14.6 La escatología de Pablo: Resurrección espiritual de los muertos


 

Continuando con los asuntos clave sobre la resurrección, pero ahora respecto a la naturaleza de esta, tenemos varios pasajes que van aportando características sobre las cuales se puede construir la forma en que Pablo esperaba que sucediera la resurrección. Esto, según lo visto, tenía que ocurrir impostergablemente en aquella generación.

En Rom. 2:7, Pablo expresa que la esperanza del cristiano es la vida eterna: un estado que inicia en el presente del creyente, pero que se completa —aparentemente— en el momento de la resurrección: “vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad”. Esta idea se refuerza en Rom. 6:22: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”, donde se agrega que la muerte física no tiene poder sobre la vida eterna (Rom. 6:23). La esperanza de la vida eterna no correspondía con algo visible o imaginable a los ojos; la vida eterna entonces no tenía una naturaleza común ni carnal, sino que espiritual:

 

Antes bien, como está escrito:

Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,

Ni han subido en corazón de hombre,

Son las que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Co. 2:9).

 La esperanza de la vida eterna, una vida en el mundo espiritual de la cual ya gozaban como una esperanza presente, era un fuerte aliciente para afrontar la persecución judía que experimentaba la iglesia en los tiempos de Pablo: “Porque esta leve tribulación momentánea [persecución individual en la carne] produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria [vida eterna]; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:17-18, cf. 2 Mac. 7:36[1]). En Col. 1:5 se refiere a esto como “la esperanza que os está guardada en LOS CIELOS, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio” (cf. Fil 3:20).

La vida eterna es el aspecto adquirible de la salvación soteriológica, la cual es presente al creyente, y se puede decir que es equivalente a la resurrección, la cual es una esperanza futura (Fil. 3:11-12), pero en muchas oportunidades expresada en términos presentes como una expectativa cierta y gozable (Rom. 6:11, Co. 2:12-13, 3:1, Ef. 2:4-6). Lo contrario de esta vida eterna es la corrupción y la muerte, esto se ilustra en pasajes como Gál. 6:8: “Porque el que siembra para su carne,[2] de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” o en 2 Co. 1:10: “[Dios] el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte”. En 2 Co. 2:15-17, se ilustra también esta dualidad de una expectativa de vida eterna para los creyentes y salvos en contra de la expectativa de muerte para los incrédulos; los que se pierden. Otro pasaje que desarrolla este tema con mayor extensión es el siguiente:

 

Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Co. 5:1-10).

 En este pasaje se puede entender claramente que hay un contraste entre el cuerpo material, la morada terrestre, “este tabernáculo”,[3] el cual perece, contra la edificación estructuralmente firme que hay en los cielos, la cual aguarda al creyente (vv. 1-2), este nuevo cuerpo que aguarda en los cielos a los salvos absorbería (del gr. tragar)[4] la mortalidad y corrupción del cuerpo terrenal del hombre (v.4). De acá también se extrae la idea que estar viviendo en el cuerpo material corruptible es estar ausente al Señor, donde la antítesis también es verdad: el estar ausente al cuerpo es estar presente al Señor (vv. 6-8). Se puede rápidamente entender que el estar ausente al cuerpo es estar presente al Señor, porque igual que Él tendríamos un cuerpo celestial en el cielo, estando así en su mismo plano ‘dimensional’ donde se podría interactuar con Él más directamente. Como se ha descrito, todo esto es una verdad segura al creyente y en este pasaje se reafirma lo mismo al indicar que la garantía de que aquello sucedería es el Espíritu Santo mismo (v. 5). Todo esto tendría lugar en el momento del juicio espiritual por las obras que se hicieron estando en la carne, lo cual ocurre en la segunda venida de Cristo (v. 10, cf. Mt. 25:31ss).

Es notorio que Pablo en Fil. 1:23-24 presiente que está próximo a morir. De forma semejante al pasaje anterior, bajo estas circunstancias dice:

 

Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros.

 Para él, partir es estar con Cristo en el amparo del reino celestial —donde el Señor había ascendido— y abandonar su carne, infiriéndose que estaría presente a Cristo de forma espiritual al morir.[5]

Pablo en la Carta a los Filipenses hace el siguiente desarrollo: “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús… Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que SEA SEMEJANTE AL CUERPO DE LA GLORIA SUYA, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:10-12, 20-21).[6] Según se analizó en el capítulo anterior, sección sobre La ascensión, Jesús esperaba ser glorificado en su gloria celestial: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5). Ahora Pablo se refiere a una semejanza al cuerpo de Cristo en el sentido de que el cuerpo de humillación, el cuerpo carnal, pase a ser un cuerpo celestial, pero, aunque Jesús tenga un cuerpo celestial en el cielo, ya que es Dios y Dios es espíritu, no esperaba tener la misma categoría inmensurable, todopoderosa e infinita de Dios, sino solamente compartir aquella naturaleza espiritual con Él en la resurrección.

En 1 Co. 5:1, Pablo habla del caso de un miembro de la iglesia que tiene una relación muy deshonrosa —incluso para aquellos fuera de la iglesia— al estar emparejado con la mujer de su padre (posiblemente una madrastra). A este, Pablo ordena que se le expulse de la congregación a fin que “el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Co. 5:5). En esto es claro extraer que el espíritu (en contraste con la carne, del gr. σάρξ “sárx” G4561) es lo que se salvaría en el ‘día del Señor’; que lo vivificado y transformado en algo glorificado en ese día sería el espíritu del hombre y no la carne corruptible, en sintonía con los dos pasajes anteriormente analizados. Las uniones carnales deshonrosas manchan el cuerpo, lo cual a su vez mancha a la iglesia, ya que el creyente está unido espiritualmente con el Señor; a pesar de haber cierta separación conceptual entre la carne y el espíritu, mientras se esté en el mundo terrenal, lo uno contamina e influye sobre lo otro (1 Co. 6:16-20).

Sin dudas el pasaje donde Pablo desarrolla más extensamente el tema de la naturaleza de la resurrección de los muertos es 1 Co. 15:35-58:

 

Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

 Esta sección está precedida por la seguridad de la futura resurrección del creyente en base a que Cristo fue el primero que resucitó (v. 20), siendo la resurrección de Cristo también la garantía del evento de la resurrección de los creyentes. El momento de la resurrección es la segunda venida, donde con esto se destruiría la muerte —que vino por el pecado de Adán (v. 21-22)— y se daría paso el reino perfecto de Dios (vv. 23-26). Por otro lado, del v. 18 se puede inferir que quienes mueren en Cristo —siendo soteriológicamente salvos— no perecen, sino que sus almas esperan el momento de la resurrección lo que —como se ha visto en la sección sobre La resurrección en la literatura extra bíblica judía— habitualmente se le conoce como ‘el estado intermedio’.

El pasaje inicia con la pregunta: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? (v. 35) y la respuesta es clave el desarrollo siguiente: “lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes” (v. 36). De acá se desprende el primer axioma de la resurrección: la persona antes debe morir antes de ser resucitada, y no es posible resucitar a una persona viva. Luego Pablo continúa mediante la metáfora de una semilla sembrada diciendo que “lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir” (v. 37), con lo que se entiende que lo resultante de la resurrección no es lo mismo que lo que le da origen, el cuerpo resucitado es diferente al cuerpo que murió. Pablo ocupa esta comparación debido a que es bastante intuitivo relacionar el cuerpo muerto enterrado en una tumba del cual emerge un cuerpo resucitado a una semilla que se entierra en el suelo, de la cual brota alguna planta. Pablo prosigue introduciendo a que hay dos clases de cuerpos: cuerpos terrenales y cuerpos celestiales los cuales son distintos (v. 40-41); “Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” (v. 44b), y luego conecta esta enseñanza con la resurrección: “ASÍ TAMBIÉN es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción” (v. 42). El pasaje continúa con una serie de paralelismos para seguir insistiendo en la diferencia establecida en el v. 40 atribuida a la naturaleza de la resurrección:

 

Versículo

Cuerpo sembrado

Cuerpo resucitado

40

Terrenal

Celestial

42

Corrupción

Incorrupción

43

Deshonra

Gloria

43

Debilidad

Poder

44

Animal[7]

Espiritual[8]

46

Animal

Espiritual

47

Hombre de la tierra

Hombre del cielo

48

Terrenal

Celestial

49

Terrenal

Celestial

 Este paralelismo de 9 partes despeja toda duda acerca de la naturaleza de la resurrección: desde un cuerpo terrenal, corruptible, deshonroso, débil, animal y natural saldría uno celestial, incorruptible, glorioso, de poder, espiritual, no carnal, etéreo y sobrenatural (“iguales a los ángeles” según Jesús en Lc. 20:36).

Los vv. 45-47 comunican mediante una asociación dentro de este paralelismo que lo primero es lo carnal (el cuerpo terrenal) y luego lo espiritual (el cuerpo resucitado), así como primero fue Adán (hombre terrenal) y luego vino Cristo (hombre del cielo). En este sentido, se observa una progresión en la existencia humana se forma semejante a la progresión pactual de Dios con el hombre (cf. vv. 21-22).

El motivo de porqué la resurrección tenía que ser espiritual se introduce en lo que podría catalogarse hasta cierto punto como la décima parte de este paralelismo, el v. 50:

 

PERO ESTO DIGO, HERMANOS: QUE LA CARNE Y LA SANGRE NO PUEDEN HEREDAR EL REINO DE DIOS, NI LA CORRUPCIÓN HEREDA LA INCORRUPCIÓN.

 Pablo en 1 Co. 15 comunica explícita y reiteradamente a sus oyentes que la naturaleza de la resurrección es espiritual, distinta a lo ‘sembrado’ que es terrenal, porque lo físico no puede entrar en el reino de Dios —en el cielo— donde solo hay espacio para lo incorruptible y glorificado celestialmente. También afirma que la antítesis es falsa: que lo material, aquello que se compone de la carne y sangre no tiene cabida en aquel reino, despejando toda posible duda al respecto. Luego de esta aclaración, Pablo continúa en los vv. 51-52 con un misterio, la revelación de algo oculto: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados”. Esta transformación no puede ser otra más que la resurrección; no puede simbolizar algo más que esto ya que tanto el contexto anterior como el siguiente, trata sobre este tema. Ahora el dormir es algo más que un eufemismo o una metonimia para referirse a morir, como se ha visto en la sección sobre La resurrección en la literatura extra bíblica judía, el verbo griego koimáo (dormir) que es empleado por Pablo en este pasaje —así como en: 1 Co. 7:39, 11:30, 15:6, 15:18, 15:20, 1 Tes. 4:13, 4:14 y 4:15— se usa para referirse al estado intermedio por el cual pasarían los muertos después que mueren. Recordar que la resurrección solo es posible luego que se hubiera muerto antes (v. 36,[9] cf. v. 22, Heb. 9:26), por lo que aquella transformación (resurrección) a la que se refiere este versículo debe necesariamente darse luego de morir. Sumando estos antecedentes, se puede concluir que este misterio no se refiere a que ‘no todos morirían’, sino a que ‘no todos pasarían por el estado intermedio’, a la espera de la resurrección, sino que luego de efectuada la resurrección de los muertos, en la segunda venida, los demás, los que están con vida —nosotros, quienes “seremos transformados”— serían directamente transformados en su estado glorificado luego que mueran, obviamente no pasando por un estado de reposo intermedio a la espera del momento escatológico final porque el reino de Dios con sus promesas ya habría llegado. Entonces el v. 51 quedaría como: “No todos dormiremos [estado intermedio, cf. v. 18, 36]; pero todos seremos transformados [no todos pasaremos por el estado intermedio, sino que seremos directamente resucitados luego de morir]”.[10]

El siguiente versículo indica el momento de la transformación de estos que duermen, la resurrección: “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (v. 52). Esto reafirma que el tema de estos pasajes es la resurrección. Ahora este pasaje da la impresión que aquella transformación (resurrección) les sucedería también a los santos vivos en la segunda venida, ya que dice “Y nosotros…”, sin embargo, debemos recordar que la resurrección solo aplica a quienes antes murieron, y por otro lado tenemos que la partícula griega para “y” es καί “kái” (G2532), partícula copulativa que no solo significa ‘y’, sino que es traducida como ‘también’ (Rom. 1:23, 5:3, 6:5, 8:23, 9:10, 1 Co. 1:16, 15:22, 2 Co. 8:10, 8:19, 8:21, 9:12, etc.), ‘porque también’ (Mt. 8:9), ‘y aún’ (Jn. 14:12), ‘si’ condicional (Mt. 7:10), entre otras. Dentro de las cartas a los corintios, en pasajes como 1 Co. 1:13, 14:15, 15:15, 2 Co. 4:3, 6:9, etc., la partícula kái es traducida por la RVR1960 como ‘pero’, y en este caso sería una traducción que se ajusta mejor al contexto ya que según lo analizado según la teología de la resurrección y considerando que este versículo está en subordinación al versículo anterior, corresponde a una conjunción adversativa (pero) dentro de un paralelismo, de la misma forma que el primer miembro, por lo tanto, kái no correspondería a una conjunción aditiva (y):[11]

 

Vers.

Respecto a los ya muertos

Conjunción

Respecto a los otros

51

No todos dormiremos

pero

todos seremos transformados

52

en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles

kái, pero

nosotros seremos transformados

 Bajo estas consideraciones, no se trata que los vivos estando en vida serían transformados, sino que solo los que están durmiendo (en el estado intermedio aguardando su resurrección) serían resucitados en el momento de la segunda venida, no obstante, los vivos serían igualmente transformados, no pasando por aquel estado, sino que directamente resucitados. Siguiendo la lógica, Pablo finaliza el tema de este capítulo reafirmando que lo corruptible necesariamente tiene que llegar a ser incorruptible (vv. 53-54); en aquel momento de resurrección (ya sea en la segunda venida para los que duermen o en la muerte posterior para los demás muertos en Cristo) finalmente se constataría la victoria del Señor sobre el pecado y su consecuencia la muerte. El epílogo del discurso no puede sino más que alentar a sus lectores a continuar con su labor, ya que hay esperanza en la resurrección porque el pecado y la muerte han sido vencidos; todo su esfuerzo tendría gran recompensa: “Por tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor” (v. 58).

El pasaje que desarrolla paralelamente la enseñanza de la resurrección de los que duermen (aunque en menor extensión) en el corpus paulino es 1 Tes. 4:13-18:

 

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.

 El discurso comienza con la introducción al tema: sobre los que duermen, que estos serán resucitados por Jesús, por lo tanto, los de la iglesia no debieran entristecerse por su partida (vv. 13-14). Luego, en el v. 15, se introduce la sentencia clave para entender los versículos siguientes: “que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”, es decir, que los que están vivos en el momento de la venida gloriosa de Jesús, no resucitarán antes que los que ya duermen, que reposan en el ‘estado intermedio’ aguardando su resurrección en el Sheól, lo cual puede sonar bastante intuitivo.

Ahora en los vv. 16-17, Pablo establece la secuencia en la cual se daría la resurrección: primero los muertos en Cristo en su venida, luego, los vivos al morir, se encontrarían con el Señor en el aire y en las nubes, siendo arrebatados al reino del cielo de Dios para estar juntamente con los anteriormente resucitados y estar para siempre con el Señor.[12]

Acá hay varios asuntos por desarrollar. Primero, Pablo al decir: “los muertos en Cristo resucitarán primero” exige que haya algo que suceda después, y ese algo que sucedería después debe tener relación a la resurrección. En el v. 15 se establece que los vivos no precederían a los que ya duermen; lo que viene después de aquel evento se relata en el v. 17 y es debido a esta sucesión que es un error entender que la resurrección de los que duermen (en la segunda venida) del v. 16 sucede simultáneamente con el ‘arrebatamiento’ del v. 17.

En segundo lugar, el v. 17 parte diciendo “LUEGO nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado” (lit. sobrevivido), completando la sucesión que exigen los vv. 15-16. Este v. dice que serían arrebatados, en contraste con la resurrección en la que tendrían parte los que duermen. A partir de lo analizado sobre 1 Co. 15:36, donde dice: “Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes”,[13] y a partir de lo razonado sobre 1 Co. 15:51-52, donde se concluye que los que duermen serían resucitados en la venida de Cristo luego de haber pasado por el ‘estado intermedio’,[14] mientras que los mueren después serían directamente resucitados al morir, se puede establecer que el ‘arrebatamiento’ no es más que otra manera de expresar lo mismo, el ser ‘transformado’, ser directamente resucitado luego de morir sin aguardar en un ‘estado intermedio’ aguardando el momento de la resurrección.

El tercer punto es lo relativo a la expresión: “seremos arrebatados” del v. 17, la cual en griego es ἁρπαγησόμεθα “jarpagesómetha”, forma verbal que proviene del verbo ἁρπάζω “jarpázo” (G726), arrebatar, apoderarse, y Pablo solamente lo usa acá y en 2 Co. 12:2 y 12:4 para referirse a sí mismo como trasladado al “tercer cielo” y al “paraíso”,[15] probablemente de manera espiritual hasta ese lugar (2 Co. 12:2-3). Considerando que el v. 17 dice que estos “arrebatados” serían trasladados a las nubes del Señor en el aire para estar siempre con Él y los muertos predecesores,[16] es claro que se está refiriendo al lugar celestial al cual llegarían los resucitados luego de muertos, al reino celestial bajo el mismo acto instantáneo por el cual Pablo mismo también fue trasladado a la dimensión del Señor, en contraste con el largo reposo del ‘estado intermedio’ de quienes habrían ya resucitado primero en la segunda venida. Esto implícitamente transmite la idea de una resurrección espiritual, ya que tanto los que partieron antes de la segunda venida como los que partirían después, estarían para siempre con el Señor en las nubes y en el aire, lo cual es otra manera de referirse al reino celestial del Señor, donde la carne y la sangre no pueden entrar (1 Co. 15:50).[17]

El cuarto punto es referente al descenso de Jesús desde el cielo. Respecto a esto se ha argumentado en el capítulo doce:[18] que no es literal y físico, y acá también parece estar indicando que descendería del cielo al lugar de los muertos —el cual para los griegos también era percibido como bajo tierra (el Hades)— ya que era necesario resucitarles desde el lugar en donde estaban. Nótese que todo esto ocurre en el plano espiritual: tanto el descenso de Jesús desde lo celestial como la liberación de los muertos de su lugar de reposo al reino celestial. En este acto Jesús se mueve del reino de la Luz al lugar de los muertos para traerlos a Él, a su reino.

En este análisis se hace ya bastante evidente un paralelo entre 1 Tes. 4:13ss y 1 Co. 15:35ss; en ambos casos el tema es la resurrección de los que duermen (koimáo), también de la resurrección de los que mueren después de la segunda venida y de las exhortaciones a perseverar en consideración de esta esperanza.[19] Esto se puede resumir en la siguiente tabla:

 

Enseñanza

1 Tes. 4

1 Co. 15

Los que duermen resucitarán

13-14

12-18

Resurrección de Cristo como garantía de la resurrección del hombre

14

13, 15-16

Resurrección de los que duermen en la segunda venida

15

52

Al sonido de trompeta

16

52

Los mismos contemporáneos (nosotros)

15-17

51-52

Arrebatamiento/transformación de los que mueren después de la segunda venida en un acto inmediato, contrastando con el largo sueño de los que han muerto (o duermen)

15-17

51-52

Resurrección espiritual

17

40-49

Resucitados con el Señor en su reino celestial

17

50 (53)

Exhortación a permanecer firmes y a fiarse de esa esperanza

18

54-58

 

Yendo a otros textos del corpus paulino, encontramos también en las cartas a Timoteo ciertos pasajes que también dejan entrever que la esperanza final del seguidor del Señor es una resurrección espiritual y no en un cuerpo material:

 

    1 Ti. 4:8: porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.

    1 Ti. 6:7: porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.

    2 Ti. 4:6,8: Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano… Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

    2 Ti. 4:18: Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial.

 Pablo en 1 Ti. 4:8, 6:7 habla a Timoteo de lo infructuoso que es ocuparse afanadamente en lo terrenal ya que eso no se aprovecha en la vida venidera, la cual se asume que tiene otra naturaleza diferente. 2 Ti. 4:6, 8, 18 reflejan a Pablo cercano a su muerte (cf. Fil. 1:23-24) y espera que el día de la segunda venida de Jesús, Él le dé el galardón de justicia; su preservación para su reino celestial, infiriéndose acá que se refiere a la resurrección. Así, la esperanza de Pablo no estaba en un reino terrenal ni en las cosas de este mundo, sino en el reino celestial y espiritual de Dios en los cielos.

Frente al planteamiento de una resurrección espiritual de los muertos en el discurso de Pablo —de la misma forma que respecto a la resurrección en esa generación— se plantean objeciones. Primeramente, se asocia la naturaleza de la resurrección de Jesús al modo a la naturaleza de la resurrección de sus seguidores en pasajes como el siguiente:

 

Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Rom 6:4-6).

 Esto se entiende a la luz de que Cristo resucitó físicamente, en carne y hueso (Lc. 24:39-43), por lo tanto, la resurrección de los creyentes sería “en su semejanza”.

En este tipo de pasajes se puede responder que no se trata de una comparación en la naturaleza de la resurrección, sino en certeza de la esperanza de ello (cf. 2 Ti. 2:11-13). Jesús resucitó físicamente, sin embargo, acá no se compara en ese sentido. Samuel Pérez Millos comenta:

 

No se trata, pues, de una referencia escatológica a la resurrección futura, sino de la resurrección de entre los muertos espirituales que se produce por la identificación en Cristo, base no solo de esperanza para la resurrección futura, sino seguridad cierta de ella, en razón a haber recibido ya la vida nueva que es eterna y por tanto desvinculada absolutamente del poder de la muerte.[20]

 Varios otros autores reconocen lo mismo, por ejemplo, William Henrdiksen afirma: “La estrecha relación entre los vv. 3, 4 y el v. 5 es indicada por la palabra Porque. En consecuencia, la idea que algunos tienen, que el v. 5 se refiere a la futura resurrección corporal de los creyentes, debe ser rechazada”.[21]

En segundo lugar, respecto al análisis de 1 Co. 15 por parte de la postura tradicional, la cual espera que en la resurrección —la cual es para ellos futura junto con la segunda venida de Jesús— se levanten de las tumbas los cuerpos físicos pero glorificados, la estrategia que adoptan para evitar llegar a concluir que este pasaje habla contundentemente a favor de una resurrección de naturaleza espiritual es dividir —ya sea sutil o abiertamente— 1 Co. 15:35ss en varias secciones. N. T. Wright plantea que: “El principal propósito de Pablo en este texto [1 Co. 15:39-41] es establecer que existen diferentes clases de realidad física, cada una de las cuales tiene sus características propias”,[22] argumentando que tanto los cuerpos de peces y aves son diferentes, así como la diferencia de gloria entre los distintos astros, evitando tratar con el v. 40 que afirma “Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales” y asumiendo que Pablo entendía que los astros estaban compuestos de materia, lo cual es un supuesto muy aventurado considerando la cosmovisión hebrea que interpretaba los astros como cercanos e incluso iguales al reino celestial, tal como se ve en escritos contemporáneos a Pablo.[23] Hendriksen, en un tono más sutil, luego de reconocer el paralelismo de los vv. 42-44 afirma que: “La expresión “lo mismo” convierte la oración en una comparación, pero esta comparación no debería exagerarse…”,[24] buscando diluir en parte la acumulación de atributos que componen la resurrección de los muertos.

Respecto al asunto de la naturaleza de la resurrección, al significado del “cuerpo espiritual” (v. 44), los comentaristas en general reconocen que hay una transformación del cuerpo común a uno de una categoría más elevada, el cual ya no puede morir, pero no inmaterial. Este cuerpo espiritual por algunos es entendido como si fueran imbuidos del Espíritu de Dios:

 

… así el espíritu del hombre habría penetrado al alma y por ella el cuerpo, al ser entero. Así, el espíritu habría dominado sobre todas las facultades del hombre.[25]


Nosotros también tendremos nuestros cuerpos cuando venga la resurrección. Pablo identifica el cuerpo resucitado como espiritual, lo que no quiere decir que sea inmaterial, sino que ha asumido una dimensión diferente.

Pablo afirma que nuestro cuerpo resucitado será espiritual. Pero ¿qué quiere decir con la palabra espiritual? Insinúa que nuestra alma gobierna nuestros cuerpos, y describe nuestros cuerpos resucitados como si estuviesen completamente gobernados y llenos del Espíritu. Aunque nuestros cuerpos físicos nos sirven bien en esta vida, para el mundo venidero necesitan características espirituales. Nuestro cuerpo resucitado será lleno completamente del Espíritu de gloria. El cuerpo glorificado no es inmaterial, sino que tiene aspectos espirituales que lo colocan a un nivel sobrenatural.[26]

 Estos autores siempre apelan a la resurrección de Jesús como modelo de la resurrección física de los muertos, asumiendo que Cristo vive en el cielo con su cuerpo material, pero con un grado superior de gloria, semejante a su transfiguración. Volviendo a la primera objeción sobre la resurrección espiritual, se argumenta por ejemplo que Jesús como luego de resucitado aparecía y desaparecía, que a veces no se le reconocía o aparentemente atravesaba paredes (Jn. 20:19), se concluye que, Jesús resucitó físicamente, pero en un cuerpo de gloria superior al del cuerpo físico común,[27] sin embargo, esto deja a Jesús en un punto medio de lo que las Escrituras indican. Debe entenderse que Jesús resucitó físicamente de los muertos al tercer día, aclarando Él mismo a sus discípulos que tenía aún las heridas de su crucifixión, que tenía carne y huesos, que no era ninguna clase de espíritu y que necesitaba comer (Lc. 24:37-43, Jn. 20:20, 27, 21:15). Anteriormente Jesús se trasladó al desierto, al pináculo del Templo, y a la cima de un alto monte (Mt. 4:1-11), caminó sobre las aguas (Mt. 14:22-33), se escabulló entre una multitud enardecida que lo iba a apedrear “atravesando por en medio de ellos” (Jn. 8:59), sanaba enfermos graves e hizo muchas otras cosas aún más grandes estando en su carne, por lo que atravesar una puerta cerrada o aparecer y desaparecer no es argumento suficiente para entender que hubiera cambiado de naturaleza luego de resucitar. Con seguridad se puede decir que Jesús luego de resucitado tenía la misma naturaleza que siempre tuvo cuando estaba en el mundo, completamente física. Jesús por otro lado, esperaba recuperar la gloria divina que tuvo con el Padre antes de que lo material siquiera haya llegado a existir: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Tal como se ha argumentado anteriormente,[28] Jesús luego de su ascensión recobró la naturaleza divina, perfecta, inmortal y espiritual en la cual coexistía con el Padre, no un cuerpo físico y material. De esta forma, asimilar la resurrección de Cristo con la resurrección del hombre es dejarlo en una resurrección completamente física.

Volviendo al asunto del entendimiento de la resurrección espiritual por parte de quienes proponen una resurrección no inmaterial, N. T. Wright propone lo siguiente sobre el “cuerpo espiritual” de 1 Co. 15:44:

 

… De hecho, éste es el primer punto de todo el capítulo donde se ha mencionado el pneuma [espíritu], porque éste es por fin el punto donde Pablo da su respuesta a “¿qué tipo de cuerpo será?” y también a “¿cómo lo hará Dios?”. Si existe un soma psychikon [cuerpo físico], declara Pablo —a lo cual la respuesta es, por supuesto, que sí existe: que es el tipo normal de soma humano común, un cuerpo animado por el aliento ordinario de vida—, también existe un soma pneumatikon, un cuerpo animado por el Espíritu del Dios vivo, aun cuando hasta el momento haya aparecido solo un ejemplo de tal cuerpo.[29]

 Wright señala que recién acá (v. 44) se da respuesta a la pregunta del v. 35, siguiendo su estrategia de ir seccionando el pasaje en asuntos diferentes a la pregunta que se planteó, desmarcándose así de la evidencia acumulativa de los versículos intermedios (36-43) sobre la naturaleza del cuerpo resucitado, e incluso cambiando el sentido de la pregunta: “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?” a: “¿cómo lo hará Dios?” para así interpretar que el “cuerpo espiritual” simplemente se refiere al cuerpo que resucitará Dios mediante su espíritu (probablemente teniendo en mente Rom. 8:11), no atendiendo al planteamiento inicial mediante la pregunta retórica que exige explicar la naturaleza de la resurrección ni atendiendo a las analogías paralelas reiteradas. Nótese como Wright reconoce lo inédito de este planteamiento al decir: “…aun cuando hasta el momento haya aparecido solo un ejemplo de tal cuerpo”. Esto naturalmente viene de la necesidad de defender la resurrección física de los muertos que insistentemente el autor reafirma en toda la obra citada.

En conclusión al pensamiento de Pablo acerca de naturaleza de la resurrección de los muertos, señalar que hasta antes de la venida en gloria de Jesús en el año 70, los muertos en Cristo —junto con los ‘justos’ antes que Él— estarían con Él en el estado intermedio, “durmiendo en Cristo”, espiritualmente en el Sheól, pero un lugar de reposo (cf. Lc. 13:22, 23:43, Jn. 8:56), esperando su entrada el reino celestial de Dios para juzgar la tierra y reinar en aquel reino perfecto con el Señor. Luego del año 70, quienes mueren en Cristo ya no pasarían por aquel estado intermedio, sino que serían resucitados al instante para reinar con Él en el cielo junto con sus hermanos que partieron antes. Entiéndase que el reino de Dios sucede simultáneamente en el mundo físico, representado acá por la iglesia.



[1] Texto disponible en la sección sobre La resurrección en la literatura extra bíblica judía.

[2] Donde el sembrar para la carne es (por el contexto de la circuncisión) someterse a las leyes para obtener justificación.

[3] Gr. σκῆνος “skénos” (G4636), choza o residencia temporal, i.e. (figurativamente) el cuerpo humano (como morada del espíritu): tabernáculo. Strong, Nueva concordancia Strong Exhaustiva, Diccionario de palabras griegas, pág. 78.

[4] Cf. Is. 25:8 donde su texto hebreo dice: “Tragará la muerte para siempre…”

[5] Esto, según se verá más adelante en el análisis de 1 Co. 15:51-52, no corresponde exactamente a la resurrección, sino al estado intermedio, punto desde el cual se aguarda a la resurrección final en la venida gloriosa de Cristo (cf. 2 Ti. 4:6, 8, 18).

[6] Para el asunto sobre la naturaleza de la transformación del cuerpo, ver Apéndice 4: ¿Trasnsformación o cambio de cuerpo?

[7] Del gr. ψυχικός “psyjikós” (G5591): sensitivo, animado, animal, natural.

[8] Del gr. πνευματικός “pneumatikós” (G4152): no carnal, etéreo, espíritu, sobrenatural.

[9] Del gr. ἀποθνήσκω “apothnésko” G599, morir; distinto de koimáo, dormir.

[10] En esto cobra mucho sentido el mensaje de Ap. 14:13, en el contexto del preciso momento de la parusía y la caída de Jerusalén: “…Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor…”, ya que no tendrían que pasar por el estado intermedio hasta la llegada del reino, sino que directamente serían transformados —resucitados— en el momento de morir.

[11] Aunque también se puede traducir como ‘y’ si se entiende adversativamente; es como decir: «yo soy de Chile Y [pero] tú de Argentina» (adversativo) en contra de «yo soy de Chile, Y tú también» (copulativo). Sin embargo, la traducción ‘pero’ deja más en claro el sentido adversativo.

[12] Para una perspectiva corporativa del tema dentro del preterismo total, ver Don K. Preston, We Shall Meet Him in the Air, the Wedding of the King of Kings (Ardmore: JaDon Management Inc., 2010), pág. 141, también Max R. King, The Cross and the Parousia of Christ: The Two Dimensions of One Age-changing Eschaton (Warren: Parkman Road Church of Christ, 1987), pág. 641.

Estos autores entienden que se trata de una metáfora sobre la llegada del reino de los cielos en la segunda venida de Jesús, expresado de la misma forma en que se recibía a una persona honorífica en esos tiempos cuando visitaba sus dominios.

[13] Nótese a partir de la sección sobre La resurrección en la literatura extra bíblica judía que en el judaísmo extra bíblico no existía la idea de aplicar la resurrección a los vivos, la resurrección para ellos era obviamente solo para los muertos, ya que los vivos no tienen motivos para ser ‘vivificados’ o ‘resucitados’.

[14] El verbo el verbo griego koimáo (dormir) es empleado por Pablo tanto en: 1 Co. 15:6, 15:18, 15:20 y 15:51 como en 1 Tes. 4:13, 4:14 y 4:15, mientras que solo 2 veces en todo el corpus paulino fuera de estos pasajes (1 Co. 7:39 y 11:30), habiendo una fuerte conexión entre 1 Co. 15 y 1 Tes. 4:13ss en el tema que tratan, la resurrección de los que duermen.

[15] Las otras 11 ocurrencias de este verbo en el Nuevo Testamento también denotan un apropiamiento rápido y casi siempre aplicado a personas (ver por ejemplo Jn. 10:12, 28-29, Hch. 8:39).

[16] Compárese con Jn. 13:36 o 14:2, donde Jesús les dice a sus discípulos que ellos estarían en el mismo lugar que él; en el lugar de la gloria del Padre donde Cristo sería glorificado. En Mt. 19:28 y Lc. 22:30, Jesús también les dice que ellos se sentarían en tronos y que juzgarían, lo cual es una escena celestial, y en el momento de su segunda venida.

[17] Nótese que ni el Apocalipsis de Juan ni en el discurso del monte de los olivos de Jesús (que son textos escatológicos mucho más extensos) hay algo como una transformación de los vivos en seres glorificados o que asciendan vivos al cielo. Un acontecimiento tan vistoso como ese, obviamente sería allí documentado.

[18] Ver capítulo doce: Evangelios III: en el monte de los olivos, sección sobre La pregunta de los discípulos. El acontecimiento portentoso de Jesús manifestándose divinamente en la nube de gloria (como en la teofanía de Ex. 19:16) ES su venida.

[19] Como se señala en la sección sobre Juicio a judíos y gentiles en este capítulo, nótese la ausencia en estos discursos de un anuncio de destrucción de lo material como en Mt. 24-25, ya que, a diferencia del discurso de Jesús donde sus oyentes son judíos, en estas cartas los receptores del mensaje son gentiles, sobre quienes no se derramaría ese tipo de juicio.

[20] Pérez Millos argumenta que: “¿Se está refiriendo a la resurrección escatológica a la que llegaremos los creyentes por estar en Cristo? (1 Co. 15:20). Si se aplica este sentido se extingue la relación entre la frase condicional y la principal, imposible si se tiene en cuenta la fuerte transición entre una y otra establecida mediante el uso de la conjunción adversativa, pero, entonces, sin embargo, unida al adverbio de modo también. Por tanto, es necesario entender aquí como implícita la expresión, “coplantados a la semejanza”, o como traduce RV60, “plantados juntamente… en la semejanza”. La ausencia de este complemento establece, lingüísticamente, en el griego el paralelismo que existe en la muerte y la resurrección de Cristo, de cuyos dos aspectos viene relacionando el apóstol en la identificación con Cristo”.

Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento, Romanos (Barcelona: Editorial CLIE, 2011), págs. 462-463.

[21] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento, Romanos (Grand Rapids: Libros Desafío, 2006), pág. 219.

[22] N. T. Wright, La resurrección del Hijo de Dios, págs. 429-430.

[23] En 2 Bar. 51:8 (siglo I d.C.) dice: “[los resucitados] Vivirán en las alturas de ese mundo y serán como los ángeles e iguales a las estrellas”, donde además de afirmar una resurrección espiritual, se entendía que los astros compartían su naturaleza con los ángeles. En Job 38:7 se narra que los hijos de Dios (ángeles) junto con las estrellas de la mañana se regocijaban cuando Dios creó al mundo, asumiendo que tanto los ángeles como las estrellas eran habitantes del reino celestial. Considérese que el nombre que llevan los planetas del sistema solar (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Neptuno, etc.) provienen de la asociación de estos cuerpos celestes con las deidades grecorromanas.

[24] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento, Primera epístola a los Corintios (Grand Rapids: Libros Desafío, 1998), pág. 624.

[25] L. Bonnet y A. Schroeder, Comentario del Nuevo Testamento, vol. III, Epístolas de Pablo (Barcelona: Casa Bautista de Publicaciones, 1970), pág. 317.

[26] Hendriksen, op. cit., pág. 626.

[27] Ibíd. pág. 625.

[28] Ver capítulo trece: Hechos, sección sobre La ascensión.

[29] Wright, op. cit., pág. 441.

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