12.17 Evangelios III: en el monte de los olivos: El trono de gloria
Cuando el Hijo del Hombre venga en
su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono
de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los
unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá
las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su
derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y
me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te
vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos
enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De
cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces dirá también a los de la
izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me
cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también
ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento,
forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les
responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de
estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno,
y los justos a la vida eterna. (Mt. 25:31-46).
En este análisis del juicio a los muertos es necesario entender que esta
nueva escena es parte integral del discurso del monte de los olivos, como se ha
argumentado en la sección anterior.[1] También cabe
señalar que la venida del Hijo del Hombre sería en la gloria del Padre, con sus
santos ángeles (Mt. 13:40-41, 16:27, 24:30-31, cf. Mr. 10:37) para inaugurar el
nuevo pacto, tal como el Padre vino en el monte Sinaí para iniciar el antiguo
pacto (Dt. 33:2). Tal como nuevamente se ilustra en esta escena (v. 31) y no se
puede asumir que se trata de un evento diferente al juicio del cual Jesús viene
hablando durante todo el sermón del monte de los olivos. Acá el hijo tiene
absolutamente toda la gloria, potestad y autoridad del Padre, como Rey y Señor
(vv. 31, 34, 37); manifestándose —como se ha venido diciendo— en su completa
naturaleza divina.
En esta escena se mira desde la perspectiva celestial o espiritual; la
visión del trono de Dios lo exige de esta manera (Ex. 24:9-11, 1 Re. 22:19, Is.
6:1, Dn. 7:9-14, etc.), y también se señalan huestes celestiales, como el
diablo y sus ángeles (v. 41) y los ángeles de Dios (v. 31), visibles
típicamente en visiones sobre el reino celestial. La perspectiva ya no es desde
la tierra mirando hacia el cielo para ver las señales divinas (cf. Dt. 33:2),
sino desde dentro de esa misma nube de gloria; dentro del mundo de la luz y la
vida (cf. Ex. 24:10).
Este juicio celestial es equivalente al juicio en la tierra, pero acá
naturalmente se juzga espiritualmente a los muertos, los cuales en espíritu
vivían delante del Hijo del Hombre glorificado en la misma gloria del Padre
(Jn. 5:19-29) en el día postrero (Jn. 6:39, 40, 44, 54, 11:24). Como se analizó
en el capítulo once: secciones sobre El banquete con los padres, Resurrección
como los ángeles y Cuerpo y alma en el infierno, la resurrección sería
espiritual y no física, y el infierno (géenna, Valle de Hinóm) era una
imagen para ilustrar el destino tanto del cuerpo de los judíos incrédulos como
de las almas de los reprobados por el Señor, así en esta escena se muestra como
los escogidos que habían muerto, en el momento de la manifestación gloriosa y plenamente
divina del Señor Jesús heredan en los cielos el reino de Dios, y también se
ilustra como las almas de los malos son arrojadas al “al fuego eterno preparado
para el diablo y sus ángeles” (v. 41, cf. Jn 12:31).
El juicio es referido como “a todas las naciones”, habiendo algunos
antecedentes en el Antiguo Testamento de esta misma expresión de juicio como
una hipérbole para referirse solo a una nación (Is. 34:2, 5).[2] No obstante, el
evangelio del reino sería predicado para testimonio “a todas las naciones” (Mt.
24:14), naciones entendidas como los gentiles del mundo conocido entonces,[3] por lo que este
juicio abarcaría a las personas de estas naciones también, de donde muchos recibieron
el evangelio y serían recompensados con la vida eterna y donde también hubo
muchos malos que se opusieron activamente al reino de Dios, principalmente los judíos
que habitaban en naciones extranjeras (Hch. 13:50, 14:19, 17:1-9, 17:13, 18:6,
20:3, 20:19, 21:27-36, 23:12-15, 26:11) que serían arrojados en cuerpo y alma
al géenna; quienes también son condenados por su incredulidad en Jesús
(Jn. 8:24, 12:48). Este juicio de alcance general más que local (aunque por
lógica incluye lo local) incluye a personas de “todas las naciones”: judíos y
no judíos.[4]
Estos herederos del reino de Dios que están en los cielos que disfrutan reunidos
(v. 34) de la “vida de la edad futura”, de la reunión con los patriarcas (Mt.
8:11-12) y de la comunión con Dios, también tienen la función de juzgar
espiritualmente la tierra juntamente con Cristo, tal como se puede apreciar en
Mt. 12:41-42 y 19:27-29:
Los hombres de Nínive se levantarán
en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se
arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar.
La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará;
porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y
he aquí más que Salomón en este lugar.
Entonces respondiendo Pedro, le
dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues,
tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando
el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis
seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus
de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o
padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces
más, y heredará la vida eterna.
El reino de Dios que se manifiesta tanto en la tierra como en el cielo, y
a diferencia de los reinos de los hombres que tienen una duración limitada —como
los reinos que vio Daniel en sus visiones en Dn. 2:38-43— es un reino que permanecerá
para siempre: “Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido,
ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos
reinos, pero él permanecerá para siempre” (Dn. 2:44, cf. Ez. 37:25-26). Es por
esto que los santos del reino pueden estar en la seguridad que luego de este
juicio en el cielo como en la tierra, nada queda pendiente por ser consumado,
simplemente tanto el Padre como el Hijo reinarán por siempre con sus santos en
el reino, adorando en espíritu y en verdad sin depender ya de la estabilidad
moral de un reino físico o de los oficiantes de un santuario terrenal (Jn.
4:20-24), ya que el Mesías ofició todo aquello perfectamente en los cielos
(Heb. 7:22-28); la relación de Dios con el hombre es perfecta en este siglo
venidero.
Con todo lo analizado hasta ahora: tanto en la segunda parte como en lo
hasta acá revisado de la tercera parte del libro, el esquema de dos pactos
queda de la siguiente manera:
[1]
Jamieson, Fausset y Brown comentan acerca de la continuidad del discurso en
esta sección: “La conexión íntima entre esta escena sublime y las dos parábolas
anteriores, es demasiado obvia para necesitar que sea señalada”.
R. Jamieson, A.R. Fausset y D. Brown, Comentario
exegético y explicativo de la Biblia. Tomo II, el Nuevo Testamento, Tercera
Edición (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2018), pág. 81.
[2]
J. S. Russell se toma de este principio e interpreta estos pasajes como
concernientes solo a Israel, un juicio local.
Russell, The Parousia, pág. 105.
[3]
Ver sección sobre El evangelio predicado en todo el mundo.
[4]
Un análisis extendido de este tópico se hace en el capítulo catorce: La
escatología de Pablo.