12.9 Evangelios III: en el monte de los olivos: Falsos cristos II
Y si aquellos días no fuesen
acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días
serán acortados. Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o
mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos
profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si
fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así que, si os
dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los
aposentos, no lo creáis. (Mt. 24:22-26).
El verbo pasivo “acortar” puede
estar indicando que incluso los horrores de la guerra humana entran dentro del
control providencial del Dios a quien pertenecen los “elegidos”.[1]
Ahora bien, ¿por qué Jesús advirtió puntualmente sobre la procedencia de
estos falsos mesías desde los aposentos o desde el desierto? La explicación de
esto, en primer lugar, es que se trata de los lugares desde los cuales Dios
habló inicialmente. No hace falta demostrar que Dios habló a su pueblo
manifestándose anteriormente en los aposentos, en la ciudad santa de Jerusalén
o en su Templo; ya sea directamente mediante su nube de gloria o a través de
sus profetas, sin embargo, el desierto puede no ser al lector moderno un lugar
tan evidente para esperar de allí una manifestación divina.
El desierto era un lugar que tenía una conexión casi mística con los
judíos, ya que era el lugar de donde provenía la nación de Israel y también
donde Dios se manifestó hacia el pueblo. El desierto era en el imaginario
judío, aquel lugar que traía recuerdos de una relación más pura y directa con
el Señor: donde Él les proveyó el maná y se veía su gloria a simple vista en la
nube y el tabernáculo, es también donde también Moisés mismo fundó las bases de
la identidad de su nación. En aquel tiempo, algunos judíos tenían en mente que
el tiempo final ya había llegado; estos creían que la era escatológica final
sería manifestada desde el desierto, ya que era el lugar desde donde provenían
los pactos de Dios y también según interpretaciones de ciertos textos,
principalmente Is. 40:3-5:
Voz que clama en el desierto:
Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo
valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo
áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente
la verá; porque la boca de Jehová ha hablado.
Volviendo a las palabras de Jesús, a esto solo se puede añadir la
llamativa correspondencia de la aparición de estos falsos profetas y
libertarios en el desierto, como Simón ben Gorias (Guerras 4.9.5-7) y el
egipcio (Guerras 2.13.5) o en los aposentos, como Juan de Giscala (Guerras
5.6.1)[2] y otros falsos
profetas (Guerras 6.5.2), según se precisa en el v. 26. Acerca de estos, Jesús
exhorta una vez más a sus discípulos, sus oyentes directos, a no creerles ni
seguirlos (cf. Mt. 24:4).