11.15 Evangelios II: parábolas y anuncios: La torre de Siloé y la matanza romana

 


En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. (Lc. 13:1-5).

Jesús se toma de dos acontecimientos para ilustrar la naturaleza del juicio que les alcanzaría a todos quienes no se arrepintieran. El primero, se trataba de una peregrinación de galileos al Templo —posiblemente en la pascua— para ofrecer sacrificios, cuando Pilato (por metonimia refiriéndose a los soldados romanos bajo su mandato) ordenó matarlos, mezclando su sangre con la de sus sacrificios.[1] El otro acontecimiento es cómo la torre de Siloé, torre ubicada al suroriente de Jerusalén,[2] cerca del estanque de Siloé aplastó a otros hombres. La unión de estos dos acontecimientos hace que Jesús construya un ejemplo del juicio que vendría sobre aquellos que en aquellos momentos no se arrepentían: La muerte a mano de romanos, incluso dentro del santo Templo y la muerte de los judíos aplastados por sus propios muros y torres, IGUALMENTE (vv. 3, 5) como sucedió en la Gran Revuelta Judía en el año 70. No se trata de una figura literaria de comparación como una parábola, Jesús hablaba del destino que literalmente sufrirían aquellos impíos usando un ejemplo. En este sentido, J. S. Russell observa:

 

La analogía entre los casos es real e impresionante. Fue en la fiesta de la Pascua cuando la población de Judea se había agolpado en Jerusalén, y allí fue encerrada por las legiones de Tito. Josefo nos cuenta cómo, en la agonía final del sitio, la sangre de los sacerdotes que oficiaban fue derramada al pie del altar de los sacrificios. Los soldados romanos fueron los ejecutores del juicio divino; y al caer al suelo el templo y la torre, sepultaron en sus ruinas muchas víctimas de la impenitencia y la incredulidad.[3]

 Jesús, como en todas sus otras condenas, no se está refiriendo a otros más que a judíos de su tiempo, en este caso a jerosolimitanos e israelitas galileos que se sentían menos pecadores[4] que aquellos contemporáneos suyos que murieron en estas trágicas circunstancias, sin embargo, eran igual de culpables. Estas circunstancias eran —por lo demás— totalmente contingentes a aquel tiempo y no aplicables hoy; donde no se vive bajo el dominio romano, no existe ya más el Templo ni existe el riesgo de morir aplastado por una torre dentro de una ciudad amurallada.



[1] Prob. se refiere a la reprensión de la sedición documentada en Antigüedades 18.3.2.

[2] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento, Lucas (Grand Rapids: Libros Desafío, 2002), pág. 662.

[3] Russell, The Parousia, pág. 20.

[4] El concepto del desastre personal como resultado del pecado personal estaba profundamente arraigado en la conciencia del judío; por ejemplo, véanse Job 4:7; 8:20; 11:6; 22:6–10; Jn. 9:2.

Hendriksen, loc. cit.

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