5.3 Reconocimiento del lenguaje no literal: Literalidad imposible
Dentro de la retórica general, una regla básica en el reconocimiento de toda
clase de tropo, consiste en someter referida figura a la realidad. En la
reforma se abogaba por un entendimiento literal de las Escrituras, a menos que
su interpretación implique un absurdo o contradicción con el orden normal de
las cosas; no podríamos entender literalmente una expresión del tipo “Cuando te
sientes a comer con algún señor, considera bien lo que está delante de ti, y
pon cuchillo a tu garganta si tienes gran apetito” (Pr. 23:1-2). No obstante,
al hablar de los actos de Dios referidos en la profecía neo testamentaria: de
los eventos sobrenaturales y señales prodigiosas que envuelven la segunda
venida de Jesús, este límite entre lo usual y lo imposible se torna más difuso.
Actualmente, la literalidad impuesta por el Dispensacionalismo en el
entendimiento de los eventos escatológicos, sin duda ha contribuido en buscar
un sentido textual a los eventos expresados en lenguaje. Berkhof dice:
En la práctica esta regla no va más allá que apelar al criterio racional de
cada individuo. Lo que parece absurdo e improbable a uno, puede ser
considerado como perfectamente simple y razonable para otro.[1]
A pesar de su limitación en la aplicación a la Biblia, este principio es
la base para desarrollar una teoría más completa.
Así, se introduce el concepto de correspondencia.[2] Este aplica para el
lenguaje comparativo y los antropomorfismos. Se refiere a la similitud entre el
vehículo y el tenor en la diversidad de atributos comparables. La comparación o
asociación de Dios como padre tiene una alta correspondencia, ya que tanto el
tenor como el vehículo son dadores de vida, ambos amparan a sus hijos, tienen
dominio, autoridad, superioridad, sustentan, entre otros atributos. La
comparación entre las personas y la levadura (Mt. 16:6) tiene una
correspondencia baja; los atributos comparables entre ambos son mínimos. Al
comparar a Dios con una red (Os. 7:12), la correspondencia es baja. La
correspondencia es más alta cuando se compara a Dios con elementos benéficos de
la naturaleza, como a una roca, al sol, o a la luz. Los antropomorfismos con la
correspondencia más baja son los que comparan a Dios con los oficios humanos
que se relacionan con otras cosas no humanas, como el ser alfarero, viñador,
edificador o pastor, por el contrario, hay una correspondencia alta cuando se
relaciona a Dios con ocupaciones que relacionan hombres con hombres, como el
ser padre, juez o soberano.[3]
Las comparaciones de baja correspondencia son más vívidas, frescas e
impactantes.[4]
Por otro lado las correspondencias altas pasan a ser expresiones algo trilladas
y con su uso frecuente dejan de llamar la atención y se desgastan. G. B. Caird
dice:
Todas las palabras son propensas a
la fatiga y al agotamiento por el uso excesivo, y las metáforas son
particularmente susceptibles. Cuando una metáfora sale de la mente creativa del
poeta o profeta, es probable que ningún oyente la confunda con un discurso
literal. Pero las metáforas se desgastan y mueren, y una metáfora muerta es un
nuevo literalismo.[5]