Apéndice 5: La ausencia del preterismo total en el primer siglo

 


Recapitulando antecedentes que ya se han expuesto en capítulos anteriores, el hecho mismo que los judíos contemporáneos a Cristo hayan sido la generación mala y perversa que rechazó y mató al Señor; la que vería sobre ellos mismos recaer toda la calamidad profetizada en el Nuevo Testamento, explica también por qué no encontramos evidencia del preterismo total en los primeros siglos de la iglesia. El antijudaísmo dejó una fuerte marca en muchos aspectos. El rechazo de Jesús y su crucifixión por los judíos generó en los creyentes gentiles (bajo influencia helenística) este temprano sentimiento de antipatía. Muchos de los primeros personajes prominentes dentro de la iglesia, los padres de la iglesia, entendían que Dios desechó y maldijo al judaísmo con la destrucción del Templo, de Jerusalén y de la mayor parte de los judíos, interpretando que el pacto de Dios con el hombre era ahora en el cristianismo. Esto se reflejó de muchas otras formas en el cristianismo patrístico en general, donde a partir del año 70 d.C. se tomaron varias acciones para separarse del judaísmo: desde la adopción de la Septuaginta griega como el texto y canon del Antiguo Testamento en desmedro del texto hebreo, hasta la adopción del domingo como día de reposo en desmedro del sábado. De esta forma, los padres de la iglesia desecharon también mucho del pensamiento hebreo en el cristianismo en virtud de la filosofía griega que era considerada por ellos como mucho más pura que las prácticas y métodos judíos de interpretación. Esto se manifestó especialmente la escuela alejandrina, cuyo uso de la alegoría para interpretar la Escritura sería empleado por estos autores cristianos primitivos para demostrar que el pueblo judío había perdido el favor de Dios.

De esta manera, en los primeros momentos del cristianismo posterior a los apóstoles surgieron interpretaciones alegóricas de las Escrituras, como se detalla y ejemplifica en la sección sobre el Método Alegórico del capítulo dos. En este contexto, C. H. Dodd señala: “Por el contrario [en contraste con el judaísmo palestino], en el mundo helenístico estaba muy difundido el empleo de mitos, interpretados alegóricamente, como vehículo de una doctrina esotérica, y no es extraño que se esperara de los maestros cristianos algo semejante. Esto es, indudablemente, lo que dio lugar a interpretaciones erróneas”.[1] R. T. France, acertadamente indica que para la interpretación de la profecía apocalíptica en el Nuevo Testamento se depende de la familiaridad del intérprete con el lenguaje y las imágenes del Antiguo Testamento.[2] Milton Terry —en la misma línea— afirma que “Una interpretación acabada de las porciones proféticas de las Escrituras Santas depende grandemente del dominio de los principios y leyes del lenguaje figurado y del de tipos y símbolos”.[3] Cabe indicar que, por el rechazo al pensamiento judío, los padres de la iglesia no estaban familiarizados con el lenguaje e imaginería hebrea a un nivel adecuado, sino que aplicaban los principios de la filosofía helenística para interpretar las Escrituras (que consideraban más puros que lo que pueda provenir de los judíos), haciendo una lectura directa de los textos del Nuevo Testamento en su sentido más literal, añadiendo alegorizaciones propias del helenismo e ignorando en buena medida la hermenéutica hebrea. Si bien, la filosofía griega influyó positivamente en el pensamiento cristiano primitivo, periodo donde se desarrollaron muchas de las doctrinas fundamentales para el cristianismo en general de todos los tiempos, también fue el punto de origen de varias interpretaciones imprecisas, alegorizadas, e incluso, llanamente erradas, como se ha ejemplificado en el capítulo dos. De acá recordamos la siguiente observación de Terry:

 

Alegorías análogas abundan en los primitivos padres cristianos. Así vemos que Clemente de Alejandría, comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo, el halcón, el águila y el cuervo, hace la siguiente observación: El cerdo es el emblema de la codicia voluptuosa y sucia, de alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el cuervo voracidad. Acerca de Éxodo 15:1, Jehová se ha magnificado... echando en la mar al caballo y su jinete. Clemente observa: Al efecto brutal y con muchos miembros, la codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los placeres, lo lanza al mar, -arrojándolos a los desórdenes del mundo.[4]

 

Como se argumentó también en la primera parte,[5] la tradición de la iglesia es falible ya que está sujeta al error propio del hombre caído. A pesar de que la guía del Espíritu Santo ha permanecido la iglesia a lo largo de los siglos, siempre ha habido errores interpretativos y diferentes corrientes de pensamiento en el cristianismo, lo cual refleja que a pesar de esta guía divina, hay también influencia de la naturaleza humana caída en la historia de la iglesia y en sus doctrinas. En dicho capítulo también se fundamenta que solo la Biblia es infalible por su origen divino, por lo tanto, es la única fuente válida de autoridad. También se reconoce que aunque la tradición y los estudios teológicos pueden fallar, estos también son muy útiles y dignos de consideración; grandes aportes de vital importancia en el desarrollo del cristianismo, pero no infalibles. A su vez, los concilios y confesiones han tenido un contexto histórico que los ha moldeado. En los primeros siglos de la iglesia, las grandes controversias estaban centradas fundamentalmente en la cristología. Respecto a la escatología, no es hasta el siglo XVI que recién se le pone algo de atención. Louis Berkhof señala que: “La doctrina de las cosas últimas nunca fue el centro de la atención; es una de las doctrinas menos desarrolladas… Sus elementos principales han sido un tanto constantes, los que prácticamente constituyen todo el dogma de la Iglesia respecto a las cosas futuras. Ocasionalmente, puntos de vista desviacionistas ocuparon un lugar más o menos importante en la discusión teológica, pero éstos no fueron incorporados en las Confesiones de la Iglesia”.[6]

Sin embargo, todo esto no responde a la pregunta válida de que, si el preterismo total es cierto y que la destrucción del Segundo Templo en el año 70 fue la parusía de Jesucristo, ¿cómo fue que los apóstoles sobrevivientes a ese evento no corrigieron el error de seguir esperando a la segunda venida?

En esto, tenemos a Tomás, martirizado en Partia en el 72 d.C., de cuya doctrina no hay testimonios confiables,[7] y al apóstol Juan, quien vivió al menos hasta fines del siglo I. Jerónimo comenta en sus trabajos que Juan fue visto en el año 96 y que estaba tan viejo y débil que “era con dificultad llevado a la iglesia, y sólo podía decir unas pocas palabras al pueblo”. Jerónimo describe puntualmente que Juan no podía ir por su pie a las reuniones de los cristianos, y los discípulos lo llevaban en una silla a las asambleas de los fieles de Éfeso. El apóstol solo se limitaba a decir “Hijitos, amaos los unos a los otros”. Cuando le preguntaron por qué repetía siempre la frase, Juan respondió: “Porque ese es el mandamiento del Señor y, si lo cumplís, lo habréis hecho todo”.[8] Su discípulo directo más reconocido, Policarpo, nació en el año 69, por lo que en estos momentos tenía unos 16 años. La doctrina que recibió de Juan —por lo que se puede deducir— no fue muy detallada ni profunda, más bien recibió un discipulado sobre verdades esenciales y básicas provenientes del ya anciano apóstol. El discípulo de Policarpo, Ireneo, de quien se tienen escritos más extensos, se aventuró a escribir que Jesús enseñó durante su edad adulta posterior y su vejez, viviendo hasta entrada la década de los 50 años,[9] también confundió a uno de los apóstoles con Santiago el Justo, el hermano de Jesús,[10] o que confundió al Apóstol Juan con Juan el Presbítero como maestro de Papías.[11] Ireneo también tenía muchos planteamientos teológicos basados en la alegoría, muy apartado de los escritos de Juan y que serían cuestionables en la doctrina protestante actual, como que de la misma forma en que Cristo es el postrer y perfecto Adán (Rom. 5:12-21), la virgen María es la postrera Eva, afirmando que “siguiendo el modo inverso de la atadura, se han de desatar los primeros nudos, luego los segundos, los cuales a su vez desatarán los primeros”, revirtiendo así María con su obediencia la maldición de la desobediencia de Eva.[12]

Lamentablemente, Juan ya estaba a una edad muy avanzada para exponer y defender todas las verdades y doctrinas de Cristo, lo cual se puede apreciar en los cambios que fue sufriendo la doctrina desde el periodo apostólico al de los padres, por lo que no sería forzado argumentar que la respuesta al asunto del porqué no se transmitió la idea que la parusía ya se había consumado en ese tiempo, es porque Juan no estaba en condiciones para defender doctrinas más complejas, y según se ha dicho, se limitaba a recordar lo esencial del evangelio. Para finales del primer siglo, ya la iglesia había tomado su rumbo propio de la mano de las interpretaciones alegóricas griegas y alejadas de la imaginería y el lenguaje figurado hebreo, por lo que a esas alturas, y prácticamente sin sobrevivientes de los dichos directos de Jesús luego del año 70, la iglesia tomó el curso doctrinal al que le permitía acceder su propia hermenéutica helenizada, curso doctrinal que esperaba una venida física y personal de Jesucristo, descendiendo desde las nubes para establecer un reino terrenal con una gloriosa ciudad en el medio.



[1] Dodd, Las Parábolas del Reino, pág. 26.

[2] France, Matthew (TNTC), pág. 347.

[3] Terry, Hermenéutica, pág. 144.

[4] Ibíd. pág. 10.

[5] Ver capítulo uno: Sola Scriptura, sección sobre Inspiración divina e interpretación privada.

Nótese que incluso entre los mismos apóstoles inspirados por el Espíritu Santo (quien obraba en ellos también milagros y prodigios) hubo diferencia de pensamiento en algunos puntos relevantes (Gál. 2:11-14); puntualmente Pedro en quién claramente se oscureció su guía divina por el miedo y la presión social de los judíos. Este ejemplo bíblico explica que en la iglesia, la guía del Espíritu Santo se puede ver menoscabada por asuntos derivados de nuestra propia naturaleza caída, derivando en errores como lo que estaba cometiendo el apóstol Pedro.

[6] Louis Berkhof, Historia de las doctrinas cristianas (Edimburgo: El Estandarte de la Verdad, 1969), pág. 333.

Por su parte, en el judaísmo del primer siglo, de donde provienen los cristianos étnicamente israelitas, había gran influencia de las facciones de los fariseos, esenios, saduceos y zelotes, los cuales diferían precisamente entre ellos en asuntos escatológicos. En este mismo contexto, también hay infuencias de intérpretes alegóricos como Filón de Alejandría, quienes traen la alegoría griega al judaísmo de aquel tiempo. Junto a estos elementos, hay que considerar lo incipiente del movimiento judeocristiano, donde en este punto, recién se comienzan a establecer las bases filosóficas, teológicas y prácticas de la iglesia cristiana. Para esta época, no había un canon escritural, y en su mayoría, lo doctrinal se nutría de la tradición oral de aprendices de los apóstoles. En útima instancia, se debe ser comprensivo con el movimiento cristiano primitivo, el cual, si bien, estaba muy cercano a la tradición apostólica, carecía de muchas de las herramientas modernas que hoy tenemos para lograr hacer teología, siendo esperable que no hayan podido identificar oportunamente todos los aspectos doctrinales en ese tiempo, y en la misma manera en que se desarrollan hoy. Muchas veces se generan demasiadas expectativas sobre la claridad y el avance doctrinal que tenían, en consideración que la teología ha avanzado durante largo tiempo, y solo una pequeña parte de las controversias fueron resueltas en ese periodo. Si bien, la tradición temprana es de un valor enorme para el cristianismo, y lectura obligatoria para todo intérprete, no necesariamente es el dogma, ya que solo eran hombres como nosotros que intentaban comprender las nuevas doctrinas del cristianismo, desde sus perspectivas y contextos particulares. A pesar del gran valor de la tradición temprana, solo las infalibles Escrituras que Dios ha inspirado serán la regla última.

[7] Con excepción del Evangelio de Tomás, el cual es un texto gnóstico pseudoepígrafe.

[8] San Jerónimo, Commentariorum in Epistolam ad Galatas, 6.10.

Notar que estas palabras tienen mayor sentido si Juan tuviera en mente que el reino ya había llegado a que si se esperara un inminente juicio que destruiría el mundo.

[9] Ireneo, Contra los herejes, 2.22.5. En esta sección, Ireneo argumenta fuertemente que Jesús necesariamente debía hacerse encarnado también en su etapa de hombre viejo para poder representar también en su sacrificio a las personas mayores y que esto era lo que enseñaban también los demás presbíteros en Asia.

Si se considera que Jesús —según varias fuentes, a partir de Lc. 2— nació entre el 6 y el 4 a.C., que inició su ministerio en torno a los 30 años (Lc. 3:23), y que murió bajo Pilato, procurador entre 26-36 d.C. (Lc. 23:1), no hay posibilidad de que haya vivido más de 41 años; siendo tradicionalmente entendida su muerte a los 33. Para el año 50 ya se desarrollaba el ministerio de Pablo y de los apóstoles (ver Hch. 11:28, 18:2).

[10] Ireneo, op. cit., 3.12.14-15.

[11] Eusebio, Historia Eclesiástica, pág. 190, Historia Ecl. 3.39.1., cf. 3.39.14ss.

[12] Ireneo, op. cit., 3.22.4.

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