12.1 Evangelios III: en el monte de los olivos: La destrucción del Templo

 


Cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. (Mt. 24:1-2).

 Los llamados ‘edificios del templo’ a los que se referían los discípulos eran obras monumentales. Estos seguidores del Señor eran personas de oficios humildes, provenientes en su mayoría de Galilea y zonas agrestes. Si bien como judíos, debían haber peregrinado frecuentemente a Jerusalén y al Templo, no podían dejar de maravillarse por las construcciones cuando las veían. La base de la explanada estaba hecha de piedras que medían decenas de metros y que pesaban varios cientos de toneladas, en su entramado estaban los muros de la ciudad y la Fortaleza Antonia; las estructuras de creación humana más deslumbrantes que estas sencillas personas hubieran visto. El clímax de la obra lo formaba el Templo. Josefo destacaba que: “La fachada exterior del Templo se mostraba de tal manera, que no había ojos ni ánimo que lo viesen y que no se maravillaran”,[1] ya que como él mismo describe, se trataba de un edificio de cerca de 45 metros de alto desde su base (100 codos), con pesadas y enormes puertas de unos 30 metros (62 codos) de alto recubiertas de gruesas planchas de oro, así como su fachada de oro que encandilaba al reflejar al sol. En su interior era todo recubierto de oro, tenía cortinas de lana púrpura y lino escarlata con finísimos bordados. En el techo había púas de oro y se sentía el olor constante de los trece perfumes e inciensos más finos que los judíos podían encontrar para perfumar el lugar.[2] El Templo tenía en su composición —literalmente— toneladas de oro finamente elaborado.

Este edificio deslumbrante construido a mampostería de piedras de decenas e incluso cientos de toneladas —junto con la fortificación que la protegía— parecía indestructible. Sin embargo, Jesús les profetizó que aún esas enormes piedras serían sacadas se su lugar.

Josefo relata que de todo esto, los romanos después de tomada la ciudad solo dejaron algunas de las fortificaciones y una sección del muro occidental para resguardar a parte de la guarnición romana de la X Legión llamada ‘Fretensis’ que estaba asentada en Judea, y para que en el futuro vieran los demás lo grande de la cuidad que destruyeron los romanos.[3] Para el resto de la ciudad, el destino fue este:

 

Derribaron todo el otro cerco de la ciudad, y de tal manera la allanaron, que parecía a cuantos a ella se acercaban apenas creerían que había sido en algún tiempo habitada.[4]

 El Templo mismo fue incendiado, destruido y reducido a escombros y a oro fundido. Este oro derretido por el fuego escurrió entre los enormes bloques de piedra, el cual laboriosamente saquearon los romanos a medida que iban desmontando las edificaciones. Flavio Josefo destaca que aquella calamidad sobre el Templo fue por juicio de Dios:

 

Tito se volvió sobre la torre Antonia, determinado a combatir el Templo con todo su ejército y poder por la mañana. Al día siguiente de madrugada, rodeando el Templo que por juicio de Dios ya había sido condenado a fuego hace mucho tiempo (…) en aquel mismo día fue también quemado por el rey de Babilonia (…) La llama produjo fuego [en el Segundo Templo]; los judíos levantaron un llanto y clamores dignos ciertamente de tal destrucción y ruina.[5]

 Josefo no solo reconoció que la destrucción del Templo fue por juicio de Dios, sino que también lo asoció al anterior juicio que tuvo el Santo Lugar el 9 de Av del año 586 a.C. por los babilonios en un anterior ‘día de Jehová’,[6] como si se tratara de un irónico paralelo de aquel lamentado juicio previo sucedido en la misma fecha y sobre aquel mismo lugar. Como R. T. France bien reconoce,[7] la calamidad anterior sobre el Templo ejecutada por juicio de Dios a mano de los caldeos fue predicha en Miq. 3:12 (cf. Jer. 26:1-19) y en Jer. 7:12-14, en aquella oportunidad sobre el Templo de Salomón.

Hay muchos otros paralelos entre la destrucción del Primer y Segundo Templo. Jeremías profetizó la destrucción del Templo de Salomón “en el año trece del reinado de Josías hijo de Amón, rey de Judá” (Jer. 1:2 NVI), es decir, en el 626 a.C.,[8] precisamente 40 años antes de la destrucción del Templo de Salomón. Miqueas recibió su revelación unos 200 años antes de la destrucción del Templo de Salomón, así como Malaquías profetizó sobre el Segundo Templo unos 400 años antes del cumplimiento de su profecía.[9] Los cargos que formuló Jeremías sobre Judá eran los mismos que pronunciarían Jesús y Malaquías sobre el pueblo: infidelidad marital (Jer. 2:1-6, 20-25),[10] idolatría (Jer. 2:10-13, 26-30) y desprecio a su Dios (Jer. 2:31-37). Por estos males, Judá en el siglo VI a.C. sufrió una gran calamidad conmemorada hasta hoy; también por pecados aún mayores los judíos del primer siglo sufrieron penas aún mayores.[11]

Por otro lado, Jesús estaba haciendo una clara referencia al Segundo Templo, no a uno futuro que se habría de construir una vez destruido el segundo,[12] Carl Friedrich Keil argumenta en sus estudios que: “El Nuevo Testamento no dice nada concerniente a alguna eventual reconstrucción del Templo o la restauración del sacerdocio levítico”.[13] La pregunta “¿Veis todo esto?” es una inequívoca referencia al mismo Templo que los discípulos alrededor del año 30 estaban mirando y enseñándole al Señor.



[1] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 270, Guerras 5.5.6.

[2] Ibíd. pág. 268-270, Guerras 5.5.3-6.

[3] Ibíd. pág. 335, Guerras 7.1.1.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd. pág. 319, Guerras 6.4.5.

[6] Ver capítulo siete: El día de Jehová, sección sobre Los días de Jehová.

[7] France, Matthew (TNTC), pág. 340.

[8] Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo III Libros Proféticos, pág. 410.

[9] Ver capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Reiteración.

[10] Esta infidelidad se entiende como una falta del pueblo al pacto con Dios (asumiendo el pacto como si fuera un matrimonio), en el mismo sentido en que Jesús y Juan el Bautista acusaron a los judíos del primer siglo de ‘generación adúltera’.

[11] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre Tishá be’Av.

[12] Este tema se expande en Gary DeMar, The Myth that the Temple Needs to be Rebuilt (Powder Springs: The American Vision Press, 2010).

[13] C. F. Keil, Biblical Commentary on the Prophecies of Ezekiel, traducción al inglés de James Martin, 2 vols. (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co., 1970) 2:122.

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