3.2 Características del lenguaje hebreo: Absolutismo

 


Thomas Edward Lawrence, arqueólogo y aclamado militar del ejército británico que sirvió destinado a Egipto y a la península arábiga durante la Primera Guerra Mundial, cuenta en su libro autobiográfico sus impresiones acerca del pueblo árabe de principios del siglo XX:

 

Ya desde el principio, en mi primer encuentro con ellos, hallé una universal claridad o dureza en sus creencias, casi matemática en su limitación y repelente por su forma impasible. Los semitas carecían de medias tintas en su registro visual; era un pueblo de colores primarios, o más bien de blancos y negros, que veía siempre al mundo en sus contornos. Era un pueblo dogmático que despreciaba la duda (…) No entendían nuestras dificultades metafísicas, nuestras introspecciones. Conocían solamente la verdad y la mentira, la creencia y la incredulidad, sin nuestro vacilante séquito de sombras sutiles. Este pueblo era blanco y negro no solo en su visión sino en su íntima constitución. (…) Sus pensamientos se sentían cómodos solo en los extremos. Vivían entre superlativos por gusto.[1]

 

Este ejemplo es utilizado por quién fue el profesor de exégesis bíblica en la Universidad de Oxford, G. B. Caird, en su libro The language and imagery of the Bible[2] para ilustrar a la cultura beduina en arabia, ejemplo que en su opinión era totalmente aplicable también a la antigua cultura hebrea. Esto refleja la manera de pensar de los semitas; en extremos, en términos superlativos. De esta manera se ilustra que para los pueblos semíticos era la tónica expresarse en términos absolutos simples y sin matices, comunicando sus ideas en términos como de luz u oscuridad, bueno o malo, amor u odio, verdad o mentira, credulidad o incredulidad.

El nivel más básico del uso del lenguaje figurado es el absolutismo. Se refiere al uso de calificativos de forma superlativa cuando en realidad se quiere referir a un término intermedio. El absolutismo constituye un recurso literario clasificable como una figura de dicción, pero también se puede considerar dentro de las figuras de significado, debido a que no es un mero ajuste sintáctico en el estilo de la escritura solamente, como lo son las figuras de dicción, sino que hay cambios en el sentido de las palabras. Este fenómeno es encontrado ampliamente en el Antiguo y Nuevo Testamento. Cuando se encuentre un texto expresado en términos absolutos, se debe considerar la posibilidad que realmente se quiera expresar algo dentro matices y no en los términos superlativos que se expresa. El absolutismo se puede clasificar como un recurso literario, pero más que nada es reflejo de la manera común que tenían los antiguos hebreos para expresarse.

Tenemos como absolutismo el uso de las palabras amor y odio. Cuando el hebreo usa estas palabras, puede querer decir con ellas afecto y menosprecio, usando un absolutismo para expresar una preferencia. Donde normalmente se diría “prefiero a uno sobre otro”, el lenguaje hebreo preferentemente diría “amo a uno y aborrezco al otro”. La expresión “y [Jacob] amó más a Raquel que a Lea” (Gn. 29:30 LBLA) es intercambiable con la expresión “Vio el Señor que Lea era aborrecida” (Gn. 29:31 LBLA) del versículo siguiente. En los versículos posteriores es claro que el narrador utiliza la misma palabra odio o aborrecimiento en sentido de “detestar” y en sentido de “amar menos”.[3] Este mismo absolutismo es empleado por Jesús, y es interesante notar que en un caso, Lucas ha registrado una locución al estilo semítico mientras que Mateo utiliza una expresión más apropiada para lectores griegos.

 

Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lc. 14:26).

 

El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. (Mt. 10:37).

 

Es claro que las anteriores son expresiones sinónimas, la primera bajo el absolutismo hebreo mientras que la segunda es una expresión adaptada al pensamiento griego, la cual contiene los matices de nuestra cultura occidental actual. En concordancia con la misma idea, tenemos principios relacionados expresados a la manera absolutista hebrea:

 

El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. (Juan 12:25).

 

Esto no debe interpretarse de forma textual, debe entenderse el absolutismo que conlleva. La expresión no quiere comunicar que el creyente deba despreciar y desechar su vida, más bien el entrar en el estado que Jesús llama la “vida eterna” implica entender que el Reino de Dios y sus propósitos son superiores a la vida terrenal con sus quehaceres mundanos, o que lo espiritual es lo que se debe buscar por sobre lo carnal. Esta idea también se expresa en el ejemplo de Lc. 14:26, donde la idea de aborrecer la propia vida se expresa como requisito para ser discípulo de Jesús, pero a la luz de lo expuesto, se debe interpretar como que se debe poner la propia vida en menor relevancia, por debajo de ser discípulo de Jesús a lo cual se llama a poner en primer lugar. Otro ejemplo similar en las enseñanzas de Cristo acerca de absolutismos referentes al amor y odio está en Mt. 6:24, donde en el mismo pasaje de forma explícita interpreta el lenguaje absolutista original de Jesús: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro (...)”. Es expreso en este caso que la combinación “amar-aborrecer” es sinónima a la expresión “estimar-menospreciar”.

Dentro del discurso de Jesús, también hay otros ejemplos de lenguaje absolutista, más complejos en su estructura que meros adjetivos. En Marcos 9:42-47 se encuentran ciertos mandatos que nos comandan que: “Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala”, “Y si tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo”, “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo”, como requerimientos para escapar de las penas del infierno y acceder al reino de Dios. Claramente la intencionalidad no era buscar que el creyente se amputase cada vez que peque, sino transmitir la gravedad del pecado del hombre ante la ley de Dios.

Otros ejemplos de expresiones absolutistas se pueden encontrar en: Dt. 3:26, usando la palabra enojo para referirse a desagrado, Job 2:6 donde se usa el término “guardar la vida” para referir solo a preservar, no matar, en 2 Co. 11:8 Pablo usa el término “He despojado a otras iglesias” como un absolutismo para referirse simplemente a que ha recibido un salario de otras iglesias, y en Pr. 23:2 “poner un cuchillo en la garganta” se refiere a abstenerse de comer apresuradamente.

También son frecuentemente encontrados en la profecía bíblica el uso de los adverbios “todo” o “ningún/nada” para referirse a puntualmente personas o lugares específicos,[4] generalmente usados en expresiones como “todas las naciones” para referirse solo a la tierra de Israel, a algún pueblo en particular —y por implicación a su gente—. Según sea el caso, como en los ejemplos anteriores, probablemente deban entenderse como absolutismos. Como ejemplo, en Is. 34:1-2 el profeta se expresa sobre el mundo y las naciones en términos de:

 

Acercaos, naciones, juntaos para oír; y vosotros, pueblos, escuchad. Oiga la tierra y cuanto hay en ella, el mundo y todo lo que produce, Porque Jehová está airado contra todas las naciones, e indignado contra todo el ejército de ellas (…)

 

Sin embargo, en los versículos posteriores es claro que se refiere meramente a Edom y no a todas las naciones del planeta. En Miq. 1:2 sucede de forma similar:

 

Escuchen, pueblos todos; preste atención la tierra y todo lo que hay en ella. Desde su santo templo el Señor, el SEÑOR omnipotente, será testigo en contra de ustedes. (NVI).

 

Basta retroceder un versículo para darse cuenta que esta profecía era exclusivamente para Israel y no para todos los pueblos del mundo. El profeta lo evidencia en el prólogo al decir: “(…) Ésta es la visión que tuvo acerca de Samaria y de Jerusalén” (Miq. 1:1 NVI). Esto constituye un absolutismo para crear un énfasis profético y dar un orden de magnitud superlativo a lo advertido por Dios a su pueblo. A esto también se le conoce como sinécdoque, figura que sustituye el todo por una parte o viceversa. Por otro lado, la condescendencia de Dios con Israel produce que la forma en que el Señor comunica su profecía sea familiar a los receptores directos de su mensaje, ya que como se vio en el primer ejemplo de la interacción del inglés T. E. Lawrence con los árabes, usado por G. B. Caird, el absolutismo era común en el lenguaje de los semitas.

Un nivel más en la escala hacia las figuras de significado es la hipérbole. El absolutismo en la literatura relacionada a figuras de este tipo, puede hallarse clasificado como un caso particular dentro de la hipérbole.

[1] T. E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría, Segunda Edición (Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2006), pág. 84. La publicación original en inglés es de 1926.

[2] Caird, The language and imagery of the Bible, pág. 110.

[3] Ibíd. pág. 111. Ver también Martínez, Hermenéutica Bíblica, pág. 146.

[4] Esta figura —al usarse de forma intencionada— también es conocida como una figura literaria de significado (tropo), llamada sinécdoque (sustitución o cambio), del tipo totum pro parte, o tomar el todo por una parte. La sinécdoque es una figura de relación que también puede sustituir la parte por el todo.

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