19.3 Apocalipsis III: epílogo: La victoria del Verbo de Dios

 


Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. (Ap. 19:11-16).

 

En estos pasajes hay un gran número de alusiones a promesas del Antiguo Testamento sobre la victoria final de Dios sobre el mundo, principalmente en la idea que las naciones serían sometidas el señorío y dominio del Dios de Israel en el siglo venidero: Sal. 2:9, 45:3-7, 50:6, 72:2-4, 96:13, 98:9, 99:4, Is. 11:3-5, 32:1, 45:21, 63:1-6, Jer. 23:5-6, 33:15, Zac. 9:9-10, etc.

Esta escena tiene una enorme significancia desde la perspectiva del Antiguo Testamento, ya que es la visión gloriosa del gran cumplimiento de las promesas de Dios sobre su pueblo y para el mundo entero. Dios se muestra en la persona del Hijo como un jinete victorioso y vencedor (cf. 6:2) que se manifiesta en su gloria divina para regir a todas las naciones (gr. éthne, gentiles), estableciéndose así el reino perfecto de Dios, enmarcado en el siglo venidero y bajo un nuevo pacto con la humanidad.

La soberanía de Dios se manifiesta también en estos pasajes, específicamente en los vv. 19:19-21, donde la bestia hace guerra contra Jesucristo y sus santos, pero finalmente es derrotada ante el poder de Dios. Históricamente, esto se puede asociar a la persecución que se inició con Nerón, la cual continuó con otros emperadores como Domiciano, Trajano, Adriano, Marco Aurelio, Decio o Dioclesiano, que durante poco más de 200 años revivieron intermitentemente la persecución romana al reino de Dios, martirizando a los cristianos de la misma manera que lo hizo antes la gran ramera.[1] Al igual que los otros grandes imperios que sirvieron de instrumento para los juicios de Dios (Is. 10:1, Ez. 30:10, Hab. 3:16), y que terminaron siendo destruidos por su maldad, el Imperio Romano es condenado también a su fin por su maldad y tiranía (Ap. 19:20, cf. Dn 2:44-45, 7:26-27, Nah. 1:1-2, Hab. 1:5-11). Si bien, el Imperio Romano Occidental cae formalmente en el año 476, a partir del 235 hubo una fuerte anarquía y un notorio declive en el imperio que marcaba el inicio de su colapso; dejando atrás el tiempo de la Pax Romana que se vivió entre los siglos I y II.[2]

El término “EL VERBO DE DIOS” es en griego ὁ λόγος τοῦ Θεοῦ “jo lógos tu theú”, y es una expresión muy propia de Juan el Apóstol. Si bien, la palabra λόγος “lógos” aparece más de 300 veces en el Nuevo Testamento para referirse a una palabra, verbo, discurso, materia, doctrina, entre otros, solo Juan la utiliza como una referencia directa a Jesús y siendo equivalente a su nombre propio, como en Jn. 1:1, 1:14 y en 1 Jn. 1:1.[3] Esto es un buen antecedente para corroborar que esta profecía fue escrito por Juan el Apóstol, de quién Jesús insinuó que quedaría hasta su segunda venida (Jn. 21:22).

Respecto a la naturaleza de la venida de Jesús, según se ha analizado en el capítulo doce,[4] se trata del mismo tipo de manifestaciones que hizo el Padre en los tiempos del antiguo pacto. Ver la discusión en las secciones referidas.



[1] Pasajes como Rom. 8:36, 12:12, Fil. 1:29, entre otros, no permiten entender que la persecución a la iglesia fuera a cesar en algún momento.

[2] El imperio alcanzó su máxima extensión entre los años 117 y 150 d.C., entre los años 238 al 285 hubo 19 emperadores y para el 410, Roma ya había sido saqueada a fondo por los visigodos. El deterioro del imperio vino precisamente por la corrupción de la figura del emperador y por la mala administración que ejercieron (cf. Ap. 16:10-11).

[3] En 1 Jn. 5:7 se hace la misma referencia, pero este pasaje no tiene respaldo en manuscritos confiables.

[4] Secciones sobre La pregunta de los discípulos y Así como el Padre, el Hijo: en nubes de gloria.

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