18.5 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: Jesús en su naturaleza divina

 


…y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta… Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies… (Ap. 1:10-17).

 

Volviendo al principio, contextualizar que Juan, se halla espiritualmente en el día del Señor; el día del juicio de Jesucristo para retribuir a quienes lo traspasaron, donde ve a Jesús en su gloria (1:14) en un contexto idéntico al de los profetas en sus visiones sobre el Padre (1 Re. 22:19, Dn. 7:9, Ez. 1:28, Hab. 3:4-5, etc.), con lo que se entiende que Juan ve a Jesús en su naturaleza divina; en la misma gloria que el Hijo tuvo con el Padre antes que el mundo fuera (Jn. 17:5). Juan cae como muerto ante su maestro —ahora divinamente glorificado— de la misma forma en que los profetas sucumbieron ante la presencia de Dios (Ap. 1:17, cf. Is. 6:5, Ez. 1:28, Dn. 8:18, 10:8-9). Juan entonces entra en el mundo celestial y espiritual donde ve ciertos símbolos de los cuales oye su interpretación.

Apocalipsis normalmente concentra la atención del lector moderno en las plagas y descripciones impactantes de los juicios de Dios, pero también dedica mucho de su contenido en hacer una descripción del estado de Jesucristo en el cielo; información que casi no se halla en el Nuevo Testamento. Algo de eso se encuentra someramente en Hch. 7:55-56, donde se dice que Esteban: “vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”; Pablo dice por su parte que Jesús en su naturaleza divina: “habita en luz inaccesible” y que “ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Ti. 6:16). Es por esto que las descripciones que muestra Juan sobre Cristo glorificado son muy especiales y debieran ser especialmente valoradas por el lector.

Luego, en Ap. 4-5 se hace un desarrollo completo de la primera visión que tuvo Juan acerca de Jesús en su gloria divina (1:10-16), donde se le describe con voz de trompeta (v. 10), cabello blanco y ojos como de fuego (v. 14) y reluciente (vv. 13, 15, 16); para la cultura judía, esta descripción era propia y exclusiva de los seres celestiales (cf. 1 Enoc 71:1, 106:2-6). La posición de Cristo en el cielo es de la misma dignidad que el Padre (Ap. 4:3-5, 5:13 cf. Ex. 19:9, 16, Ez. 1:28, Mt. 24:27, 25:31ss), lo que enfatiza en la posición de Rey-Juez de Cristo, quien luego abre un rollo con la sentencia que recibiría Israel (Ap. 5, cf. 22:1 donde el trono es el “trono de Dios y del Cordero”). Esto es el cumplimiento de sus mismas palabras, cuando le dijo al Sumo Sacerdote: “…desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26:64). Como nota G. K. Beale, la gran mayoría de las referencias en el Nuevo Testamento sobre el trono de Dios, ocurren en Apocalipsis.[1] Acá se enfatiza en el carácter judicial del libro y en la soberanía de Jesucristo en su naturaleza divina.

Aparte de que Juan haya sucumbido como muerto a los pies del Cristo divinamente glorificado (Ap. 1:17), se describe a Jesús con una gran voz como de trompeta; estruendosa como el mar (1:10, 15), cabello blanco como lana, ojos como de fuego, (1:14), pies como de bronce bruñido refulgente (1:15), su cara se veía brillante como el sol cuando brilla con toda su fuerza (1:16), además de su boca salía una espada de dos filos (1:16) y también tenía siete ojos y siete cuernos (5:6). A Jesús se le describe al mismo tiempo como un cordero (19:9) y como un jinete (19:11); en Ap. 19:11-21 se describe a Jesús como comandando también a un ejército de ángeles. Así, en Apocalipsis, la figura del Cristo evoca a la naturaleza divina del Padre y no se asemeja en nada a las descripciones de Jesús en los evangelios bajo la forma humana carnal ni tampoco se insinúan aspectos de la humanidad de Cristo, por lo que esta visión de Juan sobre Jesús viene a reforzar el planteamiento que Jesús luego de su ascensión no conserva la naturaleza humana que tuvo en su ministerio terrenal, bajo la cual también fue resucitado, sino que recobró su naturaleza divina que tuvo desde la eternidad. Si Jesús hubiera permanecido en su naturaleza humana al ascender al cielo, sería esperable que hubiera una indicación de ello en Apocalipsis; se vería en esta figura una actitud humilde como la que tuvo en la tierra y no un marcado e insistente énfasis en su divinidad. George R. Beasley-Murray por su parte afirma que: “Los relámpagos y truenos y voces recuerdan la teofanía en el Sinaí (Ex. 19:16) y describen el aspecto terrible de Dios”.[2]

Respecto a los seres vivientes que rodean el trono (Ap. 4:6-9, cf. Is. 6, Ez. 1:4-24) y a los ancianos (Ap. 4:4, 10), no es posible a partir de la evidencia bíblica interna identificarlos como un simbolismo de algo más porque el texto en sí no sugiere que se trate de un ‘misterio’ o algo que tiene algún significado, como sí lo eran las estrellas y candeleros que rodeaban a Jesús (1:20). Esta escena de Ap. 4, rememora a Ex. 24:1-2, donde Moisés junto a otros tres se presentan ante Dios en el Sinaí en compañía de 70 ancianos de Israel, donde Moisés: “vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová”; mientras que el pueblo dijo: “Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho”. En Apocalipsis no se ven 70 ancianos, sino 24, en posible referencia a las 24 órdenes sacerdotales levíticas (1 Cr. 24:1-25:13). Si bien, Apocalipsis tiene muchos símbolos, no se debe especular con que cada elemento de este libro sea necesariamente un símbolo, cayendo así en interpretaciones alegóricas;[3] incluso este libro altamente simbólico determina internamente cuáles elementos son simbólicos y cuáles no. Más que una alegoría (donde cada elemento de la escena representa algo), Ap. 4-5 recrea la alianza del antiguo pacto —pero ahora en el cielo, de forma perfecta— para inaugurar el nuevo pacto: ya no con mandamientos a Israel, sino con el juicio final a Israel por haber roto precisamente los mandamientos de Dios que fueron dictados por Moisés en la inauguración del antiguo pacto. Se termina de cerrar el antiguo pacto para inaugurar plenamente el nuevo.

Nótese que el modelo del Templo y toda la liturgia que hay en la ley son dados por Dios, y estos son representaciones o modelos de cosas celestiales (Heb. 8:5), por lo que la orden de Dios a Moisés de subir con otros tres y setenta ancianos tiene su fundamento en el consejo divino que ha existido en el reino celestial desde antes del mundo terrenal (Job 1:6, 38:7, Sal. 29:1, 82:1, 104:4, etc.). En este sentido, Robert Mounce comenta que estos 24 ancianos forman una orden angelical especial exaltada que dio origen a las 24 órdenes sacerdotales terrenales descritas en 1 Cr. 24-25.[4] En Ap. 4-5 simplemente se revela lo que auténticamente hay en el cielo, donde hay júbilo por la venida del nuevo pacto en su plenitud por parte del consejo divino celestial, mostrando la auténtica y perfecta escena del comienzo del pacto de Dios.



[1] Beale et al., Revelation: a Shorter Commentary, pág. 107, entre otros.

[2] Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, pág. 1481.

[3] En Asia Menor se llegó a interpretar alegóricamente que los 24 ancianos representaban a los 24 libros del canon hebreo. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia. Nuevo Testamento, pág. 763. También se ha sugerido que los 24 ancianos representan a los 12 apóstoles junto a los 12 patriarcas. Caird, The Revelation of St. John The Divine, pág. 63, entre otros.

[4] Mounce, Comentario al libro de Apocalipsis, pág. 183.

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