16.6 Las siete epístolas: Cielos nuevos y tierra nueva
[S]abiendo primero esto, que en los
postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y
diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que
los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de
la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos
por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y
por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua;
pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma
palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los
hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día
es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según
algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero
el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán
con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y
las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de
ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de
vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se
fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales mora la justicia. (2 Pe. 3:3-13).
Una diferencia que se puede apreciar acá en el v. 7 entre
este cercano juicio de Dios y el juicio del tiempo de Noé es que ahora no es un
juicio por agua sino por fuego. La ira del Señor manifestándose como fuego era
un vehículo usado varias veces en el Antiguo Testamento como figura para
expresar amenaza de juicio (Jer. 21:12) o como una forma de expresar su enojo
(Sal. 79:5), pero también el furor de la ira del Señor y su fuego consumidor
era una forma en que Dios se manifestaba en algún ‘día de Jehová’ para
destrucción del pueblo foco de su ira literalmente mediante fuego y guerras
destructoras (Is. 13:10-13, 66.15-16, Ez. 22:31, Jl. 2:30, Miq. 1:4, Sof. 1:18,
3:8, y otros). En el caso de 2 Pe. 3 se está sugiriendo que sobrevendría el
mismo destino a ‘la tierra’ que en los anteriores juicios de Dios sobre el
pueblo de Israel y su tierra. Esto se cumplió notablemente en el incendio de la
ciudad en el 70 d.C. junto con el asedio y la guerra mediante los romanos.[4]
Otro elemento muy importante en el v. 7 es que se
reconocen las dos dimensiones del juicio de Dios en la venida gloriosa de
Jesucristo: “pero los cielos y la tierra que existen ahora, están (…) guardados
para el fuego en el día del juicio…”; como se ha venido argumentando
(especialmente en el capítulo doce), el día del Señor anunciado por Jesús en el
sermón del monte de los olivos tendría lugar en la tierra (Mt. 24:1-25:30) y a
su vez en el cielo (25:31ss), replicando los dichos de Mt. 24:35. En la tierra
el juicio recaería sobre la nación de Israel, con un especial acento puesto en
Jerusalén y su Templo, mientras que en el cielo el juicio se efectuaría con
Jesús exaltado en su naturaleza divina como juez de los muertos que hasta ese
momento estaban en el Sheól, en el estado intermedio a la espera del momento
final. La parusía, el momento final, es descrito en el v. 10 como un
momento repentino e inesperado que interrumpiría de golpe el curso de cómo se
venían dando las cosas, así como cuando un ladrón entra a robar a una casa por
la noche (cf. Mt. 24:42, 1 Tes. 5:2), tal como ocurrió con el repentino asedio
a Jerusalén en el 70 d.C. que dejó encerrados a más de un millón de judíos,
muchos de ellos peregrinos que venían solamente a pasar la pascua.
Respecto a los cielos y su destrucción en los vv. 10-12,
desde el preterismo no se puede más que conformar según lo declarado en la
revelación especial y aceptar que corresponde a un momento de juicio celestial
del cual no podemos tener detalles en el sentido de un cumplimiento histórico, más
allá de que tuvo lugar en el año 70 d.C. junto con el juicio a la tierra de
Israel y su destrucción, ya que todo esto sucedió en un plano desconocido para
el hombre vivo en su cuerpo material.
Respecto a ‘la tierra’, según ha venido siendo una de las tesis
principales de este tratado, se está refiriendo a la tierra prometida, la
nación de Israel (gr. γῆ “gé”), en un sentido local y
nacional y no al universo (gr. kósmos) ni a lo habitado (gr. oikuméne).
El Diccionario de Imágenes y Símbolos observa acerca de ‘Territorio’ lo
siguiente:
La imagen del territorio, o la
tierra, en la Biblia implica varias palabras como el hebreo ‘éretz (habitualmente
«territorio», pero con frecuencia «tierra») o ‘adamáh (por lo general «suelo» o
«terreno») en el AT y [la palabra griega] gé en el NT.[5]
En relación a “los elementos”, los cuales “serán
desechos” (v. 10, 11) y “siendo quemados se fundirán” (v. 12), varios padres de
la iglesia como Teófilo de Antioquía o Justino Mártir,[9] seguidos también
por otros comentaristas modernos, entienden que se refiere a los elementos que
componen la creación: como las estrellas, la luna y el sol, los cuales serían
destruidos por el fuego en la futura parusía. Por otro lado, un buen
número de estudiosos modernos entienden (bajo una muy descontextualizada
perspectiva moderna) que se trata de los elementos químicos de la tabla
periódica actual con su más de 100 elementos o de simplemente la materia, argumentando
así en este pasaje se está condenando a toda la realidad material a su
destrucción.[10]
Más allá de estas explicaciones, “los elementos” de los vv. 10 y 12 es una
traducción de la palabra griega στοιχεῖα “stoijéia” (G4747), y aparte de
estos versículos de 2 Pe. 3, en el Nuevo Testamento tiene otras 5 ocurrencias:
·
Gál. 4:3: Así también nosotros,
cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos [stoijéia]
del mundo.
·
Gál. 4:9: mas ahora,
conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os
volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos [stoijéia], a los cuales
os queréis volver a esclavizar?
·
Col. 2:8: Mirad que nadie
os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de
los hombres, conforme a los rudimentos [stoijéia] del mundo, y no según
Cristo.
·
Col. 2:20: Pues si habéis
muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos [stoijéia] del mundo, ¿por
qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos
·
Heb. 5:12: Porque debiendo
ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva
a enseñar cuáles son los primeros rudimentos [stoijéia] de las palabras
de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de
alimento sólido.
La palabra στοιχεῖον “stoijéion”, forma singular
de stoijéia, es definida por Joseph H. Thayer como: “…los rudimentos con
los que la humanidad (...) fue adoctrinada (antes de la época de Cristo), es
decir, los elementos de la formación religiosa o los preceptos ceremoniales
comunes al culto de los judíos y de los gentiles”,[12] el diccionario
Strong la define en su sentido figurado como: “rudimento, elemento”,[13] y el Diccionario
Griego-Español de las Sociedades Bíblicas Unidas (2013), lo define como
“elementos que constituyen el mundo material; los principios básicos, lo
elemental (… los principios, las primeras lecciones)…”.[14] Teniendo en mente
que stoijéia se refiere al desarrollo imperfecto, germinal o primitivo
de algo —y en el caso del Nuevo Testamento se refiere a los rudimentos
doctrinales— no queda otra alternativa más que asumir que Pedro se refiere a
que junto con ‘la tierra’ y sus “obras” —aludiendo a Israel y sus
edificaciones—, los rudimentos religiosos que hasta ese momento sostenían la
religión de ‘la tierra’, el Templo y su ritual, serían quemados y desechos (vv.
10-12), teniendo esto su cumplimiento en la historia en el 70 d.C. En el v. 13,
Pedro habla en primera persona (nosotros) para hacer un contraste, que a pesar
de que el cielo y ‘la tierra’ serían pasados por fuego, ellos esperaban un
nuevo cielo y una nueva tierra, según Is. 65:17 o 66:22.
El adjetivo ‘nuevo’ en el griego del Nuevo Testamento se puede expresar
de varias maneras. Las dos más utilizadas son καινός “kainós” (G2537, 42 ocurrencias) y νέος “néos” (G3501, 24 ocurrencias). El Diccionario Vine define kainós de la siguiente forma:
denota nuevo, de aquello que es no
acostumbrado, desusado; no nuevo en tiempo, sino nuevo en forma o cualidad, de
diferente naturaleza de aquello con lo que se contrasta como viejo.[15]
significa nuevo con respecto al tiempo, lo
que es reciente. Se usa de los jóvenes, y así se traduce…[16]
Respecto entonces a la renovación en el cielo, como se ha dicho, no se
puede más que confiar que haya habido un juicio donde se haya levantado a los
muertos del Sheól para ser llevados los justos al cielo y los impíos al
infierno (Mt. 25:31ss) en el año 70, dando inicio así a una nueva era en el
mundo celestial; en la morada de Dios (1 Re. 8:43a, 49, etc.). Esto no se puede
verificar en la historia, porque sucedió en el plano espiritual, fuera de lo
terrenal.
En la tierra, el cumplimiento de esto, de una tierra cualitativamente nueva,
se debe entender bajo lo previamente analizado. En primer lugar, la tierra a la
que se refiere Pedro es Israel, la tierra prometida, la cual iba a ser
destruida por los romanos algunos años después. En segundo lugar, una de las
grandes promesas en el Antiguo Testamento acerca del nuevo pacto en el siglo
venidero es que Israel sería la mayor de las naciones, nación no hecha con mano
de hombre, sino que de iniciativa divina y con el Mesías a la cabeza como el
gobernante justo y perfecto; esta gran nación además abarcaría a todo lo creado
y tendría a Jerusalén como capital.[18] Como tercera referencia,
está la definición de la ciudadanía del nuevo pacto en términos de pertenecer a
la ‘Jerusalén celestial’ (Gál. 4:26, Fil. 3:20, Heb. 12:18ss, etc.), eterna e
inconmovible; ya no a la terrenal. Como cuarto antecedente, se debe considerar
que el nuevo pacto ya no depende más de un santuario físico para dar
cumplimiento al pacto con Dios, sino que en este sentido Jesús ya hizo todo
perfecto en el cielo para siempre, ante la presencia del Padre (Heb. 7-9),
teniendo cualquier persona (judío o no) ahora entrada a este nuevo pacto solo
por la fe, requiriendo que se expanda el mensaje del reino de Dios por todas
las naciones (Mt. 24:14) donde ya la adoración verdadera al padre no estaría
limitada al rudimento del Templo terrenal (Jn. 4:4:21-24). Finalmente, el
quinto argumento, es que la iglesia es el verdadero Israel (Rom. 11:11-24) y en
ella se halla el cumplimiento de las promesas de Dios, la cual tenía por
propósito expandirse por todas las naciones.[19] Bajo estas
consideraciones, la nueva tierra prometida a la cual esperaban entrar los
cristianos judíos de antes de la destrucción del Templo (Heb. 3:7-4:14) era la
inauguración plena del siglo venidero, donde ya no habría lugar profano (ya que
‘la tierra’ de Israel sería purificada de los malos con fuego) y donde todo lo
habitado sería declarado santo, donde todos los gentiles serían beneficiados de
Jerusalén y su Templo; ahora celestial, perfecto e inconmovible, donde también
habitan los santos resucitados por la eternidad (cielo nuevo); donde las cosas
pasadas (el judaísmo y el viejo pacto) ya no volvería más a la memoria (Is.
65:17) en una nueva tierra o nación (gé) regida por Cristo. No se
refiere a un nuevo mundo ni un nuevo planeta, sino a una nueva identidad
nacional y pactual que deja atrás siglos de una rudimentaria e imperfecta
relación entre Dios y los hombres; una tierra que desde la destrucción de
Jerusalén y el Templo corresponde a todo lo habitado por el hombre.
Los pactos de Dios con el hombre siempre tuvieron un lugar físico
específico como escenario asociado a ese pacto. En el pacto de obras, donde
Dios pacta con Adán, la tierra donde se desarrolló aquel convenio era el jardín
del Edén (Gn. 2:8). Más adelante, en el antiguo pacto, luego de salir de la
corrupta tierra de Egipto, Dios promete a su pueblo una tierra donde fluiría
leche y miel (Ex. 3:8), la cual es la tierra de Canaán o Israel, donde sería
afirmado el pacto (Lev. 26:9); es claro que el desarrollo de todo el antiguo
pacto sucede exclusivamente en la tierra de Israel. El nuevo pacto por
implicación tiene asociado un nuevo territorio donde debiera desarrollarse, y
este territorio corresponde con el mundo entero, a todas las naciones y
pueblos, a todo lo habitado por el hombre (Miq. 4:1-5, Sal. 117, etc.).
En el Antiguo Testamento, los gentiles estaban fuera de los pactos
especiales de Dios con Israel, y los judíos fieles normalmente se apartaban de
los gentiles inconversos. De modo que fue una sorpresa para la iglesia
primitiva judía que los gentiles se convirtieran a Cristo sin haberse
convertido antes totalmente al judaísmo. Así entonces, el Espíritu Santo fue
derramado sobre gentiles como Cornelio y su casa (Hch. 10:44-47, cf. 11:4-18)
en esta forma asombrosa para demostrar que al fin se habían abierto las puertas
para las naciones gentiles. Esta fue una verdadera ruptura con siglos de
tradición en la cual sólo Israel era la tierra, y los israelitas eran el
pueblo.
La promesa de Abraham de recibir una tierra y de formar una gran nación y
un gran nombre, tuvo su primera etapa de cumplimiento en su descendencia étnica
y en el pueblo que se formó en torno a esas personas y a la nación que se formó
allí. Sin embargo, en el nuevo pacto de Jesús, la fe es el vínculo con Abraham
y el territorio donde tiene lugar este pacto, ya no se restringe a Palestina,
sino que se abre a todo el mundo. No hay limitantes que puedan impedir a
alguien, quien quiera que sea, el formar parte de esta descendencia espiritual
de Abraham. Mediante Abraham, muchos fueron bendecidos en el antiguo pacto, tal
como se le prometió, pero en el nuevo pacto, esta bendición es aún mayor y se
hace extensiva a todos. Esta situación no puede sino motivar a expandir el
mensaje del reino de Dios sobre el mundo a todos quienes quieran entrar en él.
Naturalmente, con el avance del evangelio, el nuevo territorio del pacto
se va conquistando y avanza por el mundo, lo cual estaba ya ocurriendo antes de
la caída de Jerusalén de forma individual: “De modo que si alguno está en
Cristo, es una nueva creación, las cosas viejas pasaron; he aquí, han sido
hechas nuevas” (2 Co. 5:17, BTX4, cf. Co. 3:9-10), como territorialmente (Mt.
24:14, Rom. 15:24-28, etc.).
Pedro, en los vv. 8-9 alienta a sus lectores —de forma similar que el
autor de la Carta a los Hebreos— a esperar aquel momento, pero no en el sentido
de no desfallecer ni volver atrás como el autor de la Carta a los Hebreos, sino
que exhortando en el sentido que Dios es trascendente al tiempo —haciendo uso
de las Escrituras, Sal. 90:4—, que no tiene aquella impaciencia de esa
generación que estaba siendo perseguida y atribulada, y que estaba a la espera
que se complete el número de judíos que tenían que arrepentirse para escapar
del juicio que se les avecinaba.
[1]
El evocar a Noé, difícilmente Pedro olvidaría el pacto allí hecho por Dios a
Noé de no destruir nuevamente la creación (Gn. 8:21).
[2]
Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre
Llamado a estar alerta.
[3]
Siendo de entre ellos, los judaizantes una importante fuente de corrupción,
sobre todo a los gentiles (Rom. 3:20, 3:28, 4:5, 11:6, Gál. 2:16, 2:21, 5:6, y
otros).
[4]
Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre Tishá be’Av.
[5]
Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos de
la Biblia, pág. 1149.
[6]
Joachim Jeremias, Jerusalén en los tiempos de Jesús, pág. 95. Cf. Sal.
114:1-2.
[7]
Edersheim, Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo, pág.
35.
[8]
“Serán quemadas” según la RVR1960. Respecto a este término, existen muchas
variantes en los textos griegos, así, “la tierra y las obras que en ella…”
‘serían halladas’, ‘serán disueltas’, ‘desaparecerán’ o ‘serán quemadas’,
dependiendo del manuscrito. Dentro de estas variantes, la más fuerte es ‘serán
halladas’, pero esta carece de sentido, por lo que se añaden enmiendas en las
traducciones que usan esta variante, como ‘serán halladas inútiles’, ‘fluirán’,
‘serán removidas’ u otras.
Bruce M. Metzger, Un Comentario Textual al Nuevo
Testamento Griego (Stuttgart: Deutsche Bibelgesellchaft, 2006), pág. 632.
El Novum Testamentum Graece de Nestle-Aland en su
Vigesimoctava Edición (NA28), incorpora en su texto base: οὐχ εὑρεθήσεται “uj
jeurethésetai”, “no serán halladas”.
[9]
Jamieson et al., Comentario exegético y explicativo de la Biblia. Tomo II,
el Nuevo Testamento, pág. 711, Profesores de la Compañía de Jesús, La
Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, Tomo III, Carta a los Hebreos. Epístolas
Católicas. Apocalipsis. Índices (Madrid: La Editorial Católica, 1967), pág.
341.
[10]
Por ejemplo, Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno,
pág. 1443.
[11] Klingman, The Four Corners,
págs. 134-135.
[12] Joseph Henry Thayer, Greek-English
Lexicon of the New Testament, Edición Corregida (New York: Harper &
Brothers, 1889), pág. 589, entrada de la palabra στοιχεῖον, 4° definición.
[13]
Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras
griegas, pág. 80.
[14]
Deutsche Bibelgesellchaft, Diccionario Conciso Griego-Español del Nuevo
Testamento, pág. 166.
[15]
W. E. Vine, Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento
(Nashville: Grupo Nelson, 2007), pág. 591.
[16]
Ibíd.
[17]
Muchos comentan que la intención del pasaje es anunciar que Dios no destruiría
otra vez al mundo mediante un diluvio, pero esto no tiene ningún sustento
exegético, y es una interpretación hecha a la luz de la expectativa
neotestamentaria futurista de una supuesta destrucción del mundo.
[18]
Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos, sección sobre Dos reinos.
[19]
Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Parábolas
del crecimiento.