12.12 Evangelios III: en el monte de los olivos: Así como el Padre, el Hijo, en nubes de gloria
Entonces aparecerá la señal del
Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la
tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán
a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el
otro. (Mt. 24:30-31).
La señal que aparecería es la del Hijo del Hombre en el cielo, es decir,
en su gloria y en su naturaleza divina, como Dios a la diestra del Padre con su
gloria de antes que el mundo fuera (Jn. 17:5, cf. Mr. 16:9, Jn. 13:31-36, Hch.
2:33, 7:55-56, Rom. 8:34, Col. 3:1, Heb. 12:2) no como un hombre bajando del
cielo.[1] En este sentido,
entiéndase también que para Pablo, en el mundo espiritual de la gloria de Dios
no hay cabida para lo físico (1 Co. 15:50) y que la manifestación de Cristo en
la gloria sería equivalente a la manifestación de Dios mismo (1 Ti. 6:14-16);
Jesús luego de ascendido al cielo recobró su naturaleza y gloria divina, compartida
con “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien
ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Ti. 6:16).
Cristo entonces vendría “en su gloria, y en la del Padre, y de los santos
ángeles” (Lc. 9:26); el Padre y los ángeles son espíritu, así sería también
Jesús en su gloria.
Cuando Esteban estuvo a punto de ser apedreado, en éxtasis profético (Hch.
7:55a), como Ezequiel (Ez. 1:1), Daniel (Dn. 7:1) o Juan (Ap. 1:10), vio a
Jesús glorificado a la diestra del Padre (Hch. 7:55b-57). Los judíos rasgaron
sus ropas ya que Esteban en esa afirmación estaba diciendo que Jesús era Dios
—visto ahora en su completa gloria divina— y nadie podía estar en la gloria
divina a la que refirieron muchos de los profetas, sino Jehová, por eso
inmediatamente lo apedrean debido a su blasfemia.
Cuando el Sumo Sacerdote le pregunta a Jesús si Él era el Hijo de Dios,
Él le responde: “Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al
Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes
del cielo” (Mt. 26:64, cf. 23:39). Con esto y según se ha analizado,[2] Jesús afirma su
deidad al ponerse a la altura del Padre (Jn. 5:18-27), quien varias veces
“vino” anteriormente sobre la tierra en las nubes del cielo, con poder y
gloria, lo cual también se analizó en secciones anteriores,[3] donde se señala que
Jesús recurrió a una proverbial imagen para reafirmar su deidad en su capacidad
de juzgar en el poder de Dios, en las nubes del cielo; en la misma manera en
que los profetas en el Antiguo Testamento expresaban el juicio de Dios (Is.
19:1, Sal. 18:9-12, Jer. 4:13, Nah. 1:3-8, Sof. 1:15). Las nubes de gloria eran
—así como el relámpago y el fuego— teofanías que reflejaban la gloria de Dios,
ya sea ante Moisés en el desierto, en el tabernáculo, para juicio o en el
Templo (Ex. 16:10, 24:16, 40:34-35, Núm. 11:25, 16:42, 1 Re. 8:11, 2 Cr. 5:14, Job
22:12-14, Sal. 97:2, 104:3). El Diccionario de Imágenes y Símbolos puntualiza
en esto:
Rara vez aparecen las nubes en la Biblia
en un simple contexto meteorológico… La nube representa la presencia de Dios,
pero también que está escondido. Nadie puede ver a Dios y vivir, de modo que la
nube es el escudo del pueblo para ver su verdadera forma. Revela a Dios, pero
también lo rodea.[4]
Varios pasajes asocian la aparición
de Dios como guerrero con la nube. Isaías mira al futuro y ve a Dios moviéndose
en juicio [en la nube] contra Egipto (Is. 19:1-2). Las nubes sirven de carro de
guerra de Dios en la imaginación de los poetas y profetas del AT (Sal. 18:9,
68:4, 100:4, Dn. 7:13, Nah. 1:3).[5]
A veces una nube tiene la función
principal de ocultar a Dios. Pero también aparece en la nube. Ambas funciones
coinciden con el carácter de Dios. Los seres humanos nunca dominan a Dios ni lo
conocen exhaustivamente. Entonces la nube es un recordatorio de los límites
humanos. Al mismo tiempo, Dios se acerca y establece la comunión con la
humanidad. Entonces la nube representa su acercamiento. Debido a que las nubes
comunes están en el cielo, el uso del simbolismo de las nubes también nos
recuerda que la morada de Dios está especialmente en el cielo. Una nube
simboliza su acercamiento desde el cielo.
Cuando Dios se acerca, puede venir
a dar bendiciones, pero también puede dar juicios negativos. Este aspecto dual
de la venida de Dios también pertenece a la nube. El pilar de la nube está con
Israel para guiarlos a través del desierto (Ex. 13:21; Núm. 9: 17-23; Dt.
1:33). La nube se asienta sobre la estructura completa del tabernáculo,
simbolizando la bendición de la presencia de Dios entre el pueblo de Israel
(Ex. 40:34). El Señor también aparece en una nube a veces cuando pronuncia
juicios contra Israel (Núm. 12:10; 16:42). Una nube oscura puede simbolizar la
presencia de Dios en la ira (Sal. 18:11; 97: 2-3; Mt. 27:45).[6]
La venida del Hijo del Hombre en
las nubes del cielo nunca fue concebida como una forma primitiva de viajes
espaciales, sino como un símbolo para un poderoso y gran cambio en el destino y
en la historia de una nación.[7]
En esta segunda venida de Jesús se cumple la visión de Dn. 7:13-14, donde
vio lo siguiente: “he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de
hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de
él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones
y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su
reino uno que no será destruido”, donde todo esto sucedía en la esfera
espiritual, no en lo terrenal. Daniel en sus visiones y sueños veía las
realidades espirituales, tanto de los reinos humanos (Dn. 2, 7, 10) como del
reino de Dios. Como se comentó en la sección sobre La venida del hijo del
Hombre, este nuevo reino (Dn. 7:14) que se inaugura con el nuevo pacto en
plenitud, se formaría de la misma manera que al antiguo pacto: con relámpagos,
nube, trompeta, poder de Dios, en la presencia de los ángeles y con gran gloria
(Ex. 19:9-20, Dt. 33:2. Sobre este último, cf. Heb 2:2, Hch. 7:53).[9]
El lamento de las “tribus de la tierra” apunta exclusivamente a los
israelitas. Esto es una referencia a la profecía de Zac. 12:10-14 (cf. Ap. 1:7)
donde las tribus harían gran llanto en Jerusalén, “y me mirarán a mí, a quien
traspasaron”, en el sentido que Cristo vindicaría en su plena naturaleza divina
la humillación de su crucifixión. La palabra griega utilizada para ‘tribus’ es
φυλαι “fylai”, plural de “fylé” (G5443) que significa tribu —en
contraste con éthne que es un término específico para los gentiles— y la
palabra para “tierra” es gé, la cual según varias veces se ha analizado,
se refiere mayormente a una nación y no al planeta. Las “tribus de la tierra”
son así las tribus de Israel.
Que la gloria de Dios en la nube y con los ángeles sea un elemento de
teofanía exige que sea portentoso y por lo tanto visible; en el Sinaí no hubo
duda que Dios se manifestó con poder. Los versículos 30 y 31 reiteran que la
señal sería visible. En este aspecto, y como se ha visto también anteriormente,[10] según Tácito, historiador
romano, las señales visibles de la gloria de Dios durante el asedio romano
fueron estas:
Se vio en los cielos luchar
ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego
procedente de las nubes. Habiéndose abierto de repente las puertas del templo
se oyó una voz sobrehumana gritar que los dioses se marchaban, escuchándose a
continuación el estruendo producido por los que salían.[11]
Una vez apareció sobre la ciudad,
una estrella como una espada ardiente y duró el cometa todo un año entero.
También cuando antes de la guerra y de la primera rebelión, el día de la pascua
el pueblo se había juntado, según tenían por costumbre, a los ocho días del mes
de xánticos, cuando a las nueve de la noche, se mostró una brillante luz
alrededor del altar del Templo, parecía ciertamente ser un día muy claro, y
duró esto media hora larga. Aunque los ignorantes y la gente que no entendía lo
tuviesen por muy buena señal, los escribas que entendían lo juzgaron como un
presagio de lo que había de acontecer.
Este mismo día, y en la misma
fiesta una vaca que traían para sacrificar, parió un cordero dentro del Templo.
Más aún: la puerta oriental del patio interior del templo, que era de bronce y
tan pesada que necesitaba veinte hombres para cerrarla, con cerrojos de hierro
que hincaban en piedra, se abrió por sí sola a la hora sexta de la noche. Los
guardias del templo avisaron a su jefe y entre todos consiguieron cerrarla con
dificultad. El vulgo estimó que aquello era un prodigio venturoso, como si Dios
les hubiera franqueado la puerta de la dicha. Pero los sagaces comprendieron
que se había disuelto de propio acuerdo la seguridad el templo y que la puerta
abierta significaba una merced para el enemigo. Proclamaron públicamente que el
prodigio les pronosticaba la desolación venidera. Pocos días después de las
fiestas [la pascua] a los veintiuno del mes de mayo, se mostró otra señal
increíble. Podría ser que lo que quiero decir podría ser tenido por fábula, si
no viviesen aún algunos que lo vieron, y si no le sucedieron las desgracias y
muertes tan grandes como esas señales anunciaban. Antes de la puesta de sol, se
mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas
partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por
las ciudades. En la fiesta llamada Pentecostés, los sacerdotes, de acuerdo con la
costumbre, penetraron de noche en el patio interior del templo a fin de
realizar sus ceremonias y sintieron ante todo una sacudida acompañada de un
ruido, y luego percibieron como la voz de un gentío inmenso diciendo: “VÁMONOS
DE AQUÍ”.[12]
Cierta figura apareció de enorme
tamaño, que muchos vieron, tal como lo han revelado los libros de los judíos, y
antes de la puesta del sol, de repente se vieron en las nubes carros en las
nubes y conjuntos de batalla armados por los cuales las ciudades de todo Judea
y sus territorios fueron invadidas.[13]
Además, en aquellos días se veían
carros de fuego y jinetes, una gran fuerza volando a través del cielo cerca del
suelo que viene contra Jerusalén y toda la tierra de Judá, todos ellos caballos
de fuego y jinetes de fuego.[14]
En un contraejemplo, supongamos que algún egipcio o cananeo haya visto y
registrado la manifestación de Jehová en el Sinaí. Él no habría entendido que
se trataba de una manifestación del Dios de Israel ni el propósito de
establecer el nuevo pacto y se limitaría a describir a los seres angelicales,
el estruendo y lo meramente visible, tal como Tácito lo hizo al ver lo sucedido
en Jerusalén. Por su parte, Josefo atribuía estas señales a Dios, pero no a
Cristo ya que era judío.
En el v. 31, Jesús continúa y añade que en el momento de su juicio: “[el
Hijo] enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos,
de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”, donde los
escogidos son claramente los hijos del reino de Dios (cf. vv. 22, 24). Las
trompetas son por otro lado símbolos para anuncio de guerra (Jer. 4:5, 19, 21,
Jl. 2:1) para así anunciar la devastación que se avecina.
La palabra para ‘juntarlos’ viene del griego ἐπισυνάγω, “episynágo”
(G1996), lit. ‘sobre juntar’, palabra que se repite 8 veces en el Nuevo
Testamento mayormente en el sentido corriente de reunir (como en Lc. 12:1),
palabra que a su vez proviene del verbo συνάγω “synágo” (G4863) que
quiere decir ‘juntar’, y se halla 59 veces en el Nuevo Testamento, generalmente
también en el sentido coloquial de reunión (como en Mt. 2:4). Ahora, estas
palabras en el contexto escatológico de los evangelios se encuentran en Mt.
3:12, 13:30, 13:47 (synágo) y en Mt. 23:37 (episynágo), es decir
cuando Juan el Bautista dice que el Cristo juntaría al trigo (sus elegidos) en
su granero, cuando se juntarían a los malos para condenarlos y cuando quiso
juntar a los de Jerusalén. Así, Jesús en Mt. 23:37 —presumiblemente algunos
instantes antes de pronunciar los dichos registrados en Mt. 24:31— mediante un
símil desarrolla a que se refiere el ‘juntar’ a sus escogidos: “Jerusalén… ¡Cuántas
veces quise juntar [episynágo] a tus hijos, como la gallina junta [episynágo]
sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”; siendo entonces el juntar
una imagen para proteger, evocando de seguro al Salmo 91 o a Dt. 32:11. Esta
protección no puede entenderse como fuera del pacto de Dios.[15]
El que los ángeles del Señor salgan a ‘juntar’ a sus escogidos se refiere
a guardarlos y ampararlos bajo “la sombra del Omnipotente”, “cubriéndolos
debajo de sus alas” para que “ni pestilencia ni mortandad” los afecte, y
“aunque caigan diez mil a su lado, a los escogidos no les llegará” (Sal. 91:1-7,
entiéndase en el juicio del año 70), de la forma como Jesús quiso ‘juntar’ a
los judíos del antiguo pacto (Mt. 23:37), pero ahora bajo el amparo del nuevo
pacto.
Los ángeles saliendo a “los cuatro vientos, desde un extremo del cielo al
otro” es una expresión poética para referirse al mundo conocido en ese tiempo.
No podría entenderse como una hipérbole para estar indicando a la tierra de
Israel, ya que la expresión en sí es una figura; para que se esté refiriendo
solo a Israel debería entenderse como una figura de una figura, cosa que no
sucede normalmente en las Escrituras. Los escogidos de todo ‘lo habitado’
entonces serían resguardados del peligro del juicio que recaería sobre
Jerusalén,[16]
resguardados en el reino espiritual del Padre (Dt. 30:4).
Así, Jesús “vendría” en la misma gloria de su Padre, en las nubes y con
grandes señales para inaugurar el siglo venidero (cf. Ex. 19, Dt. 33:2),
castigando a los malos con el fuego y la espada de los romanos, salvando a sus
escogidos mediante un juicio purificador a los malos[17] para poner a
resplandecer a estos justos en el reino de su Padre (Mt. 13:41-43).
[1] Preston, Like Father, like Son,
on clouds of glory, pág. 77.
[2]
Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre La
segunda venida en la vida de los religiosos.
[3]
Ver sección sobre La pregunta de los discípulos en este capítulo y el capítulo
siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 19.
[4]
Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos de
la Biblia, pág. 822.
[5] Ibíd. pág. 823.
[6] Vern S. Poythress, Theophany: A
Biblical Theology of God’s Appearing (Wheaton: Crossway, 2018), pág. 49.
[7] G. B. Caird, Jesus and the
Jewish Nation (London: Athlone, 1965), pág. 20, tomado de France, Matthew
(TNTC), pág. 347.
[8] Preston, Like Father, like Son,
on clouds of glory, pág. 78. Ver también capítulo trece: Hechos,
sección sobre La ascensión.
[9]
R. T. France hace el alcance que el lenguaje usado en Mt. 24:30 es alusivo más
que específico, y depende por su fuerza de una familiaridad con las imágenes
del Antiguo Testamento que desafortunadamente no es compartida por todos los
lectores modernos. France, loc. cit.
[10]
Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre La
generación mala y adúltera.
[11]
Tácito, Libro de las Historias, pág. 233, Historias 5.13.
[12]
Josefo, Las Guerras de los Judíos, págs. 322-323, Guerras 6.5.3.
[13]
Pseudo Hegesipo, 44, tomado de Daniel D. Morais,
https://revelationrevolution.org
[14]
Sefer Yosipon: A Mediaeval History of Ancient Israel, traducción del
hebreo al inglés por Steven B. Bowman, extracto del capítulo 87: La quema del
Templo, tomado de Daniel. D. Morais, https://revelationrevolution.org.
Compárese con 2 Tes. 1:8.
“Sefer Yosipon” es una locución hebrea para referirse
al “Libro de Josefo”.
[15]
Ver la interesante asociación que hace David Chilton entre el término episynágo
de este pasaje y el vocablo asociado ‘sinagoga’. David Chilton, La Gran
Tribulación (Tyler: Institute for Christian Economics, 1991), págs. 25-27.
[16]
Como se analizó en el capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios,
sección sobre El trigo y la cizaña; peces buenos y peces malos, se juzgó a todo
‘lo habitado’ en Jerusalén cuando en la pascua del año 70 d.C. se juntaron
todos los judíos que atormentaron a los cristianos, no solo en Judea sino en
todo el Mediterráneo.
[17]
Los escogidos del Señor son salvados por el juicio, no del juicio. De todas
formas, los escogidos son guardados de no ser partícipes de los horrores de su
juicio.