12.12 Evangelios III: en el monte de los olivos: Así como el Padre, el Hijo, en nubes de gloria

 


Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro. (Mt. 24:30-31).

 Según lo visto en el capítulo cinco: Reconocimiento del lenguaje no literal, sección sobre Aglomeración de imaginería y metáforas, cuando se reconoce en un discurso el uso reiterado y consecutivo de lenguaje no literal, se asume que no hay expresiones intermedias del texto que puedan ser interpretables textualmente; es decir si en un texto compuesto por las oraciones A, B, C y D, donde se reconocen las sentencias A, C y D como figuradas, B tiene que ser figurado. Las imágenes y la imaginería se tienden a unir en los escritos de los hebreos, así como lo símiles también se aglomeran con las metáforas. Los versículos 27, 28, 29 y 32 son tropos y lenguaje comparativo, entonces los versos 30 y 31 —según esta regla— también lo son.

La señal que aparecería es la del Hijo del Hombre en el cielo, es decir, en su gloria y en su naturaleza divina, como Dios a la diestra del Padre con su gloria de antes que el mundo fuera (Jn. 17:5, cf. Mr. 16:9, Jn. 13:31-36, Hch. 2:33, 7:55-56, Rom. 8:34, Col. 3:1, Heb. 12:2) no como un hombre bajando del cielo.[1] En este sentido, entiéndase también que para Pablo, en el mundo espiritual de la gloria de Dios no hay cabida para lo físico (1 Co. 15:50) y que la manifestación de Cristo en la gloria sería equivalente a la manifestación de Dios mismo (1 Ti. 6:14-16); Jesús luego de ascendido al cielo recobró su naturaleza y gloria divina, compartida con “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Ti. 6:16).

Cristo entonces vendría “en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles” (Lc. 9:26); el Padre y los ángeles son espíritu, así sería también Jesús en su gloria.

Cuando Esteban estuvo a punto de ser apedreado, en éxtasis profético (Hch. 7:55a), como Ezequiel (Ez. 1:1), Daniel (Dn. 7:1) o Juan (Ap. 1:10), vio a Jesús glorificado a la diestra del Padre (Hch. 7:55b-57). Los judíos rasgaron sus ropas ya que Esteban en esa afirmación estaba diciendo que Jesús era Dios —visto ahora en su completa gloria divina— y nadie podía estar en la gloria divina a la que refirieron muchos de los profetas, sino Jehová, por eso inmediatamente lo apedrean debido a su blasfemia.

Cuando el Sumo Sacerdote le pregunta a Jesús si Él era el Hijo de Dios, Él le responde: “Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26:64, cf. 23:39). Con esto y según se ha analizado,[2] Jesús afirma su deidad al ponerse a la altura del Padre (Jn. 5:18-27), quien varias veces “vino” anteriormente sobre la tierra en las nubes del cielo, con poder y gloria, lo cual también se analizó en secciones anteriores,[3] donde se señala que Jesús recurrió a una proverbial imagen para reafirmar su deidad en su capacidad de juzgar en el poder de Dios, en las nubes del cielo; en la misma manera en que los profetas en el Antiguo Testamento expresaban el juicio de Dios (Is. 19:1, Sal. 18:9-12, Jer. 4:13, Nah. 1:3-8, Sof. 1:15). Las nubes de gloria eran —así como el relámpago y el fuego— teofanías que reflejaban la gloria de Dios, ya sea ante Moisés en el desierto, en el tabernáculo, para juicio o en el Templo (Ex. 16:10, 24:16, 40:34-35, Núm. 11:25, 16:42, 1 Re. 8:11, 2 Cr. 5:14, Job 22:12-14, Sal. 97:2, 104:3). El Diccionario de Imágenes y Símbolos puntualiza en esto:

 

Rara vez aparecen las nubes en la Biblia en un simple contexto meteorológico… La nube representa la presencia de Dios, pero también que está escondido. Nadie puede ver a Dios y vivir, de modo que la nube es el escudo del pueblo para ver su verdadera forma. Revela a Dios, pero también lo rodea.[4]

 

Varios pasajes asocian la aparición de Dios como guerrero con la nube. Isaías mira al futuro y ve a Dios moviéndose en juicio [en la nube] contra Egipto (Is. 19:1-2). Las nubes sirven de carro de guerra de Dios en la imaginación de los poetas y profetas del AT (Sal. 18:9, 68:4, 100:4, Dn. 7:13, Nah. 1:3).[5]

 Vern S. Poythress también añade:

 

A veces una nube tiene la función principal de ocultar a Dios. Pero también aparece en la nube. Ambas funciones coinciden con el carácter de Dios. Los seres humanos nunca dominan a Dios ni lo conocen exhaustivamente. Entonces la nube es un recordatorio de los límites humanos. Al mismo tiempo, Dios se acerca y establece la comunión con la humanidad. Entonces la nube representa su acercamiento. Debido a que las nubes comunes están en el cielo, el uso del simbolismo de las nubes también nos recuerda que la morada de Dios está especialmente en el cielo. Una nube simboliza su acercamiento desde el cielo.

Cuando Dios se acerca, puede venir a dar bendiciones, pero también puede dar juicios negativos. Este aspecto dual de la venida de Dios también pertenece a la nube. El pilar de la nube está con Israel para guiarlos a través del desierto (Ex. 13:21; Núm. 9: 17-23; Dt. 1:33). La nube se asienta sobre la estructura completa del tabernáculo, simbolizando la bendición de la presencia de Dios entre el pueblo de Israel (Ex. 40:34). El Señor también aparece en una nube a veces cuando pronuncia juicios contra Israel (Núm. 12:10; 16:42). Una nube oscura puede simbolizar la presencia de Dios en la ira (Sal. 18:11; 97: 2-3; Mt. 27:45).[6]

 G. B. Caird, en un análisis del sentido contrario —de la posibilidad de que Jesús aparezca literal y físicamente sobre una nube— afirma:

 

La venida del Hijo del Hombre en las nubes del cielo nunca fue concebida como una forma primitiva de viajes espaciales, sino como un símbolo para un poderoso y gran cambio en el destino y en la historia de una nación.[7]

 Así, se descarta la idea que Jesús aún conserve su naturaleza corpórea en el cielo y que su venida sea también corporal (incluso en un cuerpo “glorificado”). Su propósito en la carne se cumplió al sacrificarse por el pecado del hombre. Jesús dejó el mundo de la carne, para nunca volver a entrar en él (Heb. 9:12, 28); entró una vez más en la dimensión espiritual, eterna y gloriosa del Padre, el mundo de la Luz (1 Ti. 6:16).[8]

En esta segunda venida de Jesús se cumple la visión de Dn. 7:13-14, donde vio lo siguiente: “he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”, donde todo esto sucedía en la esfera espiritual, no en lo terrenal. Daniel en sus visiones y sueños veía las realidades espirituales, tanto de los reinos humanos (Dn. 2, 7, 10) como del reino de Dios. Como se comentó en la sección sobre La venida del hijo del Hombre, este nuevo reino (Dn. 7:14) que se inaugura con el nuevo pacto en plenitud, se formaría de la misma manera que al antiguo pacto: con relámpagos, nube, trompeta, poder de Dios, en la presencia de los ángeles y con gran gloria (Ex. 19:9-20, Dt. 33:2. Sobre este último, cf. Heb 2:2, Hch. 7:53).[9]

El lamento de las “tribus de la tierra” apunta exclusivamente a los israelitas. Esto es una referencia a la profecía de Zac. 12:10-14 (cf. Ap. 1:7) donde las tribus harían gran llanto en Jerusalén, “y me mirarán a mí, a quien traspasaron”, en el sentido que Cristo vindicaría en su plena naturaleza divina la humillación de su crucifixión. La palabra griega utilizada para ‘tribus’ es φυλαι “fylai”, plural de “fylé” (G5443) que significa tribu —en contraste con éthne que es un término específico para los gentiles— y la palabra para “tierra” es , la cual según varias veces se ha analizado, se refiere mayormente a una nación y no al planeta. Las “tribus de la tierra” son así las tribus de Israel.

Que la gloria de Dios en la nube y con los ángeles sea un elemento de teofanía exige que sea portentoso y por lo tanto visible; en el Sinaí no hubo duda que Dios se manifestó con poder. Los versículos 30 y 31 reiteran que la señal sería visible. En este aspecto, y como se ha visto también anteriormente,[10] según Tácito, historiador romano, las señales visibles de la gloria de Dios durante el asedio romano fueron estas:

 

Se vio en los cielos luchar ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego procedente de las nubes. Habiéndose abierto de repente las puertas del templo se oyó una voz sobrehumana gritar que los dioses se marchaban, escuchándose a continuación el estruendo producido por los que salían.[11]

 Josefo ofrece un relato extenso de las muchas señales extraordinarias que se vieron durante el asedio a Jerusalén, tales como ángeles, grandes destellos, señales en el Templo y otros:

 

Una vez apareció sobre la ciudad, una estrella como una espada ardiente y duró el cometa todo un año entero. También cuando antes de la guerra y de la primera rebelión, el día de la pascua el pueblo se había juntado, según tenían por costumbre, a los ocho días del mes de xánticos, cuando a las nueve de la noche, se mostró una brillante luz alrededor del altar del Templo, parecía ciertamente ser un día muy claro, y duró esto media hora larga. Aunque los ignorantes y la gente que no entendía lo tuviesen por muy buena señal, los escribas que entendían lo juzgaron como un presagio de lo que había de acontecer.

Este mismo día, y en la misma fiesta una vaca que traían para sacrificar, parió un cordero dentro del Templo. Más aún: la puerta oriental del patio interior del templo, que era de bronce y tan pesada que necesitaba veinte hombres para cerrarla, con cerrojos de hierro que hincaban en piedra, se abrió por sí sola a la hora sexta de la noche. Los guardias del templo avisaron a su jefe y entre todos consiguieron cerrarla con dificultad. El vulgo estimó que aquello era un prodigio venturoso, como si Dios les hubiera franqueado la puerta de la dicha. Pero los sagaces comprendieron que se había disuelto de propio acuerdo la seguridad el templo y que la puerta abierta significaba una merced para el enemigo. Proclamaron públicamente que el prodigio les pronosticaba la desolación venidera. Pocos días después de las fiestas [la pascua] a los veintiuno del mes de mayo, se mostró otra señal increíble. Podría ser que lo que quiero decir podría ser tenido por fábula, si no viviesen aún algunos que lo vieron, y si no le sucedieron las desgracias y muertes tan grandes como esas señales anunciaban. Antes de la puesta de sol, se mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por las ciudades. En la fiesta llamada Pentecostés, los sacerdotes, de acuerdo con la costumbre, penetraron de noche en el patio interior del templo a fin de realizar sus ceremonias y sintieron ante todo una sacudida acompañada de un ruido, y luego percibieron como la voz de un gentío inmenso diciendo: “VÁMONOS DE AQUÍ”.[12]

 El pseudo Hegesipo, un historiador del siglo IV, contemporáneo a Eusebio, y que toma a Josefo como fuente de información, también describe grandes acontecimientos en las nubes con ángeles:

 

Cierta figura apareció de enorme tamaño, que muchos vieron, tal como lo han revelado los libros de los judíos, y antes de la puesta del sol, de repente se vieron en las nubes carros en las nubes y conjuntos de batalla armados por los cuales las ciudades de todo Judea y sus territorios fueron invadidas.[13]

  Un historiador judío medieval del siglo X, en su crónica llamada Sefer Yosipon, que hace una crónica desde Adán hasta la caída de Jerusalén, también expone sobre este ejército angelical en el cielo:

 

Además, en aquellos días se veían carros de fuego y jinetes, una gran fuerza volando a través del cielo cerca del suelo que viene contra Jerusalén y toda la tierra de Judá, todos ellos caballos de fuego y jinetes de fuego.[14]

 De esta manera, vemos como al menos dos testigos presenciales del asedio a Jerusalén, el día del Señor y la venida del Hijo del Hombre, testimonios replicados por otros historiadores posteriormente, donde todo estos documentan señales muy comparables con la descripción de la teofanía de Ex. 19 y Dt. 33:2, señales que también corresponden con lo profetizado por Jesús en Mt. 24:30-31.

En un contraejemplo, supongamos que algún egipcio o cananeo haya visto y registrado la manifestación de Jehová en el Sinaí. Él no habría entendido que se trataba de una manifestación del Dios de Israel ni el propósito de establecer el nuevo pacto y se limitaría a describir a los seres angelicales, el estruendo y lo meramente visible, tal como Tácito lo hizo al ver lo sucedido en Jerusalén. Por su parte, Josefo atribuía estas señales a Dios, pero no a Cristo ya que era judío.

En el v. 31, Jesús continúa y añade que en el momento de su juicio: “[el Hijo] enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”, donde los escogidos son claramente los hijos del reino de Dios (cf. vv. 22, 24). Las trompetas son por otro lado símbolos para anuncio de guerra (Jer. 4:5, 19, 21, Jl. 2:1) para así anunciar la devastación que se avecina.

La palabra para ‘juntarlos’ viene del griego ἐπισυνάγω, “episynágo” (G1996), lit. ‘sobre juntar’, palabra que se repite 8 veces en el Nuevo Testamento mayormente en el sentido corriente de reunir (como en Lc. 12:1), palabra que a su vez proviene del verbo συνάγω “synágo” (G4863) que quiere decir ‘juntar’, y se halla 59 veces en el Nuevo Testamento, generalmente también en el sentido coloquial de reunión (como en Mt. 2:4). Ahora, estas palabras en el contexto escatológico de los evangelios se encuentran en Mt. 3:12, 13:30, 13:47 (synágo) y en Mt. 23:37 (episynágo), es decir cuando Juan el Bautista dice que el Cristo juntaría al trigo (sus elegidos) en su granero, cuando se juntarían a los malos para condenarlos y cuando quiso juntar a los de Jerusalén. Así, Jesús en Mt. 23:37 —presumiblemente algunos instantes antes de pronunciar los dichos registrados en Mt. 24:31— mediante un símil desarrolla a que se refiere el ‘juntar’ a sus escogidos: “Jerusalén… ¡Cuántas veces quise juntar [episynágo] a tus hijos, como la gallina junta [episynágo] sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”; siendo entonces el juntar una imagen para proteger, evocando de seguro al Salmo 91 o a Dt. 32:11. Esta protección no puede entenderse como fuera del pacto de Dios.[15]

El que los ángeles del Señor salgan a ‘juntar’ a sus escogidos se refiere a guardarlos y ampararlos bajo “la sombra del Omnipotente”, “cubriéndolos debajo de sus alas” para que “ni pestilencia ni mortandad” los afecte, y “aunque caigan diez mil a su lado, a los escogidos no les llegará” (Sal. 91:1-7, entiéndase en el juicio del año 70), de la forma como Jesús quiso ‘juntar’ a los judíos del antiguo pacto (Mt. 23:37), pero ahora bajo el amparo del nuevo pacto.

Los ángeles saliendo a “los cuatro vientos, desde un extremo del cielo al otro” es una expresión poética para referirse al mundo conocido en ese tiempo. No podría entenderse como una hipérbole para estar indicando a la tierra de Israel, ya que la expresión en sí es una figura; para que se esté refiriendo solo a Israel debería entenderse como una figura de una figura, cosa que no sucede normalmente en las Escrituras. Los escogidos de todo ‘lo habitado’ entonces serían resguardados del peligro del juicio que recaería sobre Jerusalén,[16] resguardados en el reino espiritual del Padre (Dt. 30:4).

Así, Jesús “vendría” en la misma gloria de su Padre, en las nubes y con grandes señales para inaugurar el siglo venidero (cf. Ex. 19, Dt. 33:2), castigando a los malos con el fuego y la espada de los romanos, salvando a sus escogidos mediante un juicio purificador a los malos[17] para poner a resplandecer a estos justos en el reino de su Padre (Mt. 13:41-43).



[1] Preston, Like Father, like Son, on clouds of glory, pág. 77.

[2] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre La segunda venida en la vida de los religiosos.

[3] Ver sección sobre La pregunta de los discípulos en este capítulo y el capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 19.

[4] Longman et al. ed., Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos de la Biblia, pág. 822.

[5] Ibíd. pág. 823.

[6] Vern S. Poythress, Theophany: A Biblical Theology of God’s Appearing (Wheaton: Crossway, 2018), pág. 49.

[7] G. B. Caird, Jesus and the Jewish Nation (London: Athlone, 1965), pág. 20, tomado de France, Matthew (TNTC), pág. 347.

[8] Preston, Like Father, like Son, on clouds of glory, pág. 78. Ver también capítulo trece: Hechos, sección sobre La ascensión.

[9] R. T. France hace el alcance que el lenguaje usado en Mt. 24:30 es alusivo más que específico, y depende por su fuerza de una familiaridad con las imágenes del Antiguo Testamento que desafortunadamente no es compartida por todos los lectores modernos. France, loc. cit.

[10] Ver capítulo diez: Evangelios I: antecedentes clave, sección sobre La generación mala y adúltera.

[11] Tácito, Libro de las Historias, pág. 233, Historias 5.13.

[12] Josefo, Las Guerras de los Judíos, págs. 322-323, Guerras 6.5.3.

[13] Pseudo Hegesipo, 44, tomado de Daniel D. Morais, https://revelationrevolution.org

[14] Sefer Yosipon: A Mediaeval History of Ancient Israel, traducción del hebreo al inglés por Steven B. Bowman, extracto del capítulo 87: La quema del Templo, tomado de Daniel. D. Morais, https://revelationrevolution.org. Compárese con 2 Tes. 1:8.

“Sefer Yosipon” es una locución hebrea para referirse al “Libro de Josefo”.

[15] Ver la interesante asociación que hace David Chilton entre el término episynágo de este pasaje y el vocablo asociado ‘sinagoga’. David Chilton, La Gran Tribulación (Tyler: Institute for Christian Economics, 1991), págs. 25-27.

[16] Como se analizó en el capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre El trigo y la cizaña; peces buenos y peces malos, se juzgó a todo ‘lo habitado’ en Jerusalén cuando en la pascua del año 70 d.C. se juntaron todos los judíos que atormentaron a los cristianos, no solo en Judea sino en todo el Mediterráneo.

[17] Los escogidos del Señor son salvados por el juicio, no del juicio. De todas formas, los escogidos son guardados de no ser partícipes de los horrores de su juicio.

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