14.1 La escatología de Pablo: Mensaje de salvación de Pablo a los gentiles
La teología y pensamiento de Pablo deben entenderse desde la base de su
formación como judío fariseo, maestro en las escrituras del Antiguo Testamento.
En este sentido, Pablo esperaba la llegada del siglo venidero y de la venida de
lo perfecto; la restauración de Israel y el triunfo final de Dios mediante su
Mesías,[1] entendiendo (como
todo judío) que la historia de dividía en dos eras: la presente y la del
Mesías.[2] Para el apóstol, su
encuentro con Jesús y la revelación de su identidad como aquel anhelado Mesías,
marcó de manera profunda el mensaje que él entregaría, esto es, desde su
trasfondo judío pero entendiendo que él estaba presenciando el cumplimiento
final de las promesas de Dios, la esperanza escatológica, siéndole revelado por
pura gracia que la esperanza ansiada por generaciones ya había irrumpido entre
los hombres, la cual necesitaba manifestarse plenamente en breve, estando Pablo
en el momento justo entre la llegada del reino mesiánico y su perfecta
consumación. Este es sin dudas el punto de partida desde el cual se debe
entender el planteamiento escatológico de Pablo.
Según la introducción al mensaje escatológico de Pablo, lo abordado en la
sección anterior (capítulo trece), es claro que Pablo acudió a predicar a los
gentiles. Como se dijo: si bien en un comienzo la orden era a ir a las ovejas
perdidas de Israel, era también fundamental que el evangelio se expandiera a
las naciones de los gentiles para que el reino de Dios abarcase todo el mundo,
para la gloria del Padre (Sal. 72:8, 17, Sal. 117, Dn. 7:14, Mt. 24:14, Hch.
15:14-18 [Am. 9:11-12], Hch. 17:26-27). Este es el segundo gran pilar de la
escatología de Pablo.
Y de una misma sangre ha hecho toda
nación de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra… para
que busquen a Dios, si tal vez, palpando, pueden hallarle, aunque ciertamente
no está lejos de cada uno de nosotros. (Hch. 17:26-27).
El mensaje de Pablo a los no judíos se inicia durante su ministerio en el
Mediterráneo. Él frecuentaba las sinagogas y lugares de reunión judíos en las
ciudades griegas que iba visitando, ya que era obviamente un mensaje
importantísimo que transmitir a sus compatriotas judíos, sin embargo, siempre
hubo fuerte oposición de ellos al mensaje del evangelio. Es por esto que en
pasajes como Hch. 13:46-48 o Hch. 18:6, vemos a un Pablo harto de este rechazo
y muy seguramente frustrado de no poder convencer a sus compatriotas de esta
tremenda noticia, y al no poder siquiera dialogar adecuadamente con sus
semejantes judíos, dirige entonces su mensaje a los gentiles (cf. Rom. 11:11,
11:13, 1 Co. 9:21, Gál. 1:16, 2:7, Ef. 3:1, 3:8, Col. 1:27-29, 2 Ti. 1:11, 4:17),
quienes se mostraban más receptivos a su mensaje, y en el cual finalmente muchos
creen.
Esta conversión de gentiles causó un gran gozo en la iglesia temprana
compuesta por judíos (Hch. 14:27, 15:3), quienes en el concilio de Jerusalén
reconocieron esto como parte del plan de Dios y de las profecías acerca de lo
que debía suceder en el siglo venidero (Hch. 15:7, 15:12-19, cf. 13:47, Rom.
16:25-26, Gál. 3:14, Ef. 3:5-6, Col. 1:26-27, 1 Ti. 3:16), de esta manera, el
mensaje del reino de Dios era válido tanto para los judíos que desde siglos
ansiaban ese momento como para los gentiles (Hch. 20:21, Rom. 3:29, 4:7-9,
15:8-13, 1 Co. 1:24, 12:13). Es por esto que, las iglesias a las que Pablo
escribía estaban compuestas en gran medida por gentiles; no completamente ya
que en ciertas congregaciones se puede percibir la presencia de judíos que
creyeron en el evangelio y que habitaban en esos lugares. En el caso de la epístola
a los Romanos, Douglas J. Moo bien percibe que si bien la carta se dirigía principalmente
a un público gentil (Rom. 1:6 [el autor plantea que es una referencia a los
gentiles], 1:13, 11:13-25, 15:8-16), también se dirige a los judíos que
creyeron en el mensaje del evangelio y que formaban parte de aquella iglesia (Rom.
4:1, 7:1, 16:3-4,7,11, cf. Hch. 2:10).[3]
El mensaje del evangelio transmitido por Pablo era una invitación a
entrar en el reino de los cielos que fue inaugurado, el cual entre otras cosas implica
dejar la antigua forma de vivir. Para los no judíos, los pecados que se les
atribuían eran muy característicos de los griegos de ese tiempo: idolatría a
imágenes, homosexualidad y semejantes, desconocimiento sobre Dios, además de
otras formas de maldad muy propias del griego (Hch. 17:16, Rom. 1:18-32, 1 Co. 5:1,
6:9-10, Gál. 5:19-21, Ef. 5:5, cf. Ef. 4:17), las cuales ya no practicaban los
judíos, quienes por el contrario, se jactaban de su justicia por la ley y de su
posición en el pacto con Dios.[4] Así, el mensaje de
Pablo a los griegos era este:
Pero Dios, habiendo pasado por alto
los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar,
que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al
mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle
levantado de los muertos.
(Hch. 17:30-31).
La palabra griega para “mundo” es oikuméne, lo habitado, Imperio
Romano, analizada anteriormente;[5] no hablándose
entonces de la ‘tierra’ “gé” en su sentido local, como en las
predicciones apocalípticas de Cristo, abriendo el mensaje a virtualmente todo
posible oyente, sin limitaciones étnicas (cf. Gál. 3:28, Col 3:11). En esto ya
comienza a operar todo el desarrollo doctrinal reformado acerca del área de la
soteriología —el estudio de la salvación— incluyéndose la idea de justificación
por fe, redención y otras ideas muy estudiadas y enfatizadas por la fe
reformada; finalmente la escatología tiene estrechos vínculos con la
soteriología, y el mensaje de salvación de Pablo hace un gran desarrollo de la soteriología
ya que debía exponer a una audiencia gentil acerca de ideas nuevas para ellos,
ideas que sin dudas les generaban muchas interrogantes que requerían un
desarrollo bien fundamentado para ser aclaradas.
Como es observable en el pasaje de Hch. 17:30-31, es bastante evidente que
junto con el mensaje de salvación hay asociado un mensaje de juicio. Se insta
al arrepentimiento debido a que —se infiere— de no hacerlo, se expone al juicio
de Dios, el cual se concretaría en un único momento establecido ya por Dios y
se derramaría por el “mundo”. Sobre los detalles de este juicio se abre el
análisis que continúa.
[1]
Es entonces un error exacerbar la influencia griega que pudo haber en Pablo y
reducirlo a un judío helenizado, ajeno a las ansias de los judíos palestinos de
ver el reino mesiánico venir. Para una revisión de la influencia del
pensamiento de Pablo, véase John A. Ziesler, Pauline Christianity,
Edición revisada (Nueva York: Oxford Univesity Press, 1990), capítulo 2: Paul’s
Inheritance, págs. 7-23.
[2]
Ibíd. pág. 9.
[3]
Douglas J. Moo, Comentario Bíblico con Aplicación NVI: Romanos (Miami:
Editorial Vida, 2011), págs. 14-18.
[4]
Se enfatiza en este aspecto ya que no pocos partidarios del preterismo total no
ven a los gentiles como distintos a los israelitas. Muchos preteristas totales
han llegado a interpretar que los gentiles en realidad son descendientes de las
diez tribus del norte que se fueron a la dispersión ya que el mensaje
—argumentan— se dirigía solo a israelitas y gente del pacto para reunificar las
dos casas (Jer. 31:31, Ez. 37:15-17). Estos autores concluyen lo anterior
debido a que asimilan el mensaje condenatorio de Jesús a los judíos e
israelitas al mensaje de Pablo a los gentiles.
La otra importancia de esta definición es que —como se
ha visto reiteradamente— el definir con precisión la audiencia del mensaje es
determinante para una correcta exégesis.
[5]
Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre El
evangelio predicado en todo el mundo.