10.3 Evangelios I: antecedentes clave: La generación mala y adúltera

 


La descripción de Flavio Josefo sobre los judíos que vivieron en el tiempo de la destrucción del Templo y de la caída de Jerusalén es esta:

 

No podré contar particularmente las maldades de todos éstos… ni creo que hubo una generación en el mundo que haya producido tanta maldad y bellaquería. Finalmente, también maldecían a los mismos judíos, por parecer menos impíos y menos malos contra los extranjeros. Confesaban lo que eran, siervos, esclavos y gente bastarda, sin honra y sin nobleza; no judíos naturales, sino generación mala y perversa.[1]

 En los evangelios sinópticos es común hallar apelativos similares hacia los judíos de aquella generación. Al igual que Flavio Josefo, Jesús se refiere a ellos —en especial a los maestros de la ley— como “generación mala y adúltera” (Mt. 12:34, 39, 16:4, cf. 7:11, Mal 2:11) y “generación de víboras”[2] (Mt. 3:7, 12:34, 23:33), pero sobre todo, se refiere a ellos como una generación condenada (Mt. 3:7, 12:41-42, 12:45, 23:33, 24:34, cf. 15:13, 21:33-46). La palabra empleada en estos casos para ‘generación’ es γενεά “geneá” (G1074)[3] y se usa también en Mt. 1:17 para reconocer el número de generaciones entre Jesús, la deportación, David y Abraham.

Los maestros de la ley son catalogados por Jesús de faltos de justicia (Mt. 5:20), corruptos (Mt. 16:5-12), hipócritas (Mt. 6:2, 6:5, 6:16, 11:16, 12:2, 12:10, 15:1-7, 21:23-27), duros de corazón (Mt. 19:1-9) e insensibles a lo espiritual (Mt. 15:14, 23:17). El pueblo también es calificado por el Señor de espiritualmente insensible (Mt. 13:15) e incrédulo (Mt. 13:58). Todas estas cosas son, en parte, las acusaciones sobre aquella generación que les condujo a ser juzgados por el Señor. Como Josefo también observó: aquella era la peor generación que pudo producir el mundo.[4]

Es de vital importancia no perder de vista esta constante en los dichos de Jesús para lograr identificar adecuadamente a los receptores del juicio. El primer pasaje en el evangelio de Mateo que desarrolla esto a fondo está en Mt. 12:38-42:

 

Entonces respondieron algunos de LOS ESCRIBAS Y DE LOS FARISEOS, DICIENDO: Maestro, deseamos ver de ti señal. El respondió y les dijo: LA GENERACIÓN MALA Y ADÚLTERA demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás… Los hombres de Nínive se levantarán en EL JUICIO CON ESTA GENERACIÓN, Y LA CONDENARÁN; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del Sur se levantará en EL JUICIO CON ESTA GENERACIÓN, Y LA CONDENARÁ; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar. (Abreviado y énfasis añadido).

 Habiendo muchos elementos que se pueden desarrollar en el comentario de este pasaje, lo destacable para esta sección es que Jesús se refería a escribas y fariseos como una generación mala y adúltera, la cual sería juzgada y condenada.[5] Entendamos la naturaleza divina de Jesús y que sus dichos son sentencias irrevocables y no habladurías que se puedan alegorizar o diluir en algún significado inespecífico. El Señor enfatiza esto dos veces; es reiterativo en el hecho que aquellos que fueron a demandar de él una señal, serán juzgados por su maldad y por —espiritualmente hablando— su adulterio. En este sentido, se comenta:

 

La generación a la que habla es «mala y adúltera» (Lc. 11:29). Esta expresión está cargada de reminiscencias y evocaciones del A.T. Esta generación era «mala». Era ambiente en Israel que, en los días del Mesías, el pecado abundaría como nunca y se evocaban los días penales del desierto. Con esta expresión, Cristo evoca, con un rasgo más, que ha llegado la hora mesiánica. Esa generación era también «adúltera», en el sentido histórico-bíblico de la palabra. Dios, Yahvé, era el esposo de Israel. Cuando Israel pecaba, se volvía a los ídolos, era infiel a Dios, era «adúltera» (Is. 1:21; 50:1; Ez. 16 y 23; Os. 1:2, etc.). Como aquí, que rechazaba el «desposorio» mesiánico con Dios hecho hombre.[6]

 La generación juzgada no es otra más que la de aquel tiempo. Jesús nunca habla de gente sobre la cual recaería juicio fuera de su propio tiempo presente.

Jesús durante todo su ministerio creó una tensión con la práctica religiosa del pueblo, sobre todo con los maestros de la ley. Esta tensión se rastrea desde el discurso de Juan el Bautista (Mt. 3:7-12), acrecentándose en cada encuentro entre los fariseos, sacerdotes, escribas y otros maestros de la ley con el Señor, terminando el conflicto y la tensión en la muerte de Jesús, a manos de ellos. Esta tensión la propicia Jesús al pronunciar sobre la clase sacerdotal y religiosa toda clase de acusaciones, las cuales culminan con ‘Los ayes sobre los fariseos y escribas’ en Mt. 23. Este pasaje es importante para reforzar la identificación de quienes serían los sometidos al juicio de Dios. En Mt. 23:1-28, Jesús acusa a sus oyentes —vosotros, escribas y fariseos— de: hipócritas, necios, ciegos, falsos, aparentadores, aprovechadores, perjuros, insensatos, inmundos, faltos de justicia, de misericordia y de fe, entre otros calificativos, debido a que llevaban una vida religiosa falsa que corrompía la espiritualidad genuina que exigía Dios. Ellos imponían añadiduras —que ni siquiera practicaban— a la ley sobre otros como ley de Dios, buscaban aparentar piedad para ser enaltecidos por el resto y se hacían llamar ‘Rabí’,[7] de esta forma se ponían como en el lugar de Dios. La clase religiosa —quienes decían perpetuar y transmitir la ley de Moisés, Mt. 23:2— había caído tan bajo que desviaron la adoración y la ley no a otros dioses como en otros tiempos, sino a beneficio de ellos mismos, sin embargo, ellos se tenían a sí mismos por justos y piadosos. Las acusaciones hechas en los vv. 1-27 se pueden resumir en esto:

 

Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. (Mt. 23:28).

 El hecho que Jesús haya pronunciado 7 ayes en contra de ellos no es casual. En el Antiguo Testamento un ‘¡Ay!’ es siempre sinónimo de juicio (cf. Is. 5:8-25). En Lev. 26:14ss, no solo se establece que si el pueblo quiebra el pacto sería entregado a destrucción por manos de naciones extranjeras, también se advierte que serían castigados 7 veces:

 

Si a pesar de todo esto no aceptan mi disciplina, sino que continúan oponiéndose a mí, yo también seguiré oponiéndome a ustedes. YO MISMO LOS HERIRÉ SIETE VECES POR SUS PECADOS. Dejaré caer sobre ustedes la espada de la venganza prescrita en el pacto. Cuando se retiren a sus ciudades, les enviaré una plaga, y caerán en poder del enemigo. (Lev. 26:23-25, NVI, énfasis añadido., cf. Lev. 26:18, 21, 28).

La última acusación —el último ‘¡Ay!’— en Mt. 23:29: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos”[8] es el punto de partida para la última prueba de la impiedad de la clase religiosa. Ellos decían: “Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas” (Mt. 23:30), no obstante Jesús les dice que ellos harían exactamente lo mismo:

 

Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad. (Mt. 23:34).

 Esto para que terminen de colmar la culpa de sus antepasados (v. 32, cf. Lc. 13:33). El cumplimiento de esto se refleja claramente en casi todo el Nuevo Testamento, siendo los judíos siempre la fuerza opositora al cristianismo. En el libro de Hechos vemos, por ejemplo en Hch. 4:1-3, los saduceos, fariseos y la guardia del templo encarcelan a Pedro y Juan por hablar del evangelio, en el 5:17-19, los apóstoles son encarcelados por el Sumo Sacerdote, en el 5:40 los apóstoles son azotados por el Consejo, en el 7:54-60, el Consejo apedrea y mata a Esteban, en el 8:1-3 se ve como “desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén” y Saulo iba casa por casa encarcelando a cristianos, en el 9:1-2 (cf. 9:13-14, 26:11), Saulo busca expandir su persecución a Damasco para poner a los cristianos a disposición de los jefes de los sacerdotes y matarlos, en el 12:1-5, Herodes —que buscaba siempre darle en el gusto a los judíos— hace matar a Jacobo, hermano de Juan y apresa a Pedro, en el 13:50, los judíos incitan a los nobles de Antioquía para perseguir a Pablo y Bernabé, quienes son expulsados, en el 14:19, los judíos incitan a la multitud para apedrear a Pablo y terminan haciéndolo; sacaron su cuerpo de la ciudad pensando que lo habían matado, en el 17:1-9, se ve como los judíos contratan maleantes callejeros para armar una turba y apresar a Pablo y Silas, quienes logran zafar de la situación, en el 17:13, los judíos vuelven a agitar a la multitud contra Pablo y Silas para que los apresen o maten, en el 18:6, los judíos insultan a Pablo y se oponen a su enseñanza, en el 20:3, los judíos buscan hacer un atentado contra Pablo, en el 20:19, Pablo relata haber sido continuamente asechado por los judíos durante su servicio al Señor, en el 21:27-36 los judíos alborotan la ciudad de Jerusalén para que maten a Pablo, a quien golpean y termina preso, en el 23:12-15, los judíos “tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo”. Esta persecución es altamente recurrente y es referida también en las epístolas, donde Pablo mismo en una de sus cartas habla de esto casi citando las palabras de Jesús en Mt. 23:34:

 

“Éstos [los judíos] mataron al Señor Jesús y a los profetas, y a nosotros nos expulsaron. No agradan a Dios y son hostiles a todos, pues procuran impedir que prediquemos a los gentiles para que sean salvos. Así en todo lo que hacen llegan al colmo de su pecado. Pero el castigo de Dios vendrá sobre ellos con toda severidad”. (1 Tes. 2:15 NVI).

 Sin embargo, toda esta persecución sería motivo de gozo para los perseguidos, ya que no solo serían vindicados, sino que también serían recompensados por Dios (Mt. 5:11-12).

Este pasaje de 1 Tes. recuerda que el castigo sobre ellos sería vigoroso, lo que concuerda también con el enérgico castigo que Jesús profirió sobre los maestros de la ley al final de su terrible discurso:[9] “¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mt. 23:33).

La palabra griega para ‘infierno’ es γέεννα “géenna” (G1067) y se forma a partir de las palabras hebreas גַּיְא “gai” valle (H1516) y הִנּים “Hinóm” (H2011),[10] lit. ‘Valle de Hinóm’, y se trata del valle situado justo al sur de Jerusalén —al pie de la muralla sur— el cual llegó a convertirse en un vertedero de basura. Allí eran lanzados escombros, desechos y animales muertos para ser quemados; motivo por el cual de allí salía fuego y una continua humareda.[11] Lo proverbial de este valle también se debía a que en este lugar los reyes Acaz y Manasés practicaron sacrificios idolátricos al dios fenicio Molok, pasando a sus hijos por el fuego (2 Re. 16:3, 21:6).[12] Entendiendo esto y en vista de la condenación hecha a ellos también por Juan el Bautista (Mt. 3:7), es claro que mediante hipocatástasis[13] hay una comparación del tipo perceptual y pragmática a la vez,[14] donde hay una similitud tangible y de efecto entre aquel vertedero incendiándose y el destino de aquella ciudad con sus condenados ciudadanos en el año 70 d.C., que fue arrasada por el fuego, y con ella a sus corruptos habitantes. En Mr. 9:43-48, se usa el mismo término géenna para señalar juicio y se añaden algunos puntos de comparación a la figura: “fuego que no puede ser apagado”, por lo continuo del fuego del lugar que no deja de arder y donde “el gusano de ellos no muere”, en referencia a la podredumbre y pestilencia del vertedero que naturalmente atraía gusanos de forma constante. El Valle de Hinóm es el vehículo de la figura literaria que compara lo que se profetiza sobre los ciudadanos de Jerusalén y el punto de comparación es el fuego que consume a ambos sumado a la corrupción del elemento quemado.

Con todo lo anterior, luego de pronunciar los 7 ayes sobre los religiosos; profetizar que colmarían la maldad de sus padres, Jesús insiste en identificarlos a ellos como receptores de esta condena: “para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra” (Mt. 23:35) la cual se ejecutaría en los límites de su vida: “De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mt. 23:36);[15] el registro en Lucas es también claro en esta indicación: “sí, os digo que [la sangre de los justos] será demandada de esta generación” (Lc. 11:51).

Esta parte del discurso de Jesús es un claro reflejo de lo profetizado anteriormente por Jeremías sobre Jerusalén; la estructura y las acusaciones son equivalentes:[16]

 

Elemento profético

Jeremías

Elemento profético

Jesús

Envío de profetas.

Jer. 7:25

Envío de profetas, sabios y escribas.

Mt. 23:34a

No atender su llamado.

Jer. 7:26

Perseguirlos, azotarlos y matarlos.

Mt. 23:34b

Generación objeto de la ira de Dios.

Jer. 7:29

Generación objeto de la ira de Dios.

Mt. 23:35-36

 

En Jer. 7:30-34 también hay referencias del Valle de Hinóm como lugar de quema y en general las acusaciones al mismo pueblo son semejantes. En el caso de los religiosos fariseos y maestros de la ley contemporáneos a Jesús, la acusación es aún más grave: no solo ignoran a los profetas, sino que los persiguen, azotan, matan y aún más, MATAN AL MISMO DIOS HECHO HOMBRE.

El cumplimiento de la profecía de Jeremías fue el ‘día de Jehová’ que ocurrió en el 583 a.C., donde los babilonios caldeos destruyen Jerusalén y el Templo, provocando también el exilio de 70 años —otra de las cinco calamidades recordadas hasta hoy en el Tishá be’Av. Los otros ‘días de Jehová’ estudiados en el capítulo siete, tuvieron cumplimientos similares. De forma análoga, el cumplimiento de la profecía de Jesús es la destrucción de Jerusalén y el Templo por los romanos en el 70 d.C., provocando el fin del judaísmo bíblico —aquel judaísmo sacerdotal donde los levitas ofrecían servicio en el templo— y el comienzo de una diáspora de casi dos milenios para los judíos sobrevivientes.

De acuerdo a lo estudiado en el capítulo siete de este libro, en la profecía apocalíptica es casi obligado indicar el lugar del juicio queriendo referir a los habitantes de ese lugar. Al final del imprecatorio discurso de Jesús sobre los religiosos de Judea, se repite esta fórmula apocalíptica:

 

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!… He aquí vuestra casa os es dejada desierta. (Mt. 23:37a-38).

 En este pasaje —mediante metonimia — se acusa a los habitantes de la que se supone es cuidad santa, de perseguir y matar profetas de Dios. Esto se hizo muchísimas veces en el pasado en aquella ciudad (Mt. 23:30, 35) y se les profetiza que lo seguirán haciendo (v. 34). El Señor se duele en el destino de aquella ciudad que fuera la gloria del pacto de Moisés y donde Dios mismo se manifestó tantas veces, sin embargo, ha sido escenario también de terribles pecados, habiendo llegado a colmar el tiempo de la paciencia de Dios (v. 32). El “dejar la casa[17] desierta” (v. 38) se refiere a que Dios abandonaría el Templo para dejar al pueblo a merced de sus enemigos, como en Ez. 10-11 o Jer. 12:7.[18] Templo que Jesús no reconoce como suyo o del Padre, sino “vuestro”, como algo donde los judíos hacen un ritual sin sentido. Esto se cumple “en aquella generación”, en medio del asedio de los romanos a Jerusalén. Sucedió en un hecho sobrenatural que varios testigos presenciales documentaron. Cayo Cornelio Tácito, senador e historiador romano relata:

 

Se vio en los cielos luchar ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego procedente de las nubes. Habiéndose abierto de repente las puertas del templo se oyó una voz sobrehumana gritar que los dioses se marchaban, escuchándose a continuación el estruendo producido por los que salían.[19]

 Tácito describe simplemente las cosas que vio durante la guerra, sin entender su significado espiritual ya que era romano. Por otro lado, Josefo, describe estos hechos —que son concordantes con el relato de Tácito— pero como judío entendido en la ley y en las escrituras, comprendió lo que estaba pasando más allá de lo meramente visible:

 

El miserable pueblo, creía a los que les engañaban en nombre de Dios. Las señales que se mostraban, manifiestamente anunciaban la inminente destrucción, pero ni las advertían ni aun las querían creer, estaban atónitos y sin sentido, como hombres ciegos y sin almas, disimulaban todo cuanto Dios les descubría… Más aún: la puerta oriental del patio interior del templo, que era de bronce y tan pesada que necesitaba veinte hombres para cerrarla, con cerrojos de hierro que hincaban en piedra, se abrió por sí sola a la hora sexta de la noche. Los guardias del templo avisaron a su jefe y entre todos consiguieron cerrarla con dificultad. El vulgo estimó que aquello era un prodigio venturoso, como si Dios les hubiera franqueado la puerta de la dicha. Pero los sagaces comprendieron que se había disuelto de propio acuerdo la seguridad el templo y que la puerta abierta significaba una merced para el enemigo. Proclamaron públicamente que el prodigio les pronosticaba la desolación venidera. Pocos días después de las fiestas [la pascua] a los veintiuno del mes de mayo, se mostró otra señal increíble. Podría ser que lo que quiero decir podría ser tenido por fábula, si no viviesen aún algunos que lo vieron, y si no le sucedieron las desgracias y muertes tan grandes como esas señales anunciaban. Antes de la puesta de sol, se mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por las ciudades. En la fiesta llamada Pentecostés, los sacerdotes, de acuerdo con la costumbre, penetraron de noche en el patio interior del templo a fin de realizar sus ceremonias y sintieron ante todo una sacudida acompañada de un ruido, y luego percibieron como la voz de un gentío inmenso diciendo: “VÁMONOS DE AQUÍ”.[20]

 Independiente de lo asombroso de los testimonios de quienes presenciaron la guerra y el sitio, el significado de lo sucedido —predicho por Jesús y reconocido por Josefo— es que Dios levanta su protección divina a causa del pecado del pueblo (Lev. 26:14ss). En otro pasaje, Josefo relata que Dios abandonó a su pueblo para ser limpiado de su maldad por el fuego de la guerra, también que el Templo queda impuro e inhabitable por Dios, debido a la cantidad de judíos que ahí murieron:

 

¡Oh ciudad desdichada y miserable! ¿Qué sufriste de los romanos para comparar con esto? los cuales entraron por limpiarte de tus cubiertas maldades con fuego y con llamas. No era ya Templo ni lugar donde Dios habita, ni podía tampoco seguir siéndolo, porque has sido hecho sepulcro de los cadáveres de tus naturales.[21]

 Tito —general romano que lideró la guerra— luego de vencer a los judíos, se negó a aceptar una corona de hierba como condecoración militar, argumentando que “no hay mérito en vencer a unas gentes abandonadas por su propio Dios”.[22]

Es irrisorio ahora pensar que la sentencia: “VUESTRA casa OS es dejada desierta” se pueda referir a alguna generación de personas que no sean los fariseos y maestros sentenciados durante todo el discurso de Jesús en Mt. 23, tampoco es lógico pensar en alguna casa que no sea el Templo de Jerusalén. No hay cabida para un significado encriptado que apunte hacia el futuro lejano —por alegorización— ni hay cabida para un doble cumplimiento.[23]

En Mt. 11:20-24, —así como sobre Jerusalén— Jesús condena las ciudades galileas de Corazín, Betsaida y Capernaúm en ‘el día del juicio’ (vv. 22, 24) con maldiciones mayores a que fueron sobre las proverbiales ciudades de Sodoma, Tiro y Sidón. La condena viene por la incredulidad de sus habitantes —en aquel tiempo— ante el mensaje del reino de Dios, el cual fue entregado por Jesús mismo y acompañado de milagros (cf. Mt. 4:23, Mr. 2:1-12, Lc. 4:16-37, Jn. 4:23-24, 46-54). Jesús en Lc. 10:15 dice figurativamente que Capernaúm sería hundida hasta el Hades, siendo este término semejante a géenna, pero con una connotación más asociada a la muerte que al fuego. Estas ciudades finalmente son destruidas en el avance de los romanos por el norte, antes de llegar a Jerusalén para su sitio en el año 70, cumpliéndose la profecía de Cristo. Dice Josefo:

 

Toda Galilea estaba llena de fuego y sangre, sin que hubiese lugar que no sufriera miseria y calamidades.[24]

 Hasta el día de hoy solo hay ruinas de aquellos lugares: sitios arqueológicos deshabitados. Buscar algún cumplimiento pendiente o futuro —y por consiguiente ‘el día del juicio’ en el futuro— no tendría ningún sentido ya que son ciudades que se destruyeron, que sufrieron el castigo de Dios a su tiempo según la manera que era impartido el juicio en el Antiguo Testamento, sobre los incrédulos de esa generación, no quedando ciudad o habitantes que eventualmente pudieran ser en el futuro juzgados ni alguna falta en ellos que lo amerite.

En Mt. 10:5-15, de la misma forma que sobre Jerusalén, Corazín, Betsaida y Capernaúm, Jesús condena a toda ciudad de Israel que no reciba el mensaje del reino de Dios a sufrir el mismo fatal destino en el ‘día del juicio’ por su incredulidad:

 

A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia… Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis… Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies [para testimonio contra ellos].[25] De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad. (Mt. 10:5-8, 11, 14-15).

 Todo Israel es potencial receptor de juicio si rechazan el mensaje de los enviados de Jesús: acerca de la llegada del nuevo reino que establece Dios. A pesar de todas las señales que los apóstoles harían, el rechazo al mensaje del nuevo reino sería mayoritario por parte de aquella generación mala y adultera. El rechazo de los enviados de Jesús a Israel sería una señal para los judíos mismos, testimonio contra ellos, de juicio, ya que “El que a vosotros [apóstoles] recibe, a mí [Jesús] me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt. 10:40); si ellos no reciben ni oyen a los apóstoles, están rechazando también a Cristo y al Padre, cayendo en condena.

Destacar que el mensaje se centra en un inicio de forma exclusiva a los israelitas. Notar también que entre los vv. 16 y18 Jesús advierte a sus enviados que ellos serían azotados en las sinagogas, entregados a reyes y magistrados, siendo ellos —en parte— aquellos enviados a los fariseos y maestros de la ley para ser martirizados (Mt. 23:34, cf. Jn. 12:42) para vindicar la sangre de los profetas de todo el antiguo pacto sobre aquella generación (23:25).


    Finalmente, todo Israel —tanto de la tierra de Israel como los judíos que llegaron a la fiesta— durante aquella generación sufrió terriblemente a manos de los romanos; pueblo extranjero usado como instrumento del juicio de Dios, así como sucedió muchas veces en el Antiguo Testamento, en los eventos ocurridos en la primera guerra judeorromana.

[1] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 288, Guerras 5.10.5.

[2] Un atributo de los impíos es que sus dichos son —por metáfora— venenosos y su lengua es en este sentido “como de serpiente” (Sal. 140:3). Ver Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo V Evangelios (Madrid: La Editorial Católica, 1964), pág. 295.

[3] O alguna variante, como γέννημα “gennéma” (G1081), generación.

[4] Josefo, loc. cit.

[6] Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo V Evangelios, pág. 297.

[8] Los maestros de la ley hacían esto para cumplir con lo dicho en Pr. 10:7a: “La memoria del justo será bendita”, sin embargo, la condenación de Cristo cumple el segundo hemistiquio del pasaje: “Mas el nombre de los impíos se pudrirá”.

[9] Notar que el hecho que el Dios Todopoderoso hecho hombre condene explícitamente a alguien hablándole directamente, es sin dudas la peor desgracia a la que cualquier criatura puede ser sometida.

[10] Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras griegas, pág. 18.

[12] Ediciones Garriga, Enciclopedia de la Biblia, Tercer Volumen (Barcelona: Ediciones Garriga, 1963), pág. 742.

[13] Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre Figuras de comparación: símil, metáfora e hipocatástasis. “La condena del Valle de Hinóm” es una figura semejante a lo dicho por Jesús en Mt. 12:39, sobre la “señal del profeta Jonás”.

[14] Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre Tipos de comparaciones.

[15] Ver la similitud de esto en lo acontecido en Núm. 14, donde Dios condena a una generación en 40 años.

[17] En hebreo el Templo era llamado בית המקדש, “Beit Hamiqdash”, lit. ‘casa del Templo’, también como בית ההר, “Beit Hahar”, lit. ‘casa del monte’ o בית יהוה, “Beit HA-SHEM”, lit. ‘casa de Jehová (DEL NOMBRE)’. En las Escrituras, es bastante común también referirse al Templo simplemente como ‘la casa’, ver Sal. 122:1, 2 Sam. 7:5-7, 1 Re. 6:1-2, 8:6, 8:10-20, Esd. 1:5, Neh. 13:9, Hag. 1:9, Mt. 21:13, etc.

[18] Esto es advertido en 1 Re. 9:6-9. El Templo simboliza la relación de Dios con su pueblo, cuando esa relación se rompe, el templo es abandonado por Dios.

France, Matthew (TNTC), pág. 335.

[20] Josefo, Las Guerras de los Judíos, págs. 322-323, Guerras 6.5.3.

[21] Ibíd. pág. 254, Guerras 5.1.3.

[23] Ver capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Integridad de la profecía, donde se aborda aquel tema.

[24] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 172, Guerras 3.4.1.

[25] Frase insertada en este relato que se halla en el paralelo de Mr. 6:11 y Lc. 9:5.

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