19.6 Apocalipsis III: epílogo: La iglesia, La Nueva Jerusalén

 


…Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. (Ap. 21:9-11).

 

Apocalipsis 21-22 conforman la descripción de la victoria final del reino de los cielos sobre la corrupción. En estos capítulos se describe la comunidad de los santos en medio del mundo y su relación de pacto con Dios: “él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (21:3), el cual es el pacto perfecto anunciado desde al Antiguo Testamento (cf. Jer. 31:33). Estos capítulos finales (21-22) desarrollan los elementos que se mencionan en el v. 21:3: Dios, el pueblo y su pacto.

En Ap. 21:1 se hace referencia al ‘cielo nuevo y tierra nueva’, el cual es el mundo entero (según anteriormente se analizó);[1] santificado por el mensaje del evangelio del reino de Dios, que ha permitido que todos los que crean en él habiten en la presencia de Dios para formar parte de una única congregación. La referencia a que “…el mar ya no existía más” puede referirse al caos que representaba en el judaísmo la existencia del mar, por lo que metafóricamente en el siglo venidero se remueve aquel elemento (cf. Sal. 66:6, 114:1-3). También el mar puede ser explicado en vista de Ap. 17:15, donde en este pasaje ‘las muchas aguas’ son “pueblos, muchedumbres, naciones [gr. éthnos, gentiles] y lenguas”, por lo que la desaparición del mar puede también simbolizar la abolición de las distinciones étnicas que había en el viejo pacto para dar paso a una comunidad internacional encabezada por Cristo, bajo la cual ya ‘no hay ni judío ni griego’. Este es el lugar procedencia de enemigos de Dios o monstruos del mar, los cuales ya no tendrían lugar en esta nueva creación.[2] de También se puede identificar al mar como uno de los lugares que contenía a los muertos (Ap. 20:13), el cual sería echado al lago de fuego (Ap. 20:14), representando así el fin de la muerte. Estas cuatro descripciones del mar son complementarias.

En la referencia a las primeras cosas que pasaron (vv. 21:1, 4), generalmente muchos se apresuran a identificar esto con el planeta Tierra que se destruye (o se renueva) para dar paso a uno nuevo. Lejos de esto, el mismo libro de Apocalipsis, a partir del cap. 17 al 20 señala que cosas son las que pasaron: La gran ciudad de Babilonia o Jerusalén (Ap. 17-18) y la muerte junto al hades, que son echadas al lago de fuego (Ap. 20:14). La muerte es destruida en el sentido que el creyente tiene vida eterna, obteniendo la inmortalidad de su ser, el cual es resucitado de forma incorruptible y celestial en el momento de su muerte física. Considerar también que las visiones celestiales de la comunidad de escogidos, no distingue entre los que viven en el mundo terrenal de los que viven del mundo celestial, y en el mundo terrenal los que mueren en el Señor a partir del día de su segunda venida son llamados ‘Bienaventurados’ (Ap. 14:13).[3] Al ser destruida Jerusalén y al ser destruida la muerte (cf. 1 Co. 15:26), naturalmente “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (21:4).[4] Esta esperanza es el cumplimiento del reino mesiánico eterno y perfecto que profetiza Isaías en pasajes como Is. 25:8, 30:19, 35:10, 60:20, 61:3, 65:18-19.

Un asunto que vuelve a relacionar al autor de Apocalipsis, firmado por Juan, con el evangelio y las cartas que llevan la pretensión de su autoría, son las dos expresiones joaninas: ‘agua de vida’ de Ap. 21:6, 22:1 que tiene su paralelo en Jn. 4:10-14, 7:37-38 y la referencia a los ‘hijos de Dios’ de Ap. 21:7 que también se halla en 1 Jn. 3:1-3. Junto con la referencia del ‘Verbo de Dios’ (Ap. 19:13 cf. Jn. 1:1, 14), este tipo de referencias son exclusivas de Juan y no se encuentran en otros hagiógrafos del Nuevo Testamento.

Un aspecto de la nueva Jerusalén que resulta evidente bajo una lectura general de la profecía, es el claro contraste entre esta ciudad-novia celestial y pura en contra de la ciudad-ramera que está ostentosamente adornada con oro. Kenneth Gentry lo compara de la siguiente manera:[5]

 

Contraste

La ramera

La novia

Un ángel introduce a Juan con la prostituta y la novia de la misma forma

Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas. (Ap. 17:1)

Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. (Ap. 21:9)

Las dos mujeres tienen un carácter opuesto

Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera. (Ap. 17:1b)

Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. (Ap. 21:9b)

Las dos mujeres aparecen en ambientes distintos

Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. (Ap. 17:3)

Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios (Ap. 21:10)

Las vestiduras de las mujeres reflejan su carácter

Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación. (Ap. 17:4)

Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. (Ap. 19:8)

Los habitantes reflejan el carácter de la ciudad

…la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. (Ap. 18:2)

Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. (Ap. 22:3-4)

Las naciones se relacionan con la ciudad según el carácter de cada ciudad

Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación… (Ap. 18:3a)

En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. (Ap. 22:2)

 

Además de las referencias anteriores, hay varios otros contrastes entre la novia pura y la adúltera fornicaria. La identificación de la iglesia cristiana como la esposa de Cristo en el periodo de transición de los dos reinos es evidente en el pensamiento de Pablo, reflejado en pasajes como 2 Co. 11:2 o Ef. 5:24-32, mientras que en la revelación de Jesús a Juan, el judaísmo que no le considera como Mesías es considerado como falso y satánico (Ap. 2:9, 3:9). Pablo manifiestamente usa otra comparación entre dos mujeres para comparar a la Jerusalén terrenal con la celestial:

 

Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. (Gál. 4:22-26).

 

Precisando en un aspecto llamativo de la nueva Jerusalén, que son los materiales de los cuales se compone esta ciudad, se puede decir que evocan al reino celestial (Ap. 21:11-21, cf. 4:3, 5:8, Ez. 1:22-28, 28:13). En el Antiguo Testamento, el bronce bruñido, los carbones encendidos, las piedras preciosas, el oro y el cristal son materiales que usa el profeta que tiene visiones celestiales para describir al reino celestial.[6]

No se puede pretender que la nueva Jerusalén sea una ciudad que literalmente baje desde el espacio exterior para posarse sobre el planeta, ya que su misma descripción indica que es una imagen que metafóricamente expresa el carácter santo y divino de la nueva comunidad del pacto de Dios. Pablo normalmente usa varias imágenes con las que asocia a la iglesia con otro elemento, como un cuerpo o un templo; lo mismo Jesús al asociarlo con una viña y con muchos otros elementos. Al igual que en Apocalipsis, Pablo al dirigirse a los Efesios usa también la idea que la iglesia es alegóricamente un edificio fundamentado en los apóstoles:

 

Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor (Ef. 2:19:21).

 

Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. (Ap. 3:12).

 

Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. (Ap. 21:14).

 

De la misma forma que en Ap. 21:22, otros pasajes como 1 Co 3:16, 6:19, 2 Co 6:16, Gál. 4:22-26, 1 Ti. 3:15, Heb. 12:22, identifican a la iglesia también como el mismo Templo de Dios, o como la nueva Jerusalén celestial. Por sui parte, el libro de El Pastor de Hermas, el cual refleja el pensamiento cristiano primitivo, desarrolla esta alegoría ampliamente, señalando que la iglesia es un edificio o torre, el cual es construido por ángeles, las rocas que forman la estructura son los creyentes; rocas que a su vez son extraídas de distintas montañas, y cada montaña representa una nación diferente.[7] La iglesia verdaderamente es el único ‘lugar’ donde se le puede invocar a Dios en los tiempos del nuevo pacto, de la misma manera en que en el antiguo pacto se le invocaba desde el Templo. En esto se cumplen las palabras de Jesús cuando dijo:

 

Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. (Jn. 4:21-23).

 

El mundo mismo, mediante la iglesia, se ha convertido en el escenario donde se puede invocar a Dios, cosa que antes se restringía exclusivamente al Lugar Santísimo en el Templo y al Sumo Sacerdote. Según Heb. 10:19, luego de establecido el nuevo pacto, los creyentes en Cristo —espiritualmente hablando— tienen acceso al Lugar Santísimo debido a su obra de propiciación por nuestro pecado. En el tiempo del nuevo pacto, y mediante la unión mística del creyente con Cristo, los creyentes participan de las bendiciones de la obra de Cristo, entre ellas, del acceso al Lugar Santísimo (o la presencia viva de Dios) que tiene Jesús.

Reforzando la idea anterior, En Ap. 21:16-17 se pueden ver las extraordinarias medidas de la ciudad celestial: 12.000 estadios, unos 2.300 km de largo, ancho y altura. Si bien, como en otros casos en Apocalipsis, donde se usan múltiplos de 10, 12 y cifras redondeadas, estas medidas son comparables a la extensión del Imperio Romano, el mundo conocido en ese tiempo, así, 12.000 estadios es una cifra que utiliza números típicos de bendición, pero que buscan también expresar la medida del mundo conocido. Esto representa la extensión de la presencia de Dios por todas las naciones del mundo (cf. Mt. 27:51).

 


Comparación de un cuadrado de 12.000 estadios con el Mediterráneo.

 

El que la ciudad tenga una altura descomunal, puede estar comunicando la idea que esta ciudad llegaría hasta el cielo, con lo que se incluiría a los habitantes celestiales junto con los terrenales en la misma ciudad y unidos bajo un mismo pacto con Dios, ya que como anteriormente se ha dicho,[8] en Apocalipsis no se distingue entre los habitantes del cielo con los de la tierra; para Dios, todos están igualmente vivos.

La misma forma y descripción del Lugar Santísimo evoca a los contornos de la ciudad. En el Templo, este era un cubo recubierto totalmente de oro:

 

1 Re. 6:20

Ap. 21:16, 18

El lugar santísimo estaba en la parte de adentro, el cual tenía veinte codos de largo, veinte de ancho, y veinte de altura; y lo cubrió de oro purísimo; asimismo cubrió de oro el altar de cedro.

La ciudad se halla establecida en cuadro [gr. tetrágonos], y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales… la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio.

 

La ciudad procedente del cielo tiene la gloria de Dios (Ap. 20:11) y no necesita un Templo, ya que Dios mismo habita allí directamente (Ap. 21:22-23), sentado en su trono (Ap. 22:3), de la misma manera en que en el antiguo pacto habitaba en el Lugar Santísimo. En esto, también se cumplen las expectativas de la oración de Jesús al rogarle al Padre: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10).

En esta sección final de Apocalipsis también se describe la interacción de la santa ciudad celestial con el resto del mundo y con las naciones que hay en él. En Ap. 21:24-22:2 dice:

 

Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.

 

Luego del año 70 d.C., cuando expira el antiguo pacto y el nuevo llega en plenitud al mundo, la iglesia del Dios viviente viene a ser la gloria de este mundo. En su encarnación, Jesús cumplió la ley de Dios al nunca pecar y mantener una obediencia perfecta. De la misma forma en que nuestra culpa fue imputada a él en la cruz, su justa obediencia es imputada también a nosotros. Esto es lo perfecto y permite al hombre tener perfecta comunión con Dios.

Las naciones entregan lo mejor de sí a la ciudad celestial, es decir, a los fieles redimidos por el Cordero para que formen una ciudadanía en ella. Naturalmente, esta ciudad santa no contiene en ella a los inmundos; estos están fuera de la ciudad (22:15), ya que todo el que entre en ella es lavado por la sangre de Cristo para ser puro y perfecto delante de la presencia de Dios, quien habita en esa misma ciudad.[9] La presencia de Dios mismo en el mundo es un agente de purificación, desde donde emana el agua gratuita de la vida para que todas las naciones beban de ella (cf. Jn. 4:10-14, 7:37-38) desde donde emanan las hojas del Árbol de la vida, para sanar a las naciones de la enfermedad del pecado y para que vivan para siempre al entrar en la ciudad y que coman de su fruto (Gn. 3:22), el cual es Jesús. Si se mira desde esta perspectiva, se puede ver la hermosura divina de la iglesia cristiana, representada como una ciudad celestial. En este aspecto, estos pasajes son sumamente contingentes a los creyentes actuales, y precisamente son unas de las secciones más bellas de todas las Escrituras.



[1] Ver capítulo dieciséis: Las siete epístolas, sección sobre Cielos nuevos y tierra nueva.

[2] Carson et al. ed., Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno, pág. 1502.

[3] Ver capítulo dieciocho: Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas, sección sobre Ha llegado la hora.

[4] Kistemaker añade a ‘las coas que pasaron’ el mar, el cual de una u otra manera simboliza representa un aspecto negativo que causa llanto, dolor o muerte.

Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento, Apocalipsis, pág. 608.

[5] Cuadro basado en: Gundry ed., Cuatro puntos de vista sobre el Apocalipsis, pág. 86. Ampliado.

[6] Estos materiales se encuentran también en el Templo y el pectoral sacerdotal (Ex. 28:17-20) ya que estos también representan imágenes celestiales (Heb. 8:5, 9:23).

[7] Ver capítulo diecisiete: Apocalipsis I: antecedentes clave, sección sobre Literatura apocalíptica apócrifa

[8] Ver capítulo dieciocho: Apocalipsis II: iglesias, sellos, trompetas y copas, sección sobre Ha llegado la hora.

[9] Prácticamente lo mismo que se expone en El Pastor de Hermas 9-16, 81.

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