11.3 Evangelios II: parábolas y anuncios: La entrada en el reino de Dios
No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mt. 7:21-23).
Por providencia divina con su verdadero pueblo, aquellos desventurados
excluidos del reino de Dios quedarían a merced del castigo de fuego del ‘día
del Señor’.
Es una tónica en los evangelios sinópticos la condena de Jesús a aquella
generación, calificándola de mala y adúltera, sobre todo a la clase religiosa
judía; el cuarto evangelio indica de forma más frecuente a los judíos en
general como los antagonistas del ministerio de Cristo. Si bien, todos ellos
son generalmente los aludidos de forma negativa en muchas de las parábolas de
Jesús, acá se refiere a un grupo especial: los falsos profetas. Esto se
corresponde con lo que viene siendo la tónica del relato. En el v. 15, Jesús
advierte: “Guardaos de los falsos profetas”, en Mt. 24:5, 11 y 24 se advierte
de esto también como señal de los últimos días, en las cartas de Pablo también
se indica en muchas ocasiones —principalmente en las cartas a Timoteo (1 Ti.
1:3, 4, 6, 7, 19, 4:1-3, 6:20, 21, 2 Ti. 2:16-18, 3:1-6, 8, 13, 4:3-4)— de
falsos profetas asociados a los últimos días. Posiblemente, muchos de estos profesaron
aparentemente fe por Cristo en algún momento, pero se volcaron a otras
doctrinas como volver a prácticas legalistas para hacerse judaizantes, dejando así
de lado la gracia del nuevo pacto y su gozo, o quizá cayeron en otro tipo de
engaños, o cayeron en vanidades propias, buscando de alguna forma ser
reconocidos y exaltados (ver Mt. 13:5-7, 20-21).
La relación de esto con el ‘día del Señor’ se ve en que un factor que incidió
en que los judíos iniciaran la revuelta contra los romanos, fue precisamente
que falsos profetas incitaron a los judíos a la rebelión, asegurándole al
pueblo, mediante supuesta revelación de Dios, que tendrían asegurada su
victoria en contra de los invasores ya que Dios estaba con ellos, de forma
semejante quizá a lo relatado en 2 Re. 19:35 contra los asirios. El testimonio
de Josefo sobre esto es abundante y claro:
Porque aquellos hombres,
engañadores del pueblo, pretendiendo con sombra y nombre de religión hacer
muchas novedades, hicieron que enloqueciese todo el vulgo y gente popular,
porque se salían a los desiertos y soledades, prometiéndoles y haciéndoles
creer que Dios les mostraba allí señales de la libertad que habían de tener.[1]
Pero mayor daño causó a todos los
judíos un hombre egipcio, falso profeta: porque, viniendo a la provincia de
ellos, siendo mago, queríase poner nombre de profeta, y juntó con él casi
treinta mil hombres, engañándolos con vanidades, y trayéndolos consigo de la soledad
adonde estaban, al monte que se llama de las Olivas, trabajaba por venir de
allí a Jerusalén, y echar la guarnición de los romanos, y hacerse señor de todo
el pueblo.[2]
El miserable pueblo, creía a los
que les engañaban en nombre de Dios. Las señales que se mostraban,
manifiestamente anunciaban la inminente destrucción, pero ni las advertían ni
aun las querían creer, estaban atónitos y sin sentido, como hombres ciegos y
sin almas, disimulaban todo cuanto Dios les descubría.[3]
[1]
Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 128, Guerras 2.13.4.
[2]
Ibíd. Guerras 2.13.5.
[3]
Ibíd. pág. 322, Guerras 6.5.3. cf. Antigüedades 20.8.6.
[4]
30 de agosto del 70 d.C. del calendario gregoriano.
[5]
Luego de 5 meses de resistencia, al caer el Templo los judíos se desmoralizaron
tremendamente: luego de esto, Jerusalén completa cayó en poco más de una semana
porque los judíos habían comprendido que no contaban con el favor de Dios,
siendo entregados a la maldición del dominio extranjero (Mal. 4:6, Lev.
26:14-17). Los falsos profetas influyeron enormemente en hacer creer al pueblo
que Dios les favorecía, e incluso, que Dios mandaba a rebelarse contra los
romanos por ser paganos, como en la Revuelta de los Macabeos (167–160 a.C.)
contra Antíoco IV Epífanes, donde lograron prevalecer sobre el poder griego
seléucida y expulsar a los paganos idólatras que les dominaban.