Y cuando aparezca el Príncipe de
los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. 1 Pe. 5:4.
Dentro de las siete epístolas hay algunos pasajes que tradicionalmente se
han entendido como que los santos vivos serían transformados en seres
glorificados en su vida terrenal en el momento de la segunda venida de Cristo;
este pasaje de 1 Pedro es interpretado generalmente en ese sentido. De ser así,
entonces los planteamientos del preterismo estarían en serias dificultades, ya
que no hay registro histórico que los santos vivos en el primer siglo fueran
“glorificados” en vida. Sin embargo, ante esto se puede apelar que la “corona
incorruptible de gloria” no es un indicativo de trasformación física, sino de
una gloria celestial después de la muerte, de la esperanza celestial de la vida
eterna (término empleado preferentemente por Juan) y es referido también en
Stg. 1:12 o por Pablo en 1 Co. 9:25, 2 Ti. 4:8 como obtenible en el momento de
la segunda venida. Ap. 2:10 dice: “…Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida”. En todas las apariciones de esta expresión, cada escritor
asume que sus lectores entienden perfectamente de que se trata aquella corona
referida; no es algo de lo
que quepa duda ni que merezca mayor explicación, por lo que debe tratarse de
una recompensa esencial del evangelio. José Salguero comenta:
La corona simboliza aquí el premio
eterno por los méritos adquiridos en este mundo. Como el griego lleva el
artículo, indica que la promesa de una tal corona era conocida de los
destinatarios de la epístola.
Se debe entender que mientras Jerusalén aún estaba en pie junto con el
Templo, los judíos ejercían una enorme presión en lo religioso sobre los
cristianos, sobre todo los cristianos judíos ya que experimentaban una tremenda
tensión entre sus antiguas prácticas, las costumbres de sus ancestros y su
identidad nacional de lo cual tuvieron que apartarse para seguir a Jesús. Estos
judíos además eran perseguidos, despojados de sus negocios, bienes o fuentes de
trabajo por sus compatriotas; delatados incluso por familiares, donde la única
esperanza era una salvación que aún no habían visto ni experimentado más que
por la fe. Al manifestarse el día del Señor que traería el fin de ese estado
tan tedioso para los judíos cristianos, el remanente justo, mediante el juicio
a sus perseguidores y enemigos mediante fuego y destrucción, sería el indicador
más cierto que tendrían a plena vista acerca de las promesas que hasta esos
momentos, solo habían aceptado por fe. Es por esto que también Pedro les dice:
“…sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo,
para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1
Pe. 4:13). J. S. Russell comenta:
Está bastante claro que, como lo ve
el apóstol, la revelación de la gloria, la manifestación del Príncipe de los
pastores, la recepción de la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento,
todo estaba en el futuro inmediato Si [Pedro] estaba errado en esto, ¿es digno acaso
de confianza en alguna cosa?
Juan por su parte (a sus destinatarios gentiles) afirma que en la
manifestación de Cristo en su venida, los cristianos debían tener la confianza
que no serían excluidos de su presencia (1 Jn. 2:28), sino que la obra del
florecimiento del amor Cristo manifiesto en las vidas mismas de sus seguidores
era la señal de la seguridad de su salvación, además, desde el plano
espiritual, la iglesia estaba en una posición dentro del nuevo pacto; hechos
justos en Cristo: “pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Jn.
4:17). Según lo analizado en la sección sobre Tipo de juicio según audiencia,
además del capítulo catorce, cuando los apóstoles se dirigen a los gentiles
para exponer acerca del juicio, lo hacen refiriendo al aspecto de su salvación
futura expresada en la idea de la herencia de la vida eterna y la resurrección
de sus almas, excluyendo del mensaje la destrucción de su tierra (1 Tes. 4, 1
Co. 15), de esta forma cuando Juan dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y
aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn.
3:2, cf. Rom. 8:18) debe referirse a la promesa fundamental del evangelio
acerca de la vida eterna, la cual se cumpliría en la resurrección de los
muertos luego del día del Señor (cf. Rom. 8:29, 1 Co. 2:9, 13:12, Co. 3:4-5, 2
Co. 4:17-18).