1.2 Sola Scriptura: Inspiración divina e interpretación privada
Un pasaje muchas veces pasado por alto en este tipo de discusiones es el
Sal. 119. En este extenso poema, la palabra y la ley siempre son entendidas
como si fueran de Dios: “tu palabra… tu ley”. En este sentido, se puede sino
esperar que esta revelación proveniente de Dios comparte la perfección y
excelencia que también son de Dios. Este tipo de referencias
veterotestamentarias dan la autoría y pertenencia de las Escrituras
directamente a Dios, y no a sus autores humanos —como Moisés— por lo que estas
palabras y leyes tienen la autoridad de Dios.
Luego queda la labor de acercarse a esta revelación inspirada por Dios e
interpretarla, para establecer una comunicación desde el Creador hasta
nosotros. En este sentido, dentro de legados de la Reforma están el principio
de la interpretación privada y la traducción de la Biblia a la lengua común.
Los dos principios van de la mano y fueron logrados solamente tras mucha
controversia y persecución. Esto se logró a un alto costo, ya que muchos de los
que se atrevían a hacer estas traducciones morían quemados a manos de la Iglesia
católica. Uno de los grandes logros de Lutero fue la traducción de la Biblia al
alemán con el fin de que cualquier persona letrada pudiera leerla por sí misma.[5] Naturalmente, todo
aquel que se acerque a leer e interpretar las Escrituras debiera ser
responsable en hacer uso de su privilegio a la interpretación privada. Este
principio no autoriza a que el intérprete haga una interpretación arbitraria de
la Biblia, todo lo contrario, este privilegio va acompañado de la
responsabilidad y seriedad de leer las Escrituras con la reverencia que le
corresponde; buscando siempre la precisión y cuidado que merece, teniendo por
objetivo extraer del texto lo que realmente Dios quiere comunicar, su infalible
mensaje.
En esta interpretación privada, es también relevante mencionar la
creencia que el Espíritu Santo guía y revela al intérprete. Esta revelación no
es sobre algo nuevo externo a las Escrituras, sino es sobre la revelación que
se encuentra contenida en las mismas. A pesar de esta guía, no todos están de
acuerdo en ciertas doctrinas. De hecho, dos hermanos pueden llegar a
conclusiones completamente diferentes a pesar de que ambos oran y piden
dirección o iluminación al Espíritu Santo. Ante este problema, la pregunta es
¿cómo saber quién tiene la razón? La ciencia objetiva que establece métodos o
reglas de interpretación y que en este caso sirve de ayuda es la hermenéutica.[6] La hermenéutica
regula el proceso por el cual se debe interpretar un mensaje. Quien haga un
estudio serio haciendo uso de las reglas de una correcta hermenéutica podrá
acercarse mejor al sentido, significado o intención original del autor. Entendiendo
la Biblia como inspirada por Dios, pero a la vez escrita por personas en un
contexto específico dentro de la historia, se concluye que existe una doble
naturaleza de las Escrituras: humana y divina. Por ello se debe hacer uso de las
herramientas que ofrecen la hermenéutica y las ciencias bíblicas, debido a las
limitaciones humanas y al hecho de leer un texto que fue escrito en otro
contexto cultural, temporal y lingüístico. Como dice Sproul: “En ningún caso [se]
sugiere tampoco que los maestros, los comentarios y otros sean innecesarios o
no ayuden. Dios no ha dotado a maestros para su iglesia en vano”.[7] Esto va naturalmente
de la mano con la ayuda o guía del Espíritu Santo, dada la naturaleza divina de
la Biblia.
Probablemente nuestra condición caída y sus consecuencias espirituales,
sicológicas e intelectuales hacen que dos personas que acusen poseer la guía
del Espíritu Santo no lleguen necesariamente a una misma conclusión cuando se
estudia un mismo texto. El trabajo hermenéutico serio plantea la desafiante
tarea de despojarse de las ideas preconcebidas del intérprete para sumergirse
en el texto y extraer su mensaje original.
La hermenéutica no es una ciencia infalible, tiene limitaciones; aminora
notablemente el problema, pero no lo soluciona totalmente. Esta ciencia está
sujeta, entre otras cosas, a la calidad y cantidad de la información disponible
que sea útil para hacer una correcta interpretación —la cual proviene del ámbito de las ciencias bíblicas— como la disponibilidad de textos
sagrados antiguos, información sobre uso de términos bíblicos en el mundo
antiguo, usos y costumbres del contexto en el cual las escrituras fueron
redactadas, datos sobre la situación política y social tanto del pueblo del
pacto como de las naciones vecinas, entre otros. También depende de las
habilidades del intérprete; habilidades que dicen relación con su formación
académica, capacidades intelectuales, valores, perspicacia innata, entre muchos
otros factores, y con sus motivaciones, las que deben estar centradas en hallar
el verdadero significado del mensaje de Dios, más allá de las ideas o
conveniencia propia. En su libro “Hermenéutica”, Milton Terry comienza
señalando en el capítulo I, Cualidades del intérprete, lo siguiente:
En primer lugar, el intérprete de
las Escrituras, -y, en realidad, de cualquier libro que sea, -debe poseer una
mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la
dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la
imaginación, son cosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y
necias. Todos esos defectos, -y aun cualquiera de ellos- inutiliza al que los
sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios (…) Ante todo, el intérprete
necesita una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie puede emprender
correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la revelación de
Dios, estando su corazón influido por preocupaciones contra tal revelación o
sí, aun por instante, vacila en aceptar lo que su conciencia y su criterio
reconocen como bueno. El intérprete debe tener un deseo sincero de alcanzar el
conocimiento de la verdad y de aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El
amor de la verdad debiera ser ferviente y ardiente, de modo que engendre en el
alma entusiasmo por la Palabra de Dios. El exegeta hábil y profundo es aquel
cuyo espíritu Dios ha tocado y cuya alma está avivada por las revelaciones del
cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado por una
verdadera reverencia.[8]
Finalmente, aunque exista la auténtica intención de hallar el verdadero
significado del texto, se dispongan de todos los recursos disponibles y el
intérprete tenga las mejores capacidades intelectuales para enfrentarse a esta
labor, la hermenéutica bíblica tiene la tarea de develar el mensaje del Dios santo
y omnipotente mediante seres corruptos, finitos y limitados, por lo que esta
tarea tiene una limitante inherente, aunque se hayan cubierto las demás.
[1] James
Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva (Miami, Florida: Editorial
Caribe, 2003), pág. 39. En lo sucesivo se referirá a las palabras de este
diccionario con la nomenclatura propia de este diccionario; con el número
correlativo de cada palabra antecedido de la letra ‘G’ para las palabras
griegas y de ‘H’ para las palabras hebreas. En este caso es la palabra G2315.
[2]
Existía en ese tiempo una conexión entre el concepto del aire y el espíritu,
originado por la relación entre el acto de respirar y el recibimiento de la
vida en el cuerpo (estar imbuido de un espíritu). En un contexto religioso la
palabra “pneuma” refería principalmente al espíritu, aunque ambos
conceptos (aire y espíritu) estaban relacionados.
[3]
Sproul, Todos Somos Teólogos, pág. 37.
[4]
Autor de cualquiera de los libros de la Santa Escritura.
[5]
Sproul, Cómo estudiar e interpretar la Biblia, pág. 32.
[6]
El término hermenéutica tiene su raíz etimológica en Hermes, el dios griego.
Hermes era el mensajero de los dioses, el equivalente griego de Mercurio, el
dios romano. En la mitología, Mercurio es descrito a menudo como un ser con
alas en su calzado, lo que le ayuda a entregar mensajes con rapidez.
Sproul, ¿Qué es la teología reformada?, pág.
54.
[7]
Ibíd.
[8]
Milton S. Terry, Hermenéutica: la ciencia de la interpretación de la Palabra
de Dios (Tampa: Editorial Doulos, 2012), págs. 4 y 7.