1.2 Sola Scriptura: Inspiración divina e interpretación privada

 


    Por otra parte, la misma Biblia —directamente y por extensión— se atribuye a sí misma la cualidad de ser inspirada. Entre otros pasajes que se emplean para la exposición de esta doctrina, están 2 Timoteo 3:16 y 2 Pedro 1:21. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16a). El término “inspirada por Dios” es la traducción del griego θεόπνευστος “theópneustos”, G2315,[1]que es un adjetivo compuesto del sustantivo “theos”, que significa Dios y “pneustos” proveniente de “pneuma”[2] que significa espíritu o aire. Se puede traducir como “divinamente soplado en” “insuflado de/por Dios”, o como lo define R. C. Sproul: “respirado por Dios”,[3] lo que indica el soplo del Espíritu de Dios en el proceso de la composición de las Escrituras. En este pasaje se le asigna a la escritura el atributo de ser llena de la respiración de Dios, de contener en sentido figurado la espiración de Dios. El otro pasaje “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pe. 1:21) habla de la inspiración en un término un poco diferente, ya que el término “siendo inspirados” la forma verbal griega φερόμενοι “ferómenoi”, G5342, cuya raíz es el verbo griego φέρω “féro” que significa fundamentalmente llevar o cargar. El término “ferómenoi” puede ser traducido como “siendo llevados” o “siendo guiados” y transmite la idea del efecto del viento sobre las velas de un barco. En este caso el texto habla que el Espíritu Santo llevó, movió y guio a los profetas —y por extensión a los hagiógrafos[4]—, no el deseo propio de cada escritor. Estos dos términos arrojan más luz sobre el concepto de inspiración, por un lado, las Escrituras recibieron la exhalación de Dios y por otro fue la voluntad de Dios mediante su Espíritu quien tuvo la iniciativa de la elaboración de los libros de la Biblia. A esto se refiere cuando se dice que las Escrituras fueron inspiradas en un sentido más orgánico que mecánico, que no fue un dictado a los hagiógrafos o una subordinación completa de la voluntad del escritor, sino una guía por iniciativa de Dios a los escritores. Directamente estos pasajes hablan sobre “las Escrituras y la profecía”, lo que se considera como referente al Antiguo Testamento, por extensión se consideran los evangelios como inspirados junto a las cartas, epístolas y al libro de hechos, ya que dan testimonio del cumplimiento de lo que profetizaba el Antiguo Testamento.

Un pasaje muchas veces pasado por alto en este tipo de discusiones es el Sal. 119. En este extenso poema, la palabra y la ley siempre son entendidas como si fueran de Dios: “tu palabra… tu ley”. En este sentido, se puede sino esperar que esta revelación proveniente de Dios comparte la perfección y excelencia que también son de Dios. Este tipo de referencias veterotestamentarias dan la autoría y pertenencia de las Escrituras directamente a Dios, y no a sus autores humanos —como Moisés— por lo que estas palabras y leyes tienen la autoridad de Dios.

Luego queda la labor de acercarse a esta revelación inspirada por Dios e interpretarla, para establecer una comunicación desde el Creador hasta nosotros. En este sentido, dentro de legados de la Reforma están el principio de la interpretación privada y la traducción de la Biblia a la lengua común. Los dos principios van de la mano y fueron logrados solamente tras mucha controversia y persecución. Esto se logró a un alto costo, ya que muchos de los que se atrevían a hacer estas traducciones morían quemados a manos de la Iglesia católica. Uno de los grandes logros de Lutero fue la traducción de la Biblia al alemán con el fin de que cualquier persona letrada pudiera leerla por sí misma.[5] Naturalmente, todo aquel que se acerque a leer e interpretar las Escrituras debiera ser responsable en hacer uso de su privilegio a la interpretación privada. Este principio no autoriza a que el intérprete haga una interpretación arbitraria de la Biblia, todo lo contrario, este privilegio va acompañado de la responsabilidad y seriedad de leer las Escrituras con la reverencia que le corresponde; buscando siempre la precisión y cuidado que merece, teniendo por objetivo extraer del texto lo que realmente Dios quiere comunicar, su infalible mensaje.

En esta interpretación privada, es también relevante mencionar la creencia que el Espíritu Santo guía y revela al intérprete. Esta revelación no es sobre algo nuevo externo a las Escrituras, sino es sobre la revelación que se encuentra contenida en las mismas. A pesar de esta guía, no todos están de acuerdo en ciertas doctrinas. De hecho, dos hermanos pueden llegar a conclusiones completamente diferentes a pesar de que ambos oran y piden dirección o iluminación al Espíritu Santo. Ante este problema, la pregunta es ¿cómo saber quién tiene la razón? La ciencia objetiva que establece métodos o reglas de interpretación y que en este caso sirve de ayuda es la hermenéutica.[6] La hermenéutica regula el proceso por el cual se debe interpretar un mensaje. Quien haga un estudio serio haciendo uso de las reglas de una correcta hermenéutica podrá acercarse mejor al sentido, significado o intención original del autor. Entendiendo la Biblia como inspirada por Dios, pero a la vez escrita por personas en un contexto específico dentro de la historia, se concluye que existe una doble naturaleza de las Escrituras: humana y divina. Por ello se debe hacer uso de las herramientas que ofrecen la hermenéutica y las ciencias bíblicas, debido a las limitaciones humanas y al hecho de leer un texto que fue escrito en otro contexto cultural, temporal y lingüístico. Como dice Sproul: “En ningún caso [se] sugiere tampoco que los maestros, los comentarios y otros sean innecesarios o no ayuden. Dios no ha dotado a maestros para su iglesia en vano”.[7] Esto va naturalmente de la mano con la ayuda o guía del Espíritu Santo, dada la naturaleza divina de la Biblia.

Probablemente nuestra condición caída y sus consecuencias espirituales, sicológicas e intelectuales hacen que dos personas que acusen poseer la guía del Espíritu Santo no lleguen necesariamente a una misma conclusión cuando se estudia un mismo texto. El trabajo hermenéutico serio plantea la desafiante tarea de despojarse de las ideas preconcebidas del intérprete para sumergirse en el texto y extraer su mensaje original.

La hermenéutica no es una ciencia infalible, tiene limitaciones; aminora notablemente el problema, pero no lo soluciona totalmente. Esta ciencia está sujeta, entre otras cosas, a la calidad y cantidad de la información disponible que sea útil para hacer una correcta interpretación la cual proviene del ámbito de las ciencias bíblicas como la disponibilidad de textos sagrados antiguos, información sobre uso de términos bíblicos en el mundo antiguo, usos y costumbres del contexto en el cual las escrituras fueron redactadas, datos sobre la situación política y social tanto del pueblo del pacto como de las naciones vecinas, entre otros. También depende de las habilidades del intérprete; habilidades que dicen relación con su formación académica, capacidades intelectuales, valores, perspicacia innata, entre muchos otros factores, y con sus motivaciones, las que deben estar centradas en hallar el verdadero significado del mensaje de Dios, más allá de las ideas o conveniencia propia. En su libro “Hermenéutica”, Milton Terry comienza señalando en el capítulo I, Cualidades del intérprete, lo siguiente:

 

En primer lugar, el intérprete de las Escrituras, -y, en realidad, de cualquier libro que sea, -debe poseer una mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues la dificultad de comprensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, son cosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias. Todos esos defectos, -y aun cualquiera de ellos- inutiliza al que los sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios (…) Ante todo, el intérprete necesita una disposición para buscar y conocer la verdad. Nadie puede emprender correctamente el estudio y exposición de lo que pretende ser la revelación de Dios, estando su corazón influido por preocupaciones contra tal revelación o sí, aun por instante, vacila en aceptar lo que su conciencia y su criterio reconocen como bueno. El intérprete debe tener un deseo sincero de alcanzar el conocimiento de la verdad y de aceptarla cordialmente una vez alcanzada. El amor de la verdad debiera ser ferviente y ardiente, de modo que engendre en el alma entusiasmo por la Palabra de Dios. El exegeta hábil y profundo es aquel cuyo espíritu Dios ha tocado y cuya alma está avivada por las revelaciones del cielo. Ese fervor santificado debe ser disciplinado y controlado por una verdadera reverencia.[8]

 

Finalmente, aunque exista la auténtica intención de hallar el verdadero significado del texto, se dispongan de todos los recursos disponibles y el intérprete tenga las mejores capacidades intelectuales para enfrentarse a esta labor, la hermenéutica bíblica tiene la tarea de develar el mensaje del Dios santo y omnipotente mediante seres corruptos, finitos y limitados, por lo que esta tarea tiene una limitante inherente, aunque se hayan cubierto las demás.



[1] James Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva (Miami, Florida: Editorial Caribe, 2003), pág. 39. En lo sucesivo se referirá a las palabras de este diccionario con la nomenclatura propia de este diccionario; con el número correlativo de cada palabra antecedido de la letra ‘G’ para las palabras griegas y de ‘H’ para las palabras hebreas. En este caso es la palabra G2315.

[2] Existía en ese tiempo una conexión entre el concepto del aire y el espíritu, originado por la relación entre el acto de respirar y el recibimiento de la vida en el cuerpo (estar imbuido de un espíritu). En un contexto religioso la palabra “pneuma” refería principalmente al espíritu, aunque ambos conceptos (aire y espíritu) estaban relacionados.

[3] Sproul, Todos Somos Teólogos, pág. 37.

[4] Autor de cualquiera de los libros de la Santa Escritura.

[5] Sproul, Cómo estudiar e interpretar la Biblia, pág. 32.

[6] El término hermenéutica tiene su raíz etimológica en Hermes, el dios griego. Hermes era el mensajero de los dioses, el equivalente griego de Mercurio, el dios romano. En la mitología, Mercurio es descrito a menudo como un ser con alas en su calzado, lo que le ayuda a entregar mensajes con rapidez.

Sproul, ¿Qué es la teología reformada?, pág. 54.

[7] Ibíd.

[8] Milton S. Terry, Hermenéutica: la ciencia de la interpretación de la Palabra de Dios (Tampa: Editorial Doulos, 2012), págs. 4 y 7.


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