14.4 La escatología de Pablo: La resurrección en la literatura extra bíblica judía

 


Los textos apócrifos judíos no son documentos reconocidos como divinamente inspirados, sin embargo, son de gran valor, ya que en ellos se plasma el pensamiento de sus autores sobre varios asuntos de los que no hay mucha información en las escrituras canónicas. La literatura judía no canónica buscaba ser llamativa, por lo que muchas veces se abordan temas ocultos o no muy bien desarrollados en los textos divinamente inspirados. En este sentido, el tema de la resurrección, el estado del siglo venidero y la situación de los muertos son asuntos recurrentes en aquellos escritos. Antonio Piñero señala:

 

Los apócrifos/pseudoepígrafos del Antiguo Testamento son muchísimo más importantes para la comprensión del cristianismo primitivo y para iluminar sus orígenes que cualesquiera apócrifos del Nuevo Testamento, pues estos escritos judíos de la época helenística constituyen una gran parte del trasfondo, o base, que sustenta muchas de las ideas religiosas que aparecen en el Nuevo Testamento.[1]

 Entendiéndose que los escritos extra bíblicos reflejaban gran parte del pensamiento judío del tiempo de Pablo, se revisarán algunos de estos textos clave para introducir al asunto de la resurrección en los escritos paulinos, para tener un trasfondo de su pensamiento escatológico respecto a la resurrección. Estos textos se agruparán según los tópicos que plantean.

Como primer tópico, están los textos narrativos que indican una futura resurrección en el libro de 2 Macabeos. Este libro fue escrito alrededor del 120 a.C., el cual es considerado apócrifo por el protestantismo[2] y deuterocanónico en el catolicismo (es incluido en la LXX) y relata acontecimientos que ocurrieron durante la invasión Seléucida de Antíoco IV Epífanes a Israel y la resistencia judía. En 2 Mac. 7, se narra la historia de “siete hermanos, que habían sido detenidos con su madre, eran obligados por el rey a comer carne de cerdo prohibida, flagelándoles con látigos y vergajos” (2 Mac. 7:1). La historia narra que uno a uno, estos hermanos se rehusaban a quebrar la ley de Moisés y fueron cruelmente asesinados. Algunos de estos hermanos antes de morir, exclamaron al rey Antíoco las siguientes declaraciones:

 

    2 Mac. 7:9: Estando en el último suspiro dijo. -Tú, malvado, nos borras de la vida presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida nueva y eterna a quienes hemos muerto por sus leyes.

    2 Mac. 7:10-11: Después de éste comenzó a ser torturado el tercero, y, cuando se lo mandaron, sacó inmediatamente la lengua y extendió voluntariamente las manos. Y dijo con dignidad. -De Dios he recibido estos miembros, y, por sus leyes, los desprecio; pero espero obtenerlos nuevamente de Él.

    2 Mac. 7:14: y cuando estaba en las últimas habló de este modo. -Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios da de ser resucitados de nuevo por Él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida.

    2 Mac. 7:20: La madre fue de todo punto admirable y digna de gloriosa memoria. Viendo morir a sus siete hijos en el plazo de un día, lo soportaba con serenidad gracias a la esperanza en el Señor.

    2 Mac. 7:35-36: pues todavía no has escapado al juicio del Dios todopoderoso que ve todas las cosas. Porque ahora nuestros hermanos, tras haber soportado un breve tormento, han adquirido la promesa de Dios de una vida eterna; pero tú sufrirás por el juicio de Dios el justo castigo de tu soberbia.

    2 Mac. 7:40: El joven pasó puro a la otra vida, confiando totalmente en el Señor.

 

También tenemos el caso de Radas Macabeo, judío que se suicidó antes de ser muerto y torturado a manos de los seléucidas. La narración de los hechos que sucedieron antes de que muriera, fueron las siguientes: “Estando ya desangrado del todo, se arrancó los intestinos y, tomándolos con las dos manos, los arrojó a las tropas e invocó al Dueño de la vida y del espíritu que se los devolviera de nuevo; y de esta forma murió” (2 Mac. 14:46).

De esta serie de declaraciones se puede extraer que los judíos de aquel tiempo esperaban claramente una resurrección para los justos, lo cual consiste en el paso a una nueva vida y eterna, antítesis de la vida terrenal (7:9) donde serían restaurado de alguna manera el cuerpo muerto (7:11, 14:46), y de la cual no participarían los injustos (7:14). Todo esto constituía una esperanza superior a la vida terrenal presente, futura al tiempo de ellos (7:20, 36, 40), la cual estaría marcada por un momento de juicio (7:35-36).

El Libro de los Salmos de Salomón es considerado apócrifo tanto por ortodoxos, protestantes como católicos y es un libro pesudoepigráfico, es decir, firmado falsamente como escrito por Salomón. Estos salmos fueron escritos entre los siglos II a.C. y I a.C., y son incluidos en la LXX y la Peshita (versión siríaca). Respecto a la resurrección, el texto muestra lo siguiente:[3]

 

    3:12: Los que temen al Señor se levantarán de nuevo para la vida eterna y su vida estará en la luz el Señor y no acabará nunca.

    9:5: Quien cumple la justicia se asegura vida para sí ante el Señor, pero el injusto provoca la ruina de su alma.

    13:11: La vida de los justos es eterna, mientras que los pecadores son conducidos a la ruina.

    14:9-10: Por ello la herencia de los pecadores es la muerte… y no se les encontrará en el día de la misericordia para los justos; mas los santos del Señor recibirán en herencia una vida llena de alegría.

    15:12-13: Perecerán los pecadores en el día del juicio del Señor, para siempre…, pero los que temen al Señor recibirán misericordia aquel día y vivirán por la benevolencia de su Dios.

 

En el pensamiento del autor de estos salmos se corresponde en buena medida con el pensamiento de los judíos del tiempo de los seléucidas, habiendo notables correspondencias. En esto se destaca en v. 9:5, donde se señala que la antítesis de la vida eterna, a la luz del Señor (v. 3:12), es la ruina del alma, lo cual es equivalente a la muerte (v. 14:9). Todo esto se tendría que consumar en el “día de la misericordia para los justos” (14:10), el “día del juicio del Señor” (15:12).

A lo anterior, es necesario añadir el tópico sobre la creencia de la inmortalidad del alma. En el Libro de los Jubileos —escrito en hebreo antes del 100 a.C.— se señala que: “Los huesos de los justos reposarán en la tierra y sus espíritus abundarán de alegría” (Jub. 23:31). Los vv. 7:29 y 36:10, se expresa que los malvados serían atormentados por sus males tanto en la vida terrenal como luego de su muerte (cf. SalSl. 13:11).[4]

N. T. Wright bien reconoce que la resurrección de la cual hablaban los judíos en los textos apócrifos no se trataba de una mera vida después de la muerte o que fuera otra forma de llamarle a la muerte:

 

Vamos a empezar reafirmando la definición preliminar con la que comenzamos. “Resurrección”, con las diversas palabras que se utilizaban para denotarla y las diversas historias que se contaban acerca de ella, nunca fue simplemente una manera de hablar de una “vida después de la muerte”. Era una historia concreta que se contaba acerca de los muertos: una historia en la cual el estado presente de quienes habían muerto sería reemplazado por un estado futuro en el cual volverían de nuevo a estar vivos.[5]

 

Otro tópico que se vislumbra inevitablemente desde estos textos es el denominado ‘estado intermedio’, lo cual consiste en el estado de reposo de las almas de los difuntos hasta el momento de su resurrección final. A juicio casi unánime de los comentaristas del tema, esto tiene su origen doctrinal en el anuncio hecho a Daniel en Dn. 12:2:

 

Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán. Unos para vida eterna, otros para vergüenza, para ignominia eterna.

 

Con raras excepciones, el Nuevo Testamento casi no ofrece descripciones de este asunto,[6] sino que en general, los hagiógrafos asumen cierto conocimiento en la materia por parte de los receptores del mensaje y hacen alusiones indirectas, sin embargo, la literatura apócrifa en su afán de explorar más allá de lo que normalmente tratan los textos canónicos, sí ofrece más antecedentes al respecto.

Wright asevera que el ‘el estado intermedio’ era la conclusión natural al planteamiento judío de la resurrección: “Esta creencia generalizada en la resurrección futura generó espontáneamente una creencia en un estado intermedio”.[7] En este sentido, uno de los textos apócrifos que por excelencia aporta información al respecto, es el Libro de La Sabiduría —considerado deuterocanónico en el catolicismo e incluido en la LXX— cuya data de escritura puede situarse entre el 150 a.C. y el 63 a.C.,[8] En su capítulo 3, versículos del 1 al 10, se tiene lo siguiente:

 

-Pero las almas de los justos están en manos de Dios y no les tocará tormento.

-A los ojos de los necios parecía que morían, su partida era considerada una desdicha

-Y la separación de nosotros, exterminio; pero ellos están en la paz.

-Porque, si a la vista de los hombres sufrían castigo, ellos esperaban plenamente la inmortalidad.

-A cambio de una leve pena recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de Él.

-Los probó como oro en el crisol, los aceptó como sacrificio de holocausto.

-A la hora de su prueba resplandecerán y se propagarán como chispas en cañaveral.

-Juzgarán a naciones y dominarán a pueblos, y el Señor reinará sobre ellos para siempre.

-Los que confían en Él comprenderán la verdad, los que son fieles en el amor permanecerán junto a Él, porque la gracia y la misericordia son para sus santos y Él mira por sus elegidos.

-Pero los impíos recibirán castigo por sus intenciones, porque menospreciaron al justo y se alejaron del Señor.

 

En los vv. 1-4 se explica claramente el asunto del estado intermedio: un estado en que las almas de los justos están en paz bajo la protección de Dios esperando la inmortalidad, es decir, la resurrección. Más delante, se declara que estos justos recibirían “grandes bienes”, y que llegaría la hora en que resplandecerían para reinar con el Señor para siempre sobre las naciones y pueblos (cf. Dn. 12:3, Mt. 13:43). Tal como en 2 Mac. 7:14 (cf. Dn. 12:2), los injustos serían castigados.

El Apocalipsis latín de Esdras (o también 4 Esdras) es un documento que se sitúa en el Babilonia en el año 557 a.C., 30 años después de la destrucción de Jerusalén, aunque generalmente se sugiere una fecha mucho más tardía para su composición, incluso hacia el siglo I d.C.,[9] y semejante al Apocalipsis de Juan del canon bíblico, aborda temas apocalípticos. Dentro de esto, está el desarrollo del ‘estado intermedio’. Para el autor, hay un tiempo intermedio después de la muerte para las almas hasta el juicio, así como un tiempo eterno para después del juicio.

 

       4 Esd. 4:33-35: Entonces respondí y dije: ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo serán estas cosas? ¿Por qué nuestros años son pocos y malvados? Él me respondió y dijo: No tengas más prisa que el Altísimo. Tú tienes prisa por ti mismo, pero el Altísimo tiene prisa en nombre de muchos. ¿No preguntaron las almas de los justos en sus aposentos sobre estos asuntos, diciendo: Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? ¿Y cuándo vendrá la cosecha de nuestra recompensa?

       4 Esd. 4:41-42: …Él me dijo: En el Hades, las cámaras de las almas son como el útero. Porque así como una mujer que está en trabajo de parto se apresura a escapar de los dolores de parto, también estos lugares se apresuran a devolver aquellas cosas que les fueron encomendadas desde el principio.

       4 Esd. 7:32: Y la tierra entregará a quienes duermen dentro de ella; y las cámaras entregarán a las almas que les fueron encomendadas.

       4 Esd. 7:88, 95-98: Ahora, este es el orden de aquellos que han mantenido los caminos del Altísimo, cuando serán separados de su cuerpo mortal… La cuarta orden, entienden el descanso que ahora disfrutan, siendo reunidos en sus habitaciones y custodiados por ángeles en un profundo silencio, y la gloria que les espera en los últimos días. El quinto orden, se alegran de haber escapado de lo que es corruptible y heredarán lo que está por venir; y además ven el estrecho y el trabajo de los cuales han sido liberados, y la espaciosa libertad que deben recibir y disfrutar en la inmortalidad. El sexto orden, cuando se les muestra cómo su rostro debe brillar como el sol, y cómo deben hacerse como la luz de las estrellas, siendo incorruptible a partir de entonces. El séptimo orden, que es mayor que todos los que se han mencionado, porque se regocijarán con denuedo, y tendrán confianza sin confusión, y se alegrarán sin temor, ya que se apresuran para ver el rostro de aquel a quien sirvieron en la vida y de quien recibirán su recompensa cuando sean glorificados.

       4 Esd. 8:53-54: La muerte misma habrá desaparecido, el infierno habrá huido, la corrupción se habrá olvidado, las penas habrán terminado, y el tesoro de la inmortalidad quedará manifiesto. (Traducción de la NRSV).

 En la cosmovisión hebrea, existía el cielo, la tierra y el Sheól. Sobre el cielo habitaba Dios y sus ángeles, en la tierra estaba el hombre viviente y en el Sheól estaban los muertos.

 


Ilustración de la cosmogonía hebrea. Imagen de Michael Paukner.

 

El Sheól es básicamente equivalente al Hades griego, y es un lugar que se percibía como por debajo de la tierra (Núm. 16:30, 1 Sam. 28:13), incluso debajo de los fundamentos de la tierra; pilares que sostenían lo seco por sobre las aguas que estaban debajo de la tierra (cf. Ex. 20:4). Los hebreos también percibían las tumbas como ventanas hacia este inframundo.[10]

El autor del Apocalipsis de Esdras expresa que las almas de los muertos están en cámaras, en el ‘estado intermedio’, como si estuvieran durmiendo y esperando a ser entregados a su destino final, a la gloria de los últimos días, para ver el rostro de su Señor en el reino celestial suyo, por sobre los cielos (7:98). Luego de esto, se espera que ya no haya muerte.

2 Mac. 12:44-45 expresa que “Porque si no hubiese estado convencido de que los caídos resucitarían, habría sido superfluo e inútil rezar por los muertos. Pero si pensaba en la bellísima recompensa reservada a los que se duermen piadosamente, su pensamiento era santo y devoto”, reiterando la metáfora del dormir como el estado intermedio entre la muerte física y la posterior resurrección. También en Sab. 16:13-14, el autor habla de Dios en sentido de: “Tú tienes potestad de vida y muerte, haces bajar hasta las puertas del Hades y haces subir. El hombre, por su maldad, puede matar, pero no puede hacer volver el espíritu que salió, ni liberar a un alma recibida en el Hades”, exaltando al Señor porque Él es el único que puede sacar el espíritu o alma del hombre del Hades al reino glorioso de Dios (cf. 4 Esd. 7:98). En el Libro de Enoc (1 Enoc, siglo III a.C. – I a.C., pseudoepígrafe asociado a Enoc el patriarca) en el v. 51:1 dice: “En esos días la tierra devolverá lo que ha sido depositado en ella; el Sheól también devolverá lo que ha recibido, y los infiernos devolverán lo que deben”, en franca concordancia con los otros textos acerca del tema del estado intermedio, pero acá identifica tanto al Sheól, como lugar de descanso aparentemente para los justos y a su vez al infierno, como lugar de residencia intermedia para los injustos, semejante a la historia del rico y Lázaro de Lc. 16:19-31.[11] El autor del Apocalipsis siríaco de Baruc (2 Baruc, siglo I d.C.), va más allá, añadiendo al Mesías como aquel que tenía que regresar en gloria para resucitar a aquellos que ‘duermen’: “…después de todas estas cosas, cuando se haya cumplido el tiempo de la aparición del Ungido y éste regrese con gloria, sucederá que todos los que duermen con la esperanza puesta en él resucitarán” (2 Bar. 30:1-2); en 4 Esd. 7:28-37 también se repite la misma idea.[12] Para el supuesto Baruc, el morir en el estado intermedio era sinónimo de que Dios tomara su espíritu y lo trasladara al lugar donde estaban sus padres, lugar donde él no podría ver las cosas que suceden en el mundo terrenal (2 Bar. 3:2-3).

Pablo en sus escritos —así como Jesús en los registros evangélicos— usa la metáfora de dormir para la muerte, entendiendo que se encontraban en el estado intermedio entre la muerte carnal y la posterior resurrección en gloria. El verbo griego que usa es κοιμάω “koimáo” (G2837), definido como dormir, dormitar y (figuradamente, por metonimia) morir,[13] y es empleado por Pablo en: 1 Co. 7:39, 11:30, 15:6, 15:18, 15:20, 15:51, 1 Tes. 4:13, 4:14 y 4:15; como es de notar, mayormente en sus discursos más escatológicos, precisamente asociado a la resurrección de estos que han ‘dormido’. Es bastante intuitivo suponer que el pensamiento de Pablo fue influenciado por esta literatura, la cual también reflejaba la expectativa nacional judía sobre el tema, de lo cual Pablo era parte.

El último tópico a tratar en esta sección es la naturaleza de la resurrección. Si bien, ya se vislumbra que en 2 Macabeos hay una idea de restauración de las partes del cuerpo que se perdieron en vida, mientras que en 4 Esdras y en Sabiduría es mucho más patente una resurrección espiritual, hay ciertos pasajes que se vuelcan más explícitamente en el tema:

 

       2 Bar. 51:8-12: [los resucitados] Vivirán en las alturas de ese mundo y serán como los ángeles e iguales a las estrellas. Y quedarán transformados en cualquier forma que deseen, desde la belleza hasta el encanto, y desde la luz hasta el esplendor de la gloria. Ya que los confines del Paraíso se dilatarán para ellos, y se les mostrará la belleza de la majestad de los vivientes que están bajo el trono, así como todos los ejércitos de ángeles... y la excelencia de los justos será entonces mayor que la de los ángeles.

       2 Bar. 51:3-4: También, en cuanto a la gloria de aquellos que ahora han sido justificados en mi ley, (…) su esplendor será glorificado en su transformación, y la forma de su rostro se convertirá en la luz de su belleza, para que puedan tomar el mundo imperecedero que se les prometió.

       2 Bar. 30:1-5: Y sucederá después de todas estas cosas, cuando se haya cumplido el tiempo de la aparición del Ungido y éste regrese con gloria, sucederá que todos los que duermen con la esperanza puesta en él resucitarán. Y sucederá en ese momento que se abrirán los tesoros en los que se conserva el número de las almas de los justos, y saldrán, y se verá una multitud de almas juntas en una reunión de un solo pensamiento. y los primeros se alegrarán y los postreros no se entristecerán. Porque saben que ha llegado el tiempo de que se dice que es la consumación de los tiempos. Pero las almas de los impíos, cuando contemplen todas estas cosas, se consumirán aún más. Porque sabrán que ha llegado su tormento y ha llegado su perdición.

       1 Enoc 104:1-4: En el cielo, los ángeles os recordarán para siempre ante la gloria del Grande; y vuestros nombres estarán escritos ante la gloria del Grande. Esperad, aunque primero habéis sido afligidos con la desgracia y el sufrimiento, ahora brillaréis como las luminarias del cielo. Apareceréis y brillaréis y la puerta del cielo se abrirá ante vosotros. Vuestro grito será escuchado. Pedid a gritos el juicio y éste aparecerá para vosotros... Tened esperanza, no abandonéis vuestra esperanza, porque habrá un fuego para vosotros; estáis a punto de vivir un grandioso regocijo como los ángeles del cielo.[14]

       1 Enoc 62:13-15: En cambio los justos y los elegidos serán salvados ese día y nunca más le verán la cara a los pecadores ni a los injustos. El Señor de los espíritus residirá sobre ellos y con este Hijo del Hombre comerán, descansarán y se levantarán por los siglos de los siglos. Los justos y los elegidos se habrán levantado de la tierra, dejarán de estar cabizbajos y se vestirán con prendas de gloria. Tales serán las prendas de vida del Señor de los espíritus: vuestra ropa no envejecerá y vuestra gloria no terminará ante el Señor de los espíritus.

El pasaje del Apocalipsis siriaco de Baruc, conforme a la cosmovisión hebrea, asocia a las estrellas con los ángeles; pertenecientes ambos a la dimensión celestial, naturaleza celestial que les será otorgada a quienes alcancen la resurrección para tener allí una excelencia incluso mayor a la de los ángeles. (cf. Lc. 20:36). El pasaje de 1 Enoc 104 en este mismo sentido anuncia que los justos resucitados aparecerían y brillarían, y que la puerta del cielo de les abriría, para brillar como las luminarias del cielo (entiéndase dentro de la cosmovisión hebrea, en una naturaleza celestial) y ser regocijados como los ángeles del cielo. En 1 Enoc 62:13-15 también se ve como ahora Dios mora con los resucitados, naturalmente en este reino espiritual sobre los cielos, revestidos de la gloria de Dios (como en 1 Co. 5:4). Los justos dejarían de estar “cabizbajos” luego de abandonar el Sheól para adentrarse en el reino glorioso y perfecto del mismo Dios.

Si bien, estos pasajes son categóricos en indicar una resurrección para habitar en el reino celestial de Dios, hay otros textos que apuntan a una resurrección claramente corporal:

 

       Oráculos Sibilinos 2:221-226:[15] Entonces a los muertos el celestial les dotará de almas, espíritu y voz, así como de huesos ajustados a toda clase de articulaciones, carnes y nervios todos, venas, piel sobre su cuerpo y los cabellos de antes divinamente enraizados; y los cuerpos de los seres terrenales, dotados de espíritu y movimiento, en un solo día resucitarán.

       Oráculos Sibilinos 4:181-182:[16] Dios mismo volverá a modelar los huesos y cenizas de los hombres y alzará nuevamente a los mortales tal como antes eran [para morar literalmente sobre la tierra (OrSib. 4:189-191)].

       2 Bar. 50:2-4: Pues sin duda la tierra devolverá a los muertos en ese momento; ahora los acoge con el fin de guardarlos sin alterar nada en su forma. Pero de la misma manera que los ha acogido, los devolverá. Y de la misma manera que yo los he entregado a ella, así ella los levantará. Pues entonces será necesario mostrar a quienes vivan que los muertos vuelven a estar vivos y que los que marcharon han regresado. Y eso será cuando se hayan reconocido unos a otros, quienes mutuamente se conocen en este momento, entonces mi juicio será poderoso y todas las cosas ya dichas de antes se cumplirán

 La base doctrinal de este tipo de textos sería Ez. 37:1-14, la profecía del valle de los huesos secos, de lo cual muchos judíos llegaron a la conclusión de una resurrección en la carne mediante una interpretación literalista de ese tipo de pasajes (Ora. Sil. 4:181). Ahora el pasaje 2 Baruc 50:2-4, a la luz de lo expuesto casi de inmediato en 51:8-12, debe entenderse como que se trata de una progresión: primero resucitados físicamente y luego espirituales y glorificados como ángeles, según el v. 51:5; en el 51:8-12 se ve que las referencias a una resurrección espiritual son bastante claras y reiterativas. Ahora, como se ve en Lc. 20:27-33, los judíos en el tiempo de Jesús (de la secta de los saduceos) plantearon a Jesús un dilema respecto de la resurrección, pero entendiéndola como física, no obstante, Jesús enseñó acerca de una resurrección espiritual como “iguales a los ángeles” (Lc. 20:36).

Aparte del aspecto escritural que nutre la teología judía sobre la naturaleza de la resurrección, debemos considerar que el judío del primer siglo tendía generalmente a interpretaciones más literalistas que espirituales. Esto se puede notar en el hecho que ellos esperaban a un mesías que literalmente les diera un reino teocrático pero físico, donde él reinaría terrenalmente como David y liberaría para siempre a Israel de sus pueblos opresores, siendo que en verdad Jesús vino a establecer un reino en este mundo, pero cuyo fundamento estaba en lo celestial e invisible y no en dependencia de un reino humano, como lo era antiguamente Israel. Muchos maestros de la ley del tiempo de Jesús llevaban el cumplimiento de la ley a extremos literalistas bastante rígidos que generalmente ignoraban el espíritu de las leyes, lo esencial en ellas. De la misma forma, a pesar de que en muchos escritos judíos se hablara de una resurrección espiritual, en la misma naturaleza de los ángeles, el judío de ese tiempo (también en el judío rabínico actual) tenía la expectativa de una transformación en su carne para la resurrección.

Debido a esta discordancia en la enseñanza sobre la naturaleza de la resurrección, Josefo en Antigüedades 18.1.3-5, hace una descripción de los fariseos, saduceos y esenios, donde sus principales distinciones doctrinales eran precisamente las relativas a sus creencias sobre la resurrección y la expectativa sobre la vida futura que enseñaba cada facción o secta. Josefo mismo en el libro de las Guerras de los Judíos, asume personalmente la creencia en una resurrección física y libre de mancha luego de que las almas de los muertos “limpios” hubieran pasado por un periodo en el cielo, en el ‘estado intermedio’. Para Josefo —en concordancia con el pensamiento judío— la resurrección se daría al final de la era (gr. αἰών, “aión”).[17]



[1] Antonio Piñero, Apócrifos del Antiguo y del Nuevo Testamento, Segunda Edición (Madrid: Alianza Editorial, 2016), pág. 38.

[2] Los libros de los Macabeos no son considerados canónicos por el protestantismo ya que —entre otros motivos— en pasajes como 1 Mac. 9:27 o 1 Mac. 14:41 se reconoce que se vivía en un tiempo en que no hay profetas en Israel, por lo que aquellos escritos (aparte de su tremendo valor histórico) no pueden ser considerados como divinamente inspirados. Las citas de los libros deuterocanónicos de esta sección corresponden a la Biblia de Navarra (EUNSA).

[3] Paolo Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo Templo, pág. 464-465.

[4] Ibíd. Señalar que Paolo Sacchi explícitamente apoyaba la idea de la inmortalidad del alma y una resurrección de índole espiritual.

[5] N. T. Wright, La resurrección del Hijo de Dios, pág. 261. Cabe señalar que el autor insiste en una resurrección física de los muertos en su obra e incluso se resiste a la idea de la inmortalidad del alma en el análisis sobre varios de los pasajes apócrifos analizados en esta sección, e incluso del análisis de muchos más (págs. 197-267).

[6] Anthony A. Hoekema solo identifica 3 pasajes neotestamentarios que afirman directamente la continuidad del alma humana luego de su muerte en el estado intermedio: Mt. 10:28, Ap. 6:8-11 y 20:4. Hoekema, La Biblia y el futuro (Grand Rapids: Libros Desafío, 2008), págs. 112-113. El autor también identifica otros pasajes que incidentalmente hablan del tema o alusiones indirectas (Ibíd. págs. 118-127).

[7] Wright, op. cit., pág. 263.

[8] Este rango corresponde al periodo entre la composición de la LXX y el dominio romano.

Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo IV Libros Sapienciales, Segunda Edición (Madrid: La Editorial Católica, 1967), pág. 971.

[10] Heiser, I Dare You Not to Bore Me with the Bible, págs. 4-5.

[11] Notar también que en las Escrituras veterotestamentarias el Sheól generalmente era el término para referirse tanto al lugar de descanso de los justos (Gn. 37:35, cf. 1 Sam. 28:13-15) como para los impíos (Núm. 16:30). Era simplemente el lugar de los muertos, sin entrar en detalles cualitativos: ni descartando ni afirmando que haya una discriminación allí de justos e injustos.

[12] El autor de 4 Esdras señala que luego de haber despertado de su sueño, las almas podrían ser recibidas en un lugar celestial definitivo de bendición (el paraíso) si es justo, o en su defecto, en un lugar de tormento y confusión (el infierno) si es impío; esto en el momento de la aparición del Mesías y su juicio: “Porque mi hijo, el Mesías se manifestará con los que están con él… Y el Altísimo se manifestará en el tribunal del juicio, y la compasión pasará, y la paciencia se acabará; pero solo quedará el juicio, la verdad permanecerá y la fidelidad se fortalecerá. Y vendrá la recompensa, y la recompensa se manifestará; Las buenas obras despertarán, y las malas no dormirán. Entonces aparecerá el pozo de tormento, y enfrente de él estará el lugar de descanso; y se descubrirá el horno del infierno, y frente a él el paraíso del deleite” (4 Esd. 7:28a, 7:33-37).

[13] Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras griegas, pág. 47. De esta palabra deriva κοιμητήριον, “koimatérion”, lit. dormitorio, que origina en castellano el vocablo ‘cementerio’.

[14] Aunque sea un dato más tardío, considérese que el libro de 3 Enoc, o Enoc Hebreo (~siglo VI d.C.) trata sobre el Rabí Ismael, quien ascendió al cielo a ver el trono de Dios (similar a las visiones de Ezequiel), y es guiado por el ángel Metatrón, el ángel de mayor rango en la corte celestial, quien resultó ser el Enoc de Génesis en su estado glorificado (3 Enoc 12:5, cf. Targum Pseudo-Jonatán a Gn 5:24).

[15] Texto apócrifo y pesudoepigráfico, escrito entre el siglo II a.C. hasta el V d.C., teniendo partes escritas por cristianos, paganos y judíos. Según Alejandro Diez Macho, este capítulo dataría del siglo III d.C. Diez ed., Apócrifos del Antiguo Testamento, Tomo I, pág. 222.

[16] Ibíd. Este capítulo data del siglo I d.C. y sería de origen judío.

[17] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 193, Guerras 3.8.5.

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