6.5 El lenguaje en la profecía: Estructura

 


La profecía predictiva y apocalíptica no se halla como una serie de condenas sin contexto o propósito, en general poseen una estructura lógica compuesta de cuatro tópicos.[1] Esta estructura no necesariamente se condice con el orden de redacción de estos textos.

 A) Presentación del oráculo. Las profecías parten con alguna declaración del tipo: “Palabra de Jehová que vino a…”, “Vino palabra de Jehová a…”, “Profecía para/a/sobre…”. Esta presentación encabeza la profecía y tiene el propósito de esclarecer que estos dichos no vienen de la voluntad de un hombre corriente, sino que son palabras que Dios mismo transmite mediante el profeta, traspasándole toda su autoridad. Otro asunto de gran relevancia en la presentación del oráculo, es que se identifica al receptor de la profecía.

Normalmente se halla en el primer versículo de cada profeta menor y como encabezado en alguna profecía puntual en otros libros.

 B) Antecedentes y la denuncia del pecado. No siempre puesto en este orden dentro de la profecía apocalíptica, pudiéndose intercambiar con el tópico siguiente, acá se detalla el aspecto en que el pueblo de Dios ha quebrantado el pacto o el delito que ha cometido otro pueblo y que hubo significado la ira del Señor sobre aquella gente (Hab. 1:2-4, Am. 2, Os. 1:2, Abd. 1:3, 10-14, entre otros). Por lo general se trata sobre la deslealtad de Israel y Judá hacia Dios o sobre alguna otra nación que ha atacado a la gente del pacto.

 C) El anuncio de juicio. Como tercer tópico, se aprecia el más llamativo y característico de los asuntos que trata la profecía apocalíptica. Dios —fiel a su justicia y de acuerdo a las faltas identificadas— formula la retribución al pecado del pueblo hallado culpable. Hay ciertos pasajes clave para identificar en qué consisten estos juicios, estos son Lev. 26, Dt. 4, 28, 29 y 32. De estos pasajes se pueden clasificar básicamente dos clases de juicio: Juicios Naturales y Juicios Bélicos. Los Juicios Naturales son generalmente una primera advertencia de Dios por el incumplimiento de su pacto, en esto se encuentran las sequías, pestilencias, hambres, enfermedades, entre otras. Los Juicios Bélicos son bastante más severos y generalmente son catastróficos, consisten en derrotas, sitios, ocupación, abusos de guerra, muerte, destrucción, y pueden llevar al pueblo condenado a la deshonrosa condena del exilio del lugar que habita el pueblo para ser disperso entre otras naciones extranjeras, amenazado con poner fin a la nación. Este último tópico se extenderá en el capítulo siguiente, sin embargo, se puede anticipar que hay uso de un lenguaje altamente figurado para referirse a una catástrofe venidera que históricamente ha de corresponder a la invasión de una potencia mayor al pueblo hallado culpable.

El anuncio de destrucción va acompañado de llamados al arrepentimiento que de ser eventualmente atendidos, podrían incluso revertir la sentencia que proclama Dios mediante el profeta (véase Jon. 3:10 y Jer. 18:7-8).

Otro aspecto sobre este tópico es que el lenguaje utilizado en el anuncio de juicio (tanto natural como bélico) corresponde en su mayoría a figuras e imágenes organizadas bajo el antiguo lenguaje poético judío —quiasmos, paralelismos, espirales y reiteraciones—[2] y no en un estricto orden lineal o consecutivo, como sería la usanza occidental moderna de hacerlo. Estos anuncios de juicios pueden ser profetizados por un profeta, muchos años antes que tomen lugar en la historia, y luego de acercado el tiempo de su cumplimiento, estas profecías vuelven a ser proclamadas por otro profeta de Dios, incluso bajo un lenguaje algo distinto que los profetas anteriores que profetizaron sobre lo mismo.

 D) Promesa de restauración. Finalmente, la profecía deja vislumbrar la gran misericordia del Señor cuando el pueblo juzgado es Israel. No se trata nunca de un exterminio absoluto, sino que Dios fiel a su misericordia ejecuta un castigo que tiene por propósito hacer que el pueblo se humille ante el Señor y sean motivados a renovar los votos del pacto (Is. 40, 54).

    Es vital entender que en cada momento de castigo de Dios a su pueblo siempre se deja en claro que el propósito no es erradicar al pueblo sino de corregir y purificar, quedando siempre un remanente de justos que continuarían recibiendo las promesas de Dios debido a su fidelidad (cf. Is. 37:32, 44:26, Jer. 23:3, y otros).

[1] Martínez, Hermenéutica Bíblica, págs. 299-304.

[2] Ver sección sobre Reiteración.

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