2.1 Métodos de interpretación: Método Alegórico
No muy lejos de los ejemplos anteriores, encontramos el método alegórico
o alegorización. La interpretación de las Escrituras está condicionada por la
concepción de una fuerte reverencia hacia cada detalle de un relato,
entendiendo cada término de un relato como una idea en si misma más profunda y
compleja que debe ser decodificado expresión por expresión e independiente de
su contexto. El objetivo es encontrar múltiples profundidades de sabiduría. Este
método es bastante antiguo y ha estado presente en la historia de forma consistente,
desde Filón en el judaísmo helenístico,[1] pasando por los
padres de la iglesia como Clemente de Alejandría[2] hasta nuestros días
en el cristianismo contemporáneo. Clemente y sus discípulos reconocían el
sentido literal de la Biblia, pero tenían la opinión de que este sentido solo
podía entregar conocimiento superficial sobre Dios y que solo la interpretación
alegórica podía entregarnos conocimiento profundo y genuino. Compartían la
misma opinión, tanto predecesores como sucesores que utilizaban este método.
Existen numerosos ejemplos del uso del método alegórico. Un ejemplo bastante
recurrente dentro de la literatura relacionada a la hermenéutica para este
método es la interpretación de San Agustín a la parábola del buen samaritano:
Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó: se trata de Adán; Jerusalén es la ciudad celeste de la paz, de cuya
bienaventuranza cayó Adán; Jericó designa la luna y significa nuestra
mortalidad, porque la luna nace, crece, mengua y muere. Los ladrones son el
demonio y sus ángeles. Los cuales le despojaron, es decir, le privaron de su
inmortalidad; le golpearon, incitándole a pecar; y le dejaron medio muerto,
porque el hombre vive en la medida en que es capaz de conocer y comprender a
Dios, y está muerto en la medida en que es debilitado y oprimido por el pecado;
por eso se le califica de medio muerto. El sacerdote y el levita que le vieron
y pasaron de largo designan al sacerdocio y al ministerio del Antiguo
Testamento, que eran incapaces de procurar la salvación. Samaritano significa
«guardián», y este nombre designa al mismo Señor. El vendar las heridas es la
represión del pecado. El aceite es el consuelo de la buena esperanza; el vino,
la exhortación a trabajar con espíritu fervoroso. La cabalgadura es la carne en
que el Señor se dignó venir a nosotros. El ser colocado sobre la cabalgadura es
la fe en la encarnación de Cristo. La posada es la Iglesia, donde los viajeros
que regresan a su patria celestial reparan sus fuerzas después de la
peregrinación. El otro día es el que sigue a la resurrección del Señor. Los dos
denarios son los dos preceptos del amor o bien la promesa de esta vida y de la
futura. El posadero es el Apóstol Pablo. El pago supererogatorio es su consejo
del celibato o bien el hecho de que él trabajara con sus propias manos para no
ser una carga a ninguno de los hermanos más débiles cuando el evangelio estaba
en sus comienzos, aunque le era legítimo «vivir del evangelio».[3]
Milton Terry ejemplifica este método con citas de interpretaciones de
Clemente sobre pasajes del Antiguo Testamento, influenciado por la
interpretación alegórica propia de los judíos de Alejandría de ese tiempo:
Alegorías análogas abundan en los
primitivos padres cristianos. Así vemos que Clemente de Alejandría, comentando
sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el halcón, el águila y el
cuervo, hace la siguiente observación: El cerdo es el emblema de la codicia
voluptuosa y sucia, de alimento... El águila indica latrocinio, el halcón
injusticia y el cuervo voracidad. Acerca de Éxodo 15:1, Jehová se ha
magnificado... echando en la mar al caballo y su jinete. Clemente observa: Al
efecto brutal y con muchos miembros, la codicia, con el jinete montado, que da
las riendas a los placeres, lo lanza al mar, -arrojándolos a los desórdenes del
mundo.[4]
Según José María Martínez,[5] desde el tiempo de
Agustín hasta la reforma, la alegorización fue ama y señora de la hermenéutica
bíblica. Esto se explica porque en el catolicismo, desde el tiempo de Agustín,
la Biblia era considerada como un texto que contenía profundos secretos de
Dios, quien era visto como un ser trascendente e infinitamente superior al hombre
y que plasmó muchos mensajes ocultos a simple vista en las Escrituras. El
sentido más literal y directo de las Escrituras era considerado como demasiado
elemental y básico como para ser considerado al nivel de le revelación más
oculta y profunda que se podía encontrar mediante el uso de la alegoría.[6] El significado
profundo y oculto de las Escrituras podía admitir sin problemas múltiples
mensajes e interpretaciones de un mismo texto. Esto es conocido como la
Polivalencia Clásica. Este principio fue desarrollándose en el tiempo medieval,
hasta la formulación de la cuadriga; como se expuso anteriormente la cuadriga
buscaba varios sentidos de un mismo texto. Los reformadores protestaban contra
esta práctica, en parte por los múltiples sentidos que se hallaba a un texto,
pero también por su fuerte alegorización que diluía el mensaje central de las Escrituras
a la libre inventiva del intérprete. Al respecto, Lutero comenta:
Ninguna conclusión ni leguaje
figurativo debe admitirse para modificar la escritura, a menos que así lo
requieran las circunstancias textuales evidentes… Más bien, en todo lugar
debemos adherir al significado simple, puro y natural de las palabras. Esto
concuerda con las reglas de la gramática y el uso del lenguaje (usus loquendi)[7] que Dios le dio
al hombre. Porque si a cada cual se le permite inventar conclusiones y figuras
del lenguaje a su antojo… no se podría determinar ni probar nada con certeza en
relación a ningún artículo de fe al cual los hombres no pudiesen encontrarle
alguna falta mediante alguna figura del lenguaje. En lugar de eso, debemos
evitar, como al veneno más letal, cualquier lenguaje figurado que la escritura
misma no nos imponga.[8]
[1]
Farrar, op. cit., pág. 22.
[2]
Ibíd. pág.183.
[3]
San Agustín, Quaestiones Evangeliorum, III, 19. Citado de C. H. Dodd, Las Parábolas del Reino, Segunda Edición
(Madrid: Ediciones Cristiandad, 2001), págs. 22 y 23. Este ejemplo también
es utilizado por muchos autores del área de la hermenéutica en distintas obras,
como: Gordon Fee y Douglas Stuart, Lectura eficaz de
la Biblia (Miami: Editorial Vida, 1981), páginas 119-120; Rob Haskell, Hermenéutica,
Interpretación eficaz hoy (Barcelona: Editorial CLIE, 2009), pág. 121; José
M. Martínez, Hermenéutica Bíblica (Barcelona: Editorial CLIE, 1984),
pág. 455, entre otros.
[4]
Terry, Hermenéutica, pág. 10.
[5]
Martínez, Hermenéutica Bíblica, pág. 73.
[6]
En este razonamiento hay una profunda influencia griega neo platónica, las
cuales valoraban y enfatizaban en lo eterno y trascendente por sobre lo
histórico y temporal. Esta escuela también tiene una alta estima de la alegoría
como fuente de conocimiento.
[7]
Expresión del latín que significa “uso de habla” o uso común. El significado de
las palabras en la época en que fueron incluidas en el texto.
[8]
Martín Lutero, What Luther Says: An Anthology (St. Louis: Concordia,
1959), 2:551, tomado de Sproul, ¿Qué es la teología reformada?, pág. 59.