10.1 Evangelios I: antecedentes clave: Juan el Bautista, el eco de Malaquías
Antes que Jesús empezara su ministerio y antes que siquiera los
evangelios sinópticos registraran algún dicho del Maestro, Juan el Bautista
anuncia la anhelada llegada del príncipe de Israel en los siguientes términos:
¡Generación de víboras! ¿Quién os
enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham
tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham
aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los
árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el
fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que
viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo;
él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y
limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego
que nunca se apagará. (Mt. 3:7b-12).
Dentro de estas desoladoras y duras palabras —típicas del lenguaje apocalíptico judío— no hallamos precisamente el esperanzador nuevo pacto anunciado en Jer. 31:31-33, ni el dichoso Rey prometido en Jer. 23:5 con los santos del altísimo recibiendo el reino (Dn. 7:18), menos aún el establecimiento de un pacto de paz como el anunciado en Ez. 34 y 37, entonces ¿de dónde proviene todo este discurso de juicio? La respuesta está en el libro de Malaquías, hallándolo dentro de nuestras Biblias solo algunas páginas atrás de los dichos de Juan.
Al final del tiempo de revelación profética del antiguo pacto, luego de
una lapidaria lista de acusaciones en contra de Israel, que reflejan su
delicada situación de inmoralidad y abandono de los requerimientos del pacto,
las últimas palabras de Dios hacia su pueblo son las siguientes:
He aquí, yo envío mi mensajero, el
cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el
Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros.
He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el
tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?
Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores… Porque he aquí,
viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que
hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová
de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. (Mal. 3:1-2, 4:1).
La carga de Malaquías sobre Israel es a lo que Juan el Bautista se
refiere. Una característica de las profecías apocalípticas es la reiteración;[4] en principio estas
profecías se dictaminan muchos años antes de que llegue el cumplimiento de la
sentencia, pero luego se reiteran en el tiempo cercano a su cumplimiento y es
lo que acá vemos: Malaquías alrededor del 400 a.C. enjuiciando a los Israelitas
y Juan el Bautista reiterándolo. El asunto del tiempo acá es fundamental. Para
identificar el momento que tiene que tomar lugar este día de juicio anunciado
en Malaquías, hay que tomar especial atención al siguiente pasaje:
He aquí, yo os envío el profeta
Elías, ANTES que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el
corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los
padres… (Mal. 4:5-6a, énfasis añadido).
Es así como Juan es tanto el heraldo del anhelado Mesías del nuevo pacto,
del rey prometido que restauraría la gloria de Israel, como también es el
precursor de un terrible juicio para aquella generación de víboras que había
abandonado el pacto, que se escudaba en la falsa seguridad de los méritos de su
padre Abraham y de su pacto (Mt. 3:9, cf. Am. 9:10) y en ceremonias que
aparentaban justicia ante los hombres, pero que en verdad no querían practicar
sinceramente (Mt. 3:7a, cf. Lc. 7:30).
Es improcedente y arbitrario intentar argumentar que el término ‘después’
pueda significar un periodo de más de dos milenios; anula todo el sentido de la
referencia temporal de la profecía y la despoja de su significado, incluso
dándole una connotación diametralmente opuesta. Además, la audiencia de Juan el
bautista —a quienes condenaba— eran los fariseos, escribas e impíos que se
acercaron a Juan, no personas que aún no nacían. El flujo del texto de Malaquías
es claro en formular una condena sobre el pueblo del pacto, para así luego
enviar al heraldo del Señor como última advertencia para arrepentimiento y
luego de esta última oportunidad, ejecutar la sentencia a los judíos que a pesar
de todo persisten en la iniquidad. En este sentido es pertinente recordar que
para una correcta interpretación es necesario desprenderse de las ideas preconcebidas
del intérprete que lo lleven a tergiversar el texto; interpretándolo de manera
arbitraria e impidiendo el desarrollo de una sana exégesis.[8]
Como resumen de lo anterior, el paralelo entre lo anunciado por Juan el Bautista
y Malaquías se muestra en el siguiente cuadro:
Elemento
profético |
Juan el Bautista |
Malaquías |
Israel como
sujeto de juicio. |
Mt. 3:5,7 |
Mal. 1:1 |
No reconocimiento
del pecado. |
Mt. 3:8-9 |
Mal. 2 |
Juicio
después del tiempo de Juan. |
Mt. 3:10a |
Mal. 4:5 |
Día de
Jehová asociado al fuego y a la quema. |
Mt. 3:10b-12[9] |
Mal. 3:2,
4:1 |
Purificación
de los pecadores. |
Mt. 3:12b |
Mal. 3:2,
4:1,3 |
Como en las profecías analizadas en el capítulo siete, es
importante no perder el foco del recipiente del juicio, en este caso Israel. En
este sentido, J. S. Russell afirma:
Tal es la terrible maldición que
dejó suspendida sobre la tierra de Israel el espíritu profético en el momento
de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es importante observar que
todo esto hace referencia clara y específica a la tierra de Israel. El mensaje
del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los de Israel; la
venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con maldición es
la tierra de Israel.[11]
El fuego también es castigo frecuente para las ciudades derrotadas
en guerra —ya sea o no por mandato de Dios a raíz de una condena— (Núm. 21:28, Jos.
6:24, 88:11:11, Jue. 1:8, 1 Re. 9:16, Is. 10:16, Zac. 12:6 cf. Mt. 22:7).[15] El
castigo para Israel por romper el pacto Sinaítico es también que los otros
pueblos invadan la tierra prometida, los destruyan y se enseñoreen de ellos
(Lev. 26:14-17); precisamente la necesidad de pasar del antiguo pacto al nuevo
es la transgresión de Israel al antiguo pacto (Jer. 31:32). Considerando que en
el Antiguo Testamento los llamados ‘día de Jehová’ como se ha analizado
anteriormente[16]
han sido ejecutados sobre el pueblo condenado en aquel momento por otra nación
más poderosa como instrumento del juicio, la conclusión es que la condena
anunciada tanto por Juan el Bautista como por su antecesor Malaquías es que
Israel caiga en la condena del fuego, siendo destruida e incendiada por otra
nación debido al quebrantamiento del pacto, a su fornicación y al ser
considerado anatema.
El ministerio de Juan el Bautista era el último momento de duelo y arrepentimiento antes de la aparición del Mesías. Jesús repetidas veces apuntaba a este momento como LA oportunidad de volverse al Señor, pero no todos atendieron al llamado (Mt. 9:9-13, 17:11-12, 21:25-32, Lc. 7:30). La interrogante que surge entonces es ¿Cuál sería entonces aquel día de Jehová, ardiente como horno, donde los malos son como cenizas y abrazados; quemados como paja?
[1]
Como reconoce J. S. Russell, acá claramente no se refiere a la primera venida,
sino a la segunda.
Russell, The Parousia, pág. 5.
[2]
Compárese esto con el proverbial juicio a Sodoma en Gn. 19:28, tanto en su
anuncio como en su cumplimiento.
[3]
Cf. Jer. 31:32. Ez. 16:8. En Lev. 17:7, Os. 9:1 y Miq. 1:7 el pueblo de Dios es
acusado de transgredir el pacto, comparándolo con la transgresión del pacto
marital, por lo que se asocia mediante metáfora al pueblo con una ramera o con
la fornicación.
[4]
Ver capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Reiteración.
[5]
Ver Biblia de Estudio Matthew Henry, pág. 1349, Profesores de Salamanca, Biblia
Comentada, Tomo III Libros Proféticos, pág. 1331 y Longman et al., Introducción
al Antiguo Testamento, pág. 602. En este último, aparte de reconocer a
Elías como Juan el Bautista, se señala que las esperanzas escatológicas de
Malaquías se cumplen en los evangelios.
[6]
Expresión que repite Jesús en 12:34 y 23:33 hacia los mismos maestros de la
ley.
[7]
Gr. μελλουσης “melúses” lit. viniendo: no como algo futuro lejano sino
como algo en tiempo presente. La BTX3 traduce esto como: “inminente ira
venidera”, La 3° edición de la Biblia de Jerusalén como: “ira inminente” y la
NTV y NVI como: “ira divina/castigo que se acerca”.
[8]
Ver capítulo uno: Sola Scriptura, sección sobre Inspiración divina e
interpretación privada.
[9]
Entiéndase que lo dicho por Juan en Mt. 3:11: “él os BAUTIZARÁ en Espíritu
Santo y fuego” como que Jesús en su juicio sumergirá tanto en el Espíritu Santo
a sus escogidos como en el fuego a los reprobados, impartiendo ambos elementos
sobre su pueblo, ya que bautizar (gr. βαπτίζω, “baptízo” G907) significa
sumergir.
[10]
El Diccionario Strong lo define como: físicamente (como encerrar en) una red
(bien sea literalmente o figurativamente); por lo general objeto condenado;
abstractamente exterminación: anatema, armar, consagrar, (cosa) dedicada, red,
maldición, malla.
Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva,
Diccionario de palabras hebreas y arameas, pág. 46.
[11]
Russell, The Parousia, pág. 8.
[12]
La presencia de Dios (o su Espíritu), el pacto de Dios, en manifestaciones de
Dios o teofanías. Para simbolizar resplandor, deseo sexual, enojo. Para
alumbrar, derretir cera u ofrecer ofrendas en purificación ceremonial.
Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico
de Imágenes y Símbolos de la Biblia, págs. 476-479.
[13]
El fuego purificador de este pasaje se encuentra en paralelismo con el “jabón
de lavadores”. La purificación también se representa en este símbolo como
alusión a la limpieza ritual a la que tenía que someterse un sacerdote antes de
entrar en servicio, quienes son unos de los principales recipientes del juicio.
Walter C. Kaiser, Jr., Hacia
una Teología del Antiguo Testamento (Miami: Editorial Vida, 2000), pág.
315.
[14] Longman et al. ed., op. cit., págs.
476-479.
[15]
Ibíd. pág. 477. Véase Am. 2:4-5 donde se condena a Jerusalén con palabras
equivalentes, teniendo aquella profecía cumplimiento en la invasión de
Nabucodonosor el 586 a.C.
[16]
Ver capítulo siete: El día de Jehová, sección sobre Los días de Jehová.