10.2 Evangelios I: antecedentes clave: Tishá be’Av

 


En el judaísmo rabínico —una de las actuales ramas del judaísmo— hoy se observa el día nueve (heb. “tishá”) del mes de Av, del calendario hebreo,[1] el Tishá be’Av (בְּאָב תִּשְׁעָה, lit. nueve de Av), para guardar ayuno y abstinencia de todo tipo ya que se le considera el día más triste de la historia de los judíos. Es la última fecha conmemorativa del calendario en el año hebreo. Es el mayor día de duelo y se prohíbe en aquel día: comer, beber, expresar cualquier clase de afecto o de alegría, saludarse, sentarse cómodamente (a más de 24 cm. de altura), usar cremas o perfumes, bañarse, incluso leer la ley, ya que trae contentamiento al alma (Sal. 19:8). En el calendario de eventos religiosos del judaísmo moderno, es en general el día de mayor pesar y constreñimiento, asemejándose en su ritual y aflicción al Yom Kippur (el día de la expiación). En aquel día se recuerdan las cinco grandes calamidades de la historia judía, que según la Mishná son:[2]

1.    El llanto de Israel por lo informado por los 12 espías que Moisés mandó a Canaán y la desesperanza del pueblo al ser condenados por Dios en que aquella generación no entraría a la tierra prometida por su incredulidad, siendo condenada a morir en el desierto (Núm. 14:29-30).

2.    La destrucción del Primer Templo, Jerusalén y Judea por los caldeos, junto con el exilio a Babilonia en el 586 a.C.

3.    La destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. por los romanos y la diáspora de casi dos milenios que generó.

4.    La destrucción del Segundo Templo por los romanos en el 70 d.C., poniendo fin para siempre al sacerdocio levítico y a sus prácticas ceremoniales.

5.    El fracaso de la revuelta de Simón bar Kojbá contra los romanos en el 135 d.C.[3]

Dentro de estas cinco calamidades, la más significativa es la destrucción del Segundo Templo por fuego[4] —que ardió durante el día 9 y hasta la mañana del día 10 de Av, por eso se establece aquella fecha[5]— y la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C., ya que las consecuencias de aquello fue que perdieran para siempre el único lugar autorizado para realizar el ritual levítico; desde aquel momento ya para un judío no es posible expiar su pecado y estar a cuentas con Dios. El pecado y la impureza de Israel, desde aquel momento y hasta ahora, no puede ser expiado bajo los reglamentos del antiguo pacto (Lev. 16:14-34) ya que el templo fue destruido. La religión judía desde aquel momento es incapaz de acercar al hombre con Dios, perdiendo todo sentido. Para Israel, la ciudad de Jerusalén y el Templo lo eran todo, y no solo en el aspecto religioso sino también en el social y el económico. El país, la cuidad y el templo eran para los judíos irremplazables ya que todo esto conformaba la morada de Dios; los judíos les conferían cierto grado de santidad única a los lugares que fueran más cercanos al templo y al Lugar Santísimo.[6] El Templo también era uno de los grandes hitos de unidad nacional para los demás judíos en la diáspora.[7] La destrucción de Jerusalén y su Templo significó la destrucción de toda la nación: no en un mero sentido tangible, sino también en lo intangible, en la pérdida de la única tierra prometida, la nación santa, la ciudad santa y su santo Templo. Esto también supuso el término del antiguo pacto, ya que al terminar para siempre con el sacerdocio levítico no hay forma de dar cumplimiento a las obligaciones del hombre. Recordar que, para el tiempo de los apóstoles, el antiguo pacto estaba pronto a desaparecer (Heb. 8:13). Durante la destrucción de Jerusalén, también fueron quemados los registros acerca del linaje levítico de los sacerdotes, por lo que posterior a eso tampoco hay certeza del linaje de quien reclamara ser descendiente de Aarón. Tan duro fue el golpe para el judaísmo que —como se ha dicho— año tras año y hasta hoy se levanta duelo por lo sucedido.

Luego de una serie de acontecimientos que se fueron desarrollando desde el año 66 d.C. —que se irán detallando durante esta tercera parte— ocurre el sitio de la ciudad de Jerusalén por parte de los romanos en el 70 d.C. En aquel momento la ciudad estaba atestada de judíos de todas partes —no solo de la tierra de Israel, sino también muchos judíos provenientes de otras regiones del Mediterráneo— que fueron a celebrar la pascua de aquel año en abril.[8] Se calculan 2.700.000 personas en aquel lugar sin contar a aquellos ceremonialmente impuros o gentiles simpatizantes,[9] es decir, más de 3 millones.[10] En los cinco meses que duró el sitio de la ciudad, mueren 1.100.000 judíos por peste y hambre.[11] Luego de los sucesivos avances de los romanos sobre las secciones amuralladas, destruyendo e incendiando, la ciudad cae totalmente el 7 de septiembre del año 70 d.C., momento en que según relata Flavio Josefo,[12] fue de implacable exterminio:

 

Está claro, que toda esta gran muchedumbre, era de muchos lugares; pero entonces parece que por sus hados y suerte toda la gente estaba encerrada como en una cárcel. Y estaba cercada la ciudad abarrotada de gente. El gran número de los que murieron, vence, pues, y excede en gran manera a toda pestilencia o exterminio humano, como enviada por Dios. Los romanos mataron y prendieron a todos los que se encontraban, escudriñaron los subterráneos y mataron a los que hallaban.[13]

 Finalmente, los romanos se llevaron cautivos a 97.000 sobrevivientes judíos como esclavos,[14] de los cuales muchos llegaron a Roma y supuestamente fueron forzados a construir el Coliseo, entre otras tareas.

Después de la guerra —conocida como La Gran Revuelta Judía— los romanos no permitieron a los diezmados judíos que quedaron, reconstruir su Templo. Así, el liderazgo espiritual que ejercía el Sumo Sacerdote —cuyo oficio queda obsoleto por la destrucción del Templo— pasa a los rabinos. Los eruditos y maestros de la ley pasan ahora a tener la influencia del Sanedrín y las sinagogas vienen a ser los lugares de reunión para la vida religiosa judía donde se realiza —a excepción de los sacrificios y rituales— la adoración y culto a Dios.[15] De esta forma termina para siempre el judaísmo sacerdotal que se conoce en la Biblia para dar paso al judaísmo rabínico. Desaparecen también en este tiempo las facciones judías de los saduceos, los esenios y los zelotes. Todo esto dejó una herida mortal al judaísmo como religión y al pueblo judío, la cual aún, muchos siglos después, no sana.

Como se verá en lo sucesivo, hay una innegable correspondencia entre las profecías bíblicas neotestamentarias y lo sucedido en este evento:

 

·      Es un evento propiamente posterior a la aparición de Juan el Bautista, como lo anuncia Jehová mediante profeta en Mal. 4:5.

·      Se ajusta perfectamente al castigo de Lev. 26:14-17 por quebrar el pacto: levantar la protección divina para dejar al pueblo del pacto a merced de invasores extranjeros (cf. 26:25, 26:33, Dt. 28:41-53).

·      Es la clase de cumplimiento que normalmente tuvieron los ‘día de Jehová’ del Antiguo Testamento.

·      Es pertinente a la audiencia de Juan en Mt. 3:7-12: esta calamidad recae precisamente sobre aquellos que se condenaba.

·      Se castiga al pueblo adúltero y anatema con fuego (Mal. 3:2, 4:1).[16]

·      El juicio recae también sobre el Templo (Mal. 3:1).

·      Hay correspondencia entre la inminencia de la sentencia (~30 d.C.) y su ejecución, unos 40 años después.[17]

 La asociación de lo sucedido en el 70 d.C., La Gran Revuelta Judía, con el ‘día de Jehová’ anunciado en el Nuevo Testamento, no se hace solo bajo las conclusiones obtenidas a partir del discurso de Juan el Bautista y la profecía de Malaquías, sino que se respalda en toda la profecía apocalíptica neotestamentaria.



[1] Quinto mes del calendario hebreo. Entre julio y agosto del calendario gregoriano.

[2] La Mishná, orden de Moed, tratado de Taanit 4:6. En este tratado se establecen además las normas de duelo que se deben cumplir en aquel día. Aparentemente el Tishá be’Av se trataría del ayuno del quinto mes referido en Zac. 8:19.

[3] Sin embargo, también se recuerdan otras calamidades judías posteriores como: las cruzadas, la expulsión de los judíos de Inglaterra, Francia y de España, el Holocausto, incluso hechos más recientes como el atentado en la AMIA de Buenos Aires o ciertos episodios del conflicto árabe-israelí donde el Estado de Israel haya sido desfavorecido, muchos de los cuales sucedieron el día 9 o 10 de Av, o bien, son eventos que sucedieron en un periodo de tiempo a los que se les asocia con esa fecha. Ciertos otros eventos, como el Holocausto, pueden o no ser incluidas en esta conmemoración, según la rama del judaísmo.

[4] La destrucción del Templo es considerada por los judíos un presagio de las tragedias que le ocurrirían al pueblo judío durante la historia en los otros eventos desastrosos posteriores. Más detalles de aquello en la sección sobre El pecado capital, en este capítulo.

[5] El ayuno y la observancia del luto de la conmemoración del Tishá be’Av se debe extender hasta el 10 de Av por la mañana, cuando el templo fue consumido por completo por el fuego. En el calendario gregoriano, esto sucedió el 30 de agosto (9 de Av) del 70 d.C. hasta la mañana del día siguiente (10 de Av). Según Josefo, el Primer Templo fue incendiado el mismo día del año por los babilonios que el Segundo Templo (Guerras 6.4.5).

[6] En el judaísmo del Segundo Templo, existían 10 grados de santidad otorgados a lugares físicos, siendo el décimo el de mayor grado y correspondía al Lugar Santísimo, del 9° al 4° lo formaban —concéntricamente al Lugar Santísimo— otras dependencias del templo, el 3° era para el monte del templo, el 2° era para Jerusalén y el 1° para la tierra de Israel.

Joachim Jeremias, Jerusalén en los tiempos de Jesús, Segunda Edición (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980), pág. 95.

[7] Justo González señala que: “…los judíos de la Diáspora, esparcidos por todo el mundo, se sentían unidos por la Ley y por el Templo. Aunque muchos de ellos morían sin haber estado jamás en Palestina, todo judío mayor de veinte años enviaba una cantidad anual al Templo. Además, al menos en teoría, los dirigentes de Palestina eran también dirigentes de todos los judíos de la Diáspora, aunque este estado de cosas estaba llamado a desaparecer cuando en el año 70 d.C. los romanos habrían de destruir el Templo. Desde entonces el centro de la unidad judía vendría a ser [solamente] la Ley”.

Justo L. González, Historia del Pensamiento Cristiano, Tomo 1 (Nashville: Editorial Caribe, 2002), pág. 39.

[9] Flavio Josefo, Las Guerras de los Judíos, Libro VI, Capítulo IX, Sección 3.

En adelante abreviado como “Guerras (n° libro. n° capítulo. n° sección)”. Este tipo de abreviación se usa también en otros textos antiguos.

[10] No obstante, autores modernos tienden a moderar esta cifra a unos 600.000. Aunque fuera este el caso, sigue siendo una cifra enorme para aquella época.

[11] Ibíd.

[12] Quien documenta estos hechos es un judío fariseo de linaje asmoneo llamado Yosef ben Mattityahu, combatiente de aquella guerra, que fuera capturado por los romanos en el año 67, pasándose al otro bando y re-nombrado por el general Vespasiano como Flavio Josefo.

[14] Guerras 6.9.3

[16] Ver sección anterior.

[17] Ver capítulo siete: El día de Jehová, sección sobre Los días de Jehová. En el Antiguo Testamento cuando se profetizaba un juicio como “pronto” y su cumplimiento era entre 70 y 5 años más tarde La media del cumplimiento de este tipo de sentencias que sucederían “pronto” es de unos 25 años.

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