18.15 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: Nerón César y el Imperio Romano, La bestia

 


Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad. (Ap. 13:1-2).

 

El capítulo 13 de Apocalipsis es uno de los pasajes más atrayentes de todas las Escrituras. Esta porción de la profecía contiene todos los elementos que pueden llamar la atención en el hombre: imágenes fabulosas, misterios, alegorías, acertijos, junto a personajes llamativos y malvados que tienen una historia fascinante.

A pesar de pasar de un capítulo a otro (12-13), la historia continúa, por lo tanto, lo que Juan ve es parte de la misma señal del cap. anterior (gr. seméion), donde se describiría la forma en que Satanás persigue al ‘resto de los descendientes de la mujer’ (12:17). El capítulo 13 describe una bestia de siete cabezas, la cual no debe confundirse con el dragón del cap. 12. Como se trata de la misma visión alegórica, esta bestia y sus componentes tienen un significado comparativo. Esta bestia evoca a las bestias de Dn. 7, las cuales según la misma profecía son reyes (Dn. 7:17) y su vez grandes reinos que reinarían en la tierra (cf. Dn. 7:23). Para la tradición judía, la potencia dominante —el Imperio Romano— era identificado en el primer siglo como la cuarta bestia de Daniel (4 Esd. 11:39-12:12, cf. 2 Bar. 39:1-8).[1] En Ap. 17:10, lugar de la profecía en que se interpreta esta alegoría, se indica que las cabezas de la bestia son reyes, por lo que la bestia es un reino. Según se comenta en el capítulo anterior acerca de Ap. 17:9-10,[2] este reino es Roma:

 

Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo.

 

El lugar que universalmente se caracterizaba en el primer siglo por tener siete montes era la ciudad de Roma, con sus montes Aventino, Capitolino, Celio, Esquilino, Palatino, Quirinal y Viminal. En aquel tiempo, Suetonio y Plutarco escribieron sobre el festival del Septimontium, o el festival de los siete montes de Roma, y así muchos otros autores clásicos han hecho referencia a Roma como la ciudad de los siete montes.

Los siete reyes deben ser entonces los siete primeros emperadores de Roma. Historiadores contemporáneos a Juan, como Flavio Josefo,[3] Suetonio[4] y otros,[5] identifican a Julio César como el primer emperador romano;[6] personaje crucial en la historia romana y en occidente, en quien se origina el concepto de emperador al proclamarse como dictador perpetuo por sobre la autoridad del senado, incluso los emperadores sucesores son llamados ‘Césares’ en honor a Julio César. Así, los siete primeros reyes son los siguientes: Julio César (1°), Augusto (2°), Tiberio (3°), Calígula (4°), Claudio (5°), Nerón (6°) y Galba (7°). Ap. 17:10 indica que cinco reyes cayeron[7] —Julio hasta Claudio—, uno es, el sexto, Nerón, quien es el actual César, situando la fecha de esta profecía en su reinado, es decir entre los años 54 y 68 d.C. El séptimo rey que aún no ha llegado es Galba, quien reinó por siete meses luego que sus antecesores hayan tenido reinados de 15 años en promedio, por lo que es bastante sugestivo pensar que es éste de quien se habla que reinaría por breve tiempo.

 

Julio César

Augusto

Tiberio

Calígula

Claudio

Nerón

Galba

49-44 a.C.

31 a.C-14 d.C.

14-37

37-41

41-54

54-68

68-69

cayó

cayó

cayó

cayó

cayó

ES

aún no

 

Los Césares eran dioses. Julio César, Augusto o Claudio fueron deificados en sus muertes por el senado romano; Claudio, Tito y Vespasiano mientras estaban con vida, usaban en las monedas que acuñaban con su busto el título de divus (lat. divino) pero otros, como Nerón y Domiciano (y hasta cierto punto Calígula) se declaraban plenamente como dioses en vida. Cada emperador era llamado augustus (sebastos en gr.) que significa ‘Uno que ha de ser adorado’; también tomaban el nombre de divus, filius dei (lat. hijo de dios), Deus (lat. Dios), dominus (lat. señor; kýrios en gr.), salvator (lat. salvador; sotér en gr.). Se les erigieron muchos templos por todo el imperio, especialmente en Asia Menor,[8] en su honor. Los Césares romanos recibían honores que pertenecían solamente al único y verdadero Dios. En este sentido, es claro que estos títulos reales son nombres blasfemos ante Dios (13:1), y herían profundamente la sensibilidad de judíos y cristianos.[9] A este fenómeno se le conoce históricamente como el Culto Imperial. Sobre esto, José Salguero comenta:

 

El autor sagrado alude indudablemente al culto imperial, muy extendido en Asia Menor, en el cual se tributaban honores divinos al Divus Imperator y a la dea Roma. El culto de los ídolos, que va implicado en la sujeción al imperio idolátrico de Roma, es en la Sagrada Escritura el culto a los demonios. Adorar al emperador o a Roma y adorar al demonio es todo uno en el pensamiento de San Juan. Los emperadores romanos, aceptando los títulos divinos y permitiendo la erección de templos en su honor, obligaban a sus súbditos a dar culto al poder romano y, en último término, al demonio.[10]

 

Nerón exigía absoluta obediencia y para Eusebio, este fue el más vil de todos los emperadores romanos; mucho peor que Domiciano.[11] Gentry hace referencia a su autoproclamada divinidad en un título que se le confería a Nerón como “El todopoderoso Nerón César Sebastiano, un nuevo Apolos”,[12] y ostentaba el título de Pontifex Maximus o el gran sumo sacerdote de la religión romana.

Si el Gran Incendio de Roma del año 64 d.C., en que dos tercios de la ciudad fueron carbonizados, fue obra de Nerón o no, eso es algo que parece que no sabremos jamás a ciencia cierta. Según Suetonio y Dion Casio, mientras Roma ardía, Nerón estaba cantando el Iliupersis.[13] Sin embargo, según Tácito, Nerón estaba en Antium, a 42 km. de Roma. Este último autor cuenta que, para alejar de sí las culpas sobre este incendio, Nerón acusó a los cristianos de ser los autores de tal atentado y ordenó que se los arrojara a los perros o fueran quemados vivos y crucificados, iniciándose oficialmente la persecución del Imperio Romano a los cristianos, quienes hasta ese momento solo eran perseguidos por los judíos:

 

Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos... Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento a la humana generación. Se añadió a la justicia que se hizo de éstos, la burla y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña, a los que, en faltando el día, pegaban fuego, para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche. Había Nerón diputado para este espectáculo sus huertos, y él celebraba las fiestas circenses; y allí, en hábito de cochero, se mezclaba unas veces con el vulgo a mirar el regocijo, otras se ponía a guiar su coche, como acostumbraba. Y así, aunque culpables éstos y merecedores del último suplicio, movían con todo eso a compasión y lástima grande, como personas a quien se quitaba tan miserablemente la vida, no por provecho público, sino para satisfacer a la crueldad de uno solo.[14]

 

Destacable es que Nerón inició la persecución contra los cristianos por parte del Imperio Romano, comenzando en noviembre del año 64 hasta su muerte junio del 68 d.C., es decir, casi 42 meses; con toda la autoridad, recursos y poder del César del implacable Imperio Romano (13:5).[15] Este es el medio terrenal que usó el dragón de Ap. 12 para atacar al ‘resto de la descendencia’ de la mujer (12:17). Ap. 13:7 dice explícitamente que esta bestia tiene la autoridad sobre todos los pueblos, lenguas y tribus (Israel y el Mediterráneo), y que le fue dada autoridad para vencer a los santos. Es por esto que en Ap. 13:4 se hace la pregunta retórica: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?”, ya que tanto el imperio como su emperador eran implacables e invencibles.

Según también documenta Tácito, Galba criticó la lujuria de Nerón en audiencias públicas y privadas durante su rebelión; y es de esperar, ya que Nerón cruzó con creces la línea de lo inmoral para los romanos. Sobre este desenfreno y depravación sexual, Suetonio documenta en La vida de los doce césares que sus acciones depravadas y torcidas no tenían límite, y que prefiere no llenar las páginas de sus anales con tales horrores, limitándose solo a documentar algunos de ellos:

 

Castró al joven Esporo y trató de hacer de él una mujer, de hecho se casó con él con todas las ceremonias habituales, incluyendo una dote y un velo nupcial, lo llevó a su casa y lo trató como su esposa. Esporo se arreglaba como las mejores emperatrices, paseaba por la ciudad en litera y besaba en público a Nerón… Se sabe también que quiso gozar a su madre… En cambio, recibió en seguida entre sus concubinas a una cortesana que se parecía en gran modo a Agripina; se asegura aunque antes de este tiempo, siempre que paseaba en litera con su madre, satisfacía su pasión incestuosa, lo que demostraban las manchas de su ropa. Tras haber prostituido todas las partes de su cuerpo, ideó como supremo placer cubrirse con una piel de fiera y lanzarse así desde un sitio alto sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer, del mismo modo que Esporo le servía a su vez a él, imitando en estos casos la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia.[16]

 

El reinado de Nerón se asocia comúnmente a la tiranía y la extravagancia. Se lo recuerda por una serie de ejecuciones sistemáticas, incluyendo la de su propia madre Agripina (con quien se dice que tenía relaciones sexuales),[17] de sus dos esposas, de su hermanastro Británico y de varios otros miembros de su familia. Se le describe como osado, pervertido y desvergonzado.[18] Este César refleja la máxima perversidad de la naturaleza caída humana, ya que no tenía límites en sus acciones. Dada su posición de monarca absoluto, no sentía ninguna presión social para limitarse en sus actos, y además tenía el poder de ultrajar a quienes sea y donde sea; incluso en las mismas salas del senado y en las calles de Roma.

Nerón era tremendamente vanidoso y buscaba la admiración. Participaba en los juegos olímpicos, corría en los carros del hipódromo, era actor de escenario y recibió cientos de coronas por victorias en muchas disciplinas deportivas y artísticas. Dion Casio relata que Nerón entró en Roma triunfalmente, y fue saludado con ovaciones por el senado y por el pueblo, quienes le ofrecían las mayores adulaciones. Fue saludado con gritos de: ¡Victorias olímpicas! ¡Victorias pitias! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Nerón el Hércules! ¡Nerón el Apolo! ¡Sagrada Voz! ¡El Eterno![19]

El César Nerón, proclamaba que él era de nacimiento milagroso y divino y erigió el Coloso del Sol Invictus (dios del sol invicto) con sus mismos rasgos faciales, también conocido como El Coloso de Nerón. Esta fue una estatua levantada en la ciudad de Roma y representaba al emperador en su deidad; fabricado en bronce sobre una base de mármol y de tamaño colosal. Se estima su altura entre 30 y 35 metros.[20] Estaba situado frente a la plataforma del Templo de Venus y Roma, cerca del Coliseo Romano y se requirieron muchos elefantes para su traslado.[21] La estatua fue erigida originalmente por Nerón en el exterior del vestíbulo porticado de la Domus Aurea, su ostentosísimo palacio imperial, construido luego del incendio de Roma y financiado en base a impuestos arbitrarios.

 

El coloso de Nerón.

 

En estos hechos, es fácil identificar también con Nerón un personaje del cual habló Pablo a los tesalonicenses, quien al presente de ellos vivía, pero que aún no se había manifestado en toda su maldad y que precedería a la segunda venida de Jesús (cf. 1 Jn. 2:18-22, 4:1-3, 2 Jn. 1:7):

 

Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. (2 Tes. 2:3-4).

 

Un asunto que resulta destacable también en la identificación de Nerón como la bestia de Ap. 13, es el número que se debe identificar en el v. 18:

 

Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis.

 

Juan habla a las iglesias de Asia diciendo que esto es ‘sabiduría’ y está dirigido a quién tiene ‘entendimiento’ y que debe ‘contar’ el número de la bestia, el cual es ‘número de hombre’, es decir, que se trata de una especie de acertijo que no todos pueden resolver y se trata de contar el número de un hombre.

Considérese también que existe un paralelo entre el episodio de los dos testigos y las dos bestias, de acuerdo al quiasmo expuesto en la sección sobre La mujer y el dragón. En este aspecto, si los dos testigos son dos hombres bienaventurados que pertenecen a la santa iglesia; profetas de Dios, las dos bestias deben ser dos personas viles que pertenecen a Satanás, al reino humano y que hacen las obras del maligno para oponerse a Dios.

Muchos comentaristas que tratan de contextualizar Apocalipsis en el primer siglo, reconocen que el conteo de este ‘número de hombre’ se explica por la guematría. George R. Beasley-Murray lo desarrolla de la siguiente forma:

 

La marca se describe como el nombre de la bestia o el número de su nombre. Muchos idiomas antiguos no tenían cifras para indicar números sino que en lugar de ellos usaban las letras del alfabeto (a=1, b=2, c=3 y así sucesivamente). Esto hace posible que un nombre sea representado por el número que se obtiene agregando los valores numéricos de las letras del nombre. Por ejemplo, hay una inscripción en una pared de Pompeya que dice: “Amo a aquella cuyo número es 545.” ¡Sin duda, la muchacha sabía cuál era ese nombre! De modo que, a pesar de las muchas posibilidades que permite el número 666, es virtualmente seguro que el individuo indicado de ese modo fuera conocido por las iglesias a las que se dirigía Juan y probablemente más allá. El nombre “César Nerón” transliterado del gr. al heb., produce el número 666.[22]

 

Como G. B. Caird señala sobre la gramática empleada en Apocalipsis en la introducción a su comentario de Revelación: “es la gramática de un hombre que estaba pensando en hebreo mientras escribía en griego”,[23] y más allá del asunto gramatical, el cual usa construcciones típicamente semíticas pero escritas en griego, Juan hace uso del hebreo en otros pasajes para identificar otros nombres propios, como en Ap. 16:16 donde dice: “Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” o en Ap. 9:11 donde se refiere a: “cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión”. Juan también usa los nombres griegos y hebreos del dragón: “que se llama diablo [griego] y Satanás [hebreo]” (Ap. 12:9), además de otros hebraísmos no traducidos al griego como “amén” o “aleluya”[24] (Ap. 3:14, 19:1-6). En este sentido, el acertijo de contar el número de hombre en hebreo tiene cabida en el pensamiento de Juan y para los primeros lectores de Apocalipsis sería un acertijo posible de resolver; sin grandes dificultades por los miembros de las iglesias de Asia que conocieran el hebreo, por lo cual se dirige este acertijo a quien ‘tenga entendimiento’.

El proceso del traspaso del nombre a números se origina con el nombre “Nerón Káiser” —la forma griega de Nerón César (Νερων Καισαρ)[25]— escrito en hebreo como נרון קסר (transliterado Nron Qsr). Estas letras tienen cada una un valor numérico, que al sumarlas resulta 666:

  

Letra hebrea

Nombre

Transliteración

Valor numérico

נ

Nun

N

 50

ר

Resh

R

200

ו

Vav

O (V, W, U)

  6

ן

Nun (final)

N

50

ק

Qaf

Q

100

ס

Sámej

S

 60

ר

Resh

R

200

נרון קסר

 

Nron Qsr

666

 

Muchos autores como William Barclay, Robert Mounce o Miguel Nicolau, coinciden en que la solución sobre este asunto que mayor aceptación ha tenido en el ámbito académico, y que permanece vigente, es la que tribuye la cifra al nombre de Nerón.[26]

Otro asunto que es muy relevante al considerar a Nerón como aquel a quien se refería Juan con la cifra 666, es que en algunos pocos manuscritos se encuentra la variante de esta cifra a 616. Esta variación refuerza la idea que la cifra en cuestión era una referencia a Nerón, ya que es la suma de la versión hebrea del nombre en latín y no en griego: el nombre del césar en griego es Nerón, mientras que en latín es Nero, por lo que al usarse la variante latina, se pierde la letra ‘n’, la cual en hebreo tiene un valor de 50, y eso explica la diferencia entre los valores de estos manuscritos, de 666 a 616, donde algún copista entonces intentó “corregir” el número, ya que en occidente, la variante latina es bastante más común que la griega. Bruce Metzger, en su comentario textual del Nuevo Testamento Griego, lo entiende de la siguiente manera:

 

Tal vez el cambio fue intencional, pues cuando la forma griega del nombre Nerón César se escribe con letras hebreas (קסר נרון), su equivalente en números es 666, mientras que equivale a 616 cuando se escribe en latín (Nero César = קסר נרו).[27]

 

Craig Keener destaca que en las tradiciones proféticas judías hay varios ejemplos de cálculos de números de gobernantes bajo métodos similares al anterior (Or. sib. 5:14-42; 11:29-30, 91-92, 114, 141-142, 190, 208, 256; Libro 12 pássim).[28] En el periodo patrístico (siglo II), Ireneo usó la estrategia de la guematría para intentar resolver el asunto, aunque no pensó en Nerón como candidato, patrocinó la idea que la cifra se refería a la palabra griega “lateinos”, latino (romano), o “teitan”, titán cuya suma daba también 666.[29]

Respecto al asunto del número, destacar que en el texto griego (NA28) aparece como ἑξακόσιοι ἑξήκοντα ἕξ “exakósioi exékonta ex”, lit. ‘seiscientos sesenta y seis’ y NO un trío de números ‘6’ (seis, seis, seis). Este solo hecho hace pensar en la cifra como un todo y no como una colección de seis. Bajo el entendimiento del número como un trío de seis, puede llegarse a ciertas conclusiones alegóricas como las que adoptan autores idealistas como Hendriksen: “…recuerde que el número de la bestia es número de humano. Ahora, el ser humano fue creado en el sexto día. Seis, por lo tanto, no es siete y nunca alcanza a ser siete. Nunca alcanza la perfección, es decir, no llega nunca a ser siete. Seis significa errar el blanco o fracasar. Siete significa perfección o victoria… el número de la bestia es 666, es decir, ¡fracaso tras fracaso tras fracaso!”.[30] En un razonamiento similar, G. K. Beale —y también muchos otros autores— sugiere que no es el propósito de Juan que se calcule el número literal para identificar a una persona en particular, sino que el ‘entendimiento’ está en identificar a la trinidad demoniaca representada en el trío de seis, un número imperfecto e inferior al siete divino.[31] Cabe señalar que este razonamiento es mayoritario entre los comentaristas evangélicos. No obstante, esta clase de argumento desatiende la indicación de Juan de calcular el número de un hombre, sobre todo también si se considera que en Ap. 13:17 es intercambiable el uso del ‘nombre de la bestia’ con ‘el número de su nombre’, y notar el contraste de los marcados con el nombre de la bestia (equivalente a su número) con los 144.000 de Ap. 14:1, “que tenían el nombre de él [del Cordero] y el de su Padre escrito en la frente”.

La bestia, la cual es el Imperio Romano con el Cesar a la cabeza, es adorada por los “habitantes de la tierra [gr. ]” (Ap. 13:8). En esto se deja constancia de la constante alianza de Roma con los judíos antes de las revueltas del año 66 d.C., donde los ejércitos romanos se abstenían de ciertas prácticas consideradas idolátricas para no ofender a los judíos; puntualmente del uso de sus figuras y estandartes militares en Judea.[32] También afirma que “Me parece necesario aquí relatar todos los honores que los romanos y sus emperadores concedieron a nuestra nación y de las alianzas de asistencia mutua que han hecho con ella”.[33] Craig Keener, entre otras cosas, documenta que los judíos habían sido eximidos de adorar al emperador,[34] pero ellos en la práctica (hasta el año 66) eran devotos del César. Esto es claro en la escena del juicio a Jesús, donde la multitud de judíos que quería crucificarle lo acusó de sedición; de querer proclamarse rey. Así, a Pilato le decían: “Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone” (Jn. 19:12), y también “No tenemos más rey que César” (Jn 19:15); el mismo César que se proclamaba como divus, dominus o salvator. En Lc. 23:2 se registra también esta acusación: “A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey”. También, según se ha comentado sobre Hechos,[35] los judíos eran los grandes persecutores de la iglesia temprana, pero destacar que ellos actuaban bajo el amparo de las leyes romanas y acusaban a los cristianos ante los romanos, debido a que en sus leyes, los judíos no podían matar a otros directamente como se ve en Hch. 4:27, 16:20, 17:7, 18:12, 21:11, 24:1-9, 25:1-2.[36]

A pesar que los judíos estaban en contra del dominio romano, y esperaban que el Mesías llegase para liberarlos de su opresión, con sus actos ellos rendían pleitesía a Roma. Por esto que en Ap. 13:9 se dice “quien tiene oídos, oiga”, ya que aquella adoración no era algo explícito en los judíos —la ley prohibía la adoración a hombres— pero en sus actos practicaban la adoración y proclamaban lealtad al César; más aún al rechazar mediante los romanos al Mesías y a la verdadera Israel. Al adorar al César se adora a Satanás, por lo que los judíos que caían en estas prácticas eran parte de “la sinagoga de Satanás” (Ap. 2:9, 3:9).

Otro asunto relativo a la visión de la bestia es que se le describe como que “una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia” (Ap. 13:3). Muchos autores ven en esto la leyenda de Nero redivivus,[37] que se gesta en que el 9 de junio del 68 d.C., cuando Nerón se suicida tras ser destituido por el senado.[38] Muchos no creyeron que Nerón realmente se hubiera matado y se decía que regresaría desde el oriente al mando de los partos para recuperar su imperio.[39] En base a esto, y debido a la gran maldad de Nerón, muchos pensaban que el espíritu de Nerón se reencarnaría en algún otro emperador vil, como Domiciano. En la práctica, con la muerte de Nerón, el imperio quedó sumido en el caos. Nerón era el último de la dinastía que comenzó con el gran Julio César, ya que Nerón no había dejado un heredero. Debido a esto, el año posterior a su muerte se le conoce como el año de los cuatro emperadores, porque hubo una seguidilla de golpes de estado, y todo el Imperio Romano sufrió grandes convulsiones, pareciendo que el imperio había sido herido de muerte y destinado a colapsar (cf. Ap. 13:3a). Muchos historiadores de ese tiempo son unánimes al referirse a este periodo como el momento en que el Imperio Romano estuvo a punto de colapsar.[40] Tácito lo resume así:

 

Empiezo mi tarea tratando una época repleta de acontecimientos. Atroz por las guerras, desgarrada por las sediciones, violenta en los mismos tiempos de paz. Cuatro emperadores asesinados por la espada, tres guerras civiles, cuatro guerras exteriores, y muchas en que se entremezclaban ambas.[41]

 

A pesar que el imperio estaba aparentemente destinado a colapsar, el 1 de julio del 69 d.C., el general Vespasiano, quien sofocaba la revuelta de los judíos, asume el mando del imperio, devolviéndole la estabilidad y formando una nueva dinastía: la Dinastía Flavia.[42] Esto puede explicar la afirmación “pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia” (Ap. 13:3b), ya que Nerón muere sorpresivamente, hiriendo de muerte al imperio que fue relegado a las sediciones, pero aquella herida es sanada con la llegada de la nueva dinastía.[43]

Respecto a la segunda bestia (Ap. 13:11-15), se debe estacar que esta viene de la tierra (gr. ) a diferencia de la primera, que viene del mar —del extranjero, cf. Ap. 17:15—, esta es una bestia menor, pero tiene el poder de la gran bestia anterior: del Imperio Romano y su emperador. Su propósito es ser un portavoz de la bestia anterior, así como un embajador o vocero. Bajo estas consideraciones, se puede llegar a concluir que se trata del representante romano en la tierra (Israel): Gesio Floro. Este fue el último procurador romano que gobernó en Judea antes de las revueltas (ente el 64 y el 66 d.C.) y favorecía a los griegos de palestina por sobre los judíos, generando tensiones y descontento en los judíos. El acto que desató la guerra y la Gran Revuelta Judía fue el saqueo de Floro de 17 talentos del tesoro del Templo; profanación y ultraje al santo lugar que indignó a los judíos a lo sumo. James Stuart Russell comenta lo siguiente sobre este personaje y sobre la situación religiosa de aquel tiempo:

 

En las páginas de Josefo, el lector encontrará la historia del enorme e increíble libertinaje, el fraude, la traición, y la tiranía de este último, y el peor, de todos los gobernadores que representaron la autoridad imperial en Judea, y verá cómo el historiador sigue el rastro de la mala administración de este hombre tristemente famoso hasta llegar a la ruina que descendió sobre la nación. Fue esta opresión intolerable y draconiana lo que acicateó a los infelices judíos hasta llevarles a la rebelión, y fue la causa inmediata de la guerra que terminó en la completa destrucción de Jerusalén y de su pueblo. En realidad, Josefo no ha preservado todos los hechos. Si los tuviésemos, sin duda ilustrarían vívidamente todos los detalles del retrato apocalíptico de la segunda bestia. Pero apenas si los necesitamos. La fuerza, el fraude, la crueldad, la impostura, la tiranía, son atributos que con demasiada certidumbre podrían aplicarse a un procurador como Floro. Quizás los rasgos más difíciles de verificar son los que se relacionan con el cumplimiento obligatorio del homenaje a la estatua del emperador y la asunción de pretensiones milagrosas. Pero, aún aquí, todo lo que sabemos está a favor de que la descripción es correcta al pie de la letra. Dean Milman observa: “La imagen de la bestia es claramente la estatua del emperador”, y añade: “La prueba a la que eran sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer incienso ante su estatua, e invocar a los dioses”… Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto más notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que tenemos delante: “La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de reverencia religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas', Juv. 4.71), y la adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos tiempos (haciendo a un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos genuinos en el mundo civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado, y la adoración a Cristo, por la otra”.[44]

 

En correspondencia con Russell, Milton Terry —quien reconoce a Nerón y al Imperio Romano como la primera bestia y ve reflejado en la segunda bestia al procurador romano Albinus[45] o en su defecto a Gesio Floro— señala lo siguiente respecto al rol de los procuradores en el culto imperial: “Es cosa bien sabida que a los cristianos de este período se les exigió adorar la imagen del emperador, bajo pena de muerte; y los procuradores eran los agentes del emperador para poner en vigencia estas medidas. Así, a la segunda bestia, muy apropiadamente se le llama ‘el falso profeta’ (16:13, 19:20) porque su gran tarea consistía en pervertir los hombres a una idolatría blasfema”.[46] En este aspecto, la imaginería sobre el aliento de vida que se le infunde a la imagen de la bestia (13:15) debe ser una vívida expresión figurada para referirse al rol de este agente dentro del culto imperial, y no a una declaración estrictamente literal. En esto hay una notable semejanza histórica y moral con la situación de Daniel, quien se rehusó a adorar la imagen de Nabucodonosor, por lo que fue sentenciado a muerte (Dn. 3).[47]

Antes de la llegada del siglo venidero, el mundo entero fuera de Israel era ignorante respecto a Jehová y su pacto, por lo que Satanás era el ‘príncipe de este mundo’. No obstante, con la irrupción del Mesías, ya el nuevo pacto había llegado y con ello la liberación del mundo de aquel poder maligno. Satanás en su último esfuerzo por prevalecer, empleó al Imperio Romano con su gran poder como su instrumento de lucha contra el cristianismo, ya que le quedaba poco tiempo y necesitaba derrotarlos para seguir siendo aquel príncipe sobre los hombres. El enemigo usó a hombres retorcidos como Nerón y Gesio Floro como sus instrumentos para sofocar el floreciente dominio de Dios sobre el mundo, sin embargo, como continúa la narración de Apocalipsis, Satanás termina siendo derrotado y la iglesia prevalece como la congregación de Dios en el mundo, llevando luz a todas las naciones, y estas religiones paganas y diabólicas terminan pasando a la historia.

La última materia que queda por analizar respecto a la señal de Ap. 13 es la marca de la bestia que se registra en los vv. 16-17. Destacados académicos documentan a partir de varias fuentes antiguas que la marca en la mano o en la frente podría ser una alusión a la antigua práctica de marcar o tatuar a esclavos desobedientes, soldados y devotos leales a dioses de diversas religiones. Si se tiene en mente la asociación con los esclavos, entonces los adoradores de la bestia son vistos como su propiedad; si hay soldados o devotos religiosos a la vista, los adoradores son vistos como fieles seguidores de la bestia.[48]

Algún tiempo antes de Juan, el rey de Egipto Ptolomeo IV Filópator, luego de censar a los judíos, los marcaba a fuego con el símbolo de una hoja de hiedra, el cual era símbolo el dios Dionisio-Baco (3 Mac. 2:28-29).[49] También, era una práctica común en el Mediterráneo oriental el marcar a los soldados derrotados con una marca en la frente hecha a fuego, tal como lo hacían los atenienses cuando marcaban a fuego a sus prisioneros de guerra en la frente, pero en este caso con un búho, el símbolo de Atenas.[50] David Aune, en su extenso comentario a Apocalipsis, hace un completo estudio sobre las marcas en el mundo antiguo (como en Ap. 13:16-17), dentro de las que se puede destacar: (1) las marcas que se hacían tribus bárbaras para identificarse con su religión, las cuales se hacían en la frente, e igual que lo hacían otras religiones del levante, (2) las marcas que los griegos hacían a los esclavos en la frente como castigo, con hierro al rojo vivo, quienes a su vez lo aprendieron de los persas, (3) marcas o tatuajes a los presos para indicar la causa de su condena, (4) marcas de propiedad (de forma similar que se hacían a las vacas u ovejas) estampadas en los brazos de los esclavos (5) marcas en la frente y en las muñecas y antebrazos que los romanos de hacían como un rito de iniciación de cierta religión pagana conocida como el mitraísmo,[51] religión que tenía gran influencia en el ejército romano, especialmente en Asia Menor.[52] William Barclay añade que muchos soldados romanos se tatuaban el nombre de su general en señal de lealtad.[53]

Keener, por otro lado, hace alusión que la palabra griega para marca es χάραγμα “járagma” G5480, la misma palabra que tenían los sellos de documentos comerciales imperiales,[54] y aquel término también se utilizaba para referirse a la acuñación de monedas,[55] las cuales llevaban las imágenes y títulos blasfemos del César.

 


Moneda romana del siglo I.

 

Esta moneda, por ejemplo, alrededor de la efigie del César tiene los títulos: IMPerator NERO CAESAR AVGustus Pontifex MAXimus Tribunicia Potestate Pater Patriae; Emperador Nerón César, Adorable, Pontífice Máximo, Potestad de la tribuna, Padre de la Patria, y el reverso dice: VICTORIA AVGVUSTI; Victoria del adorable.[56] Otras monedas de Nerón exhiben títulos como “Nerón César, adorable Júpiter guardián”, “Nerón Claudio, hijo de dios”, entre otros.

Todo el sistema económico romano estaba impregnado de del culto y la adoración imperial: Keener además afirma que los gremios de artesanos eran fundamentales para el ejercicio del oficio, y para ser parte de ello, se requería participar en comidas cuya carne se ofrecía a los ídolos. También, hay información de un emperador romano posterior a Nerón que exigía un certificado de sacrificios al emperador para participar del comercio.[57] Craig R. Koester y Craig C. Hill comentan:

 

A medida que se realizaban las ventas, la gente usaba monedas que llevaban imágenes de los dioses y emperadores de Roma. Por lo tanto, cada transacción que usaba tales monedas era un recordatorio de que las personas confiaban económicamente en los poderes políticos que no reconocían al Dios verdadero.[58]

 

…es mucho más probable que la marca simbolice el poder económico omnipresente de Roma, cuya misma acuñación llevaba la imagen del emperador y transmitía sus pretensiones de divinidad (por ejemplo, al incluir los rayos del sol en el retrato del gobernante). Se había vuelto cada vez más difícil para los cristianos funcionar en un mundo en el que la vida pública, incluida la vida económica de los gremios comerciales, requería participación en la idolatría.[59]

 

El participar plenamente de los beneficios económicos del imperio requería declarar necesariamente al César como su señor,[60] asunto que llevó a muchos cristianos de los primeros siglos a morir martirizados, ya que ellos lo negaban y reafirmaban que Jesucristo era su Señor (Ap. 12:11).[61]

Debe considerarse que en Apocalipsis, la marca a los 144.000 sellados en la frente (7:3-4, cf. Is. 27:8, Jer. 49:36-37, 51:1-2) no es física sino simbólica. La gran ramera de Ap. 17, tiene una inscripción en su frente, de la cual no se puede pretender un significado literal, ya que la ramera es una imagen celestial (v. 5). Por otro lado, la segunda bestia (el procurador romano) no daba aliento de vida literalmente a la imagen del César, sino que es una descripción vívida, celestial y profética para reflejar su actuar que consistía en conducir a la adoración del emperador. Si bien, estos elementos son simbólicos, representan una realidad concreta e histórica de aquel tiempo.

Tomando todos los antecedentes anteriores, se puede concluir que la marca es un sinónimo de ser espiritualmente esclavizado por el emperador, rindiéndole a él el culto que debiera ser para Dios. Esta marca contrasta con la marca de los 144.000 judíos justificados, en el sentido que no son pertenencia de Dios, sino del emperador, y en última instancia, de Satanás. El no estar rendido al emperador —simbólicamente, el no llevar su nombre escrito en la frente— podía tener graves repercusiones económicas, e incluso terminar en la muerte.



[1] Los intérpretes críticos de Daniel entienden que la cuarta bestia es el imperio griego seléucida. Es de notar también que la bestia de Ap. 13 combina los elementos de las 4 bestias de Daniel, por lo que bajo esta perspectiva, la criatura de Ap. 13 podría ser una nueva bestia. Independientemente si es una quinta bestia como lo señala la escuela crítica o si es la cuarta bestia de Daniel como lo señala la tradición judía del siglo I, es claro que en ambos casos se trata del Imperio Romano, la potencia dominante.
Nótese que Pablo en 2 Ti. 4:17 dice que fue “librado de la boca del león”.

[2] Ver capítulo diecisiete: Apocalipsis I: antecedentes clave, sección sobre Fecha de Apocalipsis: evidencia interna.

[3] Josefo, Antigüedades 18-19.

[4] Suetonio, Vidas de los doce césares, cap. 1.

[5] 4 Esdras 11-12; Oráculos Sibilinos 5 y 8; Epístola de Bernabé 4; Dion Casio, Historia Romana 5.

[6] Se hace esta indicación debido a que los historiadores actuales identifican a Augusto como el primer César, ya que a Julio César lo catalogan como aún dentro del periodo de la República Romana. Si bien Julio fue un autócrata y llamado César, en la historia actual se le identifica como un personaje de transición entre la república y el imperio.

[7] Para Juan, César es sinónimo de rey. Ver Jn. 19:12, 15.

[8] Precisamente en ciudades como Pérgamo o Esmirna ya habían templos dedicados a estos emperadores para el tiempo de Apocalipsis.

[9] Chilton, The Days of Vengeance, págs. 327-328; Caird, The Revelation of St. John The Divine, pág. 163; Profesores de la Compañía de Jesús, La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, Tomo III, Carta a los Hebreos. Epístolas Católicas. Apocalipsis. Índices, pág. 736.

[10] Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo VII Epístolas católicas. Apocalipsis, págs. 443-444.

[11] Eusebio señala: “También Domiciano intentó algún tiempo hacer lo mismo que aquél, aun no siendo más que una parte de la crueldad de Nerón. Mas, como, según creo, tenía algo de cabeza, hizo que cesara rápidamente y llamó de nuevo a los mismos que había desterrado”. Suetonio documenta que Domiciano exigía ser llamado ‘dios’.

Eusebio, Historia Eclesiástica, pág. 153, Historia Ecl. 3.20.7; Suetonio, Vidas de los doce césares, 12.13 (Domiciano, 13).

[12] Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis, pág. 76.

[13] Suetonio, Vidas de los doce césares, 6.38 (Nerón, 38).

[14] Tácito, Anales, 15.44.

[15] Gundry ed., op. cit., págs. 77-78.

[16] Suetonio, Vidas de los doce césares, 6.28-29 (Nerón, 28-29).

[17] Ibíd. 6.39 (Nerón 39).

[18] Se narra que acostumbraba a cantar desnudo en lugares públicos, usando solamente un cinturón.

Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, pág. 273, 4.42.

[19] Dion Casio, Historia Romana 62.20.5, tomado de Russell, The Parousia, pág. 461.

En general, la deificación de los emperadores romanos fue usada también como una herramienta política que aseguraba la continuidad de la dinastía. La consideración de los emperadores como dioses, generaban en la población un sentimiento de aprecio y permitía a los emperadores ejercer mayor dominio sobre sus súbditos.

[20] Como referencia la Estatua de la Libertad mide 33.8 metros desde sus pies hasta la cabeza, el Cristo Redentor de Río de Janeiro mide 30.1 metros sin considerar la base.

[21] Plinio el Viejo, Historia Natural 34.45; Dion Casio, Historia Romana 72.22.

[22] Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, pág. 1491.

[23] Caird, The Revelation of St. John The Divine, pág. 5. Otros autores como David Aune, R. H. Charles y Kenneth Gentry hacen el mismo alcance.

[24] Este término solo se usa dentro de la Biblia en Salmos y Apocalipsis.

[25] Leon Morris ve forzado este ejercicio ya que “Nerón Káiser” es la forma griega de un nombre en latín (Nero Cæsar), que a su vez debe traspasarse al hebreo para obtener el resultado. También argumenta que la variante griega del nombre es insostenible, afirmando que “nadie ha demostrado por qué tendría que usarse en un escrito griego un nombre hebreo con una ortografía poco habitual”. No obstante, según F. F. Bruce y K. Gentry, hay registros de un documento de aquel mismo tiempo encontrado en las cuevas de Wadi Murabba'at, Jordania, que registra el nombre de Nerón en la misma forma griega Νερων Καισαρ, “Nerón Káiser”, por lo que se descarta aquella objeción. C. Keener comenta que para ese tiempo había otros textos donde se calculan los números de las palabras griegas en caracteres hebreos (3 Bar. 4:3-7, 10). Ver Morris, El Apocalipsis, pág. 206, cf. Bruce, Comentario Bíblico Bruce, págs. 1541-1542; Gentry, Navigating The Book of Revelation, pág. 110; Keener, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Apocalipsis, pág. 421.

[26] Barclay, Comentario al Nuevo Testamento por William Barclay, pág. 1163; Profesores de la Compañía de Jesús, La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, Tomo III, Carta a los Hebreos. Epístolas Católicas. Apocalipsis. Índices, pág. 745. Luego de analizar diferentes posibilidades numéricas, estos autores señalan que la opción de Nerón es la más viable o la con mayor aceptación. Ver también Mounce, Comentario al libro de Apocalipsis, pág. 361. Estos autores reconocen esta postura como mayoritaria, pero ven a Nerón como el precursor o arquetipo de un anticristo futuro; no al anticristo en sí. En otros textos simplemente se asume que la cifra es una referencia a Nerón. Ver por ejemplo Wm. B. Eerdmans Publishing, Diccionario Bíblico Eerdmans (Miami: Editorial Patmos, 2016), pág. 1147, entrada sobre ‘Marca’, donde simplemente se hace una definición en base a esa idea.

[27] Bruce M. Metzger, Un Comentario Textual al Nuevo Testamento Griego, pág. 670.

El Papiro 115, el cual es el manuscrito conocido más antiguo que contiene Ap. 13:18, señala 616.

[28] Keener, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Apocalipsis, pág. 420.

[29] Ireneo de Lyon, Contra los herejes 5.30.

[30] William Hendriksen, Más que vencedores (Grand Rapids: Libros Desafío, 2005), pág. 154.

[31] Ver Beale et al., Revelation: a Shorter Commentary, págs. 286-288.

[32] Josefo, Guerras 5.9.4.

[33] Josefo, Antigüedades 14.10.1-2.

[34] Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia. Nuevo Testamento, pág. 750.

[35] Ver capítulo trece: Hechos, sección sobre La persecución judía a la iglesia.

[36] Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis, pág. 87.

[37] Lat. Nerón renovado (o reconstruido). Bruce, Comentario Bíblico Bruce, págs. 1540-1541; Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo VII Epístolas católicas. Apocalipsis, pág. 443; Keener, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Apocalipsis, págs. 399-400, entre otros.

[38] Esta rebelión ocurre luego que Nerón descuidara los asuntos imperiales para dedicarse a sus vicios personales. Se rebela Julio Vindex: gobernador de Galia, Galba: gobernador de Iberia y Lucio Macer: general de la III Legión Augusta que estaba en al norte de África. Finalmente, el senado lo destituye.

[39] Suetonio, Vidas de los doce césares, 6.57 (Nerón, 57).

[40] Historias 1.11, Guerras 4.9.2, 4.10.2, 7.4.2.

[41] Tácito, Libro de las Historias, pág. 3, Historias 1.2.

[42] Suetonio, Vidas de los doce césares, 10.1 (Vespasiano, 1).

[43] Para un análisis del tema de Nerón en Apocalipsis desde la perspectiva preterista en comparación con la postura dispensacionalista, véase Hanegraaff, El Código del Apocalipsis, págs. 141-148.

[44] Russell, The Parousia, págs. 467-468.

Varias fuentes afirman que una vez al año los habitantes debían quemar incienso ante la estatua del emperador, diciendo: «César es señor». Beurlier, De divinis honoribus quos acceperunt Alexander et successores ejus.

[45] Predecesor de Gesio Floro. Procurador de Judea entre el 62-64 d.C. Procurador de Mauritania entre el 64-69 d.C. Josefo, Antigüedades, 20.9.1-5.

[46] Terry, Hermenéutica, págs. 191-192.

[47] Otra propuesta interesante de considerar es la de K. Gentry, quien propone que esta segunda bestia es la aristocracia y el alto sacerdocio judío, proveniente de la tierra (gr. ): con apariencia de cordero, pero con voz de dragón; subordinado a Roma y opuesto Cristo junto con su iglesia.

Gentry, Navigating The Book of Revelation, págs. 120-130.

[48] Beale et al., Revelation: a Shorter Commentary, pág. 282.

[49] Keener, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Apocalipsis, pág. 417; Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo VII Epístolas católicas. Apocalipsis, pág. 450.

[50] Caird, The Revelation of St. John The Divine, pág. 173.

[51] Ver Aune, World Biblical Commentary, Volume 52B, Revelation 6-16, Excursus 7a: Marking, Branding, and Tattooing in the Ancient World.

[52] Religión que adoraba al dios Mitras. Esta expresión religiosa provino del oriente y se extendió por el Imperio Romano desde Asia Menor. Era practicado principalmente en el ejército y se mezclaba con el culto imperial.

[53] Barclay, Comentario al Nuevo Testamento por William Barclay, pág. 1163.

[54] Keener, loc. cit.

[55] Mounce, Comentario al libro de Apocalipsis, pág. 358.

[56] Imagen y descripción de la moneda obtenidas de http://www.wildwinds.com/coins/ric/nero/i.html

[57] Keener, op. cit., pág. 418, cf. Barclay, loc. cit.

[58] Craig R. Koester, Revelation and the End of All Things (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co., 2001), pág. 132.

[59] Craig C. Hill, In God's Time: The Bible and the Future (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co., 2002), pág. 124.

[60] Ver la exposición de Juan Stam sobre el tema de la influencia económica del Imperio Romano.

Juan Stam, Apocalipsis y Profecía (Buenos Aires: Kairos Ediciones, 2005), págs. 79-128. El autor interpreta estos antecedentes como un modelo para un cumplimiento futuro y final de la profecía.

[61] Si bien, se tiene el testimonio de Jesús, quien dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César” (Mt. 22:21), que a primera impresión suena como una aprobación al sistema, notar que esta respuesta se da en virtud de la pregunta maliciosa “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Mt. 22:17), lo que revela que para los judíos se trataba de un asunto altamente delicado. Destacar que durante la Gran Revuelta Judía (66 d.C.), los judíos acuñaron sus propias monedas.

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