1.4 Sola Scriptura: El caso del preterismo total

 


Como se ha dicho, los concilios y confesiones han tenido un contexto histórico que los ha moldeado. En los primeros siglos de la iglesia, las grandes controversias estaban centradas fundamentalmente en la cristología. De este periodo se desprenden temas de gran relevancia para la fe, como la formulación de la doctrina de la Trinidad, de la unión hipostática de las dos naturalezas de Cristo, también, la condenación del arrianismo, del donatismo o del pelagianismo, y es por esto que normalmente los primeros concilios se dedican ampliamente a definir y discutir sobre estos temas. De forma semejante, en las confesiones de fe que emanan del periodo de la reforma hay una gran preocupación por estipular que la autoridad de la iglesia (en cuestiones doctrinales) proviene solo de las escrituras, o que la justificación se obtiene mediante la fe solamente, ya que esos eran los temas controversiales que originaron estas confesiones.

Respecto a la escatología, no es hasta el siglo XVI que recién se le pone algo de atención. Sobre el desarrollo de la escatología en los primeros siglos de la iglesia, en su libro sobre la historia de las doctrinas cristianas, Louis Berkhof señala lo siguiente:

 

La doctrina de las cosas últimas nunca fue el centro de la atención; es una de las doctrinas menos desarrolladas… Sus elementos principales han sido un tanto constantes, los que prácticamente constituyen todo el dogma de la Iglesia respecto a las cosas futuras. Ocasionalmente, puntos de vista desviacionistas ocuparon un lugar más o menos importante en la discusión teológica, pero éstos no fueron incorporados en las Confesiones de la Iglesia. Podría ser que, como supone el Dr. Orr, en la actualidad hayamos llegado a un punto de la historia en el que, la doctrina de las cosas últimas recibirá mayor atención y se desarrollará más.[1]

 

La escatología tuvo tan poca relevancia en el tiempo antiguo, que en occidente, recién alrededor del año 300, Victorino de Petovio fue el primero en hacer un comentario al Apocalipsis de Juan. En oriente, especialmente en Alejandría, hubo periodos en que Apocalipsis salió del canon, pero se reincorporó más firmemente luego del siglo VI, ya que en aquel lado del Mediterráneo había un ambiente de rechazo a este libro. Son muy escasas las referencias o comentarios de los padres griegos a Apocalipsis. La iglesia de Siria recién adopta Apocalipsis en su canon luego del siglo VI. Eusebio de Cesarea (siglo IV) se resiste a incluir Apocalipsis dentro de los escritos universalmente aceptados por la iglesia, y otros personajes relevantes del siglo V, como Juan Crisóstomo o Teodoreto, no hacen uso de ese libro.[2] Varios cánones y códices bíblicos antiguos excluyen Apocalipsis. En el tiempo de la reforma, Lutero era partidario de eliminar Apocalipsis —junto con Santiago— del canon Bíblico,[3] mientras que Calvino que comentó todo el Nuevo Testamento, descartó hacer comentarios sobre Apocalipsis y las breves 2° y 3° cartas de Juan.

En este sentido, hasta el tiempo de la reforma, nunca hubo un desarrollo de la escatología, como sí lo hubo de la cristología, la eclesiología, fuentes de autoridad y otras materias. Esto es notorio en los mismos credos antiguos, que tras definir asuntos cristológicos con un notable tecnicismo, se limitan a formular someramente dos o tres oraciones muy generales sobre escatología, tales como «y volverá para juzgar a los vivos y a los muertos» o «el cuerpo será resucitado». En el caso de las confesiones de fe reformadas, estas no dedican más del 5% de su contenido para definir temas escatológicos. En definitiva, la escatología hasta la Reforma se reduce a afirmaciones concisas y poco desarrolladas, acompañadas de interpretaciones alegóricas y poco refinadas de muchos de sus textos clave.

No obstante, una de las consecuencias indirectas de la Reforma Protestante, fue precisamente poner algún grado de atención a las doctrinas de los últimos tiempos. Lutero acusaba al Papa de encarnar al anticristo y a la Iglesia católica romana de ser la gran ramera de Apocalipsis. Gary DeMar comenta:

 

Los agentes de la Reforma, casi sin excepción, creían que el sistema papal era el anticristo, con los respectivos papas reflejando la aplicación espiritual de la descripción de Pablo del “Hombre de Pecado” de 2 Tesalonicenses 2. La idea de un anticristo papal fue escrita en las confesiones de la época. La Confesión de Fe de Westminster (1643-47) declaró que “No hay otra cabeza de la Iglesia que el Señor Jesucristo; ni puede el Papa de Roma, en ningún sentido, ser la cabeza de la misma; sino que es el anticristo, el hijo de perdición, que se exaltó a sí mismo en la iglesia contra Cristo, y contra todo lo que se llama Dios”.[4]

 

Aparentemente, en respuesta a estas fuertes acusaciones, dentro del catolicismo romano surgió la necesidad de limpiar el nombre del Sumo Pontífice, y para ello, se vieron en la necesidad de articular una interpretación con mejores fundamentos que las que planteaban los protestantes acerca de estas cosas. De esta manera, una de las interpretaciones que surgió en este periodo fue la publicación de Francisco Ribera, un jesuita español que en su libro titulado In Sacrum Beati Ioannis Apostoli, & Evangelistiae Apocalypsin Commentarii —publicado en 1585— propuso que las profecías de Dn. 9:24-27, Mt. 24 y Ap. 4-19 tendrían lugar en un futuro distante, sistematizando la postura futurista. Por otro lado, Luis del Alcázar, otro jesuita español, publicó en 1614 el libro Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi, donde propuso que las profecías de Ap. 4-19 se cumplieron en el primer siglo, dando origen formal a la escuela preterista.[5] Es claro que trasladar el cumplimiento de estas profecías al futuro o al pasado, se eximia al Papa de las acusaciones de los reformados. Respecto al desarrollo posterior de estas escuelas de interpretación, en 1882, Frederic W. Farrar, documenta lo siguiente:

 

Ha habido tres grandes escuelas de interpretación apocalíptica: —1. Los preteristas, que consideran que el libro ha sido principalmente cumplido. 2. Los futuristas, que lo refieren a hechos que aún son totalmente futuros. 3. Los Intérpretes de la escuela Continuo-Histórica, que ven en él un esbozo de la historia cristiana desde los días de San Juan hasta el fin de todas las cosas. La segunda de estas escuelas la futurista, siempre ha sido numéricamente pequeña, y en la actualidad se puede decir que es inexistente. La escuela de Intérpretes Históricos fue fundada por el Abbot Joachim a principios del siglo XIII, y fue especialmente floreciente en los primeros cincuenta años del presente siglo. El preterismo ha sido adoptado, con varios matices de modificación, por Grotius, Hammond, Le Clerc, Bossuet, Eichhom, Hug, Wetstein, Ewald, Herder, Zullig, Bleek, De Wette, Lücke, Moses Stuart, Davidson, Volkmar Krenkel, Düsterdieck, Renan, y casi toda la escuela de críticos e intérpretes alemanes modernos.[6]

 

No fue hasta el año 1909, con la publicación de la Biblia anotada de Scofield, que el futurismo —asociado a la teología dispensacionalista— tuvo un verdadero auge en la historia de la iglesia cristiana.

En este sentido, y tal como lo anticipa Berkhof, el desarrollo de la escatología es algo que más bien responde a controversias relativamente modernas que a dilemas del periodo antiguo e intermedio de la iglesia. Si bien, es cierto que el preterismo total es una contradicción a la tradición de la iglesia, no es una oposición a una doctrina que se hubiera discutido abierta e intencionadamente en los concilios y en tratados de autoridades eclesiásticas, como las cuestiones cristológicas que se discutieron en esos tiempos. No es lo mismo ir en contra de una doctrina que de manera secundaria ha sobrevivido en las confesiones históricas —como la segunda venida de Cristo— que ir en contra de los asuntos primarios que se resolvieron en esas oportunidades —como la trinidad.

Las doctrinas características de la Reforma sobre de la justificación por la fe, tuvieron su desarrollo en el siglo XVI en adelante, aunque tienen sus bases en ideas de Agustín en el siglo V. De la misma forma, el preterismo tuvo su desarrollo formal a partir de comienzos del siglo XVII, pero se puede rastrear su origen en ideas anteriores de Eusebio de Cesarea en el siglo (265-339)[7] o en otros registros; por ejemplo, Justo González documenta que en el emperador Juliano el Apóstata (331-363), intentó reconstruir el Templo de Jerusalén “porque pensaba que de ese modo podría contradecir a los cristianos que pretendían que la destrucción del Templo había sido cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento”, reflejando también que en ese tiempo el fundamento del preterismo acerca del Templo era creído en la iglesia.[8] Bajo esta comparación, es posible establecer que el preterismo tiene cierta legitimidad en la historia de la interpretación, y no es una doctrina totalmente moderna y espontánea, comparable hasta cierto punto y guardando las proporciones, con la legitimidad que tienen las doctrinas Reformadas sobre la soteriología.[9]

Finalmente, y como se ha venido insistiendo en este capítulo: si bien, el respaldo histórico de una doctrina es muy relevante y en ningún caso debe ser ignorado, a fin de cuentas, son las Escrituras quienes dirimen sobre la legitimidad de una doctrina. Este punto es lo que se busca demostrar en lo sucesivo.



[1] Louis Berkhof, Historia de las doctrinas cristianas (Edimburgo: El Estandarte de la Verdad, 1969), pág. 333.

[2] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de San Juan (Barcelona: Editorial Herder, 1969), págs. 42-44.

[3] E. Theodore Bachmann, Luther's Works, Volume 35 (Filadelfia: Fortress, 1960), págs. 395-400.

[4] Gary DeMar, Last Days Madness, Cuarta Edición revisada (Powder Springs: The American Vision Press, 1999), pág. 289.

[5] Para una reseña en español de este extenso libro de 1025 páginas escritas en latín, ver el trabajo de Francisco Contreras en https://dialnet.unirioja.es/ejemplar/484469

[6] F. W. Farrar, The early days of Christianity (New York: E. P. Dutton & Co., 1882), págs. 227-228. Cabe señalar que la mayoría de estos autores citados creían que la segunda venida era futura, aunque reconocían que la mayor parte de las profecías se habían cumplido en el pasado (preterismo parcial).

En aquel mismo tiempo (1878), el pastor escocés Charles Stuart Russell, publica The Parousia, donde se expone la doctrina del preterismo total.

Para las definiciones de futurismo, preterismo (parcial/total) e historicismo, vér Apéndice 1: Categorías en escatología.

[7] Expresamente reconocía que la destrucción del Templo y el castigo a los judíos en el año 70 d.C. eran el cumplimiento de las profecías de Jesús en pasajes como Mt. 24. Esto es el fundamento del preterismo.

[8] Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo I, Edición revisada (Miami: Editorial Unilit, 1994), pág. 184.

[9] Destacar también que, según autores no preteristas, el preterismo es la escuela de interpretación que en la actualidad ha dominado entre los eruditos bíblicos.

Stanley N. Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis (Miami: Editorial Vida, 2005), págs. 20-21; Leon Morris, El Apocalipsis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1977), pág. 17.

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