4.8 Figuras literarias de significado: Simbolismo

 


En esta categoría, podemos encontrar varias expresiones, tales como el símbolo propiamente tal, el tipo, el cumplimiento de porciones del Antiguo Testamento en el Nuevo y las acciones simbólico-típicas.

 A) Símbolo. La palabra símbolo proviene del griego “symbolon” que significa ‘arrojado juntamente’[1] y expresa la idea de semejanza. Se refiere a un objeto tangible que representa preferentemente ideas abstractas por comparación perceptual, comparación pragmática o relación. Hoy podemos decir que una paloma blanca es símbolo de paz, o una cruz es símbolo del cristianismo.

En las Escrituras estas figuras son muy recurrentes y son creadas a partir de una metonimia o hipocatástasis siendo los vehículos tanto elementos reales (Jer. 24) como imágenes (Ez. 37:1-14, Dn. 7). Independiente de ser figuras de implicación o comparación, los símbolos tienen por objetivo representar.

En Is. 2:4 dice “…y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”, donde las espadas y lanzas representan a la guerra por metonimia, así como el arado y las hoces por metonimia representan los elementos de agricultura, lo que a su vez implica paz. La acción de transformar los símbolos de guerra en símbolos de paz crea una imagen que, mediante metáfora, se entiende como el cese de la guerra y el adentramiento a un tiempo de paz. La segunda parte del versículo pone de manifiesto este punto de comparación.

Existen simbolismos recurrentes en la escritura: elementos de un rey como coronas, cetros o tronos para simbolizar por comparación algún atributo de un rey o un reinado en sí (Ez. 21:26), una llave representa autoridad y poder (Is. 22:22, Mt. 16:19) o la luz representa metafóricamente la disipación de oscuridad (Sal. 18:28, Job 29:3 o Is. 2:5), pero también hay otros símbolos que son menos evidentes de interpretar, así como en la visión de Jer. 1, donde al profeta se le muestra una vara de almendro (1:11) y una olla hirviendo (1:13). Los pasajes siguientes entregan información sobre el significado de estos símbolos, pero no es trivial comprenderlos. Milton Terry ofrece una explicación a estos inéditos símbolos:

 

En Jer. 1:11, se representa al profeta como viendo ‘una vara de almendro’, la que enseguida se explica como símbolo de la vigilancia activa con que Jehová atendería la ejecución de su palabra. La clave para la explicación se halla en el nombre hebreo del almendro, que Gesenius define como ‘el despertador’, llamado así por ser el primero de los árboles que despierta del sueño del invierno. En el versículo 12 el Señor se apropia esta palabra en su forma verbal y dice: ‘...porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra’. Una olla hirviente (una olla soplada encima, es decir, por el fuego) apareció al profeta con ‘su haz de la parte del aquilón’ (Jer. 1:13), esto es: su frente y abertura estaba vuelta hacia el profeta en Jerusalén, como si un viento furioso estuviese arrojando su llama sobre su lado que miraba al norte, amenazando volcaría y derramar sus aguas hirvientes hacia el sur, sobre ‘todas las ciudades de Judá’ (v. 15). En el contexto inmediato se explica esto como la irrupción de ‘todas las familias de los reinos del norte’ sobre los habitantes de Judá y de Jerusalén. ‘Las aguas impetuosas de una inundación’ son el símbolo usual de una calamidad abrumadora (Salmo 69:1-2) y especialmente de una invasión hostil (Isaías 8:7-8); pero ésta es una inundación de aguas abrasadoras, cuyo contacto mismo implica muerte.[2]

 En general los símbolos en las Escrituras tienen una explicación inmediata y satisfactoria (como en Ap. 1:20, Dn. 2, 7, entre otros) pero como se ha visto en la cita anterior, no siempre es evidente obtener toda la profundidad de su significado debido a la distancia que hay entre nosotros y el texto. Como en la búsqueda del punto de comparación en los tropos de comparación, de no ser explicita la referencia a la cual representa el simbolismo, debemos intentar hallarla en otros pasajes, de preferencia del mismo hagiógrafo, sino de otro, y por último dentro de su contexto fuera de la Biblia.

Los símbolos deben ser siempre interpretados dentro de sus aspectos más amplios y no exprimiendo sus detalles irrelevantes o tangenciales que alegoricen la figura, semejante al criterio con el que hay que proceder al buscar el punto de comparación de una metáfora.

 B) El tipo es una clase más elevada de símbolo. Esta vez, el vehículo lo componen personas o sus acciones. Melquisedec es un tipo de Jesús (Heb. 7), así como también lo es Adán (Rom. 5:12-21). Los tipos tienen alguna analogía entre lo tipificado —antitipo— y el tipo. Melquisedec se relaciona con Jesús mediante sus oficios y Adán lo hace en su rol respecto al pecado en el mundo. El antitipo por excelencia en el Nuevo Testamento es Jesús, el cual es representado por muchos personajes del antiguo pacto; cada tipo respecto a algún atributo específico, pero nunca representando la plenitud de Cristo.

Aparte de personas típicas, existen tipificaciones de instituciones o situaciones. Básicamente hablamos de elementos del antiguo pacto que son representaciones del nuevo pacto (Col. 2:17). El tabernáculo y el templo: con sus elementos, ofrendas y sacerdocio tipificaban a Cristo (Heb. 8), el sacrificio del cordero (Lev. 17:11) tipifica la muerte de Cristo (Heb. 9:28, 1 Pe. 1:19), entre otros.[3] El levantar la serpiente en el desierto (Jn. 3:14) e incluso el paso de los israelitas por el desierto (Heb. 6:4-6, cf. 4:1-13) son situaciones que se toman en el Nuevo Testamento para servir de tipo.

Ahora bien, no debe considerarse el tabernáculo o el templo como un mero símbolo, ya que efectivamente era el lugar donde se realizaban los sacrificios y toda la liturgia exigida por Dios en la ley hacia su pueblo y también era el lugar donde Dios efectivamente se manifestaba y los israelitas podían estar en su presencia. Al igual que los demás tipos, se refiere a acciones o personas efectivas —con un propósito en sí y con un rol particular en el plan de Dios— pero que son tomadas como un símbolo para algún elemento del nuevo pacto.

 C) Cumplimiento de porciones del Antiguo Testamento. Otra clase de tipo que podemos ver en el Nuevo Testamento es cuando hay un cumplimiento de porciones del Antiguo Testamento, mayormente en la figura de Cristo. Estas porciones son referidas como: “Según lo que está escrito”, “para que se cumpliese lo dicho por el profeta”, entre otras y la particularidad de muchas de estas citas es que son tomadas de un contexto claramente diferente al que son aplicados.

Un ejemplo recurrente —cuyos principios aplican para la mayoría de estos casos— es Mt. 2:15 en referencia a Os. 11:1, donde dice: “de Egipto llamé a mi hijo”, donde el contexto del pasaje de Oseas, se refiere al momento del éxodo como metáfora mediante imagen para comenzar a ilustrar la situación de desobediencia de Israel en aquel tiempo, mientras que el evangelista atribuye este pasaje como una auténtica profecía acerca de lo vivido por Jesús en su niñez.[4] Ahora bien, no hay ningún indicio en el pasaje de Oseas que pueda a un lector común —anterior a los evangelios, recipiente de la profecía— inducir a pensar que habría de tener otra referencia, por lo que así como con los demás tipos, esta clase de interpretación y aplicación solo puede provenir de la inspiración divina del hagiógrafo, esto para demostrar una coherencia trascendente y premeditada en los acontecimientos el Antiguo Testamento; consagrando la autoría divina de éstos y su propósito en el plan general de Dios.

El ‘cumplimiento’ de muchos de estos pasajes tiene más sentido al ser entendido como una comparación —como tipo o símbolo— de un evento del Antiguo Testamento con otro del Nuevo, más que intentar la forzosa tarea de hallar un auténtico cumplimiento o el impropio ejercicio de entenderlo como un doble cumplimiento. La referencia de Os. 11:1 en Mt. 2:15 es una comparación de Israel —representando el antiguo pacto— con Jesús — representando al Nuevo. A semejanza de los israelitas, Jesús fue tentado en el desierto y “salió” de Egipto, pero a diferencia de ellos, él no pecó (Mt. 4:1-11) ya que venía a establecer un reino perfecto fundamentado en él mismo.

Lo clave en los tipos, independiente de la clase, es que su identificación o punto de comparación debe ser hallado explícitamente en las Escrituras. Es bastante tentador buscar tipos de toda clase en el Antiguo Testamento, pero al hacerlo sin un respaldo bíblico que lo apoye expresamente, podemos terminar alegorizando los textos y diluyendo su real significado al asociarlo arbitrariamente a otras cosas. Es en aquellos pasajes que interpretan los tipos —relacionándolo con su antitipo— es que se puede hablar que se forma un tropo, ya que el tipo abandona su significado llano y viene también a representar otra cosa.

 D) Acciones simbólico-típicas. En el antiguo pacto es frecuente también encontrar simbolismos más impactantes, los que son definidos por Milton Terry como acciones simbólico-típicas.[5] Se definen como acciones hechas por profetas por expreso mandato de Dios, tienen como fin simbolizar alguna otra cosa. Esto puede suceder efectivamente o dentro de una visión. Aquí el profeta pasa de ser un mero vidente y representa las situaciones; se convierte en un actor.[6]

A Oseas, en el principio del libro, se aprecia como Dios le indica lo siguiente: “… Ve, tómate una mujer fornicaria, e hijos de fornicación; porque la tierra fornica apartándose de Jehová” (Os. 1:2). Todo el relato que continúa en este libro simboliza la relación de Dios con su pueblo mediante la relación de Oseas con su esposa infiel. Esta representación sucede de manera real. Algo de la misma índole ocurre en Ez. 4.

En Ez. 2:8-3:3 y Ap. 10 se les indica a los profetas en medio de visión que coman un rollo, este es dulce al paladar, pero amargo en el vientre, lo que simboliza que deben entregar un mensaje de Dios —lo cual, al ser un servicio al Señor, es considerado por metonimia, metafóricamente dulce— pero que contiene un mensaje de juicio para el pueblo, el cual es una responsabilidad que genera pesar al profeta, y se representa como algo figuradamente amargo en el interior del mensajero.

Is. 20:2-3 dice: “…Ve y quita el cilicio de tus lomos, y descalza las sandalias de tus pies. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo. Y dijo Jehová: De la manera que anduvo mi siervo Isaías desnudo y descalzo tres años, por señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía, así llevará el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y los deportados de Etiopía, a jóvenes y a ancianos, desnudos y descalzos, y descubiertas las nalgas para vergüenza de Egipto”.

Véase también Jer. 13, donde Dios le dice al profeta que entierre un cinto de lino para ilustrar la corrupción de Judá, o el caso de Jer. 19, donde Dios ahora mediante un vaso de barro quebrándose pide al profeta que represente el destino del pueblo o también Jer. 32, donde Dios pide al profeta que compre un terreno y que guarde el título de dominio para representar al remanente guardado por Dios a pesar de la destrucción.

Estas acciones simbolizan una situación, pero al ser representadas por profetas, se les relaciona también con el tipo. A diferencia de los tipos que tienen un fin en sí mismos —pero que son tomados como elementos simbólicos para revelar otra cosa— las acciones simbólico-típicas en sí no tienen más valor que aquello que estas buscan representar.

Se puede decir que, en cierto sentido, los milagros de Jesús también son acciones simbólico-típicas, ya que su fin es representar mediante una acción visible y representada por un actor el simbolismo de la enseñanza de una doctrina, sin embargo, en estos casos se presentan dos diferencias claras con las acciones anteriormente descritas que provienen del Antiguo Testamento. La primera es que el milagro realizado tiene un valor en sí mismo, como curar, dar la vista a un ciego, alimentar a una multitud, entre otras; no se trata de meros simbolismos, sino que en sí también tienen un propósito dirigido al recipiente del milagro. La segunda diferencia con las otras acciones simbólico-típicas del Antiguo Testamento es que los milagros de nuestro Señor no son meras acciones representativas; ejecutables por cualquier persona, sino que exhiben auténtico poder de Dios, lo cual potencia el mensaje al nivel más alto posible y no deja dudas a quienes presencian estos actos que se trata de un símbolo innegable de una verdad comunicada por Dios. No obstante de las salvedades, hay que tener en claro que Jesús con sus milagros —o señales— busca primeramente comunicar algo más allá de lo visible en su señal milagrosa; al igual que sus parábolas, las señales se deben entender como un símbolo que comunica un mensaje acerca de la irrupción del reino de los cielos en el mundo, particularmente para establecer un nuevo orden en la relación de Dios con el hombre y dejar atrás el rito judío.

[1] Bullinger, Diccionario de Figuras de Dicción usadas en la Biblia, pág. 646.

[2] Terry, Hermenéutica, pág. 117.

[3] Ibíd. pág. 109

[4] Muchos autores intentan explicar estos pasajes en el sentido de un cumplimiento primario. Como ejemplo, D. E. Holwerda entiende esta cita en el contexto amplio de Oseas, apuntando no solo al juicio de Judá, sino también de su restauración. Se encuentra un cumplimiento a este “éxodo” solo de forma parcial en la vuelta del exilio en el 538 a.C., ya que nunca fueron libres del todo —ni por mucho tiempo— de las naciones extranjeras, sin embargo, en Jesús, el Cristo, hay un verdadero y completo éxodo. La compleja cadena lógica es la siguiente: Del pasaje citado se va a otra parte de la profecía (la restauración), esta otra parte de la profecía tiene un cumplimiento primario (vuelta del exilio), este cumplimiento primario es parcial y apunta a otro secundario (la obra de Cristo), este cumplimiento secundario se relaciona con la infancia de Jesús y su salida desde Egipto.

David E. Holwerda, Israel en el plan de Dios (Grand Rapids: Libros Desafío, 2000), págs. 45-47.

[5] Terry, Hermenéutica, pág. 110.

[6] Ibíd. pág. 129.

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