12.6 Evangelios III: en el monte de los olivos: Persecución a los discípulos



Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (Mt. 24:9-13).

 El registro de Mateo registra que Jesús dijo a los discípulos que serían aborrecidos por “todas las gentes”, donde la palabra griega es ἔθνος “éthnos” (G1484) y se refiere específicamente a los gentiles, de la misma manera en que se utilizaba la palabra hebrea גּויי góii” (H1471),[1] haciendo referencia acá como persecutores a los gentiles.

En este sentido, Tácito —y también otros— documentaron que en Julio del año 64 d.C., Nerón inició un gran incendio en Roma, de lo cual culpó a los cristianos, persiguiéndolos y matándolos cruelmente; prendiéndoles fuego para usarlos como antorchas humanas.[2] Pedro por su parte exhortó a sus contemporáneos cristianos a soportar los padecimientos que atravesaban, y si morían que no temieran, sino que glorificaran a Dios por ello y confiaran en Él (1 Pe. 4:12-19, cf. 1:6-7). Pedro se hizo alusión específicamente a una “prueba de fuego” que les sobrevino (1 Pe. 4:12), la cual se refiere probablemente a esta persecución que inició Nerón por todo el Imperio Romano. Así como Pablo, también Juan se identifica como “copartícipe vuestro en la tribulación” (Ap. 1:9), copartícipe en esto con las siete iglesias de Asia Menor a las que escribió, desterrado por Nerón.[3]

En Lc. 21:17, Jesús dijo: “y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (cf. Mr. 13:13), lo cual Juan —oyente directo de los dichos de Jesús— reconoce como algo predicho en tiempos previos a la caída de Jerusalén, como una profecía de su Señor cumpliéndose en el tiempo de su propia vida: “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Jn. 3:13 cf. Jn. 15:18). Juan entiende que el mensaje del evangelio encontraría oposición por el mundo —que el mundo les aborrecería— porque Jesús lo había predicho, no debería ser motivo de asombro. En Mt. 24:10 Jesús profetiza que sus oyentes, los discípulos, serían también entregados y traicionados; de esto testifica Pablo: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon” (2 Ti. 4:16, cf. 1:15, 4:10, 2 Co. 1:3-9, 2:4, 4:8-9, 7:5).

Dentro de todo este ambiente revuelto por calamidades, oposición y guerras, Jesús, según los registros de Marcos y Lucas, advierte a sus seguidores que se enfoquen en su labor:

 

Pero MIRAD POR VOSOTROS MISMOS; porque os entregarán a los CONCILIOS, y en las SINAGOGAS os azotarán; y delante de gobernadores y de reyes os llevarán por causa de mí para testimonio a ellos. (Mr. 13:9, énfasis añadido, cf. Lc. 21:12).

 Estos que azotarían y aborrecerían a los discípulos de Cristo en los concilios y sinagogas, son los judíos —la generación mala y adúltera— a los cuales Jesús les profetizó que perseguirían y azotarían a los enviados por el Señor —como si estuvieran defendiendo la verdadera causa de Dios (Jn. 16:1-3)— ya que estos judíos hipócritamente afirmaban que no cometerían los mismos pecados de sus antepasados (Mt. 23:30): [4]

 

Por tanto, he aquí yo os ENVÍO PROFETAS Y SABIOS Y ESCRIBAS; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras SINAGOGAS, y perseguiréis de ciudad en ciudad. (Mt. 23:34).

 Como ya se trató el tema también anteriormente,[5] los mismos relatos bíblicos narran como sistemáticamente los judíos persiguieron y se opusieron al cristianismo. Esto para que terminen de colmar la culpa de sus antepasados (Mt. 23:32, cf. Lc. 13:33). Jesús anuncia un tiempo de desenfreno de maldad de parte de los judíos: junto con el alzamiento en guerras, siguiendo a falsos profetas y organizando matanzas de todo tipo, los judíos perseguirían también a los discípulos de Cristo. El cumplimiento de esto se ve en muchos episodios registrados por Lucas en Hechos, donde los judíos siempre fueron los grandes antagonistas del cristianismo: matando, azotando, encarcelando, apedreando a los apóstoles e incitando también al resto a hacer lo mismo, como se ve en los siguientes pasajes: Hch. 4:1-3, 5:17-19, 7:54-60, 8:1-3, 9:1-14, 12:1-5, 13:50, 14:19, 17:1-9, 17:13, 18:6, 20:3, 20:19, 21:27-36, 23:12-15, 26:11. Esta persecución es referida también por Pablo, quien se identifica con ella e incluye a la iglesia como soportantes de esta aflicción constante (2 Co. 11:24-27, 1 Tes. 2:15, 2 Tes. 1:4-5, entre otros).

Las epístolas apostólicas en general dedican gran parte de su contenido en alentar a los cristianos del primer siglo a permanecer en la fe, a no dejarse llevar por las corrientes del mundo, a permanecer en amor; todo para hacer frente a toda la persecución, odio y maldad que reinaba en aquella generación, la cual podría enfriar el amor de muchos (v. 12).

Jesús ya hubo advertido de esto anteriormente en Mt. 10:16-25, también dijo que en medio de esta persecución que se levantaría contra ellos sucedería la venida del Hijo del Hombre (Mt. 10:23, cf. 24:3).[6]

Como lo había predicho Jesús: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre… Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 24:9, 12). En vista de lo comentado anteriormente un pasaje con las mismas advertencias en el evangelio de Mateo:[7] “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 10:22), se entiende entonces esta promesa de salvación en el sentido que todo aquel que no quisiera completar su misión de llevar el evangelio del reino por temor a perder la vida, sería reunido junto con los otros judíos malos para ser destruidos juntamente en cuerpo y alma en el infierno —el cual es el asedio romano a Jerusalén como la exclusión del alma del reino de Dios en los cielos— sin embargo los que perseveraron resplandecerían en el reino de Dios (Mt. 13:43). En otras palabras, quienes perseveren o bien se salvarán de ser destruidos en la condena que sucedería en la tierra y por consiguiente también su alma, o bien mueren, pero gozosos porque en los cielos tendrían un galardón (Mt. 19:28-29, 1 Pe. 4:16-17).



[1] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 34:1 donde se analiza el uso de estas palabras en la profecía del Antiguo Testamento y su alcance.

[2] Tácito, Anales 15.44. Se identifican otros castigos atroces de parte de Nerón, como que eran despedazados vivos por perros o crucificados. Acá Tácito también describe que el vulgo aborrecía a los cristianos por sus prácticas, consideradas desenfrenadas (refiriéndose seguramente a la eucaristía, donde “comían” el cuerpo de Cristo y bebían su sangre).

Clemente identifica dentro de las víctimas de Nerón a muchos cristianos prominentes, incluso a Pedro y Pablo (1 Clemente 5:2). Tomado de DeMar, Wars and Rumors of Wars, pág. 70, también este hecho se documenta en Eusebio, Historia Eclesiástica, págs. 114-115, Historia Ecl. 2.25.5.

[3] Esto según Jerónimo (Contra Joviniano 1:26) quien añadió a lo dicho anteriormente por Tertuliano (La prescripción de los herejes 36), quien afirmo que Juan fue desterrado a Patmos por los romanos luego de que no pudieron matarle tras sumergirlo en aceite hirviendo.

[4] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre La generación mala y adúltera para un análisis más extenso de este tema.

[5] Ibíd.

[6] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre La segunda venida en la vida de los apóstoles I para más detalles sobre esto.

[7] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Cuerpo y alma en el infierno. 

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