11.17 Evangelios II: parábolas y anuncios: Lamento por Jerusalén
Y cuando llegó cerca de la ciudad,
al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos
en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus
hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no
conociste el tiempo de tu visitación. (Lc. 19:40-44).
Jesús se lamenta por aquella ciudad que no ha reconocido la visitación de
su rey prometido, con la perspectiva en mente de todos los pecados ya cometidos
por aquel pueblo —más los que aún tienen que cometer, entre ellos el pronto
asesinato del príncipe anhelado— y teniendo en mente el juicio que recaería
sobre la ciudad como consecuencia de eso.
Acá las referencias a la caída de la ciudad en el año 70 por los romanos son
claras y no ameritan mayor desarrollo del tema; el sitio, el vallado, la
destrucción de sus muros y la gran mortandad referidas en este pasaje tienen
una correspondencia imposible de negar.
Este lamento es probablemente anterior al registrado en Mt. 23:37-39,
donde a los judíos y maestros religiosos se les condena a dejar su casa —el
Templo— desierta, de modo similar a lo sucedido en otro anterior ‘día de
Jehová’: “He dejado mi casa, desamparé mi heredad, he entregado lo que amaba mi
alma en mano de sus enemigos” (Jer. 12:7),[1] siendo entonces
estos dos lamentos análogos y paralelos el uno al otro. Este abandono del Templo
—el primero— significó también su destrucción (Jer. 7:12-14) en el 586 a.C.
[1]
Siendo Jerusalén destruida por los caldeos en el 586 a.C., destruido su Templo
y llevados los judíos sobrevivientes a exilio, tal como sucedió en el 70 d.C.
en el ataque romano.