18.7 Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas: Los 144.000 judíos



…No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. (Ap. 7:3-4).

 

Ap. 7:1-3 pone una pausa en la destrucción creciente que se viene desarrollando a lo largo de la apertura de los sellos del rollo del Cordero. Esto viene dado por la orden de detener los vientos (7:1) para no hacer más daño a la tierra () ni al mar (7:3). El viento simboliza destrucción en la profecía del Antiguo Testamento, como se puede ver en pasajes como Is. 27:8, Jer. 49:36-37 o 51:1-2. En un sentido práctico, en la Biblia también se muestra que el viento era una fuerza destructiva temible e indómita, como el viento que amenazaba con hundir la nave en la que huía Jonás (Jon. 1:4) o la barca de los discípulos en el Mar de Galilea (Mt. 8:26), fuerza que solo Jesús pudo dominar (Mt. 8:27). En Zac. 6:1-5 por otra parte, se identifica a los cuatro carros de caballos con los cuatro vientos.

En la historia, En el año 63 a.C., el general romano Pompeyo conquistó Samaria y Judea. Luego, en el 6 d.C., Augusto César convirtió Judea en una provincia romana gobernada por un procurador. Ante esta situación, las facciones judías gobernantes de los fariseos y saduceos, en su mayoría no apoyaban a los romanos, pero se acomodaban a la situación. Por otro lado, a nivel popular, la facción de los zelotes se oponía activamente a Roma. En este escenario, en el año 66 d.C., los judíos —mayormente los zelotes— se rebelan contra Roma debido a los abusos del procurador romano Gesio Floro. En respuesta, se mueve una legión romana desde Siria a Judea para controlar la revuelta, pero los judíos sorprendentemente vencen a los romanos. Ante esto, en febrero del año 67, el César Nerón envía a Vespasiano a sofocar las revueltas que había en Judea con dos legiones más grandes; neutralizando las revueltas en el Galilea, luego moviéndose por el oriente se dirigió al sur, controlando Idumea, para llegar por el sur oriente a Jerusalén.[1]

 


Ruta de Vespasiano para invadir Judea y Jerusalén.

 

Todo este avance romano por Judea fue dejando a su paso gran destrucción, según lo profetizado en Apocalipsis mediante la imagen de la apertura de los seis primeros sellos. Al poco tiempo de llegadas las tropas a Jerusalén, el 9 de junio del 68 el César Nerón se suicida. Sin un heredero que continúe con la dinastía Julio-Claudia, en Roma se desencadenan fuertes luchas por el control del imperio y Vespasiano se ve forzado a volver a Roma con sus tropas. Este cese en la destrucción y avance enemigo es interpretado por los judíos como que Dios estaba con ellos y respaldando la rebelión, sin embargo, en el año 70, con Vespasiano como César, se reanudaría la campaña contra Judea para dar el golpe de gracia a los judíos que acabaría con su nación. Como se ha expuesto es los capítulos once y doce de este libro, los judíos cristianos por su parte aprovecharon este tiempo para huir de Jerusalén a Pela, muy posiblemente atendiendo las advertencias de Jesús (Lc. 21:20-22), tal como lo documenta Eusebio:

 

También el pueblo de la iglesia de Jerusalén, por seguir un oráculo remitido por revelación a los notables del lugar, recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pella. Emigrados a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, desde ese momento, como si los hombres santos hubieran abandonado por completo la misma metrópoli real de los judíos y toda la región de Judea, la justicia divina alcanzó a los judíos por las iniquidades que cometieron contra Cristo y sus apóstoles, y borró de entre los hombres aquella misma generación de impíos.[2]

 

Dicho esto, no es difícil llegar a la conclusión que estos 144.000 judíos son aquellos que escaparon de Jerusalén antes del asedio final del año 70, según también varios autores también reconocen.[3] La profecía misma en Ap. 7 es bastante explícita al señalar que son judíos de las tribus de Israel.

En pasajes como Ap. 2:9, 3:9, a Juan se le comunica que hay otros judíos que son de Satanás y que se oponen al reino de los cielos, sin embargo, sobre estos 144.000 se le dice: “…Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Ap. 7:14), donde la gran tribulación es el asedio romano a Jerusalén (Lc. 21:23) y quienes son limpiados por el sacrificio de Cristo son exclusivamente los cristianos. Estos son sellados o protegidos (cf. Ez. 9:4-6) mediante el Espíritu Santo (Ef. 1:13). Estos hermanos judíos son separados para bendición y guardados del peligro (Mal. 3:18, Mt. 24:22). Las multitudes de las naciones (gr. éthnos, 7:9ss) son entonces los cristianos gentiles.

Estos 144.000 judíos reaparecen en Ap. 14:1-5, donde también se les describe como “redimidos de entre los de la tierra (gr. , acá Israel)” y también “Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero”, es decir, los primeros de todos los redimidos. Recordar que Jesús ordenó en un comienzo que puntualmente no se evangelizara fuera de la tierra de Israel, diciendo: “id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 10:6), siendo así los de la casa de Israel los primeros en oír el mensaje del reino de los cielos, por lo tanto, las primicias de los redimidos de entre los hombres y del nuevo pacto (14:4).

Sobre la discusión sobre si se trata de una cifra exacta o representativa, hay bastante evidencia bíblica que muestra figuradamente grandes cantidades asimiladas a mil (Dt. 7:9, Job 9:3, Sal. 50:10, 84:10, 90:4 Ecl. 7:28, etc.), por lo que es posible pensar en un número simbólico. Por otro lado, hay también cifras en censos —conteos de personas— donde se redondea a la centena o decena (ver Núm. caps. 1, 3, 26) o a los mil (2 Sam. 24:9). Como en este pasaje vemos un conteo de personas selladas, parece más probable que la cifra 144.000 se trate de un redondeo que de un simbolismo.

Finalmente, no vemos que el Cordero o algún ángel diga a Juan: «El misterio de los 144.000 judíos que viste es este…» (cf. 1:20) o «Aquí está la mente que tiene sabiduría» (cf. 17:9); si bien Apocalipsis es muy simbólico, no hay indicadores directos en la profecía que digan explícitamente que aquellos judíos son un símbolo de algo más. Considerar también lo analizado en el capítulo cinco: Reconocimiento del lenguaje no literal, sección sobre Textos adversos a tropos, donde se señala que los conteos de personas y censos no son simbolismos ni figuras de significado. Considerando todo esto, es más factible y natural entender que acá se habla efectivamente de judíos redimidos escapando de la ira de Dios en el siglo I sobre Jerusalén que a una referencia futura a la iglesia.



[1] Bruce, New Testament History, págs. 380-382, Shanks ed., Ancient Israel, págs. 288-291.

[2] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, págs. 126-127, Historia Ecl. 3.5.3.

[3] Muñoz, Apocalipsis. Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén, pág. 80. 

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