18.16 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: Ha llegado la hora

 


Los capítulos 14-16 de Apocalipsis reiteran asuntos profetizados anteriormente dentro de la profecía, pero van añadiendo elementos enfáticos que refuerzan la carga del profeta hacia la destrucción de los enemigos de Dios y del triunfo del Cordero. Estos capítulos son un reflejo de los caps. 4-9, donde se profetiza destrucción mediante plagas arregladas de a siete, pero también se muestra la situación del pueblo escogido de Dios en medio de todo este derramamiento de ira. Dentro de los elementos destacables en esta sección, notar los siguientes:

 

A) Los sellados del Cordero. Ap. 14:1-5 hace un contraste entre los que adoran a la bestia y los que adoran al Cordero. Hay una evidente oposición entre esto últimos, que tienen marcado espiritualmente el nombre de Dios en la frente (14:1), mientras que los otros tienen el nombre de la bestia en sus frentes (o el número de su nombre), identificándose en ambos casos con sus respectivos señores. La escritura en la frente de los 144.000 evoca al santo oficio del sacerdocio (Ex. 28:35-36), mientras que la marca de los adoradores del imperio terrenal y su rey, es un signo de esclavitud.

En este pasaje se fusiona en un mismo escenario a los ángeles que cantan con los 144.000 judíos redimidos que salieron de Jerusalén, entendiéndose que para Dios, su congregación (vista espiritualmente) no discrimina entre los habitantes del cielo con los del mundo terrenal. Se trata para Dios de una única congregación de creyentes, tanto vivos como muertos (Mt. 22:32). Milton Terry observa en Ap. 14:1-5:

 

El cielo de nuestro apocalipsista es la esfera visional de la gloria y el triunfo de la Iglesia, y no se reconoce ninguna distinción marcada entre los santos que están en la tierra y los que están en el cielo. Se les concibe como una gran compañía, y la muerte no representa nada para ellos... Por esto, el pasaje entero sirve para ilustrar cómo los santos 'que moran en lugares celestiales en Cristo Jesús' son todos uno en espíritu y triunfo, sin importar qué localidad física ocupen.[1]

 

B) Los muertos en el Señor. Cabe recordar que Apocalipsis se enmarca en el momento de la parusía de Cristo; los juicios que se relatan, la resurrección, el juicio final, y todos los acontecimientos que se narran son sucesos que acompañan a aquel momento. En este mismo contexto de juicio, Ap. 14:13 dice:

 

Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.

 

Este pasaje habla con la autoridad del cielo que ‘DE AQUÍ EN ADELANTE, los muertos en el Señor son bienaventurados’. A partir de lo analizado en el capítulo sobre La escatología de Pablo,[2] antes de la parusía, los muertos se hallaban ‘durmiendo’ en el llamado ‘estado intermedio’: un estado entre la muerte física y la resurrección final que se daría en la segunda venida. Según lo interpretado en aquel capítulo, se concluye que en la segunda venida de Cristo, los muertos resucitarían incorruptibles en cuerpos espirituales y llevados a los lugares celestiales, pero los demás, los que hubieran quedado después de la segunda venida, al morir no pasarían por ese estado intermedio de espera, sino que directamente serían resucitados al morir, es decir, se les daría un cuerpo espiritual en el reino de Dios en el cielo.

En consideración de lo anterior, se entiende que desde el momento de la segunda venida, interpretado acá como en el 70 d.C., los muertos en Cristo son bienaventurados, porque directamente se unirían a sus hermanos en el cielo en un cuerpo glorificado, sin tener que esperar en aquel estado intermedio hasta que su redención final llegara porque el reino de Dios y su aión venidero perfecto ya ha llegado. Es claro además que los hombres seguirán muriendo físicamente en este ‘siglo venidero’, pero solo es una muerte de la carne, ya que el espíritu es resucitado y obtiene un cuerpo inmarcesible y glorificado en el cielo, cumpliéndose la promesa de la vida eterna.

 

C) La siega del Hijo del Hombre.

 

Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada. (Ap. 14:14-16).

 

En toda esta escena se aprecia que se trata de un acto simbólico. Jesús no se posa sobre una nube para extender una hoz literal en el mundo y cosechar granos maduros; hoz que por lo demás tendía un tamaño considerable para poder extenderse desde las nubes hasta el suelo.

La manifestación de Jesucristo sucedería en la nube de gloria de Dios para manifestarse en su naturaleza divina y juzgar tanto a la nación adúltera como al resto del mundo en una dimensión espiritual, pero a su vez, al igual que en Ex. 19, sería un evento portentoso que sería el evento consumatorio del antiguo pacto para iniciar el nuevo en plenitud. Como este evento tiene varios propósitos, se le representa en diferentes visiones celestiales: acá en virtud de su rol como verdugo de la tierra (gr. ), en Ap. 19:11 se lo muestra como montado en un caballo, destacándose su victoria final, mientras que en Ap. 22:1 se lo ve en un trono, representando su posición de soberano y juez sobre el mundo. Según lo analizado en la sección sobre Jesús en su naturaleza divina, estas múltiples visiones de Cristo no pueden cumplirse literal y simultáneamente ya que sería contradictorio, y se exige entonces un cumplimiento simbólico.

Esta escena forma un claro paralelo con la parábola de Jesús acerca del trigo y la cizaña en Mt. 13:24-43,[3] donde en el fin de la era, el Hijo del hombre enviaría a sus ángeles a recoger para su reino a los granos de trigo —los hijos del reino de Dios— mientras que la cizaña sería arrojada al fuego, alegorizando sobre el fin que tendrían los malos, el cual consiste en ser quemados: tanto en su carne en la caída de Jerusalén como en su castigo eterno espiritual en el lago de fuego.[4]

 

D) Referencias a Jerusalén. Según se ha comentado, normalmente Apocalipsis genera en el lector moderno una expectativa acerca que los juicios que son allí descritos, son una referencia a la destrucción del Planeta Tierra, ya que el libro al traducirse al español usa el vocablo ‘tierra’ como el recipiente del juicio de Dios, sin embargo, según se ha venido argumentando, la palabra griega , que se traduce por ‘tierra’ tiene un sentido preferentemente limitado, y si bien, ‘tierra’ es una traducción correcta, su sentido original podría entenderse mejor si se tradujera mayormente como ‘territorio’.[5] Entre los caps. 14 y 16 de Apocalipsis hay varias referencias que apuntan a que el juicio es sobre Israel y sobre su capital. En este sentido, Kenneth Gentry argumenta:

 

       Juan define la ‘ciudad’ antes como Jerusalén (11:8).

       La siega está en la tierra (gr. ; 14:15–19).

       El juicio cae sobre el lugar donde Jesús fue crucificado: fuera de la ciudad (Jn. 19:20, cf. Heb. 13:11).

       El Hijo del Hombre ‘sobre una nube’ (Ap. 14:14–15) repite el tema de Apocalipsis respecto a Israel (1:7).[6]

 

Gentry además argumenta que el torrente de sangre de 1.600 estadios[7] (14:20), es una referencia al largo aproximado de la provincia romana de Israel que fue inundado de sangre: el Itinerario de Antonio de Piacenza registra la longitud de Palestina como 1.664 estadios. Gentry une también esto con los testimonios de Josefo en su libro de las Guerras de los Judíos: “«el mar estaba ensangrentado por una gran distancia» (3.9.3); «se ve el lago todo ensangrentado y lleno de cuerpos de muertos» (3.19.9); «el campo entero por medio del cual ellos huyeron era una ruina, y no se pudo pasar el río Jordán porque estaba lleno de cuerpos de muertos» (4.7.6); «sangre fluía hacia abajo sobre las partes más bajas de la ciudad desde las partes altas» (4.5.1); «la sangre de todo tipo de cadáveres reposó en lagos en los patios del templo» (5.1.3); y «sangre corría en la ciudad entera, de tal manera que muchos incendios fueron apagados con la sangre de los hombres» (6.8.5)”.[8]

La sangre derramada en la guerra vindica la sangre de los justos: santos, siervos y profetas (16:6), y precisamente, quienes derramaron esa sangre son los judíos, a quienes inexcusablemente se les cobraría su sed de sangre en esa generación (Mt. 23:34-36, 27:25).

La referencia a la batalla de Armagedón (16:16) es otro indicador de que el escenario principal de la profecía de Apocalipsis es Judea. Armagedón es un término griego transliterado del hebreo, a su vez compuesto por הַרharH2022, monte, y מְגִדּויןMeguiddón” H4023, Meguido; Monte de Meguido, un lugar geográficamente ubicado al norte de Judea y escenario de otras batallas (2 Cr. 35:22, Zac. 12:11) y según la tradición judía, es el lugar desde donde el Mesías se enfrentaría a las fuerzas del mal para vencerlas (4 Esd. 13:34).

La referencia a las copas de ira (Ap. 16) son indicadores del furor de la ira de Dios principalmente sobre Jerusalén (Is. 51:17, Jer. 25:15-18), aunque también, al igual que en Jeremías, son de manera secundaria juicios para otras naciones (Jer 25:19-26). Así, en Ap. 16:12-14, maldice el trono de la bestia o el Éufrates, es decir, referencias a potencias extranjeras, aunque las copas principalmente se enfocan en Israel.   

Por otro lado, en otra referencia a Israel y su cuidad, Gentry atribuye la división de la ‘gran ciudad’ en tres partes (16:19, cf. 11:8) a las luchas internas que hubo en Jerusalén durante el asedio, donde tres facciones armadas disputaban el poder y los recursos; resultando en la muerte de muchos habitantes de la ciudad a manos de ellos mismos y la merma de sus propias provisiones. De esto Josefo relata:

 

Y hubo tres grupos peleando el uno contra el otro en la ciudad. Eleazar y su partido, que guardaron las primicias sagradas vinieron contra Juan en su lugar. Los que estuvieron con Juan saquearon a la gente, y salieron con celos contra Simón. Este Simón tuvo sus provisiones guardadas en la ciudad oponiéndose a los grupos de sedición. (Guerras 5.1.4.; compare con 5.1.1).[9]

 

Finalmente, Gentry también relaciona la plaga del granizo de un talento (16:21) con los proyectiles que arrojaron los romanos con sus catapultas a Jerusalén durante la guerra:

 

Las piedras que fueron arrojadas pesaban un talento, y fueron tiradas hasta doscientos metros y más. Nadie pudo resistir el golpe que dieron a la primera caída, tampoco se pudo soportar el ímpetu de ellas por mucha distancia. Los judíos miraban para ver cuando venían las piedras, que eran blancas. (Guerras 5.6.3).[10]

 

Según se analizó en una sección anterior,[11] Jerusalén fue amenazada con ser condenada a maldición (heb “jérem”). Por otro lado, en el Antiguo Testamento, la quema de personas está reservada para quienes adulteran (Gn. 38:24, Lev. 20:14, 21:9) y para los llamados ‘anatema’ (heb. “jérem”), como Acán hijo de Carmi (Jos. 7) por haber quebrado un pacto con Dios (Jos. 7:11). En el libro de Malaquías, Israel es considerado fornicario y adúltero (2:11, cf. Mt. 12:34, 39, 16:4). Considérese también que el apedreamiento es otro castigo válido para matar a los que la ley condena a muerte (Lev. 20:2, 27, 24:16), por lo que Jerusalén, al haber adulterado es simbólicamente sentenciada a morir quemada y apedreada.



[1] Terry, Biblical Apocalyptics: A Study of the Most Notable Revelations of God and of Christ in the Canonical Scriptures, pág. 404.

[2] Ver capítulo catorce: La escatología de Pablo, sección sobre Resurrección espiritual de los muertos; especialmente los análisis sobre 1 Co. 15 y 1 Tes. 4. Compárese con Heb. 9:27.

[3] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre El trigo y la cizaña; peces buenos y peces malos.

[4] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Cuerpo y alma en el infierno.

[5] Sobre este término, Gentry afirma: “Esta palabra tiene dos significados básicos: (1) la «tierra», que indica el mundo entero, o al menos el «mundo conocido»; y (2) la «tierra/terreno/territorio», que se refiere a una porción particular de la tierra, como la «tierra de Israel» (Mt. 2:20-21) o la «tierra de Judá» (Mt. 2:6). Parece que en Apocalipsis se refiere generalmente a «la Tierra», i.e., a la famosa y amada Tierra Prometida (cf. Dt. 1:21-22; 4:1, 5, 40; 28:8; Jos. 1:2, 6, 11; Jer. 3:18; Ez. 8:12; 11:17; 12:19, 22; 13:9), «la tierra de Israel» (Ez. 7:2)”.

Gentry, Él tendrá el Dominio, pág. 331.

[6] Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis, pág. 80.

[7] Unos 300 km.

[8] Gundry ed., loc. cit.

[9] Ibíd. págs. 80-81.

[10] Ibíd. pág. 80.

[11] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre Juan el Bautista, el eco de Malaquías.

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