14.3 La escatología de Pablo: Juicio a judíos y gentiles


 

En el reino de Dios —enmarcado en el siglo venidero— se requería necesariamente que todo lo creado se pusiera bajo el dominio de Dios mediante el nuevo pacto. El Dios de Israel, el verdadero Dios creador de todas las cosas y soberano en todo, en este momento decisivo de la historia sería reconocido por todo hombre de todo lugar.

R. C. Sproul señala que “…Pablo en Romanos 1 habla de la revelación de la ira de Dios contra la raza humana. El mundo está expuesto a la ira de Dios porque, aunque Dios ha manifestado su eterno poder y deidad a toda criatura, el ser humano se rehúsa a honrar a Dios como Dios. En nuestro estado caído, nos rehusamos a adorar a Dios; no le damos el honor que Dios merece”.[1] Pablo en los primeros capítulos de su carta a los Romanos, ante una audiencia cristiana en su mayoría gentil, señala que aunque los gentiles no tuvieron la revelación especial como los judíos, a quienes se les dio la ley y las Escrituras, los gentiles sí recibieron el conocimiento de la verdad acerca de Dios en la creación que los rodea. Esto es conocido como la revelación general de Dios (Rom. 1:20). Esta revelación general a los gentiles viene a ser equivalente a la revelación especial entregada a los judíos para propósitos de juicio; la imputación de pecado es válido no solo para los que tienen el conocimiento de la ley, sino que también para el gentil. La revelación general de Dios no solo se puede ver en el mar, en la naturaleza, en los complejos procesos naturales o biológicos, sino que el hombre como parte de la creación también tiene parte de esa revelación general en muchos aspectos, entre estos, su conciencia, la cual viene a hacer las veces de la ley para los judíos (Rom. 2:12-16). Notar que Dios mediante sus profetas en el Antiguo Testamento muchas veces condenó mediante juicios (días de Jehová) a varias naciones gentiles o paganas por su mal, entre ellas: Asiria (Nínive), Babilonia, Edom, Tiro o Egipto, y esto ocurre por el solo hecho que Dios es soberano sobre todo lo creado, no solo sobre el pueblo de su pacto al que le dio su revelación especial, y la base del juicio a estas naciones paganas es la revelación general que Dios puso al hombre en su conciencia que viene a ser lo mismo que la ley para los israelitas (Rom. 1:18-19).[2] Es claro que esta parte de la revelación general, la conciencia, es insuficiente para el conocimiento completo de Dios y está corrompida por la caída del hombre, haciéndose muy necesario el conocimiento de la revelación especial también para los gentiles, pero la conciencia junto al resto de la revelación general —así como la ley— son al menos suficientes para acusar preliminarmente de pecado al gentil.

En base a esto, en el entendimiento de la revelación general y especial, Pablo demuestra que la humanidad en general está corrompida por su pecado, tanto los gentiles (Rom. 1:18-32, cf. Hch. 17:16, Ef. 2:11-12) como los judíos (Rom. 2:1-3:8), concluyendo que todos: judíos y gentiles, estaban bajo condenación por el pecado (Rom. 3:9-20), porque que para Dios no hay acepción de personas (Rom. 2:11). La conclusión solemne de Pablo es esta:

 

…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. (Rom. 3:23).

 Sobre estos pecadores se manifestaría la ira de Dios (Rom. 1:18), sobre los hijos de desobediencia a las leyes del Señor (Col. 3:6, Ef. 2:2, 5:6) en el “el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Rom. 2:5), en contraste con los justificados por el sacrificio expiatorio de Jesús mediante la fe en el evangelio, quienes serían salvos de aquella ira retributiva del pecado (Rom 1:17, 5:9), quienes están bajo el nuevo pacto en Cristo. Si bien la justificación es presente para los escogidos del nuevo pacto, la ira de Dios manifestada en el día del Señor Jesucristo era para ellos un evento pendiente de cumplimiento (aunque próximo).

Para tener un acercamiento al tema sobre qué se trata este juicio de Dios, en Rom. 2:5-11 se puede apreciar cierto desarrollo del evento:

 

Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios.

 Como se ha venido exponiendo, se puede ver un juicio retributivo dualista: bendiciones a los escogidos y maldición a los reprobados. Por el lado de las bendiciones, en Rom. 2:10, Pablo explica que hay “gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego”. Esto se puede entender bajo la perspectiva que el mensaje del evangelio era primeramente para “las ovejas perdidas de Israel” (Mt. 10:6) ya que como el mismo Pablo argumenta, ellos tenían la revelación especial del Señor y eran partícipes del pacto, sin embargo, los griegos también tendrían parte en el reino de Dios (cf. Mt. 8:11, Mr. 7:27-28, Lc. 2:32, Ef. 3:15). Por el lado de la maldición, es preciso detenerse en que en el día de la ira habría tribulación y angustia primeramente para el judío (v.9). Cabe recordar que los judíos (en adelante para referirse a aquellos no creyentes en el evangelio) eran la gran fuerza antagonista al crecimiento de la iglesia.[3] Pablo habla de ellos de la siguiente manera:

 

Éstos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y a nosotros nos expulsaron. No agradan a Dios y son hostiles a todos, pues procuran impedir que prediquemos a los gentiles para que sean salvos. Así en todo lo que hacen llegan al colmo de su pecado. Pero el castigo de Dios vendrá[4] sobre ellos con toda severidad. (1 Tes. 2:15-16 NVI).

 Se dilucida entonces que para Pablo, a los judíos se les manifestaría la ira de Dios en una medida especial, con toda severidad, hasta el extremo (RVR1960). Este asunto puntual es desarrollado en Rom. 9, donde en los primeros versículos Pablo expresa sentir congoja por sus hermanos y compatriotas israelitas (vv. 3-4 cf. 9:27,31-32, 10:1-4) a quienes eran las promesas del siglo venidero (vv. 5-10), pero que fueron endurecidos por Dios ya que Él es el soberano sobre la creación para llevar a cabo sus planes, según sus propósitos (vv. 11-19, cf. 11:25). El propósito del endurecimiento de Dios hacia los judíos era que por esta desobediencia se pudiera manifestar verdaderamente el nuevo pacto del Señor:

 

Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles? (Rom. 9:20-24).

 Los vasos de barro formados para la ira son entonces los judíos que rechazan el evangelio y que persiguen a la iglesia, arrancados de las promesas de Dios por su incredulidad (Rom. 11:20). La manifestación verdadera del nuevo pacto no podría tener lugar si no se destruía lo antiguo e imperfecto; haciendo que el pueblo del nuevo pacto sea verdaderamente manifestado sobre el Israel que rechazó este pacto (vv. 24-26). Es en este contexto que Pablo dice: “porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Rom. 9:28), donde la palabra griega para tierra es “ge”,[5] es decir, la tierra de Israel. La dureza de estos vasos de ira produjo la destrucción del Templo y de la liturgia judía sacerdotal para siempre, purificando a la creación de la manera imperfecta de relacionarse con Dios[6] (Rom. 8:19-22) y manifestado únicamente la justificación por la fe en el evangelio como la única forma de entrar en el pacto con Dios.

En relación a Rom. 8:19-22, donde Pablo narra que la creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios, ya que gime debido a la corrupción y está con dolores de parto; más que entenderse como que la creación sería exaltada o renovada (lo cual no aparece en el texto), puede ser más apropiado entenderlo como un antropomorfismo que refleja figuradamente el hastío de la tierra por la corrupción de los judíos, esperando que la ocupen los verdaderos hijos del reino. Es recurrente que en el lenguaje profético que en el litigio entre Dios y los hombres, se ponga a la tierra, a los mares o a los montes de testigo ante el castigo de Dios (Miq. 1:2-3, 6:1-3), que las naciones tengan ‘dolores de parto’ ante su juicio (Jer. 22:23, 49:24, 50:43), o la tierra sea partícipe o del juicio o del sufrimiento del pueblo (Gn. 4:11, Núm. 16:32, Dt. 11:6, Os. 10:8). También en Is. 24:4-7 se puede ver como ‘la tierra’ es enfermada y gime[7] por el pecado de sus moradores, dejando de producir sus frutos y permitiendo que sus moradores sean asolados, los cuales son identificados en Is. 24:1-2 como ‘el pueblo y los sacerdotes’, los cuales son el pueblo y los sacerdotes de Israel, mientras que en Os. 4:1-3, se acusa directamente al pueblo de Israel de causarle luto (Heb. אָבַל, “’abal”, H56: gemir, afligir) a la tierra con su pecado; profetizando de esta manera la caída de las tribus del norte a manos de los asirios en el 772 a.C.

 

Is. 24:4-7

Os. 4:1-3

La tierra estuvo de luto [alt. gemir] y se marchitó; enfermó, se amustió el mundo; se marchitaron los nobles del pueblo de la tierra.

Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque transgredieron las leyes, violaron el estatuto, quebrantaron el pacto sempiterno.

Por esta causa, la maldición consumió la tierra, ya que sus moradores fueron hallados culpables; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres.

Se perdió el vino, se marchitó la vid, gimieron todos los que eran de corazón alegre. (RVR1977).

Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra.

Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden.

Por lo cual se enlutará [alt. gemir] la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las bestias del campo y las aves del cielo; y aun los peces del mar morirán.

 A pesar que normalmente se presupone que Pablo usa un lenguaje más bien directo y en una actitud formal, tal como los teólogos o académicos actuales, la verdad es que Pablo era tan israelita como los salmistas y profetas del Antiguo Testamento: usando doxologías típicas del judaísmo (Rom. 11:33-36, 1 Ti. 1:17), ricas alegorías (Gál. 4:21-31, Ef. 2:20-21, 4:15-16, 6:10-20) e imágenes (Rom. 8:22, Ef. 4:14, 1 Co. 3:9). El mismo caso de Rom. 8:22 —donde el mundo gime y está con dolores de parto— es uso de lenguaje figurativo.

Volviendo al asunto de Rom. 8:19-22, dentro del contexto del juicio a los judíos —y al igual que Oseas e Isaías— Pablo usa este tropo para expresar repudio de la tierra hacia sus habitantes. El rol de la tierra es ser recipiente de los hombres, pero en aquel punto, el pueblo del pacto se había degradado al punto de que ‘la creación buscara ser libre de ellos’ y gime por ello. En este aspecto, es posible ver un contraste entre la alegría de la tierra cuando recibió a los israelitas que llegaron de Egipto en contra de la corrupción que desbordaba en ellos a mediados del primer siglo d.C., en el uso de figuras literarias similares:

 

Cuando salió Israel de Egipto, la casa de Jacob, de un pueblo extranjero,

Judá vino a ser su santuario, e Israel su señorío.

El mar lo vio, y huyó; el Jordán se volvió atrás.

Los montes saltaron como carneros, los collados como corderitos.

¿Qué sucedió, mar, que huiste? ¿Y tú, Jordán, que te volviste atrás?

Montes, ¿por qué saltasteis como carneros, y vosotros, collados, como corderitos?

A la presencia de Jehová tiembla la tierra, a la presencia del Dios de Jacob, el cual cambió la peña en estanque de aguas en fuente de aguas la roca.

(Sal. 114).

 Pablo no habla de ‘la tierra’, sino de la ‘creación’, como en sentido global. Si bien el contexto se refiere al juicio a los judíos, quienes viven en la tierra de Israel, en un aspecto más extensivo, y por el uso de la expresión ‘la creación’, puede entenderse que la creación en general está hastiada de la corrupción de los judíos que viven en todo el Mediterráneo y que colma lo creado (el mundo conocido hasta entonces) con su corrupción,[8] aguardando a que estos sean quitados para que pueda manifestarse la verdadera nación santa; la iglesia de Cristo. Eusebio de Cesarea, por ejemplo, entendía que el cristianismo era la nueva nación gloriosa instaurada por Dios, aunque planificada desde la eternidad, reconociendo que se cumplía lo profetizado por Isaías, profeta que a su vez expresaba el nacimiento del nuevo pueblo de Dios como uno parido por la tierra:

 

¿Quién oyó cosa semejante? ¿Quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos. (Is. 66:8).[9]

 Si bien, toda esta maldición sobre los judíos era necesaria, y Pablo entendía que era la manera que Dios estableció para llevar a cabo sus planes, no le era un motivo de festejo sino de aflicción e inquietud, queriendo advertirles de esto para que se arrepientan (Rom. 11:14), y también instaba a los gentiles a no sentirse superiores a los judíos por aquella causa (Rom. 11:18); Dios simplemente de ellos tuvo misericordia.

En concordancia con 1 Tes. 2:15-16, en 2 Tes. 1:4-7 Pablo declara que la venida tiene por fin también castigar a los perseguidores de la iglesia: “Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan” (v. 6), en un juicio en llama de fuego, con los ángeles de su poder para retribuir a estos perseguidores judíos y condenarlos también a perdición eterna[10] (2 Tes. 1:8-10), así dar reposo de estas aflicciones a los justos (2 Tes. 1:7) y para que el Señor sea glorificado (2 Tes. 1:12), lo cual sucedió en el 70 d.C. Con esto en mente, podemos atribuir una referencia a los judíos en los siguientes dichos de Pablo: “Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:2-3), ya que los judíos opositores al cristianismo se podrían sentir muy seguros de no tener retribución por su maldad (de hecho, creían que hacían un favor a Dios), sin embargo, Pablo advierte que esta paz les sería temporal ya que —como sucedió en el asedio romano del 70— vino un día en que repentinamente fueron destruidos, acorralados y no pudieron escapar (cf. Lc. 17:20).

No sería entonces remoto ni apartado del sentido del texto el entender Rom. 13 como una referencia a la destrucción de los judíos por parte de los romanos. Debemos considerar que Pablo escribía su epístola teniendo en mente alguna situación crítica que ameritaba esta exhortación —‘la situación de la vida’— y se debe evitar considerar sus palabras como principios generales que tenían por propósito ser aplicables en cualquier contexto y tiempo. Antecediendo este capítulo, tenemos la idea que la venganza es de Dios cuando manifieste su ira (Rom. 12:19). Luego hay una exhortación a someterse a la autoridad, ya que “quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (v. 2) y las autoridades son instrumentos de Dios para castigo de los malos (vv. 3-5); todo esto en el contexto que el cumplimiento de la ley es el amor (Rom. 13:8-10) y que el tiempo está cerca (Rom. 13:11). En la historia, es claro que la rebelión judía contra las autoridades romanas finalmente condujo a estos sujetos de condena una guerra en la que perecieron catastróficamente en el año 70 d.C.; esto muy cerca de las palabras de Pablo, menos de 15 años antes del cumplimiento de este juicio.[11]

Respecto a los judíos y su condenación, también está el caso de algunos que si bien no se opusieron frontalmente al cristianismo mediante persecuciones, sí causaron grandes problemas en la iglesia primitiva. Estos judíos incluso profesaban un cierto acercamiento a la doctrina cristiana, pero finalmente buscaban introducir sus costumbres (la ley) como una vía válida para obtener justificación delante de Dios. A estos se les conoce normalmente como ‘judaizantes’. Las advertencias contra la idea de la justificación mediante la ley que introdujeron estos personajes son el tema central en la Epístola a los Gálatas y Pablo hace también advertencias respecto a esto en otras de sus cartas (Fil. 3:2, 1 Ti. 1:3-8, 4:1-3, Ti. 1:10-16, 3:9-11 y otros), calificando a aquellos que introducen estas prácticas e ideas como sujetos de condena:

 

Pasaje

Texto

Gál. 6:8

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción…

Ti. 1:10,16

Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión…

Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra

Ti. 3:9-11

Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho. Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio

 

Respecto a los gentiles, Pablo dice en 1 Co. 4:5 que en la venida del Señor se juzgará las intenciones para recibir retribución, en 1 Co. 6:2-3 señala que ellos, los gentiles juzgarán al mundo terrenal y espiritual —se entiende que en la segunda venida de Cristo, cf. Mt. 19:27-30—, que serían librados de la ira venidera para alcanzar salvación (1 Tes. 1:10, 5:9), pero en 2 Co. 4:3, Pablo indica que los que no tienen el evangelio se pierden, condenados por el pecado que les muestra la revelación general (Rom. 1:18-32).

Relacionando esta condenación hacia los gentiles de la que habla Pablo con el discurso de Jesús, podemos concluir que para los gentiles el juicio que les corresponde es el ‘juicio a las naciones’ de Mt. 25.31ss;[12] Pablo no profetizó a los gentiles la destrucción de su tierra como sí Jesús a los judíos (Mt. 24), quienes tuvieron una condena especial por haber matado a los profetas y al Señor Jesucristo (Mt. 23:34-39, 27:25 cf. Jn. 12:48) en el asedio a Jerusalén en el año 70. En este momento de retribución en el que Cristo se manifestaría con ángeles (Mt. 13:40-41, 16:27, 24:30-31, 25:31), que es el mismo que describe Pablo (2 Tes. 1:6-10), se juzgaría espiritualmente a “todas las naciones [εθνη, éthne]”, refiriéndose a quienes viven fuera de ‘la tierra’ y por implicancia también a los judíos. En 2 Ti. 4:1, Pablo señaló que: “[Jesucristo] juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino”, mientras que en Rom. 14:10-12, el apóstol señala que “todos compareceremos ante el tribunal de Cristo”, “toda lengua confesará a Dios” y “cada uno de nosotros [tanto judíos como gentiles] dará a Dios cuenta de sí”, refiriéndose a lo mismo que Mt. 25:31ss.

Los gentiles son condenados por la ‘ley’ que entrega Dios mediante su revelación general, el hombre es responsable ante Dios por su pecado y sujeto de condena (Rom. 5:12-14). En muchos pasajes como Mt. 25:31-46, Jn. 5:29, Hch. 24:15 o Dn. 12:2 donde se habla del juicio a los muertos, esto se ilustra como una dualidad: unos para bendición y los otros para maldición; en esto se puede simplemente concluir que tanto los judíos como los gentiles que no forman parte de la iglesia tienen una resurrección para condenación —ya sea que hayan sido muertos en el asedio romano o no— mientras que los revividos en Cristo serían resucitados para bendición.[13] Sobre estos bienaventurados, Pablo se refiere de esta forma:

 

Pasaje

Texto

Rom. 2:7

vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad

Rom. 5:2

nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios

Rom. 5:9

Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira

Rom. 5:21

… [Así] reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor

Rom. 8:1

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu

Rom 8:30

Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó

2 Co. 4:17-18

Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas

1 Tes. 1:10

y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera

2 Tes. 2:14

a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo

1 Tes. 5:9

Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo

2 Tes. 1:7

y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder

 

Las bendiciones para los creyentes son entonces el reposo, la vida eterna, la inmortalidad, la glorificación, la liberación de la ira venidera y la condenación, los cuales son términos intercambiables en la mayoría de los casos.



[1] Sproul, Todos Somos Teólogos, pág. 285.

[2] Entiéndase que la revelación general no es solamente el cielo, el mar o la naturaleza, sino también Dios se revela de forma general al hombre mediante los atributos que Dios comunicó al hombre al crearlo a su imagen y semejanza, y entre estos atributos está la moral a la cual apela Pablo en Romanos.

[3] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre La generación mala y adúltera.

[4] Del griego εφθασεν, “efthasen”, alcanzar o venir en tiempo aoristo. El aoristo indica una acción llevable a cabo tanto en pasado o futuro (indefinido) pero una única vez, no repetible. Por un asunto más teológico que gramatical (entendiendo que para el tiempo de Pablo el juicio a los judíos es aún futuro) y dado que el castellano exige asignar un tiempo a los verbos, acá se opta por una traducción en futuro.

[5] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 13:5 donde se analiza el uso de esta palabra en la profecía del Antiguo Testamento y su alcance.

[6] Debido a la corrupción humana, el antiguo pacto era imperfecto en el cumplimiento de los oficios que estipulaba, y no a que Dios lo estableciera imperfectamente.

[7] Donde la RVR1960 traduce “Se destruyó…” en el v. 4, se usa el verbo Heb. אָבַל, ’abal”, H56: gemir, afligir, estar de luto, estar de duelo. La RVR1977 lo traduce mejor como: “estuvo de luto”. Muchas otras versiones (BTX, EUNSA, NTV, Biblia Latinoamericana 2005, Biblia de Jerusalén 2001, entre otras), traducen como “estar de duelo”.

[8] Recordar que una parte sustancial de los judíos de todo el Mediterráneo perecieron en el asedio de Jerusalén y la guerra del año 70; los judíos que habitaban en ‘toda la creación’ y no solo en ‘la tierra’.

[9] Eusebio, Historia Eclesiástica, pág. 24, Historia Ecl. 1.4.3-4.

[10] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre Cuerpo y alma en el infierno.

[11] La fecha de la Carta a los Romanos se establece generalmente entre el año 56 y el 58.

Moo, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Romanos, pág. 14, entre otros.

[12] Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre El trono de gloria.

[13] Entiéndase que los participantes en la resurrección son quienes verdaderamente creen en Cristo (Jn. 12:46, la iglesia invisible), ya que muchos pueden profesar una fe aparente y no salvífica (Jn. 12:47, cf. Mt. 13:1-9, la iglesia visible).

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