4.8 Figuras literarias de significado: Simbolismo
En esta categoría, podemos encontrar varias expresiones, tales como el
símbolo propiamente tal, el tipo, el cumplimiento de porciones del Antiguo
Testamento en el Nuevo y las acciones simbólico-típicas.
En las Escrituras estas figuras son muy recurrentes y son creadas a
partir de una metonimia o hipocatástasis siendo los vehículos tanto elementos
reales (Jer. 24) como imágenes (Ez. 37:1-14, Dn. 7). Independiente de ser figuras
de implicación o comparación, los símbolos tienen por objetivo representar.
En Is. 2:4 dice “…y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas
en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la
guerra”, donde las espadas y lanzas representan a la guerra por metonimia, así
como el arado y las hoces por metonimia representan los elementos de
agricultura, lo que a su vez implica paz. La acción de transformar los símbolos
de guerra en símbolos de paz crea una imagen que, mediante metáfora, se
entiende como el cese de la guerra y el adentramiento a un tiempo de paz. La
segunda parte del versículo pone de manifiesto este punto de comparación.
Existen simbolismos recurrentes en la escritura: elementos de un rey como
coronas, cetros o tronos para simbolizar por comparación algún atributo de un
rey o un reinado en sí (Ez. 21:26), una llave representa autoridad y poder (Is.
22:22, Mt. 16:19) o la luz representa metafóricamente la disipación de
oscuridad (Sal. 18:28, Job 29:3 o Is. 2:5), pero también hay otros símbolos que
son menos evidentes de interpretar, así como en la visión de Jer. 1, donde al
profeta se le muestra una vara de almendro (1:11) y una olla hirviendo (1:13). Los
pasajes siguientes entregan información sobre el significado de estos símbolos,
pero no es trivial comprenderlos. Milton Terry ofrece una explicación a estos
inéditos símbolos:
En Jer. 1:11, se representa al
profeta como viendo ‘una vara de almendro’, la que enseguida se explica como
símbolo de la vigilancia activa con que Jehová atendería la ejecución de su
palabra. La clave para la explicación se halla en el nombre hebreo del
almendro, que Gesenius define como ‘el despertador’, llamado así por ser el
primero de los árboles que despierta del sueño del invierno. En el versículo 12
el Señor se apropia esta palabra en su forma verbal y dice: ‘...porque yo
apresuro mi palabra para ponerla por obra’. Una olla hirviente (una olla
soplada encima, es decir, por el fuego) apareció al profeta con ‘su haz de la
parte del aquilón’ (Jer. 1:13), esto es: su frente y abertura estaba vuelta
hacia el profeta en Jerusalén, como si un viento furioso estuviese arrojando su
llama sobre su lado que miraba al norte, amenazando volcaría y derramar sus
aguas hirvientes hacia el sur, sobre ‘todas las ciudades de Judá’ (v. 15). En
el contexto inmediato se explica esto como la irrupción de ‘todas las familias
de los reinos del norte’ sobre los habitantes de Judá y de Jerusalén. ‘Las aguas
impetuosas de una inundación’ son el símbolo usual de una calamidad abrumadora
(Salmo 69:1-2) y especialmente de una invasión hostil (Isaías 8:7-8); pero ésta
es una inundación de aguas abrasadoras, cuyo contacto mismo implica muerte.[2]
Los símbolos deben ser siempre interpretados dentro de sus aspectos más
amplios y no exprimiendo sus detalles irrelevantes o tangenciales que
alegoricen la figura, semejante al criterio con el que hay que proceder al
buscar el punto de comparación de una metáfora.
Aparte de personas típicas, existen tipificaciones de instituciones o
situaciones. Básicamente hablamos de elementos del antiguo pacto que son
representaciones del nuevo pacto (Col. 2:17). El tabernáculo y el templo: con
sus elementos, ofrendas y sacerdocio tipificaban a Cristo (Heb. 8), el
sacrificio del cordero (Lev. 17:11) tipifica la muerte de Cristo (Heb. 9:28, 1
Pe. 1:19), entre otros.[3] El levantar la
serpiente en el desierto (Jn. 3:14) e incluso el paso de los israelitas por el
desierto (Heb. 6:4-6, cf. 4:1-13) son situaciones que se toman en el Nuevo
Testamento para servir de tipo.
Ahora bien, no debe considerarse el tabernáculo o el templo como un mero
símbolo, ya que efectivamente era el lugar donde se realizaban los sacrificios
y toda la liturgia exigida por Dios en la ley hacia su pueblo y también era el
lugar donde Dios efectivamente se manifestaba y los israelitas podían estar en
su presencia. Al igual que los demás tipos, se refiere a acciones o personas
efectivas —con un propósito en sí y con un rol particular en el plan de Dios—
pero que son tomadas como un símbolo para algún elemento del nuevo pacto.
Un ejemplo recurrente —cuyos principios aplican para la mayoría de estos
casos— es Mt. 2:15 en referencia a Os. 11:1, donde dice: “de Egipto llamé a mi
hijo”, donde el contexto del pasaje de Oseas, se refiere al momento del éxodo
como metáfora mediante imagen para comenzar a ilustrar la situación de
desobediencia de Israel en aquel tiempo, mientras que el evangelista atribuye
este pasaje como una auténtica profecía acerca de lo vivido por Jesús en su
niñez.[4] Ahora bien, no hay
ningún indicio en el pasaje de Oseas que pueda a un lector común —anterior a
los evangelios, recipiente de la profecía— inducir a pensar que habría de tener
otra referencia, por lo que así como con los demás tipos, esta clase de
interpretación y aplicación solo puede provenir de la inspiración divina del
hagiógrafo, esto para demostrar una coherencia trascendente y premeditada en
los acontecimientos el Antiguo Testamento; consagrando la autoría divina de
éstos y su propósito en el plan general de Dios.
El ‘cumplimiento’ de muchos de estos pasajes tiene más sentido al ser
entendido como una comparación —como tipo o símbolo— de un evento del Antiguo
Testamento con otro del Nuevo, más que intentar la forzosa tarea de hallar un
auténtico cumplimiento o el impropio ejercicio de entenderlo como un doble
cumplimiento. La referencia de Os. 11:1 en Mt. 2:15 es una comparación de
Israel —representando el antiguo pacto— con Jesús — representando al Nuevo. A
semejanza de los israelitas, Jesús fue tentado en el desierto y “salió” de
Egipto, pero a diferencia de ellos, él no pecó (Mt. 4:1-11) ya que venía a
establecer un reino perfecto fundamentado en él mismo.
Lo clave en los tipos, independiente de la clase, es que su
identificación o punto de comparación debe ser hallado explícitamente en las
Escrituras. Es bastante tentador buscar tipos de toda clase en el Antiguo
Testamento, pero al hacerlo sin un respaldo bíblico que lo apoye expresamente,
podemos terminar alegorizando los textos y diluyendo su real significado al
asociarlo arbitrariamente a otras cosas. Es en aquellos pasajes que interpretan
los tipos —relacionándolo con su antitipo— es que se puede hablar que se forma
un tropo, ya que el tipo abandona su significado llano y viene también a
representar otra cosa.
A Oseas, en el principio del libro, se aprecia como Dios le indica lo
siguiente: “… Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque
la tierra fornica apartándose de Jehová” (Os. 1:2). Todo el relato que continúa
en este libro simboliza la relación de Dios con su pueblo mediante la relación
de Oseas con su esposa infiel. Esta representación sucede de manera real. Algo
de la misma índole ocurre en Ez. 4.
En Ez. 2:8-3:3 y Ap. 10 se les indica a los profetas en medio de visión que
coman un rollo, este es dulce al paladar, pero amargo en el vientre, lo que
simboliza que deben entregar un mensaje de Dios —lo cual, al ser un servicio al
Señor, es considerado por metonimia, metafóricamente dulce— pero que contiene
un mensaje de juicio para el pueblo, el cual es una responsabilidad que genera
pesar al profeta, y se representa como algo figuradamente amargo en el interior
del mensajero.
Is. 20:2-3 dice: “…Ve y quita el cilicio de tus lomos, y descalza las
sandalias de tus pies. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo. Y dijo
Jehová: De la manera que anduvo mi siervo Isaías desnudo y descalzo tres años,
por señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía, así llevará el rey de
Asiria a los cautivos de Egipto y los deportados de Etiopía, a jóvenes y a
ancianos, desnudos y descalzos, y descubiertas las nalgas para vergüenza de
Egipto”.
Véase también Jer. 13, donde Dios le dice al profeta que entierre un
cinto de lino para ilustrar la corrupción de Judá, o el caso de Jer. 19, donde
Dios ahora mediante un vaso de barro quebrándose pide al profeta que represente
el destino del pueblo o también Jer. 32, donde Dios pide al profeta que compre
un terreno y que guarde el título de dominio para representar al remanente
guardado por Dios a pesar de la destrucción.
Estas acciones simbolizan una situación, pero al ser representadas por
profetas, se les relaciona también con el tipo. A diferencia de los tipos que
tienen un fin en sí mismos —pero que son tomados como elementos simbólicos para
revelar otra cosa— las acciones simbólico-típicas en sí no tienen más valor que
aquello que estas buscan representar.
[1]
Bullinger, Diccionario de Figuras de Dicción usadas en la Biblia, pág.
646.
[2]
Terry, Hermenéutica, pág. 117.
[3]
Ibíd. pág. 109
[4]
Muchos autores intentan explicar estos pasajes en el sentido de un cumplimiento
primario. Como ejemplo, D. E. Holwerda entiende esta cita en el contexto amplio
de Oseas, apuntando no solo al juicio de Judá, sino también de su restauración.
Se encuentra un cumplimiento a este “éxodo” solo de forma parcial en la vuelta
del exilio en el 538 a.C., ya que nunca fueron libres del todo —ni por mucho
tiempo— de las naciones extranjeras, sin embargo, en Jesús, el Cristo, hay un
verdadero y completo éxodo. La compleja cadena lógica es la siguiente: Del
pasaje citado se va a otra parte de la profecía (la restauración), esta otra
parte de la profecía tiene un cumplimiento primario (vuelta del exilio), este
cumplimiento primario es parcial y apunta a otro secundario (la obra de
Cristo), este cumplimiento secundario se relaciona con la infancia de Jesús y
su salida desde Egipto.
David E. Holwerda, Israel en
el plan de Dios (Grand Rapids: Libros Desafío, 2000), págs. 45-47.
[5]
Terry, Hermenéutica, pág. 110.
[6]
Ibíd. pág. 129.