11.10 Evangelios II: parábolas y anuncios: El trigo y la cizaña, peces buenos y peces malos

 


Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero… Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga… Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mt. 13: 24-30,36-43, 47-50).

 La ventaja de la parábola del trigo y la cizaña es que cada elemento que forma el vehículo de la figura, tiene asociado su tenor (vv. 36-43).

La parábola dice que en el mundo (gr. κόσμος “kósmos” G2889) estarían los hijos del reino (los cristianos de aquel tiempo) junto a los hijos del malo (los judíos perseguidores y condenados de ese entonces). En este sentido, pasajes como Rom. 1:8 nos dicen —bajo inspiración del Espíritu Santo—que para aquel tiempo la fe cristiana ya se había divulgada por ‘todo el mundo’[1] (kósmos), compare con Rom. 10:18. Para poco antes del año 70, tanto el cristianismo como el judaísmo estaban esparcidos por ‘todo el mundo’ (Hch. 24:5).

La parábola continúa, afirmando que se debe esperar que estos den su fruto. El cristianismo para el tiempo de Pablo ya tenía su fruto (por el mensaje del evangelio) esparcido por todo el mundo (Col. 1:6, 23).[2] Como se vio en el capítulo anterior, sección sobre La generación mala y adúltera, los judíos se esmeraban en perseguir a los cristianos para matarlos tanto en Israel como en otras naciones, siendo eso su fruto malo.

La parábola llega a su clímax en el evento escatológico final del envío de los ángeles del Hijo del Hombre para el juicio, el lloro y crujir de dientes (v. 41-42). Esto no es más que otra forma de hablar de la segunda venida de Cristo; en varias oportunidades Jesús anuncia que su venida es acompañada de sus santos ángeles (Mt. 16:27, 24:30-31, 25:31, Mr. 8:38). Esto no es una mera metáfora o algo invisible. Como documentan Josefo y Tácito, antes de la caída del Templo y de la ciudad se vieron ángeles vestidos de guerra en el cielo, en las nubes:

 

Antes de la puesta de sol, se mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por las ciudades.[3]

 

Se vio en los cielos luchar ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego procedente de las nubes.[4]

 Como se vio en la sección sobre La fiesta de bodas de este capítulo, el lloro y crujir de dientes —representado acá como un horno de fuego— corresponde al juicio de Dios mediante los romanos en La Gran Revuelta Judía en el 70. La comparación del horno de fuego con la quema de la cuidad es bastante directa. No se trata de una mera comparación pragmática, en el sentido de purificar, sino también perceptual: la ciudad era estaba llena de fuego como un horno. Sobre esto, Josefo relata:

 

Se hubiera pensado que el monte mismo sobre el cual el templo fue construido estuvo lleno de fuego, caliente al rojo vivo en cada parte.[5]

 La parábola finaliza que después de esta purificación, representada en el acto de desmalezar la cizaña, los justos pueden resplandecer como el sol en el reino de Dios (v. 43, cf. Is. 4:4). Ahora bien, ¿cómo se cumplió todo esto? ¿Cómo fue que Dios juzgó a los malos de ‘todo el mundo’ de aquel tiempo, los judíos reprobados, dejando fuera de ese juicio a los justos? Para responder a esto hay que tomar en cuenta lo siguiente. Para el año 70 d.C. se reunieron judíos de ‘todo el mundo’, de todas partes del Imperio Romano, a celebrar la pascua cuando cayó sobre ellos el asedio (cf. Hch 2:5). Esto era costumbre de los judíos y tal como Josefo relata:

 

Toda esta gran muchedumbre, era de muchos lugares; pero entonces parece que por sus hados y suerte toda la gente estaba encerrada como en una cárcel. Y estaba cercada la ciudad abarrotada de gente.[6]

 En la soberanía de Dios, no fue necesario que el juicio recayera sobre cada lugar del mundo donde se encontraban los judíos reprobados y persecutores de la iglesia, ya que todos ellos se juntaron en un mismo lugar —en Jerusalén— a causa de su ritual: la pascua. Por otro lado, Eusebio de Cesarea, historiador de la iglesia temprana, relata un hecho fascinante amparado en la santa providencia de Dios con su pueblo. Eusebio registró que los cristianos en Israel y Jerusalén, mediante revelación divina a sus ancianos fueron persuadidos a salir de esa ciudad antes que estallara el asedio, moviéndose a Pela, Perea, al otro lado del Jordán, a unos 28 km. de Jerusalén.[7] Sobre esto, Eusebio concluye:

 

Emigrados a ella [Pela] desde Jerusalén los que creían en Cristo, desde ese momento, como si los hombres santos hubieran abandonado por completo la misma metrópoli real de los judíos y toda la región de Judea, la justicia divina alcanzó a los judíos por las iniquidades que cometieron contra Cristo y sus apóstoles, y borró de entre los hombres aquella misma generación de impíos.[8]

 Al contrario de los falsos profetas que alentaron a los judíos impíos a permanecer en Jerusalén para resistir a los romanos, bajo la falsa promesa de favor divino,[9] los cristianos huyeron de aquella ciudad, librándose de la condena y saliendo de aquella tribulación (Pr. 11:8). A esto Jesús se refería en parábolas cuando a los peces buenos los meten en la cesta y a los malos los echan afuera (v. 48) o cuando al trigo de le echa en su granero y la cizaña es echada el fuego (v. 30, cf. Mal. 3:18). Esto es el fin del siglo[10] (gr. aión, vv. 39, 49), el fin de la dispensación judía, la era del viejo pacto y su ritual, para dar paso al siglo venidero, el nuevo pacto y el reino de los cielos (v. 43).



[1] Se refiere al Imperio Romano. Acá no se puede pensar en el uso de un absolutismo, efectivamente para aquellos judíos, el mundo de aquel tiempo era lo que conocían.

[2] El fruto representa un resultado. Usado en un contexto positivo representa abundancia.

Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos de la Biblia, págs. 476.

En el caso de las parábolas de Jesús, el buen fruto se refiere generalmente al resultado en la vida del creyente del evangelio del reino, en otros casos se refiere por metonimia al evangelio en sí.

[3] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 322, Guerras 6.5.3.

[4] Tácito, Libro de las Historias, pág. 233, Historias 5.13.

[5] Josefo, op. cit., pág. 321, Guerras 6.5.1.

[6] Ibíd. pág. 333, Guerras 6.9.4.

[7] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, Texto, versión española, introducción y notas por Argimiro Velasco-Delgado, O.P., Primera Edición (en 1 vol.), Tercera reimpresión (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2008), pág. 126, Historia Ecl. 3.5.3.

[8] Ibíd. págs. 126-127, Historia Ecl 3.5.3.

[9] Ver sección sobre La entrada en el reino de Dios en este capítulo.

[10] Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos, sección sobre Dos eras.

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