12.9 Evangelios III: en el monte de los olivos: Falsos cristos II

 


Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados. Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis. (Mt. 24:22-26).

 En el v. 22 no se refiere directamente a una salvación soteriológica, sino claramente se refiere a salvarse de la gran tribulación, que es el asedio romano a Jerusalén y el asolamiento general de todo el país. Jesús dice acá que este juicio pudo haber sido incluso más atroz, sin embargo, lo importante acá era dar comienzo pleno al reino de Dios, al siglo venidero (cf. Mt. 13:41-43) por lo que este gran juicio se moderaría dentro de la providencia de Dios para no alcanzar también a los ciudadanos del reino de los cielos, los cuales huyeron a otras regiones cercanas (Historia Ecl. 3.5.3). France hace el siguiente alcance:

 

El verbo pasivo “acortar” puede estar indicando que incluso los horrores de la guerra humana entran dentro del control providencial del Dios a quien pertenecen los “elegidos”.[1]

 Las advertencias sobre los falsos mesías y profetas son analizadas en la sección sobre Falsos cristos I, correspondiendo todo a sucesos de Judea previos al año 70.

Ahora bien, ¿por qué Jesús advirtió puntualmente sobre la procedencia de estos falsos mesías desde los aposentos o desde el desierto? La explicación de esto, en primer lugar, es que se trata de los lugares desde los cuales Dios habló inicialmente. No hace falta demostrar que Dios habló a su pueblo manifestándose anteriormente en los aposentos, en la ciudad santa de Jerusalén o en su Templo; ya sea directamente mediante su nube de gloria o a través de sus profetas, sin embargo, el desierto puede no ser al lector moderno un lugar tan evidente para esperar de allí una manifestación divina.

El desierto era un lugar que tenía una conexión casi mística con los judíos, ya que era el lugar de donde provenía la nación de Israel y también donde Dios se manifestó hacia el pueblo. El desierto era en el imaginario judío, aquel lugar que traía recuerdos de una relación más pura y directa con el Señor: donde Él les proveyó el maná y se veía su gloria a simple vista en la nube y el tabernáculo, es también donde también Moisés mismo fundó las bases de la identidad de su nación. En aquel tiempo, algunos judíos tenían en mente que el tiempo final ya había llegado; estos creían que la era escatológica final sería manifestada desde el desierto, ya que era el lugar desde donde provenían los pactos de Dios y también según interpretaciones de ciertos textos, principalmente Is. 40:3-5:

 

Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado.

 Quienes tomaron en mayor consideración estas ideas fueron los esenios, secta judía que se caracterizaba por su piedad y estilo de vida ascético. Algunos de ellos se retiraron de la corrupción de Jerusalén al medio del desierto, a unos 50 km. al oriente a vivir en una comunidad basada en los principios de pureza ritual estricta para obtener salvación, motivados por la expectativa escatológica de la venida del mesías de Israel desde el desierto en lo que hoy se conoce como la comunidad de Qumrán.

Volviendo a las palabras de Jesús, a esto solo se puede añadir la llamativa correspondencia de la aparición de estos falsos profetas y libertarios en el desierto, como Simón ben Gorias (Guerras 4.9.5-7) y el egipcio (Guerras 2.13.5) o en los aposentos, como Juan de Giscala (Guerras 5.6.1)[2] y otros falsos profetas (Guerras 6.5.2), según se precisa en el v. 26. Acerca de estos, Jesús exhorta una vez más a sus discípulos, sus oyentes directos, a no creerles ni seguirlos (cf. Mt. 24:4).



[1] France, Matthew (TNTC), pág. 345.

[2] Editorial Clie, Biblia de Estudio Matthew Henry, pág. 1422. Nota de Alfonso Ropero.

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