11.11 Evangelios II: parábolas y anuncios: Lo viejo y lo nuevo, tesoros
Él les dijo: Por eso todo escriba
docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de
su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. (Mt. 13:52).
Un escriba era una persona con alto conocimiento de las Escrituras. Ellos
eran capaces de memorizar la ley, y no solo tenían el privilegio de leer las
Escrituras para estudiarlas —no solo la ley, sino también los profetas y los
otros escritos sapienciales— sino también eran quienes tenían la delicada labor
de transcribir la revelación de Dios.[2]
Los escribas doctos en el reino de los cielos eran aquellos que seguían
con rectitud los mandamientos de la ley; se deleitaban en ella (Sal. 1:2) y que
también lograron comprender el tiempo escatológico de bendición que estaban
viviendo con la llegada del Mesías según el cumplimiento de los anuncios de los
profetas, en contraste con los religiosos impíos incapaces de reconocer esto;
como Jesús les recriminaba: “Cuando anochece, decís [fariseos y los saduceos]:
Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá
tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis
distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!”
(Mt. 16:2-4).
Acá hay una comparación formal (semejante a) de tenor explícito, un
símil, donde este tenor son los escribas doctos en el reino de Dios y hay una
comparación del tipo pragmática y afectiva. El punto de comparación es el gozo
de sacar de sus bienes más preciados tanto cosas antiguas como nuevas y gozarse
en ellas, así como la imagen del padre de familia que se goza en sus tesoros
antiguos y nuevos, el escriba docto en el reino de los cielos se goza de la
bendición del conocimiento[3] del viejo pacto y
de la llegada del nuevo pacto; de cómo es el perfeccionamiento del viejo.
[1]
Si bien, la parábola habla solo de escribas, se entiende por sinécdoque que se
refiere a todo aquel instruido y docto en las Escrituras; Jesús habitualmente
se refería a los escribas en compañía de fariseos, principales sacerdotes,
maestros de la ley o ancianos.
[2]
Era necesario transcribir o hacer copias las escrituras, ya que los pergaminos
de cuero en los que se hallaban las Escrituras con el tiempo se borraban. Este
proceso era exhaustivo: se contaban las palabras, la cantidad de veces que se
usaba cada letra y requería un proceso ritual de purificación. Finalmente, las
copias desgastadas se quemaban para que no hubiera error al leer copia con
alguna palabra o letra borrada.
[3]
Para los judíos, la sabiduría y la ley eran comparadas con un tesoro (cf. Mt.
13:44-46).
Keener, Comentario del contexto cultural de la
Biblia. Nuevo Testamento, págs. 78.