18.2 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: El tema específico del Apocalipsis de Juan

 


De forma análoga a muchas profecías analizadas en la primera parte, las profecías normalmente en su estructura tienen un encabezado donde se identifica al profeta, donde se atribuye la profecía a un mensaje de parte de Dios y también al receptor de la profecía.[1] Como se ha analizado en las profecías veterotestamentarias, tener bien identificado al receptor de la profecía es fundamental para entenderla adecuadamente.

El tema, la trama o el argumento del Apocalipsis de Juan; en otras palabras, de qué se trata el libro, se encuentra al comienzo de la profecía. Los vv. 1:1-3 presentan el libro como una revelación de Jesucristo que mediante su ángel es entregada a Juan. El momento del cumplimiento de lo revelado (como se analizó en la sección anterior) está cerca (1:1, 1:3). Juan dirige esta revelación a las siete iglesias de Asia (1:4). Si bien no se menciona, las profecías apocalípticas en la Biblia son siempre sobre juicio a un pueblo penitente,[2] pero hasta acá, aún no hay indicios de quienes son los receptores del juicio; las iglesias de Asia no son el objeto de la ira de Dios. Los sujetos de juicio aparecen recién en el 1:7:

 

He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén.

 

Esta sentencia es una réplica de Mt. 24:30, donde Jesús dice: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”. Como se analizó anteriormente, las tribus (gr. fylai) del este pasaje son las 12 tribus de Israel y la tierra (gr. ) es el territorio de Israel.[3]

Ahora, respecto a Ap. 1:7, quienes traspasaron a Jesucristo fueron los judíos (Jn. 19:1-16, cf. Mt. 21:33-44, Hch. 2:23), quienes declararon además que sobre ellos mismos sea la sangre de quien estaban crucificando (Mt. 27:22, 25), asumiendo la posibilidad de ser castigados si es que estaban pecando contra Dios. La palabra griega que la RVR1960 traduce por “linajes” en este versículo es es φυλαι “fylai” (G5443) que significa tribus, y la palabra para “tierra” es , la cual según varias veces se ha analizado, se refiere mayormente a una nación o territorio y no al planeta. Los “linajes de la tierra”, igual que en Mt. 25:30, son las tribus de Israel que traspasaron a Cristo. En este sentido, La Biblia de las Américas bien traduce: “…y todas las tribus de la tierra harán lamentación por Él”.

No se está refiriendo acá a los, gentiles o naciones (gr. éthnos) que están en el mundo (gr. kósmos), como puede sugerir una lectura de ciertas versiones muy difundidas hoy, como las siguientes:

 

Versión

Texto

NVI

…y por él harán lamentación todos los pueblos de la tierra

Biblia de Jerusalén 3° ed.

…y por él harán duelo todas las razas de la tierra

NTV

Y todas las naciones del mundo se lamentarán por él

 

Bajo la perspectiva de la teología futurista, estas traducciones se enfocan en un juicio mundial sobre todo ser humano, pasando por alto las expresiones literales del texto.[4]

Por otra parte, Juan usa 57 veces la palabra kósmos en su evangelio, 17 veces en 1 Jn. y una vez en 2 Jn., sin embargo, en Apocalipsis solo la emplea tres veces (11:15, 13:8 y 18:7) y en ninguno de estos tres casos lo hace para indicar que el mundo (kósmos) sea el objeto de la ira de Dios. Para indicar el objeto de la ira de Dios, Juan en Apocalipsis emplea más de 80 veces la palabra (tierra, territorio).

La profecía señala a Jesús viniendo (gr. érjomai)[5] con las nubes de gloria, donde cada uno de los que le traspasaron, aquellos de las tribus de Israel, experimentarán el juicio divino sobre ellos por haber asesinado a su mismo Dios encarnado. Esto es el tema específico del Apocalipsis de Juan. Según lo analizado anteriormente,[6] la teofanía portentosa de Jesús manifestándose divinamente en la nube de gloria (Ex. 19:16) ES en sí su venida; la nube no una mera señal que acompaña un descenso físico de Jesús desde el cielo.

Sobre este juicio: su relación con la historia y su significado en el plan redentor de Dios, Kenneth Gentry señala lo siguiente:

 

[e]l versículo 7 señala la destrucción de Jerusalén y del templo en el año 70 d.C., la cual produce varios resultados cruciales: Trae la ira de Dios sobre los judíos porque rechazaron a su Mesías (Mt 21:22–44); concluye la época de anticipación del Antiguo Testamento (Jn 4:20–23; Heb 1:1; 12:18–29), la cual está «vieja», «se envejece», y «está próxima a desaparecer» (Heb 8:13); finalmente y para siempre cierra el sistema tipológico de sacrificios, reorientando la adoración de Dios (Heb 9–10); y universalizando la fe cristiana por medio de la liberación de todos los obstáculos de la religión judía (Mt 28:18–20; Ef 2:12– 22) que solían «pervertir el evangelio de Cristo» (Gl 1:7; compare con Hch 15:1; Gl 4:10; Col 2:16).[7]

 

Se vislumbra entonces que todo esto se trata de lo mismo que anunció Jesús personalmente a sus discípulos en el discurso del monte de los olivos (analizado en el capítulo doce: Evangelios III). La diferencia es que ahora Jesús en su eterna gloria anuncia de su manifestación punitiva y consumatoria a Juan mediante una visión, lo cual va dirigido a las iglesias de Asia (1:4). J. S. Russell comenta:

 

[e]l Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la profecía del Monte de los Olivos. Y creemos que esto es lo que sucede. El Apocalipsis contiene la gran profecía de nuestro Señor expandida, alegorizada, y si se nos permite decirlo, dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos predichos en los evangelios aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un ropaje más figurado y simbólico. Pasan delante de nosotros como escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas e iluminadas, pero no por eso menos reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se convierte en el suplemento del evangelio [de Juan], y completa el registro del evangelista.[8]

 

Ahora bien, ¿qué propósito tendría anunciar el juicio a Jerusalén a iglesias que estaban a cientos de kilómetros de Israel? En esto hay varios motivos. Primero, los cristianos del primer siglo veían a Jerusalén como el epicentro de su actividad religiosa: participando en la adoración judía (Hch. 2, 24:11, 21:26), enfocando y proyectando su ministerio desde Jerusalén (Hch. 2-5) mientras frecuentaban el Templo (Hch 2:46, 3:1-4:1, 5:21-42, 21:26, 26:11), considerándose ellos mismos como los verdaderos herederos del Judaísmo (Gál. 3:27–29, 6:16, Fil. 3:3).[9] En segundo lugar, Apocalipsis no solo anuncia la destrucción de Jerusalén, sino la destrucción del gran enemigo de la iglesia del primer siglo, el judaísmo, quienes también eran los administradores del Templo. En tercer lugar, una guerra que moviliza varias legiones para destruir una provincia del Imperio Romano trae efectos políticos, comerciales y sociales importantes; el efecto total incluye también el Imperio Romano. En resultado, en el contexto de esta guerra, Nerón se suicida, terminando con la primera dinastía imperial de Roma, lo que llevó a todo el imperio a bordear el colapso. Esto también es parte del mensaje de Apocalipsis. En cuarto lugar, se anuncia también en Apocalipsis que una nueva clase de persecución estaba comenzando: la persecución imperial. Ya no se trata de un asunto puramente religioso, como venía sucediendo con los judíos, sino que ahora el mismo Imperio Romano sería el gran agente activo en contra del cristianismo, y por esto Juan escribe a las siete iglesias de Asia Menor. Finalmente, la gran consecuencia del juicio de Jesucristo a quienes lo traspasaron es la victoria del nuevo pacto: la venida del siglo venidero, la era de la iglesia cristiana, por sobre los viejos rudimentos y el ‘presente’ siglo malo. El decadente judaísmo sacerdotal termina para siempre y se instaura en el mundo el pacto perfecto de Dios con el hombre mediante Jesucristo.

Se les anima entonces a las siete iglesias a arrepentirse, reformarse, y perseverar (Ap. 2:5, 2:16-22, 3:3, 3:10, 3:19), estando atentos a los juicios inminentes que pronto iban a ocurrir, con la expectativa de la venida de lo perfecto luego que pasaran estas cosas.

Normalmente, muchos de los comentaristas futuristas e idealistas de Apocalipsis consideran Ap. 1:19 como el tema del libro: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas”. Con esto se induce a pensar que el tema de esta profecía es dar un vistazo al futuro más bien lejano, a las cosas que “han de ser después”. Sin embargo, como se ha expuesto anteriormente, Apocalipsis reiteradamente empuja al lector a enfocarse en la inminencia del cumplimiento de sus profecías. Existe la arraigada presuposición que este libro de la Biblia quiere revelar el futuro distante, pero, para los evangélicos o protestantes, la meta debiera someter las expectativas y fundamentos doctrinales a la autoridad de las Escrituras infalibles, y no al peso de las ideas o expectativas falibles que provengan del hombre.



[1] Ver capítulo seis: El lenguaje en la profecía, sección sobre Estructura.

[2] Ver capítulo siete: El día de Jehová, sección sobre Los días de Jehová.

[3] Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre Así como el Padre, el Hijo: en nubes de gloria.

[4] Estas últimas traducciones son moldeadas por el prejuicio teológico de una segunda venida futura, a la que se le asocia un juicio de destrucción mundial. Naturalmente, toda traducción es una interpretación, y como tal, trae la influencia teológica del traductor. Se ha de reconocer también que las traducciones propias ofrecidas en este libro, si bien intentan ser literales, cargan con la influencia teológica del preterismo.

[5] Para un análisis de este término, ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre La pregunta de los discípulos.

[6] Ibíd.

[7] Stanley N. Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis (Miami: Editorial Vida, 2005), pág. 52. Kenneth Gentry, autor de la cita, no reconoce que Ap. 1:7 se trate de la segunda venida de Cristo en sí, sino solamente de la destrucción de Jerusalén. Para el autor, la parusía es hoy aún un evento futuro.

[8] Russell, The Parousia, pág. 374-375.

[9] Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis, pág. 54.

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