1.1 Sola Scriptura: Autoridad
El principio de la Sola Scriptura enseña que solo la Biblia es la
palabra de Dios autoritativa e inspirada, por consiguiente, la única fuente de
autoridad, y que es accesible para todos, es decir, que es capaz de ser
entendida con claridad, y se puede interpretar por medio de ella misma. Lo
anterior significa que la Biblia no necesita interpretación fuera de ella misma.
A diferencia de la Iglesia católica romana, el movimiento protestante no
planteaba que la iglesia era quien le otorgó su autoridad a las Escrituras,
sino simplemente reconoció la autoridad que ellas tenían en sí mismas, y es que
todo esto se reduce a la cuestión del origen de la autoridad. En el encabezado
al capítulo VII del libro I de la Institución de la Religión Cristiana, Juan
Calvino plantea:
Es una maldita impiedad decir que
la autoridad de la escritura depende del juicio de la iglesia.[1]
Dios es el origen de toda verdad y autoridad. Esta autoridad y verdad es
infalible. En contraste, cualquier idea humana cuyo pensamiento sea plasmado en
credos de la iglesia, confesiones de fe, tradición de la iglesia, obras
escritas de alguna persona notable, entre muchas otras expresiones que son
útiles y aptas para el fin que se establecieron, nunca podrán ser consideradas
como infalibles debido a su origen humano; todas estas obras están sujetas a
errores. Estas obras son autoridades secundarias subyugadas a la autoridad
absoluta que es reconocida en la Biblia, sus conclusiones e ideas no pueden
utilizarse para argumentar doctrinalmente al mismo nivel de jerarquía de la
Biblia. Las obras secundarias de autoridad eran reconocidas por lo protestantes
como válidas, pero subordinadas a la autoridad de Dios y derivadas de la misma.[2]
Lo humano no puede subordinar lo divino, y éste es el principio
fundamental que se rescatará en este libro en cuanto a la fuente de autoridad y
revelación. No hay concilio, confesión de fe u otra obra que tenga la autoridad
de divina de la Biblia. Al día de hoy, en la práctica muchos protestantes alzan
sus confesiones de fe y escritos de autores notables a un nivel de cuasi
infalibilidad. Extractos de estas obras son a menudos utilizados como
argumentos para defender y sostener ciertas doctrinas, más allá del texto
bíblico en sí.
Otra expresión de esto mismo es cuando se abandona la convicción de
infalibilidad de las Escrituras y se obedece la autoridad de la enseñanza de la
iglesia como autoridad superlativa,[3] la que muchas veces
recae en la figura del pastor de la congregación local. Este fenómeno es más claramente
visible en congregaciones evangélicas de índole neo-pentecostal, las cuales
dicen recibir revelaciones provenientes del Espíritu Santo[4] directas a
personajes prominentes dentro de la iglesia, revelaciones que en la práctica pasan
a ser la norma máxima. Esto es similar a la doctrina católica sobre la
infalibilidad papal, y es que las desviaciones en este sentido no son
exclusivas del catolicismo, sino que obedecen a nuestra propia naturaleza caída
y a la humana sed de ser el centro y desplazar a Dios del primer lugar, de
tomar relevancia dentro de la revelación divina. Luego de la anterior cita de
la Institución de la Religión Cristiana, Calvino atribuye la autoridad de las Escrituras
enteramente a Dios, destacando su procedencia divina; como si se tratara de la
forma en que Él hace pública su verdad y, por lo tanto, el canal por el cual se
comunica con el hombre:
Pero puesto que Dios no habla cada
día desde el cielo, y que no hay más que las solas Escrituras en las que Él ha
querido que su verdad fuese publicada y conocida basta el fin, ellas no pueden
lograr entera certidumbre entre los fieles par otro título que porque ellos
tienen por cierto e inconcuso que han descendido del cielo, como si oyesen en
ellas a Dios mismo hablar por su propia boca.[5]
Por norma básica aceptamos como protestantes el principio dogmático de la
inspiración divina de las Escrituras. Como Calvino reconoce en la cita
anterior, la Biblia tiene la cualidad de ser un escrito el cual como que
escuchó a Dios mismo hablar por su boca. Los reformadores creían firmemente que
la Biblia era la Palabra inspirada de Dios y al mismo tiempo consideraron la
Biblia como la más alta autoridad, por lo tanto, en todas las disputas
teológicas la Biblia era tenía que ser la autoridad que resolviera tales
disputas. En contra de la infalibilidad de la iglesia, los reformadores
defendían la infalibilidad de la Biblia. Los adherentes a la reforma tenían por
norma principal que la iglesia no determina lo que la Biblia enseña, sino que
la Biblia determina lo que la iglesia debe enseñar.[6]
[1]
Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana: Tomo I,
Quinta Edición (Barcelona: FELiRe, 1999), pág. 30.
[2] Sproul,
¿Qué es la teología reformada?, pág. 44.
[3]
Ibíd. pág. 54.
[4]
Por ejemplo, la organización denominada “Nueva Iglesia Apostólica
Internacional” tiene dentro de su catecismo que “Una demostración fundamental
de que después de haberse ido Jesucristo a su Padre, el Espíritu Santo
revelaría cosas nuevas, es decir, cosas hasta allí ocultas, se encuentra en
Juan 16:12-14: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la
verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que
oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Con ello Jesucristo
prometió a sus Apóstoles que a través del Espíritu Santo recibirían más
información sobre la naturaleza de Dios y su plan de salvación”. Más adelante,
se asegura en su catecismo que “Además, el Espíritu Santo transmite al
apostolado nuevos reconocimientos sobre el obrar de Dios y su plan de
salvación, los que no obstante estar insinuados en la Sagrada Escritura, aún no
fueron revelados por completo”. Muchas otras organizaciones evangélicas
llamadas apostólicas y neo-pentecostales que, entre otras, abrazan la idea que
en la actualidad es válido nombrar apóstoles y profetas, plantean que en la
actualidad hay revelación extra bíblica proveniente del Espíritu Santo.
Ver las citas anteriores en:
http://www.nak.org/es/catecismo/1-las-revelaciones-de-dios/13-las-revelaciones-actuales-del-espiritu-santo/
[5]
Calvino, Institución de la Religión Cristiana: Tomo I, pág. 30.
[6]
Louis Berkhof, Principios de interpretación Bíblica (Grand Rapids:
Libros Desafío, 2005), pág. 25.