17.4 Apocalipsis I: antecedentes clave: Literatura apocalíptica apócrifa
En la primera parte de este libro, en el capítulo seis: El lenguaje en la
profecía, se define la profecía apocalíptica como aquella que habla sobre
juicios a naciones y eventos futuros desde el momento en que fueron escritos, la
cual se caracteriza por tener un carácter altamente figurado, entre otros
atributos. Dentro de las figuras (o tropos) utilizadas, se tienen las imágenes,
las cuales representan realidades tanto terrenales, como celestiales y
espirituales.[1]
En el periodo postexílico, marcado por la dominación extranjera, se
desarrolló gran interés entre los judíos por esta clase de literatura,
especialmente en las visiones que mostraban imágenes del reino celestial y del
inframundo, muy inspirados en las visiones de Daniel, Ezequiel, Isaías, Joel,
entre otros, lo que dio origen a una plétora de textos que supuestamente revelaban
el reino celestial y el futuro, culminando generalmente con una vindicación a
los justos sobre los opresores. Domingo Muñoz León lo define de la siguiente
manera: “Como género literario, un “apocalipsis” es una obra en que se narran
visiones y audiciones de un personaje célebre acerca de los misterios celestes
y del futuro de la historia, hasta su consumación”.[2] Estas revelaciones
divinas explican el origen del nombre de este género literario, debido a que
‘revelación’ en griego es ἀποκάλυψις “apokálypsis”. De forma análoga al
fenómeno judío, en la era cristiana también surgieron supuestas revelaciones
celestiales, inspiradas a su vez en las profecías de textos canónicos
neotestamentarios, como el sermón del monte de los olivos (Mt. 24-25), ciertas
parábolas de Jesús, pasajes de las Cartas de Pablo a los Tesalonicenses o el
Apocalipsis de Juan, teniendo estos textos cristianos una temática semejante a
los escritos judíos. Estos apocalipsis —judíos y cristianos— en su mayoría
datan de entre el siglo II a.C. al II d.C., habiendo también otros más tardíos.
Dentro de las características de estos escritos, tenemos que la mayor
parte de estos textos fundamenta su autoridad asociando su autoría a algún
personaje notable (pseudoepígrafes); los escritos judíos se atribuyen a algún
patriarca hebreo, mientras que los apocalipsis cristianos son supuestamente
firmados por algún apóstol; muchos de los apocalipsis cristianos traen fuertes
influencias gnósticas que sus autores reales buscaban validar con una falsa
autoría apostólica.[3]
Otra característica es que presentan su mensaje mediante visiones o éxtasis
proféticos, también se tiene que estos escritos tienen un carácter predictivo
asociado a hechos históricos, hay también un fuerte elemento dramático (o carga
emocional) en el relato y finalmente, hay un amplio uso de simbolismo y
numerología en sus textos.
Un listado de apócrifos apocalípticos —tanto cristianos como judíos— es
el siguiente:
•
Libro de Enoc o Enoc Etíope
(1 Enoc)
•
Libro de los secretos de
Enoc o Enoc Eslavo (2 Enoc)
•
Libro de los palacios o
Enoc Hebreo (3 Enoc)
•
Apocalipsis de Abraham
•
Apocalipsis de Adán
•
Apocalipsis de Elías
•
Apocalipsis de Moisés
•
Apocalipsis de Sedrac
•
Apocalipsis de Sofonías
•
Apocalipsis de Zorobabel
•
Apocalipsis arameo
•
Revelación de Gabriel
•
Génesis de Lamec
•
Apocalipsis sirio de Baruc
(2 Baruc)
•
Apocalipsis griego de Baruc
(3 Baruc)
•
Apocalipsis griego de
Esdras (3 Esdras)
•
Apocalipsis latín de Esdras
(4 Esdras)
•
Libro de los Jubileos
•
Testamento de los doce
Patriarcas
•
Apocalipsis de Golias
•
Apocalipsis de Pablo
•
Apocalipsis de Pedro
•
Apocalipsis de
Pseudo-Metodio
•
Apocalipsis de Samuel de
Kalamoun
•
Apocalipsis de Esteban
•
Apocalipsis de Tomas
•
Apocalipsis copto de Pablo
•
Apocalipsis gnóstico de
Pedro
•
Primer Apocalipsis de
Santiago
•
Segundo Apocalipsis de
Santiago
•
Apocalipsis griego de
Daniel
El contenido básico de muchos de estos escritos consiste en una descripción detallada de lo que ocurre en el cielo o en el infierno; en el intrigante mundo celestial. El objetivo es brindar un mayor detalle sobre el destino de los justos cuando llegan al mundo celestial glorioso de Dios luego de morir, entendidos como grados de bendición según las obras justas de quienes alcanzaron el cielo. Se detalla además las penas de los impíos de acuerdo a sus pecados, en una concepción dualista del destino del hombre.[4] Todo esto busca ser una respuesta al continuo mal que sufren los justos en la tierra, donde pareciera que para ellos no hay vindicación y sobre la retribución a los impíos, para quienes no pareciera haber retribución a su mal.
La utilidad del estudio de estos textos apócrifos en el contexto del
análisis del libro canónico del Apocalipsis de Juan es que de los textos
apócrifos se puede extraer el pensamiento de los judíos y cristianos
contemporáneos a Juan acerca de los mismos asuntos que trata el Apocalipsis
canónico: el siglo venidero, el reino mesiánico, la resurrección, el destino de
los malos, etc. Otro punto de utilidad es que estos textos espurios contienen
la interpretación de muchos símbolos también utilizados por Juan, por lo que
puede sumar un antecedente al momento de interpretar el Apocalipsis de Juan. De
esta manera, así como los escritos de Josefo, Tácito y otros aportan antecedentes
históricos sobre el primer siglo, estos textos apócrifos aportan con datos
teológicos que pueden servir como referencia o antecedentes para la
interpretación del último libro de la Biblia.
Del listado anterior de textos, se destaca 1 Enoc, 2 Baruc y 4 Esdras
dentro de los apócrifos judíos, ya que son contemporáneos al Apocalipsis
canónico de Juan o se les considera como los más relevantes y representativos
de su tipo, y dentro de los apócrifos del Nuevo Testamento se destacan el
Pastor de Hermas y el Apocalipsis de Pedro, los cuales tuvieron gran influencia
en los primeros siglos de la iglesia y llegaron a ser considerados canónicos.
De estos se describe brevemente a continuación.
A) 1 Enoc. “…En las tablas celestiales he leído y entendido todo”
(1 Enoc. 93:2). Es posiblemente el más importante de entre todos los apócrifos
del Antiguo Testamento y es una de las fuentes más preciadas para entender la
teología judía previa al cristianismo.[5] Este libro fue
modificado durante los siglos III – I a.C. bajo el seudónimo de Enoc, el
descendiente de Set, séptimo desde Adán. En Gn. 5:24 se menciona que “Caminó,
pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”; este hecho siempre
despertó fascinación entre los judíos y de historias legendarias, ya que se
trata de un personaje que tuvo acceso a los misterios celestiales, por lo que
atribuir el contenido del libro a este patriarca es tanto una fuente de
autoridad como de sabiduría celestial. Aparentemente, las revelaciones de Enoc
eran muy llamativas, al punto que hay varios libros atribuidos a este personaje
(1, 2 y 3 Enoc); todos ellos contienen fundamentalmente revelaciones de lo que
ocurre en el cielo.
Parte del contenido del libro ha sido expuesto en capítulos anteriores
donde se ha descrito el drama de los ángeles caídos de Gn. 6:1-2 y la
naturaleza de los hombres bienaventurados que fueron resucitados para morar en
el cielo. El libro es bastante amplio en los temas que trata, extrayéndose de
él una gran riqueza de contenido, pero a grandes rasgos, este libro es dividido
en siete secciones:
•
Juicio (caps. 1-5). Anuncio
de juicio futuro y descripción de la corrupción humana que causó el diluvio.
•
Libro de los vigilantes
(caps. 6-36). Se ahonda en el drama prediluviano de Gn. 6:1-4 donde se describe
que 200 ángeles liderados por 20, bajaron del cielo al monte Hermón para tomar
mujeres y procrear gigantes con ellas. Esto causó gran mal y destrucción en el
mundo (6-16). En los caps. 17-36 se narran los viajes de Enoc: muy enraizado en
la cosmogonía hebrea, Enoc ve los elementos desconocidos por el hombre, como el
Sheól, las fuentes de los vientos, la luz, las aguas, entre otros. Enoc también
ve el destino de los ángeles caídos (6-16), que a su vez son estrellas en los
cielos.
•
Libro de las parábolas
(caps. 37-71). En esta parte se ve el destino de los justos como morando en los
cielos con ángeles. Acá se ve el desarrollo del reino mesiánico y la victoria
de Jerusalén sobre las potencias mundanas que quieren destruirla, además del
retorno de los israelitas de la diáspora a Jerusalén.
•
Libro del curso de las
luminarias (caps. 72-82). Debido que parte de los misterios del mundo celestial
era la organización de las estrellas y astros, se relata como a Enoc se le
revelan las leyes de estos cuerpos celestiales.
•
Ensueños de Enoc (caps. 83-90).
Relata las visiones del diluvio que castigará al mundo y también se relata la historia
desde la creación hasta el reino mesiánico: donde se establece la nueva
Jerusalén, los israelitas vuelven de la diáspora y los gentiles se convierten
al judaísmo. Este reino se espera que llegue de forma inminente.
•
Epístola de Enoc. (caps. 91-105).
En esta parte se exhorta a confiar en el destino final celestial y
bienaventurado de los justos —la vida futura— relacionado también a la venida
del reino mesiánico, el cual es eterno, mientras que se narra que los impíos
serían castigados: tanto a espada en la tierra como eternamente en el reino extra
terrenal.
•
Libro para Matusalén (caps.
106-108). Se narra la relación entre Enoc y su hijo Matusalén, exhortándole que
el fin último de los malvados es su destrucción en un desierto metafísico de
fuego, donde sus almas son castigadas, mientras que las almas de los justos son
puestas sobre tronos en lugares de luz.
B) 2 Baruc. Se tiende a datar después del año 70 d.C., entendiéndose
que el libro busca dar una respuesta a la desesperanza que generó la
destrucción de la santa ciudad, siendo este también el mismo argumento usado
para que muchos especialistas se inclinen por una fecha tardía de Apocalipsis. Es
un libro que tiene como protagonista a Baruc, secretario o escriba de Jeremías
en el tiempo de la caída de Jerusalén en el 586 a.C.
En este libro, Dios anuncia al profeta la toma e incendio de Jerusalén
por los caldeos a causa de los pecados del pueblo, y le ordena abandonar la
ciudad junto con Jeremías y otros justos, ya que por sus buenas obras y
oraciones la están protegiendo de la destrucción (1:1-2:2). Baruc plantea al
Señor tres cuestiones: cuál será el futuro de Israel y, unido a ello, dónde
queda el honor de Dios (3:4-6); cuál será el futuro del mundo y de la humanidad
(3:7-8); y qué hay de la promesa hecha a Moisés (3:9). El Señor le responde que
el castigo de Israel será transitorio, y que Dios no se olvida del mundo (4:1);
que la Jerusalén actual solo es una sombra de la que Dios reveló a los
patriarcas y a Moisés, reservada en el paraíso para el futuro (4:2-7); y que
las tropas enemigas actuarán al servicio de Dios (5:2-4). A continuación, se
narra la invasión de los caldeos y la destrucción del Templo. Luego, Baruc
recibe tres visiones, asociadas a la destrucción de Jerusalén por parte de las
demás naciones (12-25) y luego comenzaría a manifestarse el Mesías, donde un
indicador de esto es la resurrección de los muertos: los justos para bendición
y los impíos para destrucción (26-30):
Y sucederá después de todas estas
cosas, cuando se haya cumplido el tiempo de la aparición del Ungido y éste
regrese con gloria, sucederá que todos los que duermen con la esperanza puesta
en él resucitarán. Y sucederá en ese momento que se abrirán los tesoros en los
que se conserva el número de las almas de los justos, y saldrán, y se verá una
multitud de almas juntas en una reunión de un solo pensamiento. Y los primeros
se alegrarán y los postreros no se entristecerán. Porque saben que ha llegado
el tiempo de que se dice que es la consumación de los tiempos. Pero las almas
de los impíos, cuando contemplen todas estas cosas, se consumirán aún más.
Porque sabrán que ha llegado su tormento y ha llegado su perdición. (2 Bar.
30:1-5).
Luego que Jerusalén haya sido destruida dos veces por las naciones
extranjeras, sería reconstruida para siempre (31-34), llegando definitivamente
el reino del Mesías (35-40). Luego, el libro reitera las tres visiones
anteriores bajo otras formas e imágenes distintas, ahora expresado en dos
visiones (47-74). Finalmente, Baruc reconoce la sabiduría de Dios, e instruye
de nuevo al pueblo, presentándole la alternativa de recordar el castigo y volver
al Dios, o continuar en la maldad y, en consecuencia, en el dolor presente
(75-76). A petición del pueblo, Baruc envía una carta a las nueve tribus y
media de la diáspora, la cual contiene una exhortación a cumplir los
mandamientos de Dios (76-87). [6]
Para Alejandro Diez Macho, el tema central del libro es por qué los
pecadores triunfan y los justos son dejados de lado (cf. 14:1-7). El autor de 2
Bar., ofrece la esperanza que el futuro depende del juicio de Dios, quien
separará a buenos y malos en un mundo nuevo e incorruptible (cf. 13:3-9,
19:5-20:5).[7]
A. Diez, documenta que de forma similar a lo visto en 2 Bar. 4:3, donde se
refiere a la Jerusalén celestial, la tradición de que el templo celestial
vendrá a la tierra al final de los tiempos está ampliamente representada en los
apócrifos del judaísmo: 1 Enoc 90:28-29, Tob. 14:5, OrSib. V, 402:414-433, Jub.
1:27ss., y en los escritos esenios de Qumrán: 1Q 32, 2Q 24, 5Q 15, 4Q Flor.[8] En este tiempo
perfecto, los justos serían coronados de gran gloria, siendo establecido entonces
el mundo futuro o el siglo (aión) venidero.
C) 4 Esdras. De forma muy similar a 2 Baruc, es un documento que
se sitúa en el Babilonia en el año 557 a.C., 30 años después de la destrucción
de Jerusalén, aunque generalmente se sugiere una fecha mucho más tardía para su
composición, incluso hacia el siglo I d.C.,[9] y semejante al
Apocalipsis de Juan del canon bíblico, aborda temas apocalípticos altamente
desarrollados. Se trata de un texto actualmente preservado en latín, pero de
una evidente procedencia hebrea. Los capítulos 1-2, 15-16 son posteriores, y
aparte del texto principal recibido en latín; probablemente añadidos cristianos
tardíos,[10]
catalogados también como 5 Esdras (caps. 1-2) y 6 Esdras (caps. 15-16).
Este texto narra cómo Esdras, tras la ruina de Jerusalén, tiene en su
casa tres diálogos con el Señor y mediante el ángel Uriel;[11] después, en un
campo, tiene tres visiones, y, finalmente, una revelación.[12] En el primer
diálogo (3:1-4:19), Esdras reconoce que Judá merecía su castigo por su pecado,
pero se queja de haber sido invadido por un pueblo aún peor. Uriel le responde
que no intente entender los planes más altos de Dios y que el momento final aún
no ha llegado. El ángel le dice que sería un tiempo marcado por el aumento del
mal, donde el Sheól devolverá a los muertos; expresado en el libro mediante un
lenguaje profético apocalíptico:
…Él me dijo: En el Hades, las
cámaras de las almas son como el útero. Porque así como una mujer que está en
trabajo de parto se apresura a escapar de los dolores de parto, también estos
lugares se apresuran a devolver aquellas cosas que les fueron encomendadas
desde el principio. Entonces se te revelarán las cosas que deseas ver
[referente al tiempo final].
(4 Esd. 4:41-43).
En cuanto a las señales: he aquí,
vienen días en que los moradores de la tierra serán embargados de gran terror,
y el camino de la verdad se ocultará, y la tierra será estéril de fe. Y la
injusticia aumentará más allá de lo que tú mismo ves, y más allá de lo que
oíste antes. Y la tierra que ahora veis gobernar será desolada y desolada, y la
verán desolada. Pero si el Altísimo te concede la vida, lo verás confundido
después del tercer período; y el sol brillará repentinamente por la noche, y la
luna durante el día. La sangre goteará de la madera, y la piedra dará su voz;
se turbarán los pueblos, y caerán las estrellas. (4 Esd. 5:1-5).
Luego, el segundo dialogo (5:20-6:35) añade que el mal sería destruido en
el corazón de los hombres y que el bien se propagará (6:26-28) luego que Dios
se acerque a los habitantes de la tierra para visitarlos (6:18); en el tiempo
escatológico final. El tercer diálogo incluye al Mesías, la ciudad celestial de
Jerusalén y el juicio a los muertos como el punto de partida del siglo
venidero:
Porque he aquí, vendrá el tiempo en
que se cumplirán las señales que os he predicho, en que aparecerá la ciudad que
ahora no se ve, y se descubrirá la tierra que ahora está escondida… Porque mi
hijo, el Mesías se manifestará con los que están con él, y los que queden se
regocijarán por cuatrocientos años… Y la tierra entregará a los que duermen en
ella, y el polvo a los que en ella habitan en silencio; y las cámaras
entregarán las almas que les han sido encomendadas. Y el Altísimo se
manifestará en el tribunal del juicio, y la compasión pasará, y la paciencia se
acabará… Y vendrá la recompensa, y la recompensa se manifestará… Entonces
aparecerá el pozo de tormento, y enfrente de él estará el lugar de descanso; y
se descubrirá el horno del infierno, y frente a él el paraíso del deleite.
Entonces el Altísimo dirá a las naciones que se han levantado de entre los
muertos: Mirad ahora y comprended a quién negaste, a quién no serviste, cuyos
mandamientos despreciaste. Mira de este lado y de aquél; ¡Aquí hay deleite y
descanso, y hay fuego y tormentos! Así les hablará en el día del juicio… Porque
durará aproximadamente una semana de años. (4 Esd. 7:26-44, abreviado).
Luego de esto, Esdras tiene tres visiones. La primera (9:27-10:60), trata
sobre una mujer que llora la muerte de su hijo. Esdras se compadece de ella,
pero le recuerda que sufrieron gran mortandad recientemente, lo cual es un
motivo muchísimo mayor para lamentar, y entonces, la mujer se transforma en una
ciudad gloriosa. Uriel interpreta la visión (10:39-55), donde la mujer es Sion,
el hijo muerto es el Templo destruido, y la ciudad es la nueva Sion en su
esplendor futuro, que el Señor ha querido mostrar a Esdras por el dolor que
éste siente por ella. La segunda visión (11:1-12:51) es sobre una gran águila
de 12 alas y 3 cabezas, la cual es explícitamente la cuarta bestia que vio
Daniel (12:11). Estas alas y cabezas interactúan y representan reyes (12:11-30,
cf. Dn. 7-8, Ap. 17). Esta águila es reprendida por un león rugiente, quien es
el Mesías, guardado para el “final de los días” (12:32), quien también condena
a muerte al águila por su maldad (11:45-46).
A. Diez Macho bien concluye sobre el contenido teológico lo siguiente: “…el
pesimismo estaría justificado si únicamente se mirara al eón presente, dominado
por el pecado; pero a este eón sucederá otro, el futuro, en el que tendrá lugar
la promesa de salvación (cf. 4 Esd 7:113s y 8:53s)” y que “El eón presente está
sometido al imperio del pecado, pero el hombre aún dispone de suficiente
libertad para cumplir la ley y ser justo y para participar en la futura
salvación, que Dios realizará pronto en virtud de su designio salvífico”.[14] En este sentido, 4
Esdras se sumerge en el esquema de los dos pactos descrito anteriormente,[15] dando detalles
bastante notables sobre la transición marcada por el Mesías; asemejándose
bastante al planteamiento cristiano escatológico que asocia el fin de la era
con la resurrección, el juicio y la llegada del siglo venidero perfecto. De
esta manera, otro especialista español en literatura judía no canónica, Carlos
Blanco, reconoce el gran valor teológico de 4 Esdras al declarar que: “La
densidad teológica de este escrito ha suscitado numerosos estudios, que han
encontrado en él un instrumento privilegiado para examinar los fundamentos de
la cosmovisión apocalíptica”.[16]
D) Apocalipsis de Pedro. Este breve libro apócrifo del Nuevo
Testamento es fechado generalmente en torno al 120 d.C. y fue considerado como
canónico por ciertas comunidades cristianas tempranas. El Canon Muratoriano
(170 d.C.) lo considera canónico junto con el Apocalipsis de Juan, los cuatro
evangelios, las cartas firmadas por Pablo y dos cartas de Juan, aunque sobre
los Apocalipsis de Pedro y Juan, el texto repara en que: “algunos de los
nuestros no permiten que sean leídos en la iglesia”.
Hasta el siglo XIX, solo se sabía de este texto por referencias a él,
hasta el descubrimiento del Fragmento de Ajmin (1887, Panópolis, Egipto)
escrito en griego, el cual consta de 34 versículos, aunque referencias antiguas
sobre este libro dan a entender que originalmente se trataba de un texto bastante
más largo. En 1910 se descubre otro fragmento escrito en ge'ez (etíope
antiguo), traducido del griego, el cual difiere del texto griego en ciertos
puntos.[17]
El argumento de esta carta —al menos del fragmento griego conocido— es
que los doce apóstoles ruegan al Señor sobre el destino de los justos que ya
murieron. El relato continúa cuando: “…repentinamente aparecieron dos hombres
parados hacia el Este ante el Señor, a quienes no podíamos ver. Emitían un rayo
como del sol de sus semblantes, y sus vestiduras brillaban de un modo jamás
visto por ojos humanos…” (6-7). Ante esto, Pedro pregunta a Dios: “… ¿Quiénes
son éstos? Me respondió: Éstos son los hermanos de ustedes, los justos, cuyo
aspecto deseaban ver. Y le dije: ¿Y dónde están todos los justos, y de qué
clase es el mundo (eón) en el que están y tienen esta gloria? Y el Señor me
mostró una región muy grande fuera de este mundo, con luz extremadamente
brillante” (12-15). El resto del texto detalla este lugar celestial brillante
junto con el lugar de castigo de los malos: “Y los habitantes de ese lugar
vestían como ángeles resplandecientes, y sus vestiduras eran acordes a su tierra”
(17); “Vi también otro lugar frente a éste, terriblemente triste, y era un
lugar de castigo, y los que eran castigados y los ángeles que los castigaban
vestían de negro, en consonancia con el ambiente del lugar” (21). Los castigos
a las almas de los malos iban de acuerdo a los pecados que se cometieron en
vida, así las adúlteras eran colgadas del cabello y los hombres con los que
adulteraron se tomaban de sus pies (aumentando su tortura), las que abortaron
eran atormentadas por las criaturas abortadas, a los mentirosos o blasfemos les
eran quemadas sus bocas, y así sucesivamente. Las descripciones de cada castigo
son bastante gráficas y grotescas, por lo que no es de extrañar que en la
iglesia temprana no se recomendara su lectura, de acuerdo a lo citado del
Fragmento Muratoriano. Cada uno de los castigos en la visión corresponde a
acciones pecaminosas pasadas, en la que el castigo debe ser apropiado al
crimen. De la misma forma que en 4 Esd. 7:88-98 hay siete grados de gloria para
los justos de acuerdo a su justicia, en el Apocalipsis de Pedro hay una
correspondencia entre las obras del hombre y su retribución, pero en el fondo,
sigue habiendo una estructura dualista de ‘bendición o maldición’, como en Mt.
25:31ss o Dn. 12:2.
El mensaje teológico de esta carta —o de al menos el fragmento que nos ha
llegado hasta hoy— es bastante simple, pero no deja de comunicar ciertas ideas
importantes implícitamente. Este apocalipsis asume que el siglo (aión) venidero
ya ha llegado ya que las almas de los justos que han muerto viven en la
plenitud divina, mientras que los impíos ya reciben su justa retribución por
sus males. A diferencia de los textos apócrifos judíos, como 2 Baruc y 4
Esdras, que esperaban un juicio futuro con una resurrección glorificada futura
y un castigo futuro a los impíos (de lo cual solo tenían visiones de lo
ulterior), para el autor de este texto la retribución final del individuo ya había
llegado, y en su texto solo se muestra lo que actualmente sucede en el cielo.
En este sentido, el autor implícitamente reconoce que la aparición de Cristo es
la inauguración del siglo o aión venidero, donde ya se efectuó el gran
juicio que originó la condena de los malos y la bendición de los justos.
E) El Pastor de Hermas. También conocido como ‘El Buen Pastor’, se
trata de uno de los textos no canónicos del Nuevo Testamento que tuvo mayor
influencia en los siglos II y III, al punto de estimarse como canónico por
algunos padres de la iglesia, o bien, al menos digno de cierta consideración en
la iglesia temprana.[18] Respecto a su
autoría y fecha, Eusebio documenta que este texto era asociado al Hermas de
Rom. 16:14 como su posible autor:
Mas, como quiera que el mismo
apóstol, en las despedidas finales de la carta a los Romanos, menciona, junto
con otros, a Hermas —de quien se dice que es el libro del Pastor—, ha de
saberse que también algunos rechazan este libro y que por causa de ellos no se
le puede poner entre los admitidos; en cambio, otros lo juzgan muy necesario,
especialmente para los que precisan de una introducción elemental. Por esta
razón sabemos que se ha leído públicamente en las iglesias y hemos comprobado
que algunos escritores de los más antiguos han hecho uso de él.[19]
Otras fuentes señalan al autor como un personaje posterior, pero independiente
de su autoría, hay evidencia de que al menos se trató de un documento de
mediados del siglo II,[20] pudiendo ser
anterior, y que gozaba de una autoridad importante.
Respecto al contenido, se trata de un libro que contiene ordenadamente 5
visiones, 12 mandatos y 10 parábolas, siendo un libro relativamente extenso
(114 capítulos). Dentro del libro, en la tercera visión (capítulos 9-21), se
halla un relato acerca de cierta revelación que le es dada a Hermas mediante
una mujer anciana (capítulo 9), la cual anteriormente había sido identificada
como la iglesia. Ella le dice a Hermas que se siente a su izquierda, ya que la
diestra está reservada únicamente para los mártires. Más adelante, esta mujer
le muestra a Hermas una torre (gr. οἰκοδομὴ “oikodomé”, edificio) que es
edificada por seis jóvenes; estos jóvenes solo tomaban las piedras
perfectamente cuadradas para edificar, mientras que las piedras defectuosas
eran desechadas, teniendo cada piedra defectuosa un destino diferente de
acuerdo al defecto que presentaban; las más defectuosas eran arrojadas más
lejos de la torre, o pulverizadas. Esta torre era edificada sobre el agua y tan
perfectamente construida, que parecía como si fuera hecho de una sola pieza (capítulo
10). Hermas pregunta a la mujer el significado de esta visión, a lo que la
anciana responde que la torre se trata de ella misma, de la iglesia. Su
construcción sobre el agua obedece a que: “vuestra vida es salvada y será
salvada por el agua”, refiriéndose posiblemente al bautismo como sacramento
iniciático (capítulo 11). En un sentido alegórico y típicamente apocalíptico,
la mujer explica que las piedras perfectas que forman la edificación son los
apóstoles, mártires, obispos y todo creyente verdaderamente consagrado al
Señor, de los cuales unos están vivos y otros ya muertos mientras que las
piedras defectuosas que no son usadas para edificar la torre son aquellos
imperfectos que se acercaron a la iglesia, pero que no fueron hallados aptos
para formar parte de ella, siendo desechados. No obstante, aquellas piedras
arrojadas cerca de la torre representan a algunos que pueden arrepentirse de
sus pecados o de su falta de fe para llegar a ser útiles para construir la
torre (capítulo 13). Las piedras arrojadas más lejos vienen a ser un vehículo
para representar a los hipócritas que profesaron una falsa fe (capítulo 14).
Los seis jóvenes que edifican son ángeles (capítulo 12). Más adelante, la
anciana le muestra a Hermas que siete mujeres sostienen la torre —una hija de
otra— simbolizando las siete virtudes que sostienen la iglesia, una virtud
procedente de otra. Estas son: fe, continencia, sencillez, conocimiento,
inocencia, reverencia y amor. La anciana revela que “Todo aquel que sirva a
estas mujeres, y tenga poder para dominar sus obras, tendrá su morada en la
torre con los santos de Dios” y además que “Cuando la torre haya sido
edificada, habrá llegado el fin; pero será edificada rápidamente” (capítulo 16).
Esta imagen vuelve a ser referida antes del final del libro (octava y
novena parábola), siempre como un vehículo para referirse a la iglesia. En
estas parábolas se añaden ciertos elementos, como que Jesús es la puerta de
aquel edificio, lo cual representa la única vía de entrada a la iglesia.
También se declara que el edificio sería posteriormente inspeccionado en el
momento de la segunda venida, donde ya se habría completado aquel edificio;
habiéndose ya construido, siendo ya apto para su pleno funcionamiento. En estas
parábolas se añaden otros personajes, como ángeles, vírgenes y piedras
defectuosas o mal labradas que representan ciertos hechos prácticos en la
iglesia.
También, en la novena parábola se añade que hay doce montañas desde las
cuales son traídas las piedras para la edificación del edificio o torre. Las
doce montañas representan doce naciones, de las cuales salen las personas
quienes forman la iglesia (cap. 81).
Todo lo anterior tiene una enorme correspondencia con pasajes bíblicos
como 1 Co. 3:9-16, 2 Co. 6:16, Ef. 2:18-22, Ap. 3:12, 14:1, donde se describe a
la iglesia como un edificio de labranza, un templo y, para la postura
preterista, la nueva Jerusalén celestial, (Gál. 4:26, Fil. 3:20, Heb. 12:22,
Ap. 21:9-22:5) la cual se sitúa en el cielo y tierra nuevos. También, la
descripción de la iglesia como una mujer pura, es equiparable con la frecuente
asociación de Cristo como esposo de la iglesia (2 Co. 11:2, Ef. 5:24-32, Ap.
21:9, y otros), la cual se asocia a una virgen limpiada por el cordero y su
sangre. Muchos textos apócrifos también —como se ha referido en el análisis de
2 Baruc o 4 Esdras— se corresponden con la expectativa del autor de este texto de
que la nueva Jerusalén vendría junto con el Mesías y el juicio.
En varios pasajes de la tercera visión o de la octava parábola del Pastor
de Hermas se tiene la expectativa de una real y muy pronta venida de Jesús a
consumar el siglo venidero, donde aquel edificio espiritual ya estaría completo
para posarse sobra las aguas y aceptar por su puerta (Cristo) a quienes quieran
venir desde las naciones.
Acá se trata de una visión donde las piedras representan tanto a vivos
como a muertos que forman parte de la iglesia (cap. 13); la concepción del
autor de este libro entonces comunica que la iglesia es tanto una realidad
celestial como terrenal, pero fundamentada esencialmente en lo celestial,
representado en un edificio.
En definitiva, respecto al breve análisis presentado acerca de la
literatura apócrifa en esta sección, se puede concluir que los textos judíos
asociaban la segunda venida con el juicio de las almas que estaban en el Sheól
para trasladarlas al cielo o al infierno, según sus obras, entendiéndose
siempre que la expectativa sobre la vida futura en estos casos era espiritual y
no terrenal. También en estos escritos se destaca la figura del Mesías en aquel
momento crítico de transición a la Jerusalén celestial, la cual es imperecedera
y eterna. Para el autor del Apocalipsis de Pedro, aquel juicio ya estaba
ocurriendo en el tiempo de los apóstoles y en el Pastor de Hermas se puede concluir
que, a partir del fragmento analizado, la Jerusalén celestial es la iglesia, la
cual recibe gente proveniente de muchas naciones distintas para conformarse, y
que es tanto una realidad celestial como terrenal.
[1]
Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre
Imaginería.
[2]
Domingo Muñoz León, Apocalipsis. Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén
(Bilbao: Desclée De Brouwer, 2007), pág. 11.
[3]
Esto también ocurre en los
evangelios y libros de hechos apócrifos gnósticos, los que también son
pseudoepígrafes.
[4]
Preferentemente siete (o también diez) grados ascendentes de bendición o
maldición, como en 4 Esd. 7:88-98, Ap. Pablo, Ap. Pedro, libros de Enoc, etc.
[5]
Alejandro Diez Macho ed., Apócrifos del Antiguo Testamento, Tomo IV
(Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984), pág. 13; Antonio Piñero, Los
Apocalipsis: 45 textos apocalípticos apócrifos judíos, cristianos y gnósticos
(Madrid: EDAF, 2007), pág. 28.
[6]
G. Aranda Pérez, F. García Martínez y M. Pérez Fernández, Literatura judía intertestamentaria
(Estella: Editorial Verbo Divino, 1996), págs. 312-313.
[7]
Diez ed., Apócrifos del Antiguo Testamento, Tomo I, pág. 284.
[8]
Ibíd. pág. 286.
[9]
Ibíd. pág. 250.
[10]
Juli Peradejordi, Apocalipsis de Esdras (Barcelona: Ediciones Obelisco, 1987),
pág. 11.
[11]
En 3 Enoc, el vidente también en guiado por un ángel, que resulta ser Enoc.
[12]
Antonio Piñero organiza su
contenido en siete visiones, la cuales tienen varias subdivisiones internas. Alejandro
Diez Macho, Antonio Piñero ed., Apócrifos del Antiguo Testamento, Tomo VI,
Segunda Edición (Madrid: Ediciones Cristiandad, 2015), págs. 305-310.
[13]
Para el autor, el Mesías está guardado por Dios hasta su manifestación al final
de la era (13:26), entendiéndose que permanecería en el reino celestial de Dios
hasta aquel momento, lugar donde también iría Esdras después de morir.
[14]
Diez ed., Apócrifos del Antiguo Testamento, Tomo I, pág. 257.
[15]
Ver capítulo ocho: Pactos, eras y reinos.
[16]
Carlos Blanco, El pensamiento de la apocalíptica judía: Ensayo
filosófico-teológico (Madrid: Editorial Trotta, 2013), pág. 206.
[17]
J. B. Bauer, Los apócrifos neotestamentarios (Madrid: Ediciones Fax,
1971), págs. 146-149.
[18]
El Códice Sinaítico (330-350 d.C.), quizá el códice más importante del Nuevo
Testamento, lo considera dentro de su canon con el Nuevo Testamento y junto a
la Epístola de Bernabé.
[19]
Eusebio, Historia Eclesiástica, pág. 122, Historia Ecl. 3.3.6.
[20]
El Canon Muratoriano (170 d.C.) lo considera dentro de su listado e identifica
a su autor como Hermas, el hermano del Papa Pío I, quien fue obispo entre los
años 140 y 155. Otras fuentes posteriores replican esta información.