18.8 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: El séptimo sello

 


Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. (Ap. 8:1).

 

En medio de huida de los judíos de la gran tribulación, en los cielos se ve el festejo del incontable pueblo de Dios que celebra este acto. En este contexto es cuando se abre el séptimo sello, donde: “se hizo silencio en el cielo como por media hora” (Ap. 8:1). En medio de la destrucción, este silencio refleja la pausa en el juicio de Dios sobre el territorio de Israel, en el cual los judíos convertidos al cristianismo huyen de aquella gran tribulación.

Sin buscar ahondar en cada detalle ni en cada referencia veterotestamentaria de Apocalipsis, cabe señalar que el silencio acompañado de la multitud adorando y el incienso del altar (Ap. 7:15-8:5) es una imagen del Templo. Luego del ministerio consumado de Cristo que inicia el nuevo pacto, el Templo pasa a ser celestial (cf. Heb. 7:22-8:2). Así como en la escena de Ap. 4, donde bajo los términos celestiales del nuevo pacto se recrea la ascensión de Moisés al Sinaí, en esta escena muestra la adoración celestial del nuevo pacto como una forma perfeccionada del servicio sacerdotal, gozando de la vida eterna y al amparo de Jesucristo. Edersheim comenta sobre este pasaje:

 

Es este momento de tan gran solemnidad cuando por todos los inmensos edificios del templo caía un profundo silencio sobre la multitud que adoraba, mientras que dentro del santuario mismo el sacerdote ponía el incienso sobre el altar de oro y la nube de “perfumes” se levantaba delante del Señor, lo que sirve como imagen de las cosas celestiales en la siguiente descripción: “Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora.... Otro ángel vino entonces v se paró ante el altar, con un incensario de

oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del

ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos”.[1]



[1] Alfred Edersheim, El Templo: su ministerio y servicio en los tiempos de Cristo (Barcelona: Editorial CLIE, 2013), pág. 117.

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