4.6 Figuras literarias de significado: Antropomorfismo
Este tropo, conocido también como prosopopeya o personificación,[1] es una figura de
relación que presenta cosas no humanas con características humanas. Esto sucede
tanto en prosa como en poesía. Estas formas son ampliamente usadas en las
Escrituras debido a la familiaridad de las personas con sus propios componentes
físicos y sicológicos, además que vívidamente estimulan la imaginación. Son
también claramente comprendidas por los receptores, debido a esta misma
familiaridad. Los objetos de estas figuras pueden ser elementos de la
naturaleza, como la tierra, el cielo, el mar, árboles, como en los siguientes
ejemplos: “Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos…” (Núm. 16:32), “No sea
que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la
habitó antes de vosotros” (Lev. 18:28), “Alégrense los cielos, y gócese la
tierra; Brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él
está; Entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento (Sal.
96:11-12), “Oíd, montes, y fuertes cimientos de la tierra, el pleito de Jehová;
porque Jehová tiene pleito con su pueblo, y altercará con Israel” (Miq. 6:2).
Además, se puede hacer antropomorfismos sobre elementos creados por el
hombre como espadas o flechas, como en Dt. 32:42: “Embriagaré de sangre mis
saetas, y mi espada devorará carne…”. En general sobre cualquier cosa se puede
crear una figura de este tipo. También en las Escrituras hallamos aplicaciones sobre
objetos abstractos como en Pr. 18:14-16, 18 donde se personifica al ánimo, al
corazón, la dádiva y la suerte, o en Pr. 8 donde se personifica la sabiduría y
la inteligencia. El antropomorfismo puede tomar de las características físicas
del humano como sucede en Núm. 16:32 o Lev. 18:28, o puede tomar emociones y
aspectos intangibles del hombre como en Sal. 96:11-12. En este sentido, la
figura no se limita simplemente a la comparación perceptual, sino también a la
pragmática.
Especial cuidado hay que tener cuando a Dios se le atribuyen
características humanas físicas; debe ser entendido dentro de la intención del
hagiógrafo de expresar ciertas características o actos de Dios mediante una
figura literaria. Hay declaraciones explícitas en las Escrituras que nos
señalan que Dios no tiene un cuerpo físico, sino que es espíritu, como en Is.
31:3. Figuradamente a Dios se le atribuye tener: cabeza, cara, ojos, oídos,
nariz, boca, voz, brazo, mano, palma, dedos, pies, corazón, espalda, seno y
entrañas,[2] incluso Dios mismo
habla refiriéndose en aquellos términos sobre Sí mismo (Ex. 33:19-23). Debe
entenderse esto según la función de cada órgano humano en relación con algún
acto o atributo de Dios. El mismo principio aplica cuando se le atribuye a Dios
tener accesorios propiamente humanos como: cetro, vestiduras, trono o estrado,
lo cual debe ser entendido como un simbolismo. R. C. Sproul lo explica así: “Cuando
leemos en las Escrituras que los cielos son el trono de Dios y la tierra es el
estrado de sus pies (Isaías 66:1), nos imaginamos una deidad de tamaño masivo
sentada en el cielo y estirando sus pies sobre la tierra, pero no pensamos que
eso es lo que Dios hace en realidad… Las Escrituras nos dicen que Dios no es un
hombre. Dios es espíritu (Juan 4:24) y, por lo tanto, su existencia no es
física; pero a menudo se describe a Dios con atributos físicos”.[3]
Más cuidado aún hay que prestar al interpretar ciertas acciones de Dios tomadas del comportamiento humano, ya que en sentido figurado hay declaraciones en las Escrituras que dicen que Dios: ve y escucha, habla y responde, llama y susurra, castiga y recompensa, hiere y cura, se opone y apoya, lucha, preserva y salva, guía y resguarda, hace y deshace, planifica y cumple, nombra y envía. Esas acciones también se pueden expresar mediante ciertos oficios u ocupaciones como ser alfarero, constructor, viñador, pastor, guerrero, juez, rey, esposo o padre. Aún más sensibles a errores interpretativos son los pasajes que muestran a Dios manifestando sentimientos humanos como: amor, piedad, paciencia, generosidad, justicia, misericordia, particularmente en episodios en los cuales son expresados sentimientos negativos tales como: celos, ira, arrepentimiento, odio, placer o desprecio. Se debe entender el carácter absoluto y santo de los atributos y actos de Dios, ya que el Señor no es como los hombres: corruptos, cambiantes y caídos.[4] No podemos atribuirle nuestra imperfección a las características de Dios expresadas mediante este tipo de figuras, como se demuestra en: 1 Sam. 15:29, Is. 55:8, Os. 11:9, Mal. 3:6, entre otros.[5] Respecto a los oficios que se le atribuyen antropomórficamente a Dios, se debe entender que también son ejercidos de forma perfecta. Los jueces humanos pueden ser corruptibles (1 Sam. 8:3), pero el Señor como juez hace lo justo (Gn. 18:25). Los padres humanos pueden vacilar en el amor por sus hijos, pero el amor de Dios no falla (Is. 49:15). La piedad de Israel es temporal (Os. 6:4), pero la misericordia de Dios es para siempre (Sal. 100: 5).[6]
[1]
Bullinger, Diccionario de Figuras de Dicción usadas en la Biblia, pág.
711.
[2] Caird, The language and imagery of the Bible, pág. 174.
[3]
Sproul, Todos Somos Teólogos, págs. 58-59.
[4] Caird, op. cit., pág. 175.
[5] Ibíd.
[6]
Ibíd. pág. 176.