13.1 Hechos: La ascensión

 


 

Mr. 16:19

Lc. 24:51

Hch. 1:9-11

Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios.

Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo.

Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.

 

Para la cosmovisión (cosmogonía) hebrea, el mundo físico tenía tres divisiones: los cielos, la tierra y el Sheól.[1] Para los hebreos, el cielo no era una capa de gas como para nosotros; los cielos eran visto como una cúpula maciza que misteriosamente contenía los astros (Job 37:18 cf. Pr. 8:27, Is. 40:22), cúpula que a su vez estaba sostenida por cimientos (2 Sam. 22:8), los cuales eran las altas montañas que parecían tocar el cielo. Sobre esta bóveda celestial (arriba de esta) estaba la habitación de Dios, quien estaba rodeado por las nubes de su gloria:

 

¿No está Dios en la altura de los cielos? ¡Mira cuán altas están las estrellas! Y dijiste: ¿Qué sabe Dios? ¿Podrá distinguir a través del nubarrón? Las espesas nubes lo tapan y no lo dejan ver, Mientras Él pasea por la bóveda celeste. (Job 22:12-14 BTX3).

 Así, la nube oculta a Dios de la vista del hombre. Otros pasajes como 2 Cr. 8:27, Sal. 104: 2-3, Is. 66:1, Am. 9:6 o Mt. 5:34-35 también señalan la morada de Dios como en o sobre el cielo. En contraste con los cielos y su gloria, la tierra es el lugar donde vive el hombre. De esta manera, el que Jesús haya ascendido al cielo quiere decir que entró en la dimensión celestial del Padre. Dios en su condescendencia con el hombre comunica que el Hijo fue glorificado en un acto que los judíos entendían claramente. La siguiente ilustración refleja cómo más allá de la bóveda celestial está la habitación de Dios.[2]

La bóveda del cielo y el reino celestial. El pie de la ilustración dice: “Un misionero medieval cuenta que había encontrado el lugar en el que el Cielo y la Tierra se encontraban”.

Otro asunto importante a entender en la visión hebrea del mundo celestial en contra del terrenal, es que estos son excluyentes el uno del otro y no hay términos medios. El cielo es el mundo espiritual de Dios, allí no entran hombres ni seres materiales; en la tierra viven los hombres, y si algún ángel o algún ser celestial se manifiesta en el mundo, debe rebajarse a hacerse visible (cf. Gn. 19:1-8, etc.), o bien revelarse en sueños o visiones. Así, según la tradición judía, cuando Enoc subió al cielo (Gn. 5:24), tomó allí la forma y naturaleza celestial de un ángel.[3]

En Jn. 6:22-59, Jesús argumentó de varias formas que él era de origen divino. Luego de esto, a sus discípulos les dice “¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” (Jn. 6:62), así la ascensión es una clara expresión de su divinidad; una reafirmación de todo su discurso anterior porque así demostraría que él es Dios al volver de donde vino. “Adonde estaba primero” es el lugar celestial de Dios, donde se habita espiritual y perfectamente. En Jn. 8:58 también dijo: “… Antes que Abraham fuese, yo soy”, indicando también su procedencia divina, espiritual y eterna (donde estaba primero), por lo que inmediatamente los judíos intentaron apedrearle por blasfemia (Jn. 8:59).

Jesús luego de su ministerio terrenal esperaba ser glorificado por el Padre, a su lado, con la gloria que tuvo antes que el mundo fuera: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5, cf. Lc. 24:26), a su diestra, tal como Marcos lo registra (16:19).[4] La glorificación no significa mantener la carne o materia humana más algunos atributos espirituales, sino que se refiere a una completa transformación en un ser espiritual. El evangelio de Juan de manera magistral explica la gloria y naturaleza de Cristo antes de ser encarnado, la gloria que tuvo antes que el mundo fuese: que Él estaba con Dios, que era Dios mismo, que estaba desde el principio, que en Él estaba la vida y que Él dio origen a todo lo creado (Jn. 1:1-4). En este aspecto, el estar sentado a la diestra de Dios exige que Jesús haya sido glorificado, que haya sido devuelto a su naturaleza divina gloriosa previa a la creación y no pudo conservar más su naturaleza física y humana, ya que la gloria de Jesús previa a la creación de lo material, era inmaterial y completamente divina; no terrenal (Jn. 8:23, cf. Mt. 24:26-27) y compartida con el Padre (Jn. 13:31-32). El Señor resume todo esto de la siguiente manera: “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre” (Jn. 16:28), descartándose que vuelva al mundo una vez más y por la eternidad (cf. Heb. 9:12, 28); su encarnación fue un breve paréntesis dentro de su eterna naturaleza divina.

Pablo lo plantea de esta manera: “la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales… no solo en este siglo, sino también en el venidero” (Ef. 1:20-21). De esta forma su glorificación y dominio en lugares celestiales —en su naturaleza divina— se extendería tanto para el presente aión de Pablo, el tiempo de la superposición de ambos pactos, como por el aión venidero; Cristo permanecería en su gloria sentado a la diestra de Dios por el siglo venidero, reinando con el padre por la eternidad y exaltado en la máxima dignidad posible para llenarlo todo (cf. Ef. 4:9-10, Fil. 2:9-11). Junto con esto, Pablo también plantea como una antítesis la manifestación carnal de Jesús contra su posterior recibimiento en los cielos en gloria, entendiéndose que en el recibimiento en el cielo sucede un cambio de naturaleza:

 

…DIOS FUE MANIFESTADO EN CARNE, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, RECIBIDO ARRIBA EN GLORIA. (1 Ti. 3:16, énfasis añadido).

 Notar también que el autor de la Carta a los Hebreos se refiere al ministerio de Jesús en la tierra como “los días de su carne” (Heb. 5:7), en el contexto que el mismo autor luego describe a Jesús como en lugares celestiales oficiando de forma perfecta y por la eternidad el sacerdocio y la intercesión ante el Padre (Heb. 7-8). Todo esto cobra real sentido si se entiende que Jesús en la tierra estaba auténticamente en su carne, pero después de su ascensión dejó de estar en su carne para que pudiera recobrar su gloria enteramente divina en la que habitó desde la eternidad.

Cuando Pablo se convierte, ve y oye a Cristo en su gloria, pero quienes lo acompañan lo lo vieron (Hch. 9:7). De haber Jesús mantenido su naturaleza material luego de ascender al cielo y luego aparecerse, deberían haberlo podido ver todos, ya que lo material no es visible a unos e invsible a otros. En el Antiguo Testamento, hay algunos otros casos donde un individuo tiene una visión de algo proveniente del mundo celestial, mientras que sus acompañantes no pueden verlo, ya que es un ser inmaterial, que decide mostrarse a una persona en particular (Núm. 22:21-33, 2 Re. 6:17, Dn. 10:7, y otros).

Juan en Apocalipsis cuando ve a Jesús, es antes vuelto en espíritu (Ap. 1:10, 4:2), entre al cielo por una puerta (Ap. 4:1) y describe a Jesús dentro del mismo escenario en que los profetas del Antiguo Testamento describían al Padre (Ap. 1:10-16, Ap. 4-5, cf. Ez. 1:28, Dn. 8:18, 10:5-9), en su todopoderosa naturaleza celestial, rodeado de ángeles que le sirven y en una posición de soberano absoluto. Juan en Ap. 1 describe que cae como muerto ante Jesús, quien tiene voz de trompeta y de estruendo del mar, lo ve con su cara brillando como el sol, con pies de bronce bruñido refulgente, con sus ojos como de fuego, vestido de blanco y oro. Luego en Ap. 5, Jesús es un cordero con siete cuernos y siete ojos. En Ap. 19, el cordero es descrito como un jinete que de su boca sale una espada de dos filos. Toda esta imaginería —sobre todo la del cap. 1— evoca a la naturaleza divina del Padre y no se asemeja en nada a las descripciones de Jesús en los evangelios, bajo la forma humana carnal.

El volver a la naturaleza divina implica abandonar la naturaleza corporal; Jesús dijo que era necesario que Él fuera glorificado para enviar el Espíritu Santo de Dios (Jn. 16:7),[5] posterior a esto, Jesús afirma: “…por cuanto voy al Padre, y no me veréis más” (Jn. 16:10, cf. 8:21-23, 14:19). Por otro lado, sin embargo, Jesús dijo varias veces que algunos de ellos le verían venir (Mt. 10:23, 16:28, 24:30). La diferencia entre la afirmación de Jesús en Juan y las de Mateo —según el claro contexto de ambos casos— está en que en Juan estaba refiriéndose a su cuerpo físico: de cómo salió del Padre para encarnarse y luego volver a su gloria eterna con el Padre, mientras que en Mateo estaba hablando de su manifestación o señal gloriosa, en las nubes, la cual sería divina y visible (cf. 1 Ti. 6:14-16). Finalmente, la naturaleza corpórea es incompatible con lo celestial, ya que la carne y la sangre no puede entrar en el reino de Dios; lo corruptible no hereda la incorrupción (1 Co. 15:50, cf. Jn. 8:21-23).

Una objeción frecuente a este planteamiento es la consideración del pasaje: “Porque en él [Jesús] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Co. 2:9), entendiéndose que se refiere a su cuerpo físico en el cielo. Frente a esto se puede rebatir que “la plenitud de la Deidad” muy posiblemente se refiere a algo espiritual y no material (1 Co. 15:50), ya que es algo contradictorio que toda la plenitud de Dios esté restringida a un estado material producto de la creación; Jesús estando en el cielo también “lo llena todo” (Ef. 4:10), hay una trascendencia de lo material, y esto tiene más sentido si se entiende en su naturaleza plenamente espiritual y divina. Por otro lado, dice el pasaje que en Jesús la Deidad habita ‘corporalmente’, no carnalmente; a la luz de 1 Co. 15:44 sabemos que el cuerpo puede ser no solo material, sino también espiritual. Véase también el lenguaje metafórico de los versos siguientes (2 Co. 10-15), lo que de acuerdo al capítulo cinco: Reconocimiento del lenguaje no literal, sección sobre Aglomeración de imaginería y metáforas, hace pensar en Co. 2:9 como parte de un discurso metafórico.

En el capítulo anterior, sección sobre Así como el Padre, el Hijo: en nubes de gloria, se analizó mediante varios textos bíblicos que Dios se manifestaba en el mundo mediante su nube de gloria. La nube de gloria era la característica más reconocible de la presencia misma de Dios dentro del mundo; la forma en que Dios irrumpía en la tierra, y era frecuente tanto en el tabernáculo como en el Templo. De esta forma, en una nueva irrupción entre el mundo de la Luz y la creación terrenal, Cristo es recibido en la nube gloriosa de Dios; no en una mera nube atmosférica de vapor de agua. F. F. Bruce comenta:

 

Las palabras “una nube lo recibió ocultándolo de su vista” son una reminiscencia de aquellas con las que el evangélico incidente de la Transfiguración termina: “una nube vino y los cubrió;… y una voz procedente de una nube, dijo; ‘Este es mi Hijo, mi escogido, ¡escuchadle!’ Y cuando la voz hubo hablado, Jesús estaba solo” (Lucas 9:34-35). Son también una reminiscencia del propio lenguaje de Jesús acerca de la parusía del Hijo del Hombre —“viniendo en las nubes con gran poder y gloria” (Marcos 13:26); “viniendo en las nubes del cielo (Marcos 14:62). La transfiguración, la ascensión (como es descrita aquí), y la parusía son tres manifestaciones sucesivas de la Gloria divina de Jesús. La nube en cada caso debe ser una nube que envuelve la gloria de Dios (la shekinah)—aquella nube que, descansando sobre el tabernáculo de Moisés y llenando el templo de Salomón, fue una señal visible para Israel de que la gloria divina residía allí (Ex. 40:34; 1 Reyes 8:10-11). Así, en el último momento en que los apóstoles vieron a su Señor en una visión externa, se les concedió “una teofanía: Jesús envuelto en la nube de la presencia divina”.[6]

 La narrativa de Lucas en Hechos continúa con la aparición de dos ángeles (cf. Lc. 24:4, 24:23, Jn. 20:12) que hacen la crucial afirmación: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá [érjomai] como le habéis visto IR AL CIELO” (Hch. 1:11), introduciendo una comparación. La palabra “como” es en griego ον τροπον, “jon tropon” (G3739, G5158), lit. ‘de la manera’ (acusativo); en 2 Ti. 3:8 se usa para comparar la resistencia a la verdad de contemporáneos de Moisés con la resistencia a la verdad de los contemporáneos a Pablo. En ese caso no es una comparación exhaustiva, en cada aspecto entre —probablemente— los magos del faraón con sus serpientes respecto a los impíos del siglo I; la comparación en ese caso es sobre lo esencial y no en cada detalle.[7] Así también en Lc. 13:34 tenemos: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como [jon tropon] la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!”, donde claramente la comparación no es exhaustiva sino simplemente pragmática.[8] Lo crítico acá es reconocer el punto de comparación, el cual debe extraerse del texto y no de la imaginación. En las Escrituras, generalmente los hagiógrafos ofrecen el punto de comparación en el contexto mismo de una comparación; Lucas en su evangelio se caracteriza por un relato que pone especial cuidado en ello. La narración de Lucas en Hechos describe la forma en que fue TOMADO AL CIELO: “y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos” (Hch. 1:9) y esta debe ser la manera en que vuelva, en una nube. Si bien la resurrección de Jesús fue física (Lc. 24:39, Jn. 20:24-29), en la narrativa no se describe explícitamente que Jesús fue recibido en su carne; todo lo contrario, describe fue recibido en su nube que es símbolo de presencia y majestad divina para recobrar su naturaleza divina junto al Padre. Recordar que para la cosmología hebrea el cielo la habitación de Dios y es un mundo aparte de la tierra; el texto no está diciendo que volvería como dejó la tierra, ascendiendo en la carne, sino que como fue recibido en el cielo, en la nube y en la gloria de Dios: “RECIBIDO ARRIBA EN GLORIA” (1 Ti. 3:16).

Por otro lado, Jesús mismo afirmó varias veces que su venida sería exclusivamente en una nube, tal como fue recibido en el cielo: “y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mt. 24:30), “desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26:64), donde lejos de referirse a un retorno corporal, está afirmando su retorno en su naturaleza divina en las nubes de gloria, lo cual encendió la ira del Sumo Sacerdote, condenándole a muerte por blasfemia (Mt. 26:65, cf. Jn. 5:18); el único que podía venir en las nubes de los cielos era Dios en su manifestación divina, con lo que Jesús reafirmó su acusación inicial de ser Dios (Mt. 26:63) con aquella solemne declaración sobre que vendría en las nubes.[9]

También Pablo, por su parte, se refiere a este evento como algo que se manifestaría netamente en el cielo, en ningún caso en la tierra (1 Tes. 1:10); un evento celestial glorioso al cual no se le puede atribuir un descenso corporal de Jesús a la tierra, ya que sería la reivindicación divina de aquel que fue traspasado y humillado cuando estuvo en la carne (Ap. 1:7). Este retorno glorioso de Cristo tendría como propósito establecer plenamente el nuevo pacto de la misma manera que el antiguo pacto fue iniciado, en las nubes (Ex. 19:9-18, 24:16-18, Dt. 33:2-4), y a su vez para recibir el dominio eterno del reino de los cielos y la tierra, en las nubes (Dn. 7:13-14, cf. Ap. 1:7).

Por otro lado, esto se trata de un evento escatológico anunciado en lenguaje apocalíptico donde hay uso de imágenes que describen realidades espirituales o celestiales en lenguaje metafórico para que sean asimilables por el oyente, el cual es terrenal y ajeno a cómo operan celestialmente las cosas, mediante comparaciones tales como el símil, la metáfora y la hipocatástasis. Jesús mismo se refirió a su venida como “relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente” (Mt. 24:27, símil), Pablo lo refirió como “con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios” (1 Tes. 4:16, metáfora) y a su vez “con los ángeles de su poder, en llama de fuego” (2 Tes. 1:7-8, metáfora), mientras que Juan lo vio en visiones, describiéndolo en los siguientes términos: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea” (Ap. 19:11, hipocatástasis), y a su vez: “De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Ap. 19:15, hipocatástasis). A pesar de encontrarse en una narración,[10] la venida en la nube descrita en Hch. 1:11 —un símil—no es más que otra manera de hacer referencia a este mismo acontecimiento, esta vez usando otra figura que también apunta a un hecho divino y celestial que irrumpiría en lo terrenal; de intentar reducir aquel pasaje a una realización estrictamente literal, se debe lidiar entonces con el absurdo de congeniar todas las demás figuras también a un cumplimiento literal, simultáneo y bajo el entendimiento de una comparación exhaustiva: sobre una nube, en un relámpago, sobre un caballo, pisando uvas, con una gran voz y con una espada en su boca.

Por sobre comunicar la forma en que Jesús regresaría, lo importante de este pasaje era la necesidad que los apóstoles vieran su entronización celestial para que pudiesen testificar de aquello; para la seguridad de que Cristo fue glorificado y que sus promesas sobre el siglo venidero y la restauración de todas las cosas eran ciertas. Este acontecimiento fue tan relevante como la misma resurrección de Jesús para el testimonio de los apóstoles durante sus ministerios, tanto en la predicación de su doctrina como en su seguridad y esperanza personal, y esa es finalmente la relevancia de estos pasajes que describen la ascensión. El autor Daniel Dery complementa:

 

La ascensión de Cristo en Hechos 1 debe entenderse como el testimonio celestial del cual los apóstoles dieron testimonio de la entronización de Cristo como Rey en la Nueva Jerusalén para la restauración del reino al Nuevo Israel (Hch. 1:6). La nube que “lo recibió” significaba su entrada a la presencia de su Padre para mediar en el nuevo pacto (Heb. 9:11-14), que había inaugurado con toda la casa de Israel. Este fue precisamente el punto de Pedro en Hechos capítulo 2 el día de Pentecostés.[11]



[1] Para una exposición completa de este tema, véase Michael S. Heiser, I Dare You Not to Bore Me with the Bible (Bellingham: Lexham Press, 2014), págs. 3-5; H. Wheeler Robinson, The religious ideas of the Old Testament (Londres: Gerald Duckworth & Co. Ltd., 1913).

[2] Camille Flammarion, L'Atmosphere: Météorologie Populaire (París, 1888), pág. 163.

[3] Targum del Pseudo-Jonatán a Gn 5:24, 3 Enoc 12:5. Enoc se transforma en un ángel llamado Metatrón.

[4] Hay cierta discrepancia en ciertos manuscritos griegos sobre Mr. 16:9-20, por lo tanto, hay dudas de su autenticidad. De todas formas, Pedro testifica de esto (Hch. 2:33) y en Hch. 7:56, Esteban ve abiertos los cielos y ahí a Jesús glorificado junto con el Padre. En Heb. 1:13 se plantea la hipotética posibilidad de que un ángel se siente a la diestra de Dios, mientras que para un hombre, la sola presencia directa de Dios lo fulminaría (cf. Is. 6:5, Ex. 3:6). Sin embargo, Juan al estar en la presencia del Cristo glorificado también cae como muerto, de la misma forma que Isaías ante Dios (Ap. 1:17), en una imagen celestial de Jesús semejante a la del Padre (Ez. 1:28).

[5] El cual es también el Espíritu de Jesús, como se ve en Hch. 16:7 (NVI, texto griego).

[6] F. F. Bruce, El Libro de los Hechos (Barcelona: Editorial CLIE, 2016), pág. 38.

[7] Daniel Dery, The Meaning Behind The Manner (Ardmore: JaDon Management Inc., 2019), págs. 15-17. Esta obra se dedica en toda su extensión a analizar Hch. 1:9-11 desde la óptica preterista total.

[8] Ver capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, sección sobre Tipos de comparación.

[9] Una declaración similar hizo Esteban en Hch. 7:56, donde vio los cielos abiertos (el mundo espiritual de Dios) con Jesús junto al Padre: en gloria divina, igual a Dios, lo que generó la misma reacción de parte de sus oyentes judíos que entendieron esto como una blasfemia.

[10] En el capítulo cuatro: Figuras literarias de significado, se demuestra que los tropos y figuras comparativas se presentan tanto en la prosa narrativa como en el verso poético, por lo tanto, que una comparación formal se presente en una narración no justifica necesariamente una interpretación estrictamente literal.

[11] Dery, op. cit., pág. 29.

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