12.2 Evangelios III: en el monte de los olivos: La pregunta de los discípulos

 


Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mt. 24:3).

 Según el análisis del pasaje anterior, que el Templo vaya a ser destruido no es un somero anuncio sin mayor asunto; así como cuando cayó el magnífico Templo de Salomón, que se anuncie la destrucción del Templo de Herodes es sinónimo de catástrofe. Como bien entiende Xabier Pikaza:

 

Para un judío, el mismo ser y la estabilidad de este mundo se vincula al templo. El santuario de Dios garantizaba, con su edificio y liturgia expiatoria, el orden de la tierra. Si falla el templo, el mundo pierde su sentido y los hombres quedan desfondados, sin unión con Dios, ni garantía de vida y pervivencia: ¿Cómo se podrá vivir sin templo? ¿Cómo mantenerse y superar los riesgos de la historia si no existe un santuario donde puedan expiarse los pecados?[1]

 Entiéndase que el judaísmo sacerdotal no era una religión de obras, sino de gracia. Si bien se exigía un estricto apego a la ley, finalmente el judío del viejo pacto entendía que su justificación dependía de la gracia del Señor, quien estableció el rito sacerdotal levítico para hacer visible su misericordia. Mirado desde nuestra perspectiva, el anuncio de destrucción del Templo equivale a que a los cristianos se nos anuncie que el sacrificio expiatorio de Cristo deja de ser válido; que de un momento a otro se nos dejara nuestra justificación a nuestros propios méritos. Ahora ellos, los judíos, esperaban que luego de eso viniera lo perfecto, el siglo venidero donde la relación con Dios se elevaría a algo perfecto. La Biblia de Navarra en sus notas explicativas, reconoce lo siguiente sobre este pasaje:

 

En la mentalidad de la época, la desaparición del Templo iba pareja al advenimiento definitivo del Reino de Dios y al fin del mundo.[2]

 Naturalmente los discípulos sentirían curiosidad sobre esto y querrían saber cuándo sucedería. Tanto en el relato de Mateo como en Mr. 13:4a y Lc. 21:7a coinciden en la primera pregunta: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas?”, refiriéndose obviamente al anuncio de Jesús sobre la destrucción del Templo. Querían conocer el TIEMPO que pasaría para que se cumpliera esto.

Las preguntas posteriores normalmente son objeto de mayor debate. Los evangelios sinópticos lo relatan así:

 

Mt. 24:3

Mr. 13:4

Lc. 21:7

…y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?

¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?

¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?

 Antes que todo, hay que entender la fuerte relación entre las preguntas registradas por Mateo; no se trata de preguntas de cosas distintas a la destrucción del Templo. Según Dn. 9:26-27, la destrucción del Templo y la Ciudad Santa significaría la llegada de la consumación.[3] Mal. 3:1-5 profetiza también la destrucción del Templo, pero como una venida de Dios para juicio en una manifestación devastadora. Como se ve en los relatos paralelos de Mt. 16:27-28, Mr. 8:38-9:1 y Lc. 9:26-27, la venida del Hijo en su gloria con los ángeles sería para juicio, para castigo a aquella generación, purificando la tierra para el establecimiento de su reino con poder y en el transcurso de la vida de algunos de los discípulos. En la parábola del trigo y la cizaña explicada en Mt. 13:37-43, Jesús señala que el juicio de quema por fuego donde los santos ángeles del Señor echarían a los malos al lloro y crujir de dientes, el cual es también el fin del siglo y significaría el resplandor de los justos en el reino de Dios.

Desde una perspectiva más teológica, Pikaza argumenta que el Templo era el signo supremo de sacralidad, consagrando la tierra santa como el lugar especial de Dios: el único lugar dentro de la creación donde Él se manifestaba de forma particular y donde todas las naciones debían confluir para adorarle. Al anunciar el fin del Templo, Jesús estaba diciendo que terminarían las mediaciones religiosas rituales que conocían hasta ahora. Esto dejaría, sin dudas, atónitos a sus oyentes; dejándoles desamparados respecto a la posibilidad de poder estar a cuentas con Dios, estando expuestos al castigo de sus propias faltas. Es por esto que sobre las ruinas del Templo tendría que construirse la nueva realidad, el orden nuevo de lo humano en relación a Dios.[4] Esto necesariamente exige una nueva forma de expiar las faltas a la ley; el anhelado y perfecto siglo venidero.

 Como se explicó en la segunda parte, el viejo pacto de sacrificios en el Templo corresponde con el ‘presente siglo’ y con el primer reino, mientras que el nuevo pacto, reino y era, se corresponden también entre sí, siendo la segunda venida de Jesucristo la transición entre estas dos épocas. Es por esto que la pregunta sobre las señales de cuando ‘estas cosas estén por suceder’ (la destrucción del Templo), relatado por Marcos y Lucas equivale a la pregunta sobre las señales venida del Hijo y al fin del siglo (aión) registrada por Mateo.

Por Analogía de la Fe, las preguntas de los discípulos se pueden reducir al cuándo y cómo del gran evento que será la destrucción del Templo, la segunda venida de su maestro, y el fin de aquella era.

En las preguntas registradas por Mateo hay un par de palabras que es conveniente aclarar. El paralelo de Mateo, en la RVR1960 se registra al final del verso “fin del siglo”. La NVI, NTV, Biblia de Jerusalén, Biblia de Navarra y King James registran “fin del mundo”, lo que naturalmente hace pensar al lector de estas traducciones que se está preguntando por el fin del planeta o incluso de todo lo creado, el universo. Según lo ya analizado, se trata del fin del Templo; como mucho el fin de Israel. La etimología de la palabra que se traduce por ‘mundo’ o ‘siglo’, como se analizó en un capítulo anterior,[5] es αἰών, “aión” (G165), definida como:

 

de lo mismo que G104; propiamente edad, era; por extensión perpetuidad (también pasada); por implicación el universo; específicamente período (judío) mesiánico (presente o futuro): tiempo antiguo, corriente de este mundo, eternamente, eternidad, eterno, siempre, siglo, universo.[6]

 La definición propia de aión es eón, edad o era, refiriéndose a algo temporal, como de alguna manera rescata mejor la RVR1960.

Como se discutió en aquel mismo capítulo anterior, el siglo (aión) al que se refiere es el ‘presente siglo’, la era en la que vivían los apóstoles para aquel anuncio (~30 d.C.), previo a la plena inauguración del ‘siglo venidero’ donde el Mesías reinaría en plenitud sobre Israel y las naciones gentiles.

La otra palabra en esta pregunta registrada por Mateo que se requiere aclarar es “venida”. Se trata de la conocida palabra griega παρουσία “parusía” (G3952) y el diccionario Strong lo define como advenimiento, presencia, venida.[7] En griego moderno se usa para ‘presencia’. En la LXX ocurre dos veces: en 2 Macabeos 8:12 y 15:21 y la Biblia de Jerusalén 3° edición la traduce como ‘acercar’ y ‘presencia’ respectivamente. Esta palabra tiene 24 ocurrencias en el Nuevo Testamento, casi siempre asociado a la segunda venida de Jesucristo, aunque también aparece como una venida común humana como en 1 Co. 16-17 o en 2 Co. 7:7.[8] La palabra parusía es equivalente para el propósito de la segunda venida a ἔρχομαι “érjomai” (G2064) que significa llanamente “venir” o “ir”,[9] y ocurre sobre 600 veces en el Nuevo Testamento, aplicado fundamentalmente a un acto común de venir e ir, trasladarse —como cuando los fariseos iban a Jesús o cuando iban al bautismo de Juan— y ocurre aplicado a la segunda venida del Señor Jesús en pasajes como Mt. 10:23, 16:28 y 26:64 cuando Cristo anunció que su venida (érjomai) sería en el tiempo de la vida de sus oyentes. Su venida (érjomai) es también su presencia (parusía).

Ahora el asunto de la naturaleza de su segunda venida es mucho más que simplemente desplazarse; moverse de un lugar a otro, como cuando Jesús dijo: “Yo iré (érjomai) y le sanaré” (Mt. 8:7) refiriéndose que iría a pie a sanar al criado del centurión romano. Se refiere a una verdadera manifestación de su naturaleza divina. En Jn. 5:19-23 se explica esto:

 

Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis… Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.

 Como Dios es un ser único (no compuesto por partes) que existe tanto en el Padre como en el Hijo, el juicio de Jesús en su venida se daría de manera divina; las afirmaciones: “todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” y “todo el juicio dio al Hijo” reafirman esta idea. Jesús también dice en Jn. 15:23: “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece”.

En primer lugar, la naturaleza de esta venida sería en su gloria divina, anunciada por Jesús con sus ángeles y en las nubes de gloria: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27, cf. 13:49-50, 24:30-31, 26:63-64 y otros). Luego de su muerte y resurrección, Jesús esperaba recobrar su gloria divina:

 

Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Jn. 17:5).

 Jesús luego de su ascensión al cielo se encuentra a la diestra del poder de Dios (Mr. 16:9, Hch. 2:33, 7:55-56, Rom. 8:34, Col. 3:1, Heb. 12:2, entre otros., cf. Jn. 13:31-36), con aquella gloria divina de antes que lo material existiera. Jesús ahora había reingresado al reino celestial eterno. Así, la Deidad de Cristo —totalmente espiritual e incorruptible— es la naturaleza que, según las Escrituras, se manifiesta en Él después de su ascensión, no su composición carnal y corpórea; como dice Pablo: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50, cf. 1 Ti. 6:14-16 y Lc. 24:39).

No se trata entonces del regreso físico de un hombre lacerado de unos 70 kg., como plantea la posición futurista, esto no es la gloria divina de Jesús que tenía antes de que el mundo fuese. Como se ha venido diciendo, se trata de una manifestación en su faceta divina y no humana, de la misma forma que Dios juzgaba divinamente en el Antiguo Testamento.

Llegamos entonces al segundo punto, de la misma forma que los profetas en el Antiguo Testamento expresaban el juicio de Dios, Jesús como la voz misma de Dios —más directamente que sus profetas— se expresa en los mismos términos del Antiguo Testamento. Jehová “venía” sobre un pueblo para juzgar, saliendo se su lugar celestial. Esto no se trata de que Dios se hiciera humano y descendiera del cielo, sino que era el lenguaje que Dios utilizaba para anunciar juicio sobre alguna nación, tal como se ha visto en el capítulo seis y en el siete, u otro propósito asociado.

En Is. 19:1, se describe a Jehová montando en una nube para entrar en Egipto para juicio: “Profecía sobre Egipto. He aquí que Jehová monta sobre una ligera nube, y entrará en Egipto”. Is. 19-20 describen un lenguaje muy similar al usado por Jesús en el discurso del monte de los olivos, sin embargo, ocurrió que en menos de 40 años desde la profecía, el cumplimiento de este juicio fue que los asirios, etíopes y divisiones internas egipcias devastaron aquel reino.[10]

En Sal. 18:9-12 se describe a Jehová como descendiendo de los cielos, con nubes en sus pies y recubierto por las nubes del cielo, sin embargo, era el lenguaje que utilizó David para describir el actuar de Dios a su favor para liberarlo de Saúl y sus demás enemigos (Sal. 18:1 cf. 2 Sam. 22).

Nah. 1:3 dice que “Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies”, en contra de Nínive; el capítulo acompaña esta afirmación de Dios viniendo en juicio con un cargado lenguaje apocalíptico, mas su cumplimiento fue la destrucción de la ciudad de los asirios —Nínive— por los caldeos en el 612 a.C.

Sobre Jerusalén y Samaria, Miqueas profetiza que “Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra” (Miq. 1:3, cf. 1:1) debido al pecado de Israel. Como en toda profecía apocalíptica, este anuncio se acompaña de un lenguaje típicamente apocalíptico cuyo cumplimiento no se daría literalmente, en este caso se trató del anuncio de destrucción del reino del norte por los asirios en el 722 a.C. y la campaña de este mismo pueblo sobre el reino del sur.[11]

Jehová ‘descendería’ desde el cielo a pelear contra los asirios a favor de Judá, (Is. 31:4) con fuego devorador, torrente de inundación y de azufre, potente voz, trueno y granizo (Is. 30:28-33). Por supuesto que Dios no descendió físicamente del cielo, sino que el cumplimiento de esta afirmación fue que el Señor envió a su ángel que les quitó la vida a decenas de miles de asirios que asediaban Jerusalén (Is. 37:36).[12]

Los casos en que Jehová se describe como ‘viniendo’ o ‘descendiendo’ en las Escrituras no solo están en los textos proféticos, sino que en todo tipo de género en la Biblia: narrativo, poético, profético-apocalíptico, etc. En el género narrativo estas ‘venidas’ pueden tener por manifestación en la historia —por ejemplo— algo como la dispersión de los pueblos y la confusión de sus lenguas por la construcción de la torre de Babel (Gn. 11:5-8) o una manifestación mucho más pasmosa como cuando Dios ‘descendió’ en el desierto: “y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí… Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento” (Ex. 19:11, 16). Josefo —contemporáneo a los discípulos— usaba la misma palabra griega parusía para referirse a esta teofanía del Sinaí y también para las otras intervenciones divinas de Dios en la historia.[13]

El episodio del Sinaí, bajo muchas perspectivas, resulta particularmente semejante a lo que sucedió en el año 70 d.C., ya que en el siglo I, ambos eventos son identificados como una parusía divina (por Josefo para el caso del Sinaí y por los autores del Nuevo Testamento para designar la segunda venida de Cristo), ambos eventos muestran una manifestación en la nube de gloria, presencia visible de ángeles y varios hechos sobrenaturales, como la nube, truenos y fuertes voces celestiales, tal como narra Éxodo y Deuteronomio en el caso de la manifestación divina del Sinaí,[14] y como narran varios testigos oculares en la destrucción del templo en el año 70.[15] También es singular y paralelo que en ambos casos se inicia en plenitud un gran pacto de Dios con el hombre: en el Sinaí se entrega la ley, iniciando en pleno rigor el antiguo pacto, mientras que en el año 70 (según la perspectiva preterista total) se inicia plenamente el siglo venidero y el reino de los cielos, junto con el nuevo pacto, por lo que ambas manifestaciones divinas y portentosas serían el hito inicial definitivo de una gran era de convenio entre Dios y los hombres, los cuales son el periodo teocrático de Israel con el judaísmo sacerdotal y la era de la iglesia basada en el ministerio de Jesucristo.

En Is. 2:12 se profetiza un ‘día de Jehová’ sobre Judá y Jerusalén (Is. 2:1, 3:1, 3:8) y las naciones vecinas (Is. 2:13-16), siendo esta expresión —día de Jehová— un sinónimo de “la presencia temible de Jehová y del resplandor de su majestad” (Is. 2:10), de la cual los hombres se esconderían en las peñas. En la misma profecía vemos que la expresión ‘el día de Jehová’ (Is. 2:12) es un sinónimo para la declaración: “Jehová vendrá [16] a juicio” (Is. 3:14). Todo esto se cumple con la caída de Jerusalén en el 586 a.C. y las incursiones a las naciones vecinas de Judá entre el 585 y el 571 a.C. por los caldeos liderados por Nabucodonosor.[17]

Si bien en el Antiguo Testamento el ‘día de Jehová’ era un término exclusivo para el juicio sobre alguna nación, las ‘venidas’ de Jehová o bien pudieron ser para juicio tal como los ‘día de Jehová’ o también para manifestarse para algún otro propósito soberano.

Más ejemplos de ‘venidas’ de Jehová Dios en el Antiguo Testamento se hallan en: Gn. 18:21, Ex. 3:8, 34:5, Núm. 11:17, Dt. 4:11-14, 33:2, Sal. 50:3, 72:6, 96:13, 97:5, 144:5, Is. 26:21, 29:6, 31:4, 64:3, 66:15, Jer. 4:13-28, Os. 8:1, Zac. 1:16, 9:14, 14:3-6.[18]

Es así como en el Antiguo Testamento, Dios ‘vino’ a la tierra en varias oportunidades. Estas ocasiones a menudo fueron por juicio para Israel, de sus enemigos u otro propósito. Si bien las personas de esos tiempos no vieron literalmente a Jehová descendiendo con un cuerpo físico, ciertamente vieron sus portentosas intervenciones en la tierra.[19] Todo esto se trata de una expresión antropomórfica[20] que asemeja el acto humano de ‘ir a un lugar para lograr algún cometido’ con las acciones directas de Jehová en su creación; actos de Dios que por providencia extraordinaria tienen un efecto en la creación más allá de las causas secundarias habituales que usa para llevar a cabo sus planes, manifestando su autoridad explícitamente.

Las ‘venidas’ de Dios son entonces manifestaciones divinas especiales para varios posibles propósitos, mientras que los ‘día de Jehová’ son manifestaciones divinas especiales exclusivamente para juicio sobre una nación, destruyéndola mediante la acción de una potencia mayor. Los ‘día de Jehová’ son así una clase particular de ‘venida’ de Dios, pudiéndose usar la expresión ‘venida’ de Jehová como reemplazo de ‘día de Jehová’, pero no a la inversa.

En consideración a las afirmaciones de Jesús registradas en Jn. 5:19-23, 15:23 donde declara que: “todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”, “el Hijo solo hace lo que ve que hace el Padre”, “todo el juicio dio al Hijo” y “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece”, la deducción obvia es que esta presencia divina, su venida en gloria, tendría la misma clase se lenguaje apocalíptico en sus anuncios proféticos —el ‘día del Señor’, la ‘venida del Señor’— y la misma clase de cumplimiento histórico, que en el caso del Nuevo Testamento, se refiere a la destrucción de Israel por los romanos.[21] El portento de Jesús manifestándose divinamente en la nube de gloria (Ex. 19:16) ES EN SÍ su venida; no es que Jesús descienda literal y físicamente desde el cielo acompañado de esas señales, sino que esa teofanía es su venida.

Para complementar el tema de la venida, en tercer lugar, recordar que anteriormente se analizó la profecía de Malaquías,[22] la cual fue reiterada por Juan el Bautista. Esta fue anunciada sobre Israel (Mal 1:1) y su cumplimiento ocurrió en el 70 con la Gran Revuelta Judía. En esta profecía, Jehová anunció que Él “vendría” para juicio:

 

       Mal. 3:1-2: VENDRÁ súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí VIENE, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su VENIDA? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se MANIFIESTE?

       Mal. 3:5: Y VENDRÉ a vosotros para juicio… dice Jehová de los ejércitos.

       Mal 4:5-6: He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el DÍA DE JEHOVÁ, grande y terrible… no sea que YO VENGA[23] y hiera la tierra con maldición.

 Se trata de un ‘día de Jehová’, grande y terrible (cf. Mal. 3:17, 4:1, 4:3), día en que nadie podrá estar delante de Él en pie; no es la primera venida de Jesús sino la segunda, para juicio. Jehová, Dios, dice que vendrá. No puede referirse a alguna manifestación distinta a las que siempre tuvo en el Antiguo Testamento en sus otras ‘venidas’ para juzgar a Israel; debe tratarse de un juicio sobre su pueblo por su pecado, según lo descrito en Mal. 2, juicio que según lo estipulado en Lev. 26:14-17 se trata de dejar al pueblo de Israel a merced de sus enemigos para que los destruyan.[24]

Así como en el libro de Isaías ‘el día de Jehová’ (Is. 2:12) es sinónimo de la ‘venida de Jehová para juicio’, en el anuncio de Malaquías ‘el día de Jehová’ (Mal 4:5) es sinónimo de la ‘venida de Jehová para maldecir la tierra’ (Mal 4:6). En ambos casos hay también alusiones a su presencia o manifestación, la cual no podría ser soportada por los sujetos de su juicio (Is. 2:10, Mal 3:2). Según esta lógica, no queda más que reconocer que la venida (parusía) de Jesús para juicio (Mt. 24:3, 24:27, 24:37, 24:39) es lo mismo que el ‘día del Señor’ del Nuevo Testamento (Hch. 2:20, 1 Co. 1:8, 5:5, 2 Co. 1:14, Fil. 2:16, 1 Tes. 5:2, Ap. 1:10); según lo analizado en el capítulo siete, los ‘día de Jehová’ en el Antiguo Testamento se trataban de juicios sobre naciones mediante pueblos extranjeros invasores, tal como les sucedió a los judíos en el 70 d.C.

Por otro lado, y como se revisó anteriormente,[25] el ‘catálogo’ de maldiciones que Dios derramaría sobre el pueblo penitente (Lev. 26, Dt. 4, 28, 29 y 32) va desde juicios en la naturaleza —como sequías— pasando por hambrunas y guerras, para culminar en la destrucción de Israel por parte de otros pueblos más fuertes y su dispersión a las otras naciones (cf. 1 Re. 8:33-38, 46-48). Los profetas al anunciar juicio sobre Israel se apegaron solamente a este ‘catálogo’ de castigos, siendo improcedente y ajeno a esto tener un castigo referente a la destrucción del mundo. Recordar también que Dios, después del diluvio, de forma unilateral e incondicional, pacta con el hombre lo siguiente: “No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre… ni volveré más a destruir todo ser viviente, como he hecho” (Gn. 8:21), con lo que una destrucción del mundo no solo escapa de las maldiciones que Dios autoriza y establece, sino que también quebraría su propio pacto.

En definitiva, como reconoce R. T. France, la parusía, el fin del siglo[26] y la destrucción del Templo son referencias al mismo evento.[27]



[1] Pikaza, Comentario al evangelio de Marcos, pág. 593.

[2] Universidad de Navarra, Biblia de Navarra, Edición Popular (Woodridge, Navarra: Midwest Theological Forum y Ediciones Universidad de Navarra S.A. EUNSA, 2008), pág. 1387.

[3] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Perdón hasta setenta veces siete.

[4] Pikaza, op. cit., pág. 594.

[5] Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos, sección sobre Dos eras.

[6] Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras griegas, pág. 3.

[7] Ibíd. pág. 65.

[8] R. T. France comenta: “La parusía (“llegada”) se usa principalmente para designar visitas formales de aquellos en autoridad. En el NT, generalmente se refiere a la predicha segunda venida de Jesús”. Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, pág. 971.

[9] Strong, op. cit., pág. 34.

[10] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 19 donde se expande este tema.

[11] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Miq. 1.

[12] Don K. Preston, Like Father, like Son, on clouds of glory, Segunda Edición (Ardmore: JaDon Management Inc., 2010), pág. 4. En este libro, Don Preston extiende el tema de la naturaleza de la segunda venida de Jesús, su parusía: de la misma forma en que Jehová venía para juicio en el Antiguo Testamento.

[13] Antigüedades 3.80, 9.55. Tomado de Gary DeMar, Wars and Rumors of Wars (Powder Springs: The American Vision Press, 2017), pág. 41.

[14] Ver Ex. 19, 24, Dt. 33:2 (cf. Heb. 2:2).

[15] Ver los testimonios registrados en el capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre El trigo y la cizaña; peces buenos y peces malos.

[16] Heb. יָבוֹאyabó” (H935), vendrá.

[17] Nótese en los capítulos 2 y 3 de Isaías que los motivos de juicio eran pertinentes nada más que a quienes Jehová condenaba.

[18] Charles S. Meek, Christian Hope through Fulfilled Prophecy (Spicewood: Faith Facts Publishing, 2013), pág. 90; John L. Bray, Matthew 24 Fulfilled, Quinta Edición (Powder Springs: The American Vision Press, 2008), págs. 204-205.

[19] Meek, op. cit., pág. 89.

[20] Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre Antropomorfismo.

[21] En todo este ejercicio se aplica el método Gramático-Histórico de interpretación bíblica. Como se dijo anteriormente, el principio de la Analogía de la Fe será la base de cómo se van a desarrollar los métodos para interpretar ciertas figuras de significado; en el análisis de los símbolos, expresiones figurativas e imaginería en general se tomará principalmente de este principio. Se buscarán expresiones proféticas usadas en el Nuevo Testamento y se procederá a revisar el cumplimiento que tuvieron expresiones similares en el antiguo. Ver capítulo dos: Métodos de interpretación, sección sobre Método Gramático-Histórico.

[22] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre Juan el Bautista, el eco de Malaquías.

[23] LXX registra gr. ἔρχομαι “érjomai” (G2064). El texto hebreo registra אָבוֹאabó” (H935), venga (yo), el mismo verbo usado en Is. 3:14.

[24] Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos, sección sobre Dos pactos.

[25] Capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Estructura.

[26] Del aión o era; no del mundo.

[27] France, Matthew (TNTC), pág. 340.

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