12.16 Evangelios III: en el monte de los olivos: Llamado a estar alerta
El que Jesús no haya sabido acerca del día ni la hora, del momento
preciso en que vendría el juicio, da pie a las parábolas que se desarrollarían
entre los vv. 24:37 al 25:30: la comparación con el diluvio (24:37-42), el
padre de familia (24:43-44), el siervo fiel y prudente (24:45-51), las diez
vírgenes (24:1-13) y los talentos (24:14-30). Estas parábolas son equivalentes
en su tenor a la parábola del portero de Mr. 13:33-37. En esta colección de
parábolas no hay discontinuidad alguna en el discurso; las cinco parábolas
apuntan a la misma enseñanza, apuntando básicamente a lo mismo, pero en cinco
comparaciones diferentes. No es posible argumentar que están hablando de otra
cosa sino de la venida en gloria de Jesús.
En el aspecto gramatical, Mt. 25:1 inicia la parábola de las diez
vírgenes así: “ENTONCES el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes
que…”, indicando conexión con el cap. 24, también la parábola de los talentos
continúa con otro conector copulativo: “PORQUE el reino de los cielos es como
un hombre que…” (Mt. 25:14), indicando una clara cohesión. En Mt. 25:31 el
discurso continúa en una nueva parábola hasta el fin del cap. 25 con las
partículas griegas ὅταν δέ, “jotán dé”,[1] lo cual la NTV bien
traduce como “PERO CUANDO…”, volviendo a marcar continuidad en el discurso. El
punto final de este sermón lo dicta Mt. 26:1: “Cuando hubo acabado Jesús todas
estas palabras, dijo a sus discípulos…” y el relato continúa ahora con la trama
sobre el complot para matar a Cristo. En esto es evidente que el discurso del
monte de los olivos no se interrumpe al terminar el cap. 24 de Mateo, sino que
claramente continúa en el cap. 25.
Respecto al análisis propio de las parábolas, en su estructura general,
estas cinco analogías son vehículos para el mismo tenor central. Si bien, estas
analogías siguen una estructura central semejante — compartida con la parábola
del portero de Mr. 13:33-37—, cada una de ellas tiene un énfasis especial
distintivo y particular. La comparación del tenor central de cada parábola se
muestra en el siguiente cuadro:
Tenor |
Diluvio |
Padre de familia |
Siervo fiel |
Diez vírgenes |
Talentos |
Momento del
juicio |
Noé entrando
al arca |
Ladrón
entrando a la casa |
Su señor viniendo |
Venida del
esposo |
Llegada de
su señor |
Sujetos
atentos |
Noé |
El padre de
familia |
Siervo que
vela |
Las cinco
prudentes |
Los siervos
con 5 y 2 talentos |
Sujetos no
atentos |
Quienes
comían y bebían |
*** |
Siervo malo |
Las cinco
insensatas |
Siervo con 1
talento |
Castigo a no
atentos |
Ser llevados
en el diluvio |
Casa minada |
Lloro y
crujir de dientes |
Exclusión de
la fiesta de bodas |
Lloro y
crujir de dientes |
Si bien el tenor central equivalente, la parábola del diluvio se enfoca
en el momento del juicio; mientras los contemporáneos de Noé hacían su vida
normal, de pronto vino el juicio y solo Noé y su familia se salvaron de la
inundación. El ejemplo del padre de familia plantea que la incertidumbre acerca
del momento exacto del día del Señor debe ser considerado como un incentivo
para mantenerse alerta. La parábola del siervo fiel plantea que de dejar de
velar y de descuidar el llamado a mantenerse alerta, se corre el riesgo de ser
castigado juntamente con los hipócritas. La parábola de las diez vírgenes plantea
que el momento de la venida del Señor es comparable a una fiesta de bodas,
momento sobre el cual hay que estar atento. La parábola de los talentos añade
que el velar también consiste en multiplicar los bienes del reino de Dios, esto
es los frutos de arrepentimiento y el mensaje del evangelio.
Es claro que, así como el diluvio sorprendió a los malos, el asedio a
Jerusalén en el 70 d.C. sorprendió a los judíos (cf. Lc. 17:20); esto es la
venida del Hijo del Hombre. El paralelo de Lucas (17:28-29) incluye también la
destrucción de Sodoma por el mal de sus habitantes como otra comparación con el
día del Hijo, donde asimismo, como en el 70, los malos no esperaban ser
aniquilados por su mal. Así como para el padre de familia, la incertidumbre
acerca del momento preciso de la segunda venida era para los apóstoles un
motivo para permanecer alerta y no relajarse. Es posible que muchos de los que
hayan oído el evangelio y lo hayan profesado por algún tiempo se hayan vuelto
atrás, participando de la pascua del 70 con los judíos y siendo puesto con los
hipócritas, como el siervo malo o el siervo que tenía un solo talento. Es
también parte de la imaginería del momento del establecimiento pleno del reino
de Dios el simbolismo de una nueva alianza a modo de matrimonio, tal como se
ilustra en la parábola de las diez vírgenes.
El llamado a perseverar hasta el momento de la venida gloriosa de Jesús
era fundamental para expandir el reino de Dios de manera eficaz mientras aún el
Templo era el lugar donde el hombre podía ponerse a cuentas con Dios ofreciendo
sacrificio. El llamado a perseverar incluía el llamado a esparcir el mensaje
que recibieron. El Templo era lo único que hasta antes del año 70 d.C. podía de
cierta forma rivalizar al mensaje de salvación evangelio, ya que tanto en el
cristianismo como en el judaísmo de hasta aquel entonces, se podía lograr la
expiación del pecado.[2] En este sentido,
para no desamparar a la humanidad era imperioso que para el momento de la
destrucción del Templo, los hombres hayan tenido internalizado que en Jesús y
su nuevo pacto había salvación, y no en el ritual del viejo pacto.[3] El no velar podría
tener como consecuencia en los judíos el volverse a las prácticas del judaísmo
y dejar de lado la fe en Cristo, así como para los gentiles creyentes podría
haber significado el retroceder de la fe a las obras de la ley, inclinándose al
judaísmo (Gál. 3, 5). A raíz de esto, los que se volvieran a esas prácticas
tenían gran probabilidad de abanderarse en la causa nacionalista judía contra
los romanos, celebrando también las fiestas de ellos y así quedando atrapados
en el asedio a Jerusalén en el año 70; teniendo por destino su destrucción.
Volviendo a la parábola del diluvio, cabe explicar que en el momento del
diluvio habría muchos que serían arrastrados, llevados o tomados por aquel
juicio: “no entendieron hasta que vino el diluvio y se los LLEVÓ a todos” (24:39).
En este sentido debe entenderse que uno sea ‘tomado’ y otro ‘dejado’ (24:40-41);
los ‘tomados’ son los que se llevó el juicio de Jesús, tal como los que se
casaban y daban en casamiento del diluvio. El registro de Lc. 17:27 usa la
palabra ‘destruir’ para los que se llevó el diluvio, también usa ‘destruir’ en
una comparación también con la gente de Sodoma (Lc. 17:29) con los ‘días del
Hijo del Hombre’, en una estrecha conexión también con las advertencias a no
seguir a los falsos cristos (Lc. 17:23-24). También, pasajes como 2 Re. 17:18 y
Zac. 14:2-7, refuerzan la idea que los que son ‘tomados’ o ‘quitados’ son los
sujetos de ira y destrucción, mientras que los ‘dejados’ son el remanente fiel
de Dios; dejados en su tierra para que continúen viviendo. Esto refleja la idea
de una coexistencia entre los hijos del reino de Dios y los reprobados hasta el
momento del juicio, como se ve en varias parábolas (cf. Mt. 13:30-39), donde
los escogidos serían dejados en el mundo para resplandecer en el reino de Dios
(Mt. 13:43), mientras que los malos serían quemados y destruidos (Mt.
13:41-42), tal como sucedió con los cristianos en relación a los judíos,
quienes fueron destruidos en la guerra en el año 70 d.C.
[1]
Jotán (G3752) dé (G1161), según el Novum Testamentum Graece de
Nestle-Aland Vigésima octava Edición (NA28).
[2]
Para un acercamiento mayor al tema de como Jesús era el Templo del nuevo pacto,
ver Storms, Venga Tu Reino, págs. 12-15.
[3]
Esto para la perspectiva humana, para Dios la liturgia del Templo había perdido
validez luego del sacrificio de Cristo (Heb. 8, etc.).
Entiéndase que el judaísmo sacerdotal no era una mera
religión de obras; los judíos de cierto asumían que también pecaban y
necesitaban expiar su pecado mediante el ritual sacrificial del Templo.