12.8 Evangelios III: en el monte de los olivos: La abominación desoladora y la gran tribulación

 


Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.

(Mt. 24:15-21).

 La abominación desoladora es una clara referencia a Dn. 11:31, 12:11, que se hace eco del lenguaje similar de Dn. 9:27. Una ‘abominación’ en hebreo es una afrenta idólatra a la verdadera adoración a Dios, y la referencia en Daniel era a la estatua pagana que Antíoco IV Epífanes levantó en el Templo de Jerusalén en el 167 a.C., ‘desolando’ la adoración en el Templo.[1] En 2 Macabeos 6:1-2, dice: “Poco tiempo después, el rey envió al ateniense Geronta para obligar a los judíos a que desertaran de las leyes de sus padres y a que dejaran de vivir según las leyes de su Dios; además para contaminar el templo de Jerusalén, dedicándolo a Zeus Olímpico, y el de Garizín, a Zeus Hospitalario, como lo habían pedido los habitantes del lugar” (Biblia de Jerusalén 3° edición).

Por lo tanto, Jesús busca una repetición de este acto de sacrilegio, cometido en el lugar santo; no un doble cumplimiento, sino refiriéndose a un evento nuevo semejante a otro ocurrido antes, mediante el uso de una hipocatástasis.[2] En este sentido, el relato de Lucas reemplaza en su narración esta referencia comparativa de la profecía de Daniel por un lenguaje más directo, es decir, una paráfrasis:

 

Lc. 21:20:21

Mt. 24:15-16

Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.

Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes…

Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes.

 La referencia sobre la “abominación desoladora de que habló el profeta Daniel” son entonces los ejércitos romanos que rodearían Jerusalén. Hay claras similitudes entre la invasión griega a Judea en el siglo II a.C. que originó este sacrilegio con la invasión romana del siglo I. Por otro lado, Lucas bajo inspiración divina registra estos dichos como pronunciados por Jesús como el significado de esta abominación desoladora. Todo parece indicar que el lenguaje empleado por Jesús estaba señalando a los sacrilegios que cometieron los opresores griegos, pero por metonimia (de causa) se refiere a los ejércitos que tomaron Jerusalén siglos atrás; la comparación es sobre la causa de esta abominación desoladora (invasión de los ejércitos griegos seléucidas) con los ejércitos romanos, según lo que se armoniza a simple vista entre los relatos de Lucas y Mateo. En este sentido, las marcadas similitudes entre estos dos eventos de castigo sobre los judíos son los siguientes:

 

Sucesos

Romanos, 70 d.C.

Seléucidas, 167 a.C.

 

Invasión a Jerusalén.

 

Nerón comisiona a Vespasiano a contener las revueltas que se fueron dando en Judea en el año 66. En un principio se enviaron 2 legiones, luego en el año 69 se incorporan 2 más.

 

 

El año ciento cuarenta y tres [desde Alejandro Magno], después de vencer a Egipto, emprendió [Antíoco IV] el camino de regreso. Subió contra Israel y llegó a Jerusalén con un fuerte ejército. (1 Mac. 1:20, cf. 1:29).

 

Abominaciones en el Templo.

 

Antes de la guerra, se ofrecían oraciones por los romanos en el Templo (Guerras 2.17.2). Luego de vencer a los judíos con gran mortandad ponen sus estandartes en el Templo (Guerras 6.6.1) considerados abominables e idolátricos por los judíos (Guerras 1.33.2, Ant. 18.3.1, 18.5.3).

El Templo es luego saqueado (Guerras 6.7).

 

Los griegos luego de dominar Jerusalén profanan el Templo y saquean todos sus utensilios (1 Mac. 1:21-25) para poner en él sus ídolos (2 Mac. 6:1-2) y sacrificar animales inmundos (2 Mac. 6:5). Estos griegos también derramaron mucha sangre, generando gran mortandad durante el saqueo y la invasión. (1 Mac. 1:24-32).

 

Cerdos y otros animales impuros puestos en el Templo.

 

La insignia del ejército romano era el águila imperial (Aquila) y el Vexillum o estandarte de la Legión X ‘Fretensis’ era un cerdo. Junto con otros emblemas, los romanos los pusieron en el Templo luego de vencer.

 

 

Los griegos dominantes de Judea, tras la guerra hicieron: “mancillar el santuario y lo santo; levantar altares, recintos sagrados y templos idolátricos; sacrificar puercos y animales impuros”.

(1 Mac. 1:46-47).

 

Josefo relata que los judíos se oponían fuertemente a que los romanos entraran con sus estandartes a Jerusalén o a marchar por Judea por tener imágenes. La sola presencia de estos elementos generó episodios de fuertes conflictos entre romanos y judíos. Josefo relata que los romanos regularmente se abstuvieron de exhibir sus estandartes por respeto a los judíos (ver por ejemplo Guerras 5.9.4). Desde Julio César hasta Nerón, por parte de los romanos hubo muchas concesiones hacia los judíos, como la libertad religiosa, el respeto a las leyes y costumbres judías, etc.

 


Estandarte de la Legión X ‘Fretensis’ y la insignia del ejército romano (Aquila).

 

En vista de los antecedentes históricos, se aclara que el uso de la expresión “abominación desoladora” por parte de Jesús no es una referencia solo al acontecimiento de profanación del Templo, a la luz del paralelo de Lucas se ve que por metonimia se refiere entonces a su causa, la guerra y la invasión. Recordar también que los judíos entendían los pasajes en las Escrituras y eventos históricos en su contexto completo, no como aislados y descontextualizados de los otros acontecimientos;[3] los oyentes judíos de Jesús, al oír sobre la abominación desoladora, no solo evocarían en su mente el sacrificio del cerdo en el Templo o la puesta de los ídolos en aquel lugar, sino también todos los demás eventos que condujeron a la profanación del santuario, además de sus consecuencias.

La lógica del pasaje indica que la gran tribulación sería la consecuencia de la abominación desoladora. A diferencia de las señales anteriores: terremotos, hambrunas, persecuciones, pestes, etc., que serían solo el principio de dolores y que en medio de estas aflicciones los discípulos son comisionados a no desistir de su ministerio, ahora la instrucción de Jesús es huir inmediatamente. En este sentido, R. C. Sproul hace el siguiente comentario:

 

Esta orden debió ser totalmente contraria al sentido común de su audiencia. Cuando llegaba un ejército invasor, el procedimiento normal en el mundo antiguo era huir a la ciudad fortificada inexpugnable más cercana que pudiesen encontrar. Desde luego, en Judea, esa ciudad habría sido Jerusalén. Pero Jesús les dijo a sus discípulos: “Cuando acontezcan todos estos sucesos, no vayan a Jerusalén. Vayan a los montes; corran a las colinas”. Esto es precisamente lo que ocurrió en el 70 d.C. Sabemos que alrededor de un millón de judíos fue muerto, pero los cristianos habían huido.[4]

 Según esto, hay algunas cosas que desarrollar. Primero, que se trata de una instrucción totalmente pertinente a los oyentes de Jesús e imposible de aplicar a cualesquiera otras personas; partiendo por el hecho que se habla en un lenguaje directo de advertencia a sus discípulos, siguiendo por las referencias a los montes de Judea como lugar de escape, lo cual era solo aplicable a la gente de aquel tiempo y lugar. Junto a ello, Alfred Edersheim señala que las azoteas de distintas casas estaban interconectadas, por lo que se formaban verdaderos caminos, pudiendo llegar rápido a la salida de la ciudad.[5] Un cristiano hoy no puede huir de ejércitos romanos que rodeen Jerusalén huyendo a los montes para evitar aquella gran tribulación, sería un anacronismo total. El segundo asunto es la referencia que hace Sproul a la huida de los cristianos de la Jerusalén bajo asedio; como se analizó anteriormente,[6] Eusebio describe:

 

También el pueblo de la iglesia de Jerusalén, por seguir un oráculo remitido por revelación a los notables del lugar, recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pella. Emigrados a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, desde ese momento, como si los hombres santos hubieran abandonado por completo la misma metrópoli real de los judíos y toda la región de Judea, la justicia divina alcanzó a los judíos por las iniquidades que cometieron contra Cristo y sus apóstoles, y borró de entre los hombres aquella misma generación de impíos.[7]

 En este pasaje no hay elemento alguno que pueda ser atribuido a fuera del tiempo contingente a los discípulos de Cristo, cada detalle que se entrega en los vv. 16-20 son exclusivos para los judíos del primer siglo. Sproul comenta sobre estos versículos:

 

Obviamente se trata de un mensaje de urgencia. Sabemos que los judíos tenían techos planos sobre sus casas a donde se subía por las escaleras exteriores, un lugar de relajo en las tardes a medida que pasaba el calor. Jesús les está diciendo: “No pierdan tiempo alguno. Tan pronto como se enteren de la presencia de la abominación desoladora, partan rápidamente. No empaquen nada. Si están en el campo, no vuelvan a la casa a buscar más ropa, lo que sea que lleven puesto o en sus bolsos, tomen eso y olviden todo lo demás”.

El tono de urgencia vuelve a escucharse en los siguientes versos. El tiempo era crucial, y es un hecho muy simple que cuesta darse prisa si alguien está embarazada o amamantando. El invierno es la estación más difícil para sobrevivir a la intemperie, y si estas señales ocurrieron en día de reposo, habría sido un problema para los judíos debido a la prohibición de viajar largas distancias. Jesús les está diciendo a sus seguidores que oren para que estas cosas no ocurran en un momento inoportuno, de modo que nada impida su escape.[8]

 R. T. France añade a esto:

 

La suerte de un refugiado es bastante difícil sin impedimentos adicionales. En invierno, los caminos en Palestina eran prácticamente intransitables con barro, y en un día de reposo las puertas estarían cerradas y las provisiones serían imposibles de obtener.[9]

 La gran tribulación, la segunda incursión de los romanos a Jerusalén luego que Vespasiano asumiera como César, ocurrió repentinamente en abril del 70 (cf. Lc. 17:20), momento del año en que la temperatura es templada, de acuerdo a lo que Jesús persuadía que sus oyentes orasen (v. 20).

Jesús, según el registro de Mt. 24:21 dijo que habría una gran tribulación, la cual no tuvo precedentes ni tampoco se repetiría algo así jamás. Ahora este registro tiene variaciones importantes entre los tres relatos sinópticos, sin embargo, en los tres casos se está refiriendo exactamente a lo mismo.

 

Mt. 24:19-21

Mr. 13:17-19

Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.

Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno; porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá.

 

El relato de Marcos usa términos que parecieran ser demasiado categóricos y portentosos; impropios del asedio a una ciudad y más cercanos al lenguaje que se pudiera emplear para hacer referencia fin de la creación de Dios. En este sentido, de la misma forma en que se ha estudiado en el capítulo siete, esto es parte del lenguaje y la imaginería hebrea: hiperbólica, absolutista y cargada de emociones, la cual se plasma en el discurso apocalíptico de Jesús.

En Jer. 4:23-27 se utiliza el mismo abrumador lenguaje que en Mr. 13:19. Ahora bien, Jeremías profetizaba un ‘día de Jehová’, el cual vendría sobre Judá y se cumplió con el ataque de Nabucodonosor en el 586 a.C. y el posterior exilio. En el Jer. 4:23 se usa la expresión hebrea תֹהוּ וָבֹהוּּ tohu vabohu”, (asolada y vacía) la misma fórmula de Gn. 1:2 para referirse al estado de la tierra de antes de la creación, no obstante, se refería a la caída de Jerusalén. En Ez. 5:9, Dios mediante el profeta dice al profetizar la caída de Jerusalén en el 586 a.C.: “Y haré en ti lo que nunca hice, ni jamás haré cosa semejante, a causa de todas tus abominaciones”, siendo que en el 167 a.C. Jerusalén sufrió de una manera muy grande y semejante a mano de los griegos y nuevamente en el 70 d.C. pasaría algo similar e incluso mayor, ejecutado por los romanos. En Jl. 2:2, para referirse al mismo acontecimiento que Jeremías y Ezequiel, usa un lenguaje también similar: “Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra; como sobre los montes se extiende el alba, así vendrá un pueblo grande y fuerte; semejante a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en años de muchas generaciones”, siendo que hubo pueblos posteriores a los caldeos que eran más fuertes, así como los romanos. De la misma forma que en Jer. 4:23, en Is. 34:11 se usa la misma expresión hebrea “tohu vabohu” (niveles de asolamiento en la RVR1960) para referirse al juicio de aquella profecía, acompañándose además de un castigo ‘perpetuo’, de generación en generación (Is. 34:10). Sin embargo, acá se profetizaba simplemente la destrucción de Edom (Is. 34:5) y no sobre el fin de todo lo creado.[10]

Fuera de la profecía apocalíptica, existen varios otros ejemplos de uso de expresiones absolutistas e hiperbólicas para referirse a situaciones de menor escala, como en Ex. 11:6 se dice que: “habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá”, donde en lenguaje hiperbólico se refiere a la plaga de la matanza de los primogénitos. Esta fue ciertamente una tremenda desgracia para los egipcios, pero se debe reconocer que no se refiere a una expresión literal. En Sof. 2:9 hay referencias a Sodoma como si hubiera sido asolada de forma perpetua y continuamente, sin embargo, se trata de una expresión proverbial poética para expresar el gran y memorable castigo que recibió por su pecado.

Con estos ejemplos es claro que el lenguaje que usa Jesús, según los registros de Mateo y Marcos, es el mismo que usaron de los profetas veterotestamentarios: uso de lenguaje profético apocalíptico que no buscaba necesariamente comunicar que se hablaba de algo irrepetible, sino más bien de algo muy grande, en este caso sobre el juicio final que tuvo la ciudad santa del antiguo pacto. En este sentido, el relato de Lucas lo aclara.

 

Mt. 24:19-21

Lc. 21:23-24

Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.

Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.

 Lucas, cuyo evangelio tradicionalmente se entiende que era dirigido a los gentiles —quienes no estaban familiarizados con las figuras, Escrituras ni los tropos hebreos— expone los dichos del Señor Jesús de tal forma que se pueda entender la profecía claramente para sus lectores griegos. Como se ve en el cuadro anterior, ocurre un reemplazo directo de la expresión registrada por Mateo y Marcos: “porque habrá entonces gran tribulación…” por la sentencia: “porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo…”, donde el relato de Lucas traduce el lenguaje apocalíptico a términos comunes y explícitos: refiriéndose a que la ira caería sobre este pueblo —pueblo judío— en el sentido que serían muertos por espada, que los sobrevivientes serían esclavizados por todo el Imperio Romano y que la ciudad de Jerusalén sería pisoteada por los gentiles durante el tiempo que Dios permita que aquello suceda. Frente a estas declaraciones claras que registra Lucas, no hay espacio para la especulación futurista; si se es honesto con este texto en particular y con el sentido de todo el discurso del monte de los olivos, en el sentido que acepta que se refiere claramente a la caída de Jerusalén en el año 70, no hay espacio para eventos pendientes de cumplimiento.

Podría argumentarse que Jesús, según el relato de Lucas, se refiere también a la destrucción del mundo, ya que —según se argumenta—entremezcla la destrucción de Jerusalén con la “gran calamidad sobre la tierra” (v. 23), donde podría entenderse que “la tierra” es el mundo entero, el planeta. El problema de este planteamiento no solo es que desconoce todo el sentido de la predicción de Jesús y el propósito del juicio sobre aquella generación mala y adúltera, sino que asimila el uso de la palabra “tierra” que tuvo en la antigüedad, la cual se refería a una región o nación, al planeta, que es uso que el término tiene hoy. Como se analizó anteriormente, la palabra griega acá utilizada “”, a diferencia de “oikumene” o “kosmos”, no es aplicable al mundo entero sino a una nación. Muchos ejemplos hay también en el Antiguo Testamento del uso de este término en un sentido restricto.[11] Hoy, como nuestro planeta se llama ‘Tierra’, tendemos a pensar en el planeta completo al leer aquella palabra en las Escrituras, alejándonos del sentido original del término. Por otra parte, Jesús al decir: “porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo” está haciendo un paralelismo, donde la gran calamidad sobre la tierra es lo mismo que la ira sobre este pueblo,[12] no cosas distintas entrelazadas y separadas entre sí por un gran periodo de tiempo. Alfred Edersheim hace el siguiente alcance:

 

…para los rabinos, Palestina era simplemente «la tierra», quedando todos los otros países reunidos bajo la designación de «fuera de la tierra».[13]

 Finalmente, y en un notable eco de la profecía de Cristo, Josefo narra lo siguiente acerca del momento en que Jerusalén estaba siendo violentamente asolada por los romanos:

 

…pienso que no hubo ciudad en ningún tiempo en todo el mundo que sufriese hasta tal extremo…[14]

 Josefo relata que más de un millón de judíos de todo el Mediterráneo[15] murieron por el hambre, espada, pestes y por muchas otras terribles causas que hicieron a los judíos sufrir en extremo,[16] no perdiendo él la oportunidad de señalar en muchas oportunidades que se trataba de un juicio de Dios sobre los judíos por la maldad de aquella misma vil generación:

 

Por eso creo que Dios, ofendido por su impiedad, se apartó de nuestra ciudad; juzgó que el Templo ya no era su morada pura, e hizo que los romanos purificaran con el fuego a la ciudad, nos redujeran a la esclavitud a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, a fin de que, advertidos por tales calamidades, volviéramos a la rectitud.[17]



[1] France, Matthew (TNTC), pág. 343.

[2] Figura que está remplazando directamente el tenor mediante una comparación implícita. Esto sucede de la misma manera en la hipocatástasis de Mt. 12:39: “…La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás”, donde Jesús literalmente no entró en la boca en un gran pez, sino se refería a otra cosa, identificando el punto de comparación del tipo pragmático en el v. 40: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”. Notar también que a lo dicho por Jesús le acompaña la cláusula “el que lee, entienda”, del griego νοιέω, “noiéo” que quiere decir ‘ejercer la mente’. Este término se repite en Ap. 13:18 donde se pide entender el número referido en un sentido no literal, por lo que la cláusula introducida por el narrador, muy probablemente indique que el entendimiento de esto no es literal. Una frase muy relacionada a “el que lee, entienda” que se puede hallar en los evangelios sinópticos es “El que tiene oídos para oír, oiga”, en Mt. 11:15, 13:9, 13:43 y paralelos en Mr. 4:9, 4:23, 7:16, Lc. 8:8 y 14:35, e indica claramente en cada oportunidad que la frase es utilizada, que se debe considerar el uso de lenguaje figurado comparativo en el discurso anteriormente expuesto.

[3] En este sentido, los judíos hacían citas a modo de sinécdoque del tipo parte por el todo.

[4] R. C. Sproul, ¿Estamos en los últimos días? (Medellín: Poiema Publicaciones, 2017), pág. 20.

[5] A esto se le conocía como ‘el camino de las azoteas’ (Baba Mez. 88b, cita rabínica). Para Edersheim, Jesús se refería precisamente a esto al advertir a sus seguidores en Mt. 24:17.

Alfred Edersheim, Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo (Barcelona: Editorial CLIE, 2003), pág. 114.

[6] Ver capítulo once: Evangelios II: parábolas y anuncios, sección sobre El trigo y la cizaña; peces buenos y peces malos.

[7] Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, págs. 126-127, Historia Ecl. 3.5.3.

[8] Sproul, op. cit., págs. 20-21.

[9] France, Matthew (TNTC), pág. 344.

[10] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 34 para más detalles sobre esta profecía y su lenguaje.

[11] Ver capítulo siete: El día de Jehová, comentario sobre Is. 13:5 donde se analiza el uso de esta palabra en la profecía del Antiguo Testamento y su alcance.

[12] Al decir “este pueblo” se refiere claramente a Israel, no obstante, ‘el pueblo’ (sin el demostrativo ‘este’) es siempre también Israel (ver Hch. 26:23), o en su defecto el pueblo escogido de Dios.

[14] Josefo, Las Guerras de los Judíos, pág. 288, Guerras 5.10.5.

[15] Josefo, Guerras 6.9.4. Compárese con Hch. 2:5 en la celebración de pentecostés.

[16] Ibíd. Si se considera que la población del Imperio Romano en ese tiempo era de ~50 millones, la matanza de más de un millón de judíos en cinco meses se podría considerar (desde lo relativo) la mayor de las calamidades que este pueblo haya sufrido jamás.

[17] Josefo, Antigüedades 20.8.5.

Josefo, tanto en Guerras como en Antigüedades, reiteradamente indica que la caída de Jerusalén se debe al castigo de Dios por la enorme maldad del pueblo, de sus sacerdotes y de sus gobernantes.

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