16.6 Las siete epístolas: Cielos nuevos y tierra nueva

 


[S]abiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (2 Pe. 3:3-13).

 De la misma manera que en Santiago, Judas y en la Carta a los Hebreos, Pedro advierte a sus destinatarios —los judíos cristianos del siglo I— sobre el juicio venidero tomando como referencias ciertos pasajes notables en la ley y los otros escritos sagrados, según se ha analizado en este capítulo y en el anterior. Así, esta sección de la Segunda Carta de Pedro comienza con los vv. 3-7 haciendo una referencia a los días de Noé como un ejemplo o comparación con lo que habría de suceder en el día del Señor,[1] en el sentido que los impíos ignorarían las advertencias de Dios sobre el inminente momento de castigo que les costaría la vida (cf. Mt. 24:36-42).[2] Existen varios pasajes que identifican los últimos tiempos con esta apostasía e incremento del mal, descrito fuera de las cartas de Pedro (1 Ti. 1:3-7, 4:1-7, 1 Jn. 2:17-18, Jud. 1:4, 1:12, 1:18),[3] lo cual refuerza la expectativa de que ellos mismos (Pedro y su audiencia) estaban viviendo en los últimos tiempos antes del día del juicio (cf. v. 12).

Una diferencia que se puede apreciar acá en el v. 7 entre este cercano juicio de Dios y el juicio del tiempo de Noé es que ahora no es un juicio por agua sino por fuego. La ira del Señor manifestándose como fuego era un vehículo usado varias veces en el Antiguo Testamento como figura para expresar amenaza de juicio (Jer. 21:12) o como una forma de expresar su enojo (Sal. 79:5), pero también el furor de la ira del Señor y su fuego consumidor era una forma en que Dios se manifestaba en algún ‘día de Jehová’ para destrucción del pueblo foco de su ira literalmente mediante fuego y guerras destructoras (Is. 13:10-13, 66.15-16, Ez. 22:31, Jl. 2:30, Miq. 1:4, Sof. 1:18, 3:8, y otros). En el caso de 2 Pe. 3 se está sugiriendo que sobrevendría el mismo destino a ‘la tierra’ que en los anteriores juicios de Dios sobre el pueblo de Israel y su tierra. Esto se cumplió notablemente en el incendio de la ciudad en el 70 d.C. junto con el asedio y la guerra mediante los romanos.[4]

Otro elemento muy importante en el v. 7 es que se reconocen las dos dimensiones del juicio de Dios en la venida gloriosa de Jesucristo: “pero los cielos y la tierra que existen ahora, están (…) guardados para el fuego en el día del juicio…”; como se ha venido argumentando (especialmente en el capítulo doce), el día del Señor anunciado por Jesús en el sermón del monte de los olivos tendría lugar en la tierra (Mt. 24:1-25:30) y a su vez en el cielo (25:31ss), replicando los dichos de Mt. 24:35. En la tierra el juicio recaería sobre la nación de Israel, con un especial acento puesto en Jerusalén y su Templo, mientras que en el cielo el juicio se efectuaría con Jesús exaltado en su naturaleza divina como juez de los muertos que hasta ese momento estaban en el Sheól, en el estado intermedio a la espera del momento final. La parusía, el momento final, es descrito en el v. 10 como un momento repentino e inesperado que interrumpiría de golpe el curso de cómo se venían dando las cosas, así como cuando un ladrón entra a robar a una casa por la noche (cf. Mt. 24:42, 1 Tes. 5:2), tal como ocurrió con el repentino asedio a Jerusalén en el 70 d.C. que dejó encerrados a más de un millón de judíos, muchos de ellos peregrinos que venían solamente a pasar la pascua.

Respecto a los cielos y su destrucción en los vv. 10-12, desde el preterismo no se puede más que conformar según lo declarado en la revelación especial y aceptar que corresponde a un momento de juicio celestial del cual no podemos tener detalles en el sentido de un cumplimiento histórico, más allá de que tuvo lugar en el año 70 d.C. junto con el juicio a la tierra de Israel y su destrucción, ya que todo esto sucedió en un plano desconocido para el hombre vivo en su cuerpo material.

Respecto a ‘la tierra’, según ha venido siendo una de las tesis principales de este tratado, se está refiriendo a la tierra prometida, la nación de Israel (gr. γῆ”), en un sentido local y nacional y no al universo (gr. kósmos) ni a lo habitado (gr. oikuméne). El Diccionario de Imágenes y Símbolos observa acerca de ‘Territorio’ lo siguiente:

 

La imagen del territorio, o la tierra, en la Biblia implica varias palabras como el hebreo ‘éretz (habitualmente «territorio», pero con frecuencia «tierra») o ‘adamáh (por lo general «suelo» o «terreno») en el AT y [la palabra griega] gé en el NT.[5]

 Las obras de ‘la tierra’ se refieren entonces a lo que hay construido en ella, haciendo referencia a lo más llamativo y relevante de Judea que es Jerusalén y su Templo, el centro de todo. Para la mentalidad judía, existían 10 grados de santidad otorgados a lugares físicos, siendo el 10° el de mayor grado de santidad y correspondía al Lugar Santísimo, del 9° al 4° lo formaban —concéntricamente al Lugar Santísimo— otras dependencias del Templo (los atrios, el patio, etc.), el 3° era para el monte del Templo, el 2° era para Jerusalén y el 1° para Israel.[6] Para los judíos, todo lo demás, el resto del mundo, era considerado como ‘fuera de la tierra’,[7] impuro, sin ningún grado de santidad. En el día del juicio, debido a los pecados del pueblo, quienes mataron al Señor y a todos sus enviados, ‘la tierra’ sería considerada como profana, maldita y ya no más santa, por lo que habría de ser destruida por fuego para purificación (v. 10,[8] 11, 12 cf. Mal. 4:1), así como ocurrió en el asedio romano del 70 d.C.

En relación a “los elementos”, los cuales “serán desechos” (v. 10, 11) y “siendo quemados se fundirán” (v. 12), varios padres de la iglesia como Teófilo de Antioquía o Justino Mártir,[9] seguidos también por otros comentaristas modernos, entienden que se refiere a los elementos que componen la creación: como las estrellas, la luna y el sol, los cuales serían destruidos por el fuego en la futura parusía. Por otro lado, un buen número de estudiosos modernos entienden (bajo una muy descontextualizada perspectiva moderna) que se trata de los elementos químicos de la tabla periódica actual con su más de 100 elementos o de simplemente la materia, argumentando así en este pasaje se está condenando a toda la realidad material a su destrucción.[10] Más allá de estas explicaciones, “los elementos” de los vv. 10 y 12 es una traducción de la palabra griega στοιχεῖα “stoijéia” (G4747), y aparte de estos versículos de 2 Pe. 3, en el Nuevo Testamento tiene otras 5 ocurrencias:

 

·      Gál. 4:3: Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos [stoijéia] del mundo.

·      Gál. 4:9: mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos [stoijéia], a los cuales os queréis volver a esclavizar?

·      Col. 2:8: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos [stoijéia] del mundo, y no según Cristo.

·      Col. 2:20: Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos [stoijéia] del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos

·      Heb. 5:12: Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos [stoijéia] de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.

 En Gálatas, Pablo mencionó estos rudimentos dos veces, afirmando primero que los judíos habían estado bajo los elementos del mundo (Gál. 4:3) y luego preguntando a sus lectores por qué querrían volver a estos rudimentos o elementos (Gal 4:9), donde los rudimentos se referían a los rituales y festividades de la ley (Gál. 4:9-10). Pablo estaba tratando de evitar que sus lectores cayeran bajo la esclavitud de los preceptos de la Ley (Gál. 5:1ss), impotentes para lograr la justificación. Pablo también mencionó estos rudimentos o elementos dos veces en Colosenses, advirtiendo que no permitieran que nadie los mantuviera cautivos de los elementos del mundo y luego explicó que al aceptar a Cristo, habían muerto a estos rudimentos (Col. 2:8, 20). Pablo hizo esta advertencia mientras animaba a sus lectores a no dejar que nadie los juzgara por no observar los días festivos y sábados, porque estas cosas no les justificarían con Dios, siendo estos rudimentos solamente un tipo para la persona y la obra de Cristo (Col. 2:16-17). Los rudimentos del mundo se referían a los principios del judaísmo que estaban a punto de desaparecer (2 Co. 3:11, Heb. 8:13). En Heb. 5:12 el autor de la carta utiliza esta palabra para describir los elementos básicos de la fe, comparados con la leche materna para un niño en contraste con el alimento sólido recibido por un adulto.[11]

La palabra στοιχεῖον “stoijéion”, forma singular de stoijéia, es definida por Joseph H. Thayer como: “…los rudimentos con los que la humanidad (...) fue adoctrinada (antes de la época de Cristo), es decir, los elementos de la formación religiosa o los preceptos ceremoniales comunes al culto de los judíos y de los gentiles”,[12] el diccionario Strong la define en su sentido figurado como: “rudimento, elemento”,[13] y el Diccionario Griego-Español de las Sociedades Bíblicas Unidas (2013), lo define como “elementos que constituyen el mundo material; los principios básicos, lo elemental (… los principios, las primeras lecciones)…”.[14] Teniendo en mente que stoijéia se refiere al desarrollo imperfecto, germinal o primitivo de algo —y en el caso del Nuevo Testamento se refiere a los rudimentos doctrinales— no queda otra alternativa más que asumir que Pedro se refiere a que junto con ‘la tierra’ y sus “obras” —aludiendo a Israel y sus edificaciones—, los rudimentos religiosos que hasta ese momento sostenían la religión de ‘la tierra’, el Templo y su ritual, serían quemados y desechos (vv. 10-12), teniendo esto su cumplimiento en la historia en el 70 d.C. En el v. 13, Pedro habla en primera persona (nosotros) para hacer un contraste, que a pesar de que el cielo y ‘la tierra’ serían pasados por fuego, ellos esperaban un nuevo cielo y una nueva tierra, según Is. 65:17 o 66:22.

El adjetivo ‘nuevo’ en el griego del Nuevo Testamento se puede expresar de varias maneras. Las dos más utilizadas son καινός “kainós” (G2537, 42 ocurrencias) y νέος “néos” (G3501, 24 ocurrencias). El Diccionario Vine define kainós de la siguiente forma:

 

denota nuevo, de aquello que es no acostumbrado, desusado; no nuevo en tiempo, sino nuevo en forma o cualidad, de diferente naturaleza de aquello con lo que se contrasta como viejo.[15]

 En cambio, para néos la definición es la siguiente:

 

significa nuevo con respecto al tiempo, lo que es reciente. Se usa de los jóvenes, y así se traduce…[16]

 Kainós entonces es un adjetivo para algo cualitativamente nuevo, como renovado, mientas que néos es algo temporalmente nuevo, como unos zapatos nuevos. El cielo y tierra nuevos a los que se refiere Pedro, son kainós, es decir, cielos y tierra con una nueva condición y no un cielo atmosférico y un planeta Tierra que se crea otra vez luego de haber sido conflagrado. Además, pasajes como Gn. 8:21,[17] Sal. 37:29, 104:5, Ecl. 1:4 o Is. 45:18, nos dicen que el Señor no destruiría al mundo, sino que este permanecería para siempre para ser habitado por los hombres.

Respecto entonces a la renovación en el cielo, como se ha dicho, no se puede más que confiar que haya habido un juicio donde se haya levantado a los muertos del Sheól para ser llevados los justos al cielo y los impíos al infierno (Mt. 25:31ss) en el año 70, dando inicio así a una nueva era en el mundo celestial; en la morada de Dios (1 Re. 8:43a, 49, etc.). Esto no se puede verificar en la historia, porque sucedió en el plano espiritual, fuera de lo terrenal.

En la tierra, el cumplimiento de esto, de una tierra cualitativamente nueva, se debe entender bajo lo previamente analizado. En primer lugar, la tierra a la que se refiere Pedro es Israel, la tierra prometida, la cual iba a ser destruida por los romanos algunos años después. En segundo lugar, una de las grandes promesas en el Antiguo Testamento acerca del nuevo pacto en el siglo venidero es que Israel sería la mayor de las naciones, nación no hecha con mano de hombre, sino que de iniciativa divina y con el Mesías a la cabeza como el gobernante justo y perfecto; esta gran nación además abarcaría a todo lo creado y tendría a Jerusalén como capital.[18] Como tercera referencia, está la definición de la ciudadanía del nuevo pacto en términos de pertenecer a la ‘Jerusalén celestial’ (Gál. 4:26, Fil. 3:20, Heb. 12:18ss, etc.), eterna e inconmovible; ya no a la terrenal. Como cuarto antecedente, se debe considerar que el nuevo pacto ya no depende más de un santuario físico para dar cumplimiento al pacto con Dios, sino que en este sentido Jesús ya hizo todo perfecto en el cielo para siempre, ante la presencia del Padre (Heb. 7-9), teniendo cualquier persona (judío o no) ahora entrada a este nuevo pacto solo por la fe, requiriendo que se expanda el mensaje del reino de Dios por todas las naciones (Mt. 24:14) donde ya la adoración verdadera al padre no estaría limitada al rudimento del Templo terrenal (Jn. 4:4:21-24). Finalmente, el quinto argumento, es que la iglesia es el verdadero Israel (Rom. 11:11-24) y en ella se halla el cumplimiento de las promesas de Dios, la cual tenía por propósito expandirse por todas las naciones.[19] Bajo estas consideraciones, la nueva tierra prometida a la cual esperaban entrar los cristianos judíos de antes de la destrucción del Templo (Heb. 3:7-4:14) era la inauguración plena del siglo venidero, donde ya no habría lugar profano (ya que ‘la tierra’ de Israel sería purificada de los malos con fuego) y donde todo lo habitado sería declarado santo, donde todos los gentiles serían beneficiados de Jerusalén y su Templo; ahora celestial, perfecto e inconmovible, donde también habitan los santos resucitados por la eternidad (cielo nuevo); donde las cosas pasadas (el judaísmo y el viejo pacto) ya no volvería más a la memoria (Is. 65:17) en una nueva tierra o nación () regida por Cristo. No se refiere a un nuevo mundo ni un nuevo planeta, sino a una nueva identidad nacional y pactual que deja atrás siglos de una rudimentaria e imperfecta relación entre Dios y los hombres; una tierra que desde la destrucción de Jerusalén y el Templo corresponde a todo lo habitado por el hombre.

Los pactos de Dios con el hombre siempre tuvieron un lugar físico específico como escenario asociado a ese pacto. En el pacto de obras, donde Dios pacta con Adán, la tierra donde se desarrolló aquel convenio era el jardín del Edén (Gn. 2:8). Más adelante, en el antiguo pacto, luego de salir de la corrupta tierra de Egipto, Dios promete a su pueblo una tierra donde fluiría leche y miel (Ex. 3:8), la cual es la tierra de Canaán o Israel, donde sería afirmado el pacto (Lev. 26:9); es claro que el desarrollo de todo el antiguo pacto sucede exclusivamente en la tierra de Israel. El nuevo pacto por implicación tiene asociado un nuevo territorio donde debiera desarrollarse, y este territorio corresponde con el mundo entero, a todas las naciones y pueblos, a todo lo habitado por el hombre (Miq. 4:1-5, Sal. 117, etc.).

En el Antiguo Testamento, los gentiles estaban fuera de los pactos especiales de Dios con Israel, y los judíos fieles normalmente se apartaban de los gentiles inconversos. De modo que fue una sorpresa para la iglesia primitiva judía que los gentiles se convirtieran a Cristo sin haberse convertido antes totalmente al judaísmo. Así entonces, el Espíritu Santo fue derramado sobre gentiles como Cornelio y su casa (Hch. 10:44-47, cf. 11:4-18) en esta forma asombrosa para demostrar que al fin se habían abierto las puertas para las naciones gentiles. Esta fue una verdadera ruptura con siglos de tradición en la cual sólo Israel era la tierra, y los israelitas eran el pueblo.

La promesa de Abraham de recibir una tierra y de formar una gran nación y un gran nombre, tuvo su primera etapa de cumplimiento en su descendencia étnica y en el pueblo que se formó en torno a esas personas y a la nación que se formó allí. Sin embargo, en el nuevo pacto de Jesús, la fe es el vínculo con Abraham y el territorio donde tiene lugar este pacto, ya no se restringe a Palestina, sino que se abre a todo el mundo. No hay limitantes que puedan impedir a alguien, quien quiera que sea, el formar parte de esta descendencia espiritual de Abraham. Mediante Abraham, muchos fueron bendecidos en el antiguo pacto, tal como se le prometió, pero en el nuevo pacto, esta bendición es aún mayor y se hace extensiva a todos. Esta situación no puede sino motivar a expandir el mensaje del reino de Dios sobre el mundo a todos quienes quieran entrar en él.

Naturalmente, con el avance del evangelio, el nuevo territorio del pacto se va conquistando y avanza por el mundo, lo cual estaba ya ocurriendo antes de la caída de Jerusalén de forma individual: “De modo que si alguno está en Cristo, es una nueva creación, las cosas viejas pasaron; he aquí, han sido hechas nuevas” (2 Co. 5:17, BTX4, cf. Co. 3:9-10), como territorialmente (Mt. 24:14, Rom. 15:24-28, etc.).

Pedro, en los vv. 8-9 alienta a sus lectores —de forma similar que el autor de la Carta a los Hebreos— a esperar aquel momento, pero no en el sentido de no desfallecer ni volver atrás como el autor de la Carta a los Hebreos, sino que exhortando en el sentido que Dios es trascendente al tiempo —haciendo uso de las Escrituras, Sal. 90:4—, que no tiene aquella impaciencia de esa generación que estaba siendo perseguida y atribulada, y que estaba a la espera que se complete el número de judíos que tenían que arrepentirse para escapar del juicio que se les avecinaba.



[1] El evocar a Noé, difícilmente Pedro olvidaría el pacto allí hecho por Dios a Noé de no destruir nuevamente la creación (Gn. 8:21).

[2] Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre Llamado a estar alerta.

[3] Siendo de entre ellos, los judaizantes una importante fuente de corrupción, sobre todo a los gentiles (Rom. 3:20, 3:28, 4:5, 11:6, Gál. 2:16, 2:21, 5:6, y otros). 

[4] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre Tishá be’Av.

[5] Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos de la Biblia, pág. 1149.

[6] Joachim Jeremias, Jerusalén en los tiempos de Jesús, pág. 95. Cf. Sal. 114:1-2.

[7] Edersheim, Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo, pág. 35.

[8] “Serán quemadas” según la RVR1960. Respecto a este término, existen muchas variantes en los textos griegos, así, “la tierra y las obras que en ella…” ‘serían halladas’, ‘serán disueltas’, ‘desaparecerán’ o ‘serán quemadas’, dependiendo del manuscrito. Dentro de estas variantes, la más fuerte es ‘serán halladas’, pero esta carece de sentido, por lo que se añaden enmiendas en las traducciones que usan esta variante, como ‘serán halladas inútiles’, ‘fluirán’, ‘serán removidas’ u otras.

Bruce M. Metzger, Un Comentario Textual al Nuevo Testamento Griego (Stuttgart: Deutsche Bibelgesellchaft, 2006), pág. 632.

El Novum Testamentum Graece de Nestle-Aland en su Vigesimoctava Edición (NA28), incorpora en su texto base: οὐχ εὑρεθήσεται “uj jeurethésetai”, “no serán halladas”.

[9] Jamieson et al., Comentario exegético y explicativo de la Biblia. Tomo II, el Nuevo Testamento, pág. 711, Profesores de la Compañía de Jesús, La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, Tomo III, Carta a los Hebreos. Epístolas Católicas. Apocalipsis. Índices (Madrid: La Editorial Católica, 1967), pág. 341.

[10] Por ejemplo, Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, pág. 1443.

[11] Klingman, The Four Corners, págs. 134-135.

[12] Joseph Henry Thayer, Greek-English Lexicon of the New Testament, Edición Corregida (New York: Harper & Brothers, 1889), pág. 589, entrada de la palabra στοιχεῖον, 4° definición.

[13] Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras griegas, pág. 80.

[14] Deutsche Bibelgesellchaft, Diccionario Conciso Griego-Español del Nuevo Testamento, pág. 166.

[15] W. E. Vine, Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento (Nashville: Grupo Nelson, 2007), pág. 591.

[16] Ibíd.

[17] Muchos comentan que la intención del pasaje es anunciar que Dios no destruiría otra vez al mundo mediante un diluvio, pero esto no tiene ningún sustento exegético, y es una interpretación hecha a la luz de la expectativa neotestamentaria futurista de una supuesta destrucción del mundo.

[18] Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos, sección sobre Dos reinos.

[19] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Parábolas del crecimiento.

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