:1,[2] Sal. 18:9-12, Nah. 1:3-8), Jesús recurrió a una conocida imagen para reafirmar su deidad en su capacidad de juzgar en el poder de Dios, en las nubes del cielo. Esto también les evocaría a estos maestros de la ley la gloria del poder de Dios manifestada en nubes de gloria ante Moisés en el desierto, en el tabernáculo, para juicio o en el Templo,[3] reafirmando la identidad divina de Jesús como el Hijo de Dios.

Hasta acá, —en conjunto con los pasajes analizados anteriormente— la evidencia de que la segunda venida de Jesús tenía que suceder en aquel tiempo es bastante sólida.



[1] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre La generación mala y adúltera.

[2] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 19 donde se expande este tema.

[3] Ex. 16:10, 24:16, 40:34-35, Núm. 16:42, 1 Re. 8:11, 2 Cr. 5:14, Sal. 97:2, 104:3, Jer. 4:13, Ez. 10:4.

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