La profecía predictiva y apocalíptica no se halla como una serie de
condenas sin contexto o propósito, en general poseen una estructura lógica
compuesta de cuatro tópicos. Esta estructura no
necesariamente se condice con el orden de redacción de estos textos.
A) Presentación del oráculo. Las profecías parten con alguna
declaración del tipo: “Palabra de Jehová que vino a…”, “Vino palabra de Jehová
a…”, “Profecía para/a/sobre…”. Esta presentación encabeza la profecía y tiene
el propósito de esclarecer que estos dichos no vienen de la voluntad de un
hombre corriente, sino que son palabras que Dios mismo transmite mediante el
profeta, traspasándole toda su autoridad. Otro asunto de gran relevancia en la
presentación del oráculo, es que se identifica al receptor de la profecía.
Normalmente se halla en el primer versículo de cada profeta menor y como
encabezado en alguna profecía puntual en otros libros.
B) Antecedentes y la denuncia del pecado. No siempre puesto en
este orden dentro de la profecía apocalíptica, pudiéndose intercambiar con el tópico
siguiente, acá se detalla el aspecto en que el pueblo de Dios ha quebrantado el
pacto o el delito que ha cometido otro pueblo y que hubo significado la ira del
Señor sobre aquella gente (Hab. 1:2-4, Am. 2, Os. 1:2, Abd. 1:3, 10-14, entre
otros). Por lo general se trata sobre la deslealtad de Israel y Judá hacia Dios
o sobre alguna otra nación que ha atacado a la gente del pacto.
C) El anuncio de juicio. Como tercer tópico, se aprecia el más
llamativo y característico de los asuntos que trata la profecía apocalíptica. Dios
—fiel a su justicia y de acuerdo a las faltas identificadas— formula la
retribución al pecado del pueblo hallado culpable. Hay ciertos pasajes clave
para identificar en qué consisten estos juicios, estos son Lev. 26, Dt. 4, 28,
29 y 32. De estos pasajes se pueden clasificar básicamente dos clases de
juicio: Juicios Naturales y Juicios Bélicos. Los Juicios Naturales son
generalmente una primera advertencia de Dios por el incumplimiento de su pacto,
en esto se encuentran las sequías, pestilencias, hambres, enfermedades, entre
otras. Los Juicios Bélicos son bastante más severos y generalmente son
catastróficos, consisten en derrotas, sitios, ocupación, abusos de guerra,
muerte, destrucción, y pueden llevar al pueblo condenado a la deshonrosa
condena del exilio del lugar que habita el pueblo para ser disperso entre otras
naciones extranjeras, amenazado con poner fin a la nación. Este último tópico
se extenderá en el capítulo siguiente, sin embargo, se puede anticipar que hay
uso de un lenguaje altamente figurado para referirse a una catástrofe venidera
que históricamente ha de corresponder a la invasión de una potencia mayor al
pueblo hallado culpable.
El anuncio de destrucción va acompañado de llamados al arrepentimiento
que de ser eventualmente atendidos, podrían incluso revertir la sentencia que
proclama Dios mediante el profeta (véase Jon. 3:10 y Jer. 18:7-8).
Otro aspecto sobre este tópico es que el lenguaje utilizado en el anuncio
de juicio (tanto natural como bélico) corresponde en su mayoría a figuras e
imágenes organizadas bajo el antiguo lenguaje poético judío —quiasmos,
paralelismos, espirales y reiteraciones— y no en un estricto
orden lineal o consecutivo, como sería la usanza occidental moderna de hacerlo.
Estos anuncios de juicios pueden ser profetizados por un profeta, muchos años
antes que tomen lugar en la historia, y luego de acercado el tiempo de su cumplimiento,
estas profecías vuelven a ser proclamadas por otro profeta de Dios, incluso
bajo un lenguaje algo distinto que los profetas anteriores que profetizaron
sobre lo mismo.
D) Promesa de restauración. Finalmente, la profecía deja
vislumbrar la gran misericordia del Señor cuando el pueblo juzgado es Israel.
No se trata nunca de un exterminio absoluto, sino que Dios fiel a su
misericordia ejecuta un castigo que tiene por propósito hacer que el pueblo se
humille ante el Señor y sean motivados a renovar los votos del pacto (Is. 40,
54).
Es vital entender que en cada momento de castigo
de Dios a su pueblo siempre se deja en claro que el propósito no es erradicar
al pueblo sino de corregir y purificar, quedando siempre un remanente de justos
que continuarían recibiendo las promesas de Dios debido a su fidelidad (cf. Is.
37:32, 44:26, Jer. 23:3, y otros).