19.2 Apocalipsis III: epílogo: Las bodas del Cordero
Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas
aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor
nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria;
porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella
se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque
el lino fino es las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: Escribe:
Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me
dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios. (Ap. 19:6-9).
Esta escena simboliza el nuevo pacto
entre Jesús y la iglesia que él estableció. En el Antiguo Testamento, según se
pudo ver en la sección anterior, el pacto de Dios con Israel era simbolizado
mediante la imagen de un matrimonio, donde Dios era el marido e Israel era la
esposa. John P. Newport señala: “en el Antiguo Testamento, se describe a Dios
como casado con su pueblo (comparar con Os. 2:19, Is. 54:1-8, Ez. 16:7). En el
Nuevo Testamento, Jesús usó la figura de una fiesta de bodas para ilustrar el
reino de los cielos (Mt. 22:2-3, 25:1 y sigs.), pero el apóstol Pablo se
refirió explícitamente a la iglesia como la esposa de Cristo (2 Co. 11:2, Ef.
5:23 y sigs.). Juan presenta la consumación de su matrimonio como si ya
estuviera cumplida (comparar con 21:9-10, donde la nueva Jerusalén es
identificada como la esposa de Cristo)”.[1]
Jesús en su ministerio terrenal
señaló que no era lícito el divorcio en un matrimonio, sin embargo, la única
circunstancia que podía justificar tal acción es la fornicación o el adulterio:
También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de
divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de
fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete
adulterio. (Mt. 5:31-32).
Claramente, este nuevo matrimonio de
Dios se ve justificado por el constante adulterio de su esposa, Israel, más aún
si se considera que el Señor anteriormente amenazó a Israel con el divorcio
debido a sus adulterios (Is. 50:1, Jer. 3:8). Las faltas constantes de este
pueblo socaban la alianza que tenían con Dios, simbolizado en el adulterio, por
lo que Dios ahora puede formar una nueva alianza —simbolizada en una boda— con
otro pueblo (Mt. 21:33-45). Pablo en Rom 7:3 dice además que si el cónyuge
muere, el que queda vivo puede volver a casarse.
Ahora, la relación de Dios con el
hombre es más compleja que un simple matrimonio; al igual que Jesús usó muchas
parábolas para explicar las dinámicas del reino de los cielos, el nuevo pacto
se sirve de más de una ilustración para entenderlo. Si solo se tuviera esta
comparación, se podría deducir que la iglesia del nuevo pacto reemplaza a la
Israel del antiguo pacto, ya que Dios se ‘divorcia’ de su esposa adúltera, a
quien también la condena a morir apedreada y quemada, y contrae matrimonio con
una doncella pura. Sin embargo, esta ilustración muestra la relación pactual
entre Dios, Israel y la iglesia, ya que sobre el asunto de la procedencia y la
continuación entre ambos pactos, se tiene la analogía del olivo en Rom. 11,
donde Pablo inicia su discurso afirmando que Dios no ha desechado a Israel, su
pueblo (v. 1), y que así como un olivo tiene ramas desgajadas e injertadas,
Israel fue ‘podado’ de malos individuos, a su vez que se le han añadido otros
individuos (vv. 11-24). Pablo afirma mediante otras figuras comparativas, que
los judíos y gentiles creyentes en el sacrificio de Cristo, son parte de la
misma alianza (Gál. 6:15, Ef. 2:13-22) y que no hay un reemplazo étnico de
parte de los griegos en desmedro de los judíos en el nuevo pacto.
Dentro de la estructura de
Apocalipsis, hay referencias a ciertos asuntos que se van explicando
posteriormente. En este caso, se tiene a la novia pura y de vestidos limpios,
sin embargo, no es hasta el cap. 21 en que se le presenta totalmente.
Este matrimonio que representa el
nuevo pacto coincide con la plena llegada del reino de los cielos, según se
aprecia en la doxología: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso
reina!” (Ap. 19:6). En esto, la postura preterista plantea firmemente que el
reino de los cielos, representado en el mundo mediante la iglesia cristiana, es
una realidad presente y en plena vigencia, mientras que Cristo reina verdadera
y auténticamente sobre el mundo, sin espacio para ambigüedades.[2]